La más sensual




Quiere estar sola

o con amigos poetas.

Con su viejo amor.

Aquel amor sin vicios,

amor de música, de perfume.

Aquel amor de madrugadas intensas,

de viajes cortos,

de viejas cartas,

de bailar sin saber bailar.

Aquel amor de amor,

amor de verdad.

La mujer más sensual del mundo

quiere sonreír, quiere cantar,

pero ya no sabe cómo.

Se siente invadida, irritada,

insatisfecha, irrespetada.

Se pone huraña.

Está en un espacio y un tiempo

que no comprende.

No es desgraciada,

solo se siente extraña.

Ya no sabe cómo hay que reír

si no es sola.

Llora sin lágrimas.

Se duele callada.

Se le nota, ella sabe.

Pero no tiene ganas

de esconder nada.

Si la vieran los niños

hablaría mucho, bailaría, reiría,

diría tonterías y haría locuras

para que ellos no supieran

lo triste que está, lo oscura...

Esa mujer es ridícula,

y sí, es sensual.

Vive así, esperando algo

que ni siquiera puede intuir.

Siente que todo es su culpa,

se arrepiente... ¿de qué?

No se anima a recordar.

Y escribe, escribe, escribe,

tratando de drenar, drenar, drenar.

No, no quiere morir.

Y no importa,

porque de todos modos

nadie la ve.

Nadie lo va a notar.

Ni siquiera el que dice

que la quiere más.

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