1.-La musa que inspira mis sombras
El ambiente pesa según el aire se vicia del tabaco que me adormece y las siluetas parecieran desdibujarse en el marco de mi visión, sin llegar a borrarse, pero no puedo distinguir más que los colores apagados entre el humo y la basta noche que me consume tanto o más que el cigarrillo. No recuerdo las veces que he tragado el sabor amargo del humo, pero ya no siento siquiera que entre por mi garganta cuando aspiro, sin embargo lo hago una y otra vez, para llenar un poco mi mente de algo, aunque sea de humo.
Tu figura palidecida danza en mi memoria, grácil y elegante, ataviada dulce y sobria para decir adiós sin pedir un recuerdo. Tu boca dotada de esa curvatura fingida, tan bien fingida, que la creí para no ser capaz de detenerte cuando te dieras la vuelta y marchases rumbo al infinito, toda ella me besa sin roce alguno y me arranca alguna que otra lágrima en esa danza amatoria. Un adiós no dicho por esos labios, pronunciados por el basto silencio eterno atrapado entre ellos, como duele no haberlo oído para mejor saberlo. Temblando en el supuesto mar de soledad impresa, caída que precipita este dolor ferviente, estas tú, pero te ausentas.
Caigo en el vicio más sano que encuentro, tragando este dulce dolor con fuerza, viendo en el blanco grisáceo el prematuro encuentro que anhelo, pero a estar en esta tierra me anclas para vivir de tu yugo el arado más triste. Desgracia, decir desgracia para con tu nombre sentir calma, pues calamidades ha traído tu sueño eterno a los que permanecemos en fila para el verdugo. Amor, que en el humo me ahogas, llévate lo que tenga y lo que me falte, arrebátame el suspiro atado al tabaco y desgárrame los pulmones de tu aire divino, para que me calle, pues a un año te fuite y no vuelves. Que me explique tu ángel, la razón de que haya ido en sacrificio el adorado velo de tu imagen triste.
Pues ahora, en el manto cósmico que limita el techo y las paredes de mi cuarto, cuanto duele el humo y tú en el, pero que bien se siente estar intoxicada de ti. Una voz me busca y no respondo a ningún estímulo, al chillido agudo no presto oído, aunque veo la llama que crepita frente a mis ojos que marchitan el delirio. Miro el cigarrillo entre mis manos, ¿Hace cuanto lo he apagado que brilla tanto esta lágrima mía? Y respiro en vano, pues no es por ti por quien vivo; te has ido.
Incluso si estoy dormida ahora, por más que busquen en este cuarto, estoy prendida a tu mano y no pueden arrastrarme para salvarme del nefasto resplandor de este cálido beso, que arde en mi piel casi hasta hacerme morir. Incluso si ya estoy muerta, aún estás lejos de mi infinito, aún eres inalcanzable para mí. Por eso, por más que arda la llama sobre la madera del cabecero de mi cama, no hay lugar para el eterno descanso que anhelo. El negro de tanto tabaco consumido a tu causa, es la llama extinta que hoy veo hacer cenizas mis manos y quien grita afuera de mi cuarto es tu fantasma, pues entre estas cuatro paredes estamos solo yo, este cigarrillo y mi llanto. Y tú, tú eres la prosa de mi dolor, la misma letra en cada frase que delira nuestro eterno y dulce amor.
Y es que si cuento segundo a segundo la historia de tu sonrisa, acabaría muy pronto para llenar el vacío y demasiado tarde para no escapar del infinito. Pues en vida fuiste mi más fiel enemiga, mi más amable veneno, mi más dañina caricia, mi más helada sensación quemante. Eres la musa que inspira mis pesadillas y mis tristes sombras, la sentencia de un amor malherido, lo que se ha ido de mi corazón llevando el motor a su causa.
El humo se deshace, he dormido tu recuerdo y lo comprendo: esta es mi pesadilla constante. No estas y no estarás, pero te anhelo, bella princesa, para siempre y aún más. Quizás te vea mañana, cuando alucine entre el humo de un nuevo día y vea un cigarrillo entre mis dedos escalar, para por fin besarte, pero esta vez sin otra vez llorar. Te amo, princesa eterna, y ahora aún más que te alejas, pues lo eres todo cuando callas en tu inexorable silencio sepulcral, donde dices amor para volver para siempre a callar.
Y suspiras suavemente en medio de mis delirios, exhalando sobre mis labios un agridulce beso. Anhelo entonces tu calma, me llama el sueño que tanto me ha huido y vuelvo para dormir sobre mi lecho de dolorosas penas. Así que evoco con el vapor quemante de éstas sucias y tan gastadas palabras: buenas noches amor, te necesito soñar.
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