El partir de las hojas

Una vez una fuerte brisa fresca del regocijante aroma otoñal llegó a aquella triste luz, que se desmoronaba, pero no cesaba, que se partía pero no desistía, tan terca como una rosalía, sin escrupular palabras medidas bajo los jadeantes susurros.

Aquellas juguetonas lágrimas descendían mezclándose con el ocaso atardecer, que a su vez el vocífero viento rugía sacudiendo mi melena rojiza, sinónimo de la tan ansiada llegada del otoño, la temporada en la que mi meláncolia volaba por los cielos al recordarte danzar alegremente como aquellas finas hojas que decoraban tu sonrisa, tan ajenas a los conflictos.

Y tu imagen no daba descanso en mi mente, amabámos reflejarnos en los estanques aflorados, decías que aminorabas el tiempo, distinto al fresco viento testigo de unas vagas promesas bajo la mirada otoñal, aquellas breves palabras vacías que musitaron debajo de tu pecho, que a los ojos de tu ida continúan ocasionando estímulos leves sobre tu memoria.

Y gracias a esto, yo me sintiendo inconclusa y revuelta, sin embargo, de ello sigo refugiándome bajo la esencia serena otorgantes de entusiasmos y penas, risas y llantos, amor y antipatía. Que, a pesar de eso me sigo sintiendo pura, pura como una humilde hoja de otoño.

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