Dulce Cacería


La noche había caído,

Las sombras me llamaban.

Tus sonoros latidos,

Guiaban mis pisadas.

Un segundo tan solo,

Cruzamos las miradas,

Y el poder de mi hechizo,

Te dejó cautivada.

Me acerqué lento y firme,

Te atraje hacia mi cuerpo,

Y el frío de mis brazos,

Robó todo tu aliento.

Entreabriste los labios,

Tentando al leviatán.

Las mieles de tu boca,

Yo deseé saborear.

Un breve aperitivo,

Antes de continuar,

Con esa linfa cálida,

De plato principal.

De tu boca de seda,

A tu arteria carótida.

En cuestión de segundos,

Tu sangre fluyó eufórica.

Un intento de lucha,

Un gemido de angustia,

Que se perdió en el viento,

Y engulló la penumbra.

El líquido escarlata,

Se derramó en tu cuello,

Mientras tus manos yertas,

Soltaban mis cabellos.

La parca estaba próxima,

Veía su cayado,

Reflejado en tus orbes,

De tinte amortiguado.

Pero entonces la culpa,

Me mostró mi pecado,

"¿Podría yo detenerme,

Si estaba condenado?"

Mi alma en el calvario,

Ardía sin compasión.

Pero tal vez la tuya,

Pudiera hallar el perdón.

Me aparté sin mirarte,

Corriendo con fervor.

¡Tu corazón es fuerte!

¡Resistirá mi icor!

Eso me repetía,

Sin mirar hacia atrás.

Si vives no me busques,

Vete de la ciudad.

Con una vez alcanza,

Te otorgué libertad.

Pero recuerda siempre:

Los hijos de las sombras, no mostramos piedad.

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