Mientras con premura
la noche ya fenece,
la llama desvanece
perdiendo su color.

En esta noche fría
las velas languidecen;
mientras el viento arrulla
con lúgubre canción,
su lenta agonía
en manos del dolor.

Solo esa compañía
y velas encendidas,
que aún prodigan luz
mas ya no dan calor.

Su hálito es débil,
como brisa matinal,
mañana serán ráfagas
de una tempestad.

Cuando aquellas luces
ya no vuelva a mirar,
sé que en otra parte
ellas han de alumbrar.

No me rebelaré
a la austera oscuridad
cuando ella llegue a mí.
Al contrario, encenderé
otra luz en mi existir.

Cuando llegue ese día,
la llama débil y sombría
se tornará radiante y pura...

En la noche sentiré su presencia,
y de la llama su ardor.
En el aire respirare su escencia
y comprenderé que todo ha sido
voluntad de nuestro Dios.

En su infinita sabiduría,
en su infinito fuego de amor.
Ya no habrá más melancolía,
ni tampoco habrá dolor.
No existe noche eterna
a la que no le esté prometida,
la luz brillante de un nuevo día.