A veces creo que eres algo así como un dios. El dios de las palabras. Tal vez seas un dios imperfecto; elegiste una mala musa de inspiración.

¿Existen los dioses imperfectos?

¿Acaso es posible que existan los perfectos?

No lo sé.

Sé que no eres perfecto pues te equivocaste en tu decisión. A pesar de que me hace a mí la persona más feliz del mundo, tal vez no sea la mejor opción que hayas podido elegir.

Aun así, después de todos mis esfuerzos por intentar convencerte de tu error, sigues escribiéndome con rimas y versos. Cada palabra escrita o pronunciada suena como música de tus labios o tus manos.

Incluso tus labios y tus manos hacen poesía cuando no riman, cuando sólo hablan contacto, suave y lento, en círculos ardientes sobre mi piel.

Tú tan poeta y yo tan poco musa. ¿No ves el disparate? Y tus manos y tus labios sobre mi piel insistiendo en hacerme poesía, en convertirme en palabras de tu boca. Tú tan poeta y yo tan poco poema.

Y nuestros cuerpos, el uno contra el otro, haciendo un suave contrapunto con nuestros besos. Y mis cuerdas vocales, los acordes, y tus jadeos y tus gritos y tú. Tan tú y sólo tú. Tú que gritas de placer y rompes con la canción, haciendo que lluevan palabras y notas sobre mi piel.

Se acerca el final de la madrugada. Bajan las temperaturas en la calle y en la cama, pero no en nuestros labios. Tus labios, sobre los míos rojos y secos, insistiendo en convertirme en el poema que no soy. Arrancas palabras de mi ser y lágrimas sinceras de amor.

Tu cuerpo, ardiente, y el mío, un poco más frío, temblando entre tus rimas.

Conviérteme en palabras, mi poeta.

Conviértenos en música, con tus besos y caricias.

Convierte esta simple noche en una eterna madrugada.

Y que no despierten los pájaros. Que no despierte el sol.

Seamos tú y yo los que volamos de madrugada. Seamos nosotros los que despertemos el mundo con nuestra música.

Y seamos esa poesía silente que nadie oye y todos disfrutan.

Con amor desde alguna estrella cercana,

Daphne.