Como un navegante en la
tempestad, como un viento
calmo recorriendo el
cementerio por la noche.

Como el corazón de un amigo
enamorado. Del hombre traicionado.
Del ciego que da pasos a tientas en
la nebulosa de su propio desconocimiento.

El suicida que no está convencido
y en el último momento piensa
qué tal vez... que quizá...
pero ¡ya es tarde!

La gota que nace para caer,
que vive cayendo. ¡Esta cayendo!
Y lo descubre cuando el suelo
se estrella contra ella.

De ver llover sin que pare.
De olvidar el sol.
De ver llorar sin que pare.
De olvidar.

De no saber de las medidas...
o si las medidas... de las familias,
de los abuelos. De las propias y ajenas
responsabilidades. De ser juez.

De un cielo que ve aparecer
hormigas y fundar ciudades
y amarse y matarse entre sí.
Y ser más. Y Contaminar.

La del hombre que piensa al
mirar afuera, o arriba, o abajo.
¿Por qué todo esto sí podría no
haber nada?

Y más mundanas también.
La cotidiana.
Una mancha aquí, un bultito allá.
El mareo que antes no estaba.

Las de esta época que bien
podría llevar su nombre.
Cuando todo lo conocido deja
de serlo. Y lo sólido vuela por el aire.

Vivir es el arte de patear
dudas para adelante y también
de saber hacerles frente.
¿No?