3. El prototipo del galán de libro

Los mejores personajes masculinos, héroes que llegan a ser amados por las masas, son creados por mujeres quienes saben qué poner y así resaltar aquello que el sexo femenino encuentra atractivo, aspectos sutiles y maravillosos que muestran sensibilidad, sensualidad y pasión.

Yo era experta en crear personajes así, del tipo que te hacía leer una escena y preguntarte «¿es posible tanta perfección?» aunque en realidad no fueran perfectos sino que se hacía obvio en ellos, a través de las descripciones, que tenían cualidades que las mujeres gustamos, por ejemplo: la capacidad de expresar un te amo o un lo lamento.

Y quizá era tan buena en lo hacía porque me gustaba observar y aprender, ver a mi al rededor y las personas, aunque a veces me volvieran medio loca... y el hecho de crear personajes masculinos tan entrañables me llevaba a crear co-protagonistas a la par de semejante espécimen ¿eso era un problema? Si, eso era un problema. Porque entonces yo creaba personajes como John Roberts inspirado en mi amor de adolescencia, mi crush, mi amigo de infancia y vecino al que ligaba con bonitos y también vergonzosos momentos de mi juventud... y él estaba comprometido con mi hermana. Quien no era para nada como la protagonista admirable del libro.

Kleinfeld era uno de esos lugares a donde una chica quiere ir, porque la ilusión de una boda y el vestido de novia era un algo que en el fondo, a veces muy en el fondo, todas deseábamos.

Nos dieron una sala, y me senté tan tranquila a beber de mi copita de champagne –porque Fanny Morgan no se iba por pequeñeces y teníamos trato VIP, estaba segura de que su elección de vestido seria uno de esos televisados– y esperé a que ella volviera a mostrarnos uno de los diez vestidos que había elegido y en los que le había limitado a asentir y sonreír y concordar en todo lo que decía mamá.

No es que no amara a mi hermana, lo hacía pero éramos agua y aceite, en personalidad, en gustos y hasta en habilidades que toda nuestra vida había sido un largo competir para ver quién lo hacha mejor.

Mamá se sentó a mi lado y palmeó mi mano.

—¿Le has hablado a tu padre?

—La última vez me dijo que solo le llamara si tenía un trabajo decente —repliqué con desdén—. Aún no tengo uno.

—A tú madre no la engañas, Travis me dijo que publicas una columna en el times además de tus deberes de escritora —dijo ella y me sonrió con amor—. Me ha mandado los recortes juntos cada mes, así los pego en mi libro de ti.

Mamá era aficionada a hacer álbumes, tenia de Fanny y míos con fotos y notas de nuestros logros, aunque el mío y lo que había logrado no era tan aplaudido en mi hogar como la graduación con honores que había conseguido Fanny de Yale, y su incorporación en uno de los mejores bufetes más reconocidos de Massachusetts.

—No deja de ser un mal trabajo —refunfuñé y ella me dio una palmadita en la mano que sostenía—. Cuéntame, está volviéndote loca con la boda.

Mamá se rio y puso los ojos en blanco.

—Está niña ha planeado todo como si tuviera una lista en la que tachar —replicó con una sonrisa—. No se cómo cree a alguien tan organizado.

—Seguro lo sacó de papá —me quejé—. ¿De qué color iré yo?

—Verde olivo —mamá hizo una mueca cuando vio mi expresión—. Te verás linda, por fortuna el diseño es a libre lección —ella se acercó a mi oído y señaló a las amigas de Fanny, una antigua vecina y otra chica que según me había comentado trabajaba con ella en el bufete—. Tú tienes curvas linda, lúcelas.

Me reí y esperé con mamá mientras los asesores iban preguntándonos qué éramos de Fanny y que opinábamos de ese día, me sentí en un programa de televisión y afortunadamente estaba algo acostumbrada a responder con sonrisas aunque me doliera la cabeza así que lo hice bien, tan bien que cuando el conocido asistente y diseñador de moda de la tienda apareció junto a mi hermana y su primer vestido me había convertido en una tontorrona visitante más.

Y me gustaban todos los vestidos, los esponjados que parecían ser un gran bombón y los de pronