Poción de amor para un idiota
Revisó los componentes por enésima vez asegurándose de que estaba todo en la proporción correcta. Solo tenía una oportunidad y no podía equivocarse, no con lo que había en juego.
Una pócima de amor.
Si en pleno siglo XXI alguien hablase de magia y de pociones, todos se reirían, sobre todo él, un estudiante de química de segundo curso. Sabía demasiado bien lo que era la magia, lo que implicaba, como para creer que alguien que encontró una página en internet podría hacerlo y es que él era hijo de una bruja, nieto de otra. Las mujeres de su familia llevaban generaciones haciendo brebajes para la gente, sobre todo de amor, así que en su caso solo podía hacer una mueca y fingir que no creía en cosas que veía desde niño. Veía, pero en las que no se le permitía participar.
En su familia a los hombres se les prohibía el acceso a esos conocimientos, era así desde hacía generaciones, tal vez por eso él eligió química, una manera de rebelarse contra las tradiciones injustas de su familia. ¿Por qué no podía aprender? Estaba seguro de que sería bueno, de que podría ayudar a la gente a curarse, a alejar el mal de ojo, a conseguir el amor de su vida. Pero nunca le habían dado la oportunidad.
Agarró su móvil de la mesa abriéndolo para buscar una foto que amplió hasta que solo quedaron dos caras en él. Luis, su ángel rubio de sonrisa perfecta, y él, alguien que necesitaba con urgencia un corte de pelo. Cogió un mechón de pelo negro. Debería ir a la peluquería, por desgracia, los componentes de pociones no eran baratos.
Si se cortase el pelo, ¿llamaría la atención de Luis? Y de inmediato supo la respuesta: no. Aquello era como una mala comedia romántica, lo admitía.
Cuando llegó a su nueva ciudad para estudiar, tuvo que salir del piso que eligió en primer lugar después de algunos problemas con los arrendadores, acabando en un apartamento compartido con otros tres chicos, uno de ellos, Carlos. Su desagrado por él fue instantáneo, ya que aquel chico solo parecía pensar en ir al gimnasio, divertirse y gastar el dinero que le daban sus padres en contraste con él, que apenas si podía hacer más que estudiar y trabajar mientras hacía malabares con sus finanzas. Sabía que aquel rechazo no era justo, ya que Carlos nunca le hizo nada ni fue maleducado, pero eso no cambiaba sus sentimientos.
Y en medio de esos días largos y grises, un ángel pareció para iluminar su vida, cayendo rendido ante aquella radiante sonrisa y personalidad magnética. El único defecto de Luis era su mal gusto por los chicos, que hizo que, por alguna broma del destino, se enamorase de Carlos. Y así comenzó su extraña relación en la que Luis le contaba lo enamorado que estaba de Carlos, mientras Carlos se acostaba con todo mayor de edad que se cruzase en su camino y él intentaba apoyar a Luis sin que sus sentimientos se filtrasen.
Había pasado mucho tiempo pensando qué hacer, cómo ayudar a Luis a superar sus sentimientos por Carlos cuando se dio cuenta de que no podía hacerlo. De igual manera que no sería justo que le pidiesen que renunciase a sus sentimientos por Luis, tampoco sería justo para este pedirle que renunciase a su amor por Carlos.
Su abuela siempre decía que amar consiste en dar, no en recibir, por eso decidió que ayudaría a Luis de la única forma que conocía: con una de las pócimas de amor de su abuela. La más potente.
El ruido del teléfono lo sobresaltó haciendo que casi lo soltase.
—¿Diga? —contestó con el corazón acelerado.
—Eres rápido —lo felicitó Luis divertido haciendo que su corazón bailase.
—Es que estaba mirando unas cosas —le explicó—. ¿Necesitabas algo?
—No, solo era para asegurarme. Sigue en pie, ¿verdad?
—Claro. Mañana a las siete en la entrada del parque.
—Entonces me voy ya a dormir. No creo poder hacerlo, pero lo intentaré. Y Roberto.
—Dime.
—Muchas gracias por esto, eres un buen amigo.
—De nada.
—Y ahora me voy a dormir. Buenas noches.
—Buenas noches —se despidió colgando mientras miraba la pantalla cuando se regañó.
Luis amaba a Carlos, lo hacía desde la primera vez que lo vio y él haría que estuviesen juntos. Por más que pudiese dolerle, ver feliz a la persona más importante para él lo compensaría todo.
Regresó a los ingredientes, que comprobó una vez más antes de coger la botella. Aquel recipiente era uno que los que usaba Carlos cuando corría y ese era su plan. Había convencido al atleta descerebrado para que dejase que Luis y él se uniesen a su entrenamiento matutino, aquella noche cambiaría la botella que siempre llevaba para beber por una con la poción, luego, a la mañana siguiente, se reuniría con los dos antes de dar una excusa y marcharse, dejándolos solos. Y cuando Carlos bebiese, caería enamorado de la persona más cercana a él: Luis.
