Estaba mirando el cielo, como suelo hacer por las noches. Me siento en la cómoda que está contra la ventana y me quedo pensando, quizá meditando.

Hay algo en el clima, la humedad, que se siente cálido pese a que ya estamos más cerca del invierno que del inicio del otoño. Hay un instante, en el que mirando al cielo, a los árboles de alrededor de mi casa, y como se mezclan las luces de los postes entres las hojas y las ramas, me hace sentir como si fuese el recuerdo de algo muy lejano. De otra vida, de otra parte en el mundo donde podría estar viviendo una vida alternativa. Como el recuerdo perdido, la sensación de un pasado que nunca fue.

Y pasa en ese instante, que me pongo a pensar en mis pasiones, en mis mayores deseos, en mis grandes anhelos. Amo escribir. Simplemente ese es el pensamiento que me abruma, y es lo que deseo mientras sigo mirando el cielo, y volando muy lejos. Contemplaba una estrella muy nítida y con un destello rosáceo, una particular que siempre me llama la atención.

Y miré después un poco más lejos, una azul, recordando que es el color de un arcángel del que estuve leyendo, el arcángel San Miguel, y seguí pensando mientras tanto, en el espacio, en el universo, en mis historias, en la que escribo últimamente, llamada Almien. En cómo probablemente el resto del universo esté lleno de maravillas, y seres observándonos desde lejos.

Y apenas segundos después de toda esa bruma de pensamientos, de mis ganas de hacer algo más con mis historias, en ese deseo previo donde quiero vivir escribiendo...

Pasó una estrella fugaz.

Y claro, como la sensible que soy, dejé caer unas lágrimas y después sonreí.

Si eso no es magia, entonces no sé qué lo sea.

¿Me adelanté a la estrella? No lo sé.

El cielo está lleno de misterios, pero también de respuestas.

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