Un minuto: La historia de aquel con ojos negros
En una noche oscura y fría
donde el silencio helaba el alma
la luna, testigo de mi agonía
miraba impávida desde su calma.
"¡Heme aquí!" dije en torvo sendero
donde el destino forjó mi paso
un hombre marcado por su acero
cuya venganza tornose ocaso.
Os contaré de aquel que antaño
bajo el amparo de un pueblo pobre
vivía sin odio, sin desengaño
mas el dolor su destino cobre.
Llegó la guerra cual sombra fiera
desgarró vidas, quemó los campos.
Y él, cual espectro sin primavera
vagó en tinieblas, cargó quebrantos.
"¿Qué soy ahora?" gritó al abismo
"¿Un eco mudo de tanto daño?
¿O un ángel negro, sin heroísmo
que al odio llama su fiel amaño?"
La muerte vino con fría brisa
llevó su sangre, borró su calma.
Y así, el muchacho, bajo ceniza
cubrió su infancia, perdió su alma.
Mas Carlos IV, en su trono hueco
reinaba altivo, como un despojo
en ojos negros viose el reflejo
del pueblo roto, del rojo enojo.
Así el joven, en su tormento
juró vengarse con gran destreza
y oculto anduvo, en cada momento
tejiendo sombras con sutileza.
Las noches largas, las horas breves
se hicieron cómplices de su espina
y mientras el tiempo tejía sus redes
su odio crecía cual mar sin orilla.
"¡Por fin!" gritó en la noche callada
cuando la espada al rey enfrentaba.
El tirano, pálido, sin mirada
frente al guerrero sus manos alzaba.
"¿Quién eres tú?", murmuró el rey
"¿Qué sombra negra en mi sala mora?"
"Soy del silencio el eco, su ley
y la venganza que hoy te devora."
Con un susurro, el acero hirió
y el rey cayó cual torre vencida.
Mas en sus ojos algo brilló
no era temor, mas muerte temida.
"Mi hora es breve", musitó el joven
"Mi sangre grita su negra historia.
Lo que he ganado jamás me eleven
pues he perdido mi propia gloria."
El viento helado cerró la escena
la luna lloró desde su altura
y entre los muros, la fría pena
clamó en silencio su desventura.
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