Había crecido en un bosque
llamado "familia" donde otros
como él estiraban ramas de
un verde puro o de un marrón
ya cansado y lo recibieron con
abrazos de contención y afecto.

Hermano árbol era compañero,
primos brotes nuevos de continuidad.
Abuelo roble y abuela pino, con historias
en sus cortezas de cien años o más.
En la tierra húmeda y próspera mamá
y papá movían sus hojas de caricias y juegos.

Pero entonces llegó la tempestad
del aire soplado por lobos feroces
-y sopló y sopló y la planta arrancó-
dejando un hueco hondo y profundo
que nunca más se llenaría. El agujero
de ser arrancado del hogar y el amor.

Lejos como un recuerdo feo se fue.
Primero arriba, luego abajo, y girando
y girando la planta se marea perdiendo
hasta el entendimiento sin nadie que le
sepa explicar a su alrededor que sin importar
que suceda las raíces protectoras siguen estando.

Confusión y miedo.
Culpa y dudas.
Preguntas sin oyente.
Hojas al viento arrancadas.
Ramas rotas, quebradas.
Dejamos a la planta sola.
Y lloró sin lágrimas.

Fue dura la caída del arriba
donde permaneció flotando,
un tiempo
Más aún fue el caer en un
desierto seco y ventoso,
frío por las noches y
ardiente por los días.

¡Triste plantita que fuiste
arrancada del seno de tu
gente y no entendiste nada!
Con miedo a los gérmenes
invisibles, al estado irreversible.
Tú que descubriste que el viento
bruto puede hacer mal.

Palabras tengo para tí,
solo palabras.
Esa plantita arrancada
y escondida en el fondo
de lo más recóndito
de lo lejano que se llama
"Es por tu bien" y "protección"
clavó raíces fuertes en esa tierra
de pisos duros y allí se sostuvo
ante el tirón de la muerte,
floreciendo siempre fuerte
dando vida con sus frutos,
y abriendo sus ramas firmes
de verdes hojas nacientes,
a la familia de siempre que
entonces se hizo presente.