48. A la deriva 🥀
Me desintegro como arenilla llevada por el viento.
Me pierdo entre arcoiris que parecen no tener fin.
Subo y desciendo, y cuando creo que estoy bajando, en realidad, vuelvo a subir.
Los colores se intercalan, y si estoy triste, resbalo en un tobogán azul.
Y si estoy feliz en uno naranja.
Cuando creí que sería un círculo sin fin, caigo en un estanque.
Y nado. Nado sola. Sin nadie.
Buceo, sintiendo que me arrastra la corriente.
Buceo sin entender cómo lo estoy haciendo.
Y se pegan a mi cuerpo, formas densas bajo el agua, que no quiero ver, pero puedo sentir que succionan intensamente mi piel.
Si las veo, probablemente me hunda.
Y no por el miedo de su forma.
Sino por el miedo a no saber cómo hacer para que se despeguen.
Al miedo a que me absorban hasta el alma, y de mí sólo quede agua.
No puedo ver esas formas que se fijan a mi piel, no puedo permitirme ver algo que me hundiría sin retorno.
Porque incluso en eso soy sabia y consciente, de que es algo contra lo que no puedo navegar.
Puedo nadar en las densidades, puedo aprender a flotar en el mar de adversidades. Puedo hacerlo.
Pero no puedo permitirme detenerme cuando algo tan absorbente, tan intenso requiere mi ayuda.
Porque me consume.
Porque eso, esa cosa sin nombre, sin forma que no puedo ver, sabe que tiene todo de mi.
Que podría abandonarme en medio de la tormenta más cruel y del desierto más árido, con tal de no dejarle sola.
Que podría dejarme morir junto a ella, por pena.
Por sentir tan intensamente su miedo a la soledad.
Porque si no aprendo yo a estar sola. Si no arranco esa medusa que hace arder mi piel, que quema y deja cicatriz.
Entonces no puedo seguir adelante.
Así que, no la puedo ver.
Quizá mis ojos están muy sensibles.
Quizá no es solo la belleza, lo sano lo que atrae.
Sino lo repulsivo, lo grotesco y abandonado lo que me hace querer ir por su rescate y hacerlo bello y sano.
Y eso es con lo que no puedo luchar.
No soy igual.
No me puedo amalgamar.
No me puedo mimetizar con su dolor.
No puedo hacer mío su sufrimiento.
Solo puedo arrancarlo dolorosamente.
Y seguir nadando hasta llegar a una orilla, y luego, animarme a nadar hasta otra...
No puedo cuidar lo que no ha sido cuidado.
Lo que no ha sido amado.
No puedo estar para lo no reconocido.
Pero puedo acompañar algunas veces en su recorrido.
Y luego separarnos a mitad del camino...
Puedo subir a la orilla y caminar en tierra firme.
Aún si eso significa, llorar al mirar atrás.
Mirar a todas esas formas densas que no aprendieron a nadar.
Quizá en tierra firme, sola, pueda construir una red y pescarlas.
Quizá si las saco algunas mueran. Pero al menos lo habrán intentado.
Quizá otras se adapten.
Y, probablemente, muchas, nunca quieran salir del agua.
Pero para eso.
Primero, del agua, tengo que salir yo.
🌊
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