Hoy mi voz resuena en las paredes de esta habitación.

Y entre las desordenadas sábanas se ha anunciado mi grito de liberación.

Ahora, este silencio mantenido, cuna del olvido, se rompe por una única razón.

La de que la Luna ya no encerraba con fiereza el secreto para ocultar al pecador. 

Pero ésto no acaba aquí. Oh, vida, créeme que no.

Como un huargo correré por este bosque tenebroso y sin fulgor,

donde huiré de mis pecados para tapar las huellas del temor. 

Así, el tímido lobo blanco se alzará en su manada y su mirada, antes negra y triste, ahora será dorada.

¿Y sabes qué? Que ya no importan las huellas de aquellos lobos.

La Luna ha dejado de ser testigo del eco de sus aullidos,

y la sangre cegó a los inconscientes depredadores, perdidos en aquel bosque sin objetivo.

Ahora, teñida de rojo, la Luna les despide con un último suspiro.

Pero no me daré por vencido. He dicho que es el comienzo, y de eso estoy convencido. 

Quizás la música encuentre mejor la esencia oscura de este desconocido. 

La música del piano, amplia y elegante, cuenta las verdades que dirigieron su pasado errante.

Las notas del violín, únicas y hermosas, relatan las historias de un presente decorado con rosas.

La melodía de una trompeta, curiosa y traviesa, revela los logros de un futuro sin certeza.

¿Y sabes qué? Que a este desconocido, la música le mentía.

Porque el piano el mal evadía, pero sus notas ocultaban sus mentiras.

Porque el violín, siempre sincero, miró al resto con desprecio.

Y porque la trompeta lo que le ocultaba, era una jaula para aquel necio.

Maldita vida, otra vez traicionándome...

Aunque aparezca un haz de luz, con sus trucos sigue engañándome...

Y ahora ese nuevo comienzo se ve tan lejano...

Si sólo hubiese podido darme cuenta del verdadero reto para dejar de estar encadenado...

De que no soy ni huargo, ni piano. Ni violín, ni trompeta.

De que yo soy yo, y esa era mi gran proeza.