Benito
Pequeño y suave
que se diría todo de algodón,
que no llevaba huesos,
igual que Platero.
No pesó ni quinientos gramos,
pero dejó una tonelada de recuerdos.
Masticaba en redonditos
y tomaba el agua inflando
y desinflando, inflando y desinflando
las mejillas.
Quién diría que verlo comer y beber
fueran la alegría de esos días.
Que la tristeza vendría
al verlo con los ojitos,
botoncitos brillantes,
enfermos.
Fue corta su visita
y triste su despedida.
Dejó de inflar y desinflar las mejillas,
y dejó de respirar una noche de invierno,
aunque envuelto en una frazada
dentro del abrazo de una niña.
Su vocecita pequeña
casi en silencio,
"cui, cui" de cobayito,
se apagó.
Y entre heno de alfalfa
y un paraíso de frutillas
corre ahora Benito
entre miles de cobayos
en el cielo de Platero
y de los animales que
solo conocen,
que solo saben
el amor.
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