Lo encontré en las sombras, escondido entre ramajes.
La lluvia arreciaba.
La indefensa criatura,
a mí se aferraba.

El crudo invierno
lo dejó en los huesos.
Lo abracé y cubrí de besos...
«Te amaré por siempre»,
él me prometía.
«¡Dame de tu alimento,
salva tú mi vida!,
¡y seré tu compañero,
al final de tus días».

Hermosa como era,
la indomable criatura,
me permití creerle,
así me convenía

Fue en el invierno,
cruda estación,
cuando el sol no calienta
y el dolor se anida dentro...
Cuando echa raíces,
y se extiende el dolor.

¿Cómo no confiar en él
y en su bella alegoría?
¿Cómo permitir que se fuera?
Sin él no viviría.

Los días pasaron,
y procuré el alimento,
de aquel hogar
me convertí en sustento.
Desgarraba mis hombros,
por llevarle lo mejor.
Me miraba agradecido,
y en sus ojos había amor.

Mas llegó el tiempo,
en donde el pan escaseó
No habia alimento en la mesa
y para encender la leña,
no tenía ya más fuerzas.

Soñando con él,
desperté un día...
Y miré su cama
que ya estaba vacía.

Grande fue mi desdicha
Cuando me dejó aquel día.
Me abandonó y corrió
a la casa vecina.

Allí se echó junto al fuego
comió otro pan, y bebió otra bebida.
Le juró amor enterno,
al nuevo amo que lo consentía.
Mientras yo lloraba,
por días y días.