Pandemia: proximamente en todas las salas

Todo comienza en un lejano oriente rojo.
Música de lira, guitarra suave cual caricia.
Así fue el amanecer de un nuevo día, y
la bandera (que) flamea bien ante la cámara,
en el momento del error.

Estamos en un mega laboratorio, a todo
culo. Rodeado de la humildad que da un
techo bajo y la falta de patio. Más el rencor
y la tentación de inventar que produce filmar
una cultura ajena. Esa miopía.
Los actores (hombres de ciencia) son
coreanos, o vietnamitas, fingiendo ser chinos
como pronto haremos todos en el mundo.

Un botón mal apretado o el descuido más humano
dio origen al virus que fugó y se expandió
como la idea de la igualdad.
A todo el globo y sus rincones.
Por camiones y en aviones.
Viajó en primera clase.
Los científicos hablan,
ignorando lo qué pasa.
>>El proyecto avanza bien.
>>Pronto estará terminado.
Se corta la imagen y de fondo se escucha
solo un estornudo.

Los sistemas con sus satélites y
sus espías detectan a tiempo
la gran crisis y el presidente, un
tipo gruñón de rasgos duros, ordena
que nadie sepa nada por el momento. 
Primer plano de su cara.
Sudor.
Miedo.
El rey desnudo ante la pantalla
para que todos lo vean bien.

El doctor Francis Gold -joven, musculoso, valiente y sensible-
es enviado a investigar. Con él vuelan en ese helicóptero
el Mayor John Redford -gatillo fácil pero de buen corazón-
y un científico llamado Clyde Christoff -pulcro el rostro
ágil para la lengua, un maestro de palabras-.
Un puñado de extras los acompañan.
Podes ser vos, puedo ser yo.

Mientras tanto en el mundo
desde París a California y de
Buenos aires a Medejin el virus
como el caos se expande sin control
y la gente va muriendo en silenciosos
osarios cortados por toses varias y
algún quejido como el orgasmo
final de un polvo medio pelo.

"Va a estar todo bien" dice uno
Y aparece un primer plano del
doctor agarrándose la cabeza.
¿Que está pasando? Se pregunta
a voz de grito un extra sin nombre,
tose, y muere en ese anonimato.
Puedo ser yo, podes ser vos.

Mientras tanto nuestros héroes
se toparon con la doctora Elizabeth Jeremy
de gran renombre y buenas tetas.
Llegó desde Europa a investigar.
Es una mujer empoderada, sin dudas o
miedos, que busca respuestas en medio
del tormentoso panorama.
Ella siempre trabaja sola.
<<Solos no saldremos de esta>> dice Francis Gold.
Se miran fijo.
Este sonríe.
Al principio se caen mal.

Sus investigaciones los llevan al
resultado esperado. Fue un virus
mutado y por accidente liberado.
Y lo que es aún peor, si no logran
contenerlo, no quedará nadie para
contar ese cuento. Los efectos ya
se pueden ver. El reloj corre en su
contra. Y lo que es peor, el presidente
Chino tampoco quiere que nada se sepa.
Primer plano de su rostro.
Arrugas.
Fealdad.
La orden es tirar a matar.

Con la información bajo el brazo
huyen los protagonistas.
Deben volver a su patria
pero entonces, un giro.
Clyde Christoff, el simpático,
era un agente dormido de los rusos.
¡Quiere vender el virus en el mercado!
¡Quiere forrarse de plata y nada más!
Es el traidor Clyde, sos un traidor, Clyde
grita el Mayor Redford capturados ya.

<<Ejecútenlos>> dicen los chinos malos,
Christoff ya se dio a la fuga. Los deja atrás.
<<Pero señor, debemos enfrentar el virus>>
dice un colega que hasta entonces era un
extra más. Gold no deja pasar la oportunidad.
Ensaya esposa un discurso emotivo. Un primer
plano del rostro con banda sonora, la futura forma
de decir verdad. -La única que nos va quedando-
Lanzado en su mismo idioma, pide a los chinos que
lo dejen ir libres hasta la selva amazonas.
Allí encontrarán la cura y salvación para las personas.

Finalmente se ablandan en su corazón
y actuando honestamente liberan
de la prisión, a los únicos capaces
de evitar esta peste. A los americanos,
los que no se rinden, cueste lo que cueste.
Se van de nuevo en su helicóptero
con música tensa de fondo. Ya aparece en los
noticieros la información de ese virus que
amenaza al mundo entero. 

Caos en las calles. Revueltas.
Los policías disparan a diestra y a siniestra.
Extras por todas partes.
Rompen kioscos, queman autos.
Tiran piedras a una iglesia, sale
el cura a pedir paz. Les habla de la palabra
de dios en momentos de crisis y como la
música a las serpientes doma a la bestia humana,
que cabeza gacha se acerca a la iglesia y
cae de rodillas alzando ya no los puños al cielo
buscando esa revuelta ardiente sino al cielo
de su mente, pidiendo paz y clemencia.

Gold y el mayor llegaron a destino.
No olvidemos a Jeremy, la doctora
que trabó amistad con Gold.
A una aldea alejada los llevan sus hallazgos
y en una gran escena logran encontrar
la esperanza de la selva virgen.
Y Christoff estaba allí, porque la cura
quería conseguir. Balas vuelan, disparos vuelan.
¡El mayor herido en su brazo está!
Pero Gold cansado de tanta locura
le mete dos piñas y lo deja K.O
Elizabeth Jeremy le brinda su apoyo y
con la cura una vacuna podrán hacer.

Salen corriendo de la selva, llevan el
socorro, de aire nuevo para el mundo que
agoniza ya. Son los héroes de siempre,
los de las mentes, los que todo resuelven,
y van sin más intereses que los propios y
sus valores son la marca de un mundo sin
identidad.

Y así llegamos a la escena de cierre.
Caen vacunas desde aviones.
No las cobrarán.
El mayor herido se recupera y fuma
su gran puro para festejar.
Gold, sonríe al atardecer, y en sus dientes
se refleja la verdad.
La doctora Jeremy, eterna solitaria,
se le acerca despacio, queriendo hablar.
Él la besa.
Ella se deja.
<<Parece que un gran mañana nos espera>>
Dice con voz de fondo, y cae el telón.

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