Hambre
Ojos sin gloria han de hallar,
—¡Comed, que acaso no habrá más!—
gritó al esqueleto al que llamé papá
y el hambre, fiera sin final
rasgó mi pecho, cruel y voraz
sin importar mi malestar.
Un burgués pequeño pasó sin mirar
seguro en su paso, altivo al andar.
Mas no vio la sombra que habría de cruzar
ni el pozo oscuro que allí iba a morar.
—¡Muchacho pobre de harapos y polvo,
ven, lame mis botas, quizá comerás!—
clamó aquel hombre con gris en los ojos
y mi estómago rugió; mi orgullo callará.
Bajo la cama una hoja encontré
fina y aguda como mi dolor.
Un arma pequeña, mas mi fe
hizo grande su filo y su furor.
La sombra, mi aliada, se alzó sin temor
me ocultó del mundo y de su rencor.
Espera, le dije, mi hora vendrá
y la sangre de aquel será mi manjar.
Vi en la distancia su figura altiva
su mueca burlona, su porte arrogante.
—Mi hora se acerca— murmuré altivo
y el día dudó en tornarse distante.
Mis ojos oscuros, mis pasos callados
mi hambre rugiendo, mi cuerpo agitado.
El filo brillaba con hambre en su luz
y un juramento forjé en su cruz
—Hoy, pequeño hombre seré, sin rehúso—.
—¡Miren quién osa ahora pasar!—
dijo el burgués con altivo cantar.
—Ven, niño de polvo, lame mis botas—
rió con desprecio, sus palabras rotas.
Pero las sombras tornaron sangrientas,
rojas, ardientes, de ansias sedientas.
Corrí hacia él con la rabia en la mano
el filo temblaba, un impulso profano.
Su risa cesó, su pecho se abrió
y la sangre al suelo, sin pausa, fluyó.
—Hoy, pequeño hombre, soy yo, sin dudar—
grité al cadáver, su vida olvidada.
—¿Sabes mi nombre?— le dije, burlando.
Mas ni mirada ni aliento quedaba.
—Soy el hambre, la sombra, el pesar.
Soy el filo que corta la calma.
Soy aquel que nunca tendrá paz
mas que en la venganza que sacia su alma.
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