Había preparado ese plan minuciosamente durante semanas para que nada saliese mal. Correrían por un circuito no muy transitado y ya le había dicho a Luis dónde deberían parar a descansar. Unos trocos alejados del camino. Desde luego, no le había explicado a Luis su plan, ya que estaba seguro de que no lo creería y no quería que pensase que estaba loco. Lo había presentado como una oportunidad de que ambos estuviesen solos y Luis se mostró entusiasmado con la idea.
Comprobó de nuevo los ingredientes antes de mirar el reloj. Una hora para la media noche.
El ruido de alguien tocado a la puerta lo sacó de sus pensamientos.
—¿Quién? —preguntó abriendo la puerta un poco cuando se detuvo al verlo—. ¿Sí? —preguntó mientras se preguntaba qué veía Luis en él. Era cierto que físicamente no estaba mal, lo admitía, pero ¿acaso las personas no eran más que su físico? ¿Y una cartera abultada? ¿Y...? Mejor lo dejaba.
—Vamos a ir a tomar algo, ¿quieres venir? —lo invitó.
—Estoy ocupado con un proyecto —rechazó tan amable como pudo. No podía arriesgar el plan tan cerca con una pelea estúpida.
—Siempre estás ocupado. Entonces nos vamos —le dijo alejándose—. Por cierto, hemos pedido pizza y la que sobró está en el frigorífico, por si quieres —le explicó deteniéndose.
—Carlos, vámonos —escuchó que lo llamaban desde la puerta.
—Gracias, pero creo que ya deberías irte, te están esperando —lo azuzó.
—Bien. Nos vemos mañana para correr —se despidió con una gran sonrisa y él asintió cerrando la puerta. De verdad que no entendía lo que podía ver Luis en alguien así.
Una hora y un par de rodajas de pizza después, estaba en su habitación listo para comenzar.
Una parte de él no quería aceptar la caridad de Carlos, pero después de todo el día sin comer por sus problemas monetarios, ganó el hambre.
Miró el reloj y, apenas la aguja llegó a las doce, comenzó a mezclar los ingredientes por orden mientras recitaba las palabras sin sentido que había memorizado concentrado hasta que, al acabar, un humo plateado se elevó del líquido antes de caer al vaso.
Por un momento miró la poción preguntándose si era real, si funcionaría. ¿Debería probarla? Mejor no, no quería enamorarse de alguien al azar en caso de que funcionase. Sabía que no había nada peligroso en ella, así que mejor la probaba con Carlos. Lo peor que podía pasar era que le doliese el estómago y, en ese caso, él lo atendería.
Mezcló la poción con la bebida energética antes de oler, pero no notó nada extraño. Ahora a dejar la bebida con las demás.
Entre abrió la puerta y prestó atención, pero no escuchó nada. Aún no habían vuelto.
Salió a hurtadillas de la habitación deslizándose como una sombra hasta la cocina, donde se dirigió al estante inferior cuya puerta tenía una desgastada pegatina con la palabra "Carlos" en ella. La abrió maldiciendo los chirridos a la una de la mañana cuando, de repente, la luz se encendió cegándolo mientras se levantaba sin pensar.
—Gracias —le dijo Carlos mientras él recuperaba la visión solo para verlo delante de él bebiendo algo, algo que se concreto en la bebida que él tenía hasta momentos antes en la mano—. No debí beber ese último chupito —se lamentó antes de volver a beber hasta que se detuvo satisfecho.
—Te lo has bebido —murmuró.
—Sí, es mía, ¿recuerdas? —le preguntó señalando el mueble lleno de bebidas del mismo tipo.
—¿Te encuentras bien?
—Claro, ¿por qué? ¿No me digas que le has echado algo?
—No, desde luego que no —negó tensó—. ¿Quién haría algo así? Solo vine a pedirte una... pero me alegro de que te encuentres mejor.
—Sí... Bueno, me voy a dormir —se despidió estirándose mientras salía y él lo miró.
¿Nada? ¿No debería haberse enamorado de la primera persona que veía, es decir, él? ¿Necesitaba más tiempo para actuar? Peor aún, ¿había fallado? ¿Se había equivocado? ¿Era posible que, en realidad, solo las mujeres de su familia pudiesen hacer esas pociones? ¿O, en realidad, nunca habían funcionado y toda su vida era una mentira? Regresó a su dormitorio intentando darle sentido a lo que acababa de pasar, de pensar en su siguiente paso cuando sonó el teléfono, así que contestó sin pensar.
—Has usado magia —dijo una voz al otro lado.
—¿Abuela? —la llamó asustado. Aquel tono de voz no presagiaba nada bueno.
—Y yo te impongo tu castigo. Todas las noches, esta maldición caerá sobre ti hasta que te arrepientas de lo que has hecho. Con los espíritus, no se juega —le advirtió.
—¿Qué casti...? —intentó decir, pero no pudo ya que, de repente, se había convertido en un gato.
¿Qué os ha parecido este pequeño one-shot? A mí me ha divertido mucho escribirlo 💖
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