Hipnótico (historia en tres poemas)
I
Es tarde. Las tinieblas se esparcen por la alcoba.
Una bruma siniestra, escurridiza, deleznable,
Que me envuelve cuando el reloj canta a la medianoche.
Como un ave, emite su llamado en aguzadas notas,
Y me hundo en el sopor de un sueño inacabable.
Navego en aguas turbias por un río turbulento y estrecho,
Que a paso inexorable va dejando esparcidos sus muertos,
Como durmientes nenúfares reposan en el lecho los cadáveres,
Me observan pasar a la distancia, con aquellos perpetuos ojos ciegos,
Y sus bocas selladas musitan sus plegarias en eterno silencio.
Recorro el bosque y me abro paso entre retraídas sombras,
Mientras mis pies se pierden en recónditas sendas sinuosas,
En vergeles umbríos jamás tocados por el trinar de las alondras,
Sepulcro de almas inocentes y guarida de ángeles necrófagos,
Profanadores demonios que rellenan de carroña sus bocas.
Mi espíritu se agita en su presencia y El Impío sus alas despereza,
Abre sus fauces donde reina el espectro que la noche proyecta,
Y vuela, desde su mástil, en el punto mayor de la oscura alameda,
Clava sus garras afiladas e infectas en la carne indefensa,
Devorando el pecado, el vicio, la vileza, de mí esencia imperfecta.
¡Ay de mí! ¡De mi persona irreverente y abyecta!
Que ha de morir en el báratro de sus quimeras,
Y renacer y sucumbir en constante perpetua.
¡Tú, espectro pérfido que habitas la inconsciencia!
Consume todo mal que en mi alma subsistiera.
Límpiame del deseo que me incita a querer poseerla,
Del fuego que se gesta, en esa hora maldita, en que la tengo cerca.
Mi querer es nocivo, veneno que corroe la materia,
Si llegara a tocarla, toda se destruiría, como barca que aplasta la marea,
Como la flor, que en sus manos de lluvia, atrapa la tormenta.
¡Ay de mí! De esta lenta agonía que provoca su ausencia,
Y más aún del pesar que me causa el anhelar tenerla.
Es este sentimiento que me hace fenecer y renacer por ella,
Solo por ella me encuentro prisionero de un oscuro delirio,
De un infierno de ensueño donde estoy condenado a dejar de quererla...
II
La luna sale. Clarifica la algaba con su fulgor de perlas.
Del ala de la noche cuelga, suspendida, como una blanca péndola.
Y los demonios huyen, tocados por la pálida luz de su pureza.
Una esbelta figura, de cutis atezado, surge entre la arboleda.
¿Quién eres? le pregunto, y ella responde: "Soy Isabella"
¡Visión! ¡Mujer de fantasía! ¡Fantasma en mis quimeras!
Aun cuando no sea ella, mi corazón tirita y mi alma tiembla,
Cuando sus ojos grises se detienen en mí y distantes me observan.
Se aproxima unos pasos, moviéndose con gracia y sutileza.
Izado por la brisa, ondea su vestido y el aire de amapolas se puebla.
¡Ah! Su mirada es de hechizo, su voz un atrayente canto de sirena.
¿Cómo? ¡¿Oh amado Altísimo, cómo alejarme de ella?!
Si en mi desasosiego es ella quien me calma y me serena.
Es un ángel de luz y de bondad que en sus alas me envuelve.
Como un niño me acuna por éteres troquelados con estrellas.
"¡Te amo!" le susurro, a esa irreal doncella de niebla y passiflora,
Que me tiende su mano un efímero instante, un segundo de gozo,
Cuando el final se acerca y el sueño se fisura rompiendo el cuerno de opio.
Una sonrisa etérea, como una mariposa, aletea en su boca,
Para volar muy lejos de esta fábula onírica donde me encuentro solo.
III
Amanece. Los rayos matinales se cuelan por mis párpados cerrados.
Desgarran la dalmática que uniforma a la noche borrascosa.
Mis pupilas reaccionan y se abren a aquella claridad restauradora.
Que de mi mente aleja deseos execrables, pesares ominosos,
Como negros murciélagos retornan a su luctuosa fosa.
Me incorporo, dispuesto a proseguir con mis fieles rutinas.
No hay mejor distracción que la usanza mundana,
Tareas que se ejercen de manera continua y automática.
¡Es inútil! Aun en lo asequible de esa monotonía,
Su imagen aparece; vivaz en el recuerdo emana.
¡Me derrumbo! Rendido nuevamente a su reminiscencia,
Otra vez ruego al cielo por verla aparecer en esa puerta
Diciéndome que "todo estará bien, que no es prohibido"
"Que el amor no sentencia, no enjuicia, ni aprisiona"
"Y que son las personas aquellas que censuran poniéndole etiqueta"
Pero en el fondo sé que son falacias, excusas de una mente atormentada.
Si un querer como el mío fuera puro, no se hubiera marchado de mi vida,
Y hoy no estaría sufriendo su abandono, ni llorando en silencio su partida.
Si un querer como el mío fuera bueno, la vería por fin en carne y hueso,
Sonriendo en el umbral sin pena alguna, tratando de ocultar en su alma herida.
Entonces lo improbable: resonando en la puerta un golpeteo.
Una silueta regia que aparece grabada en el vitral como un augurio.
Imposible es errar con tal encanto: ¡Es ella! ¡Mi Isabella! ¡Estoy seguro!
Mi corazón entona un himno en mi esternón, mis manos bailan trémulas.
Y al abrir el portal, en su seráfica faz, se expían mis pecados uno a uno.
"Hermano estoy aquí" dice sonriendo, y no sé si es real...
No sé si estoy dormido o me encuentro despierto,
No sé si sigo vivo o si ya he muerto, si acaso esto es el cielo o el infierno.
Quizá la vida sea solo eso: un confuso espejismo de Morfeo,
La oscura fantasía de algún durmiente dios, Hýpnos eterno.
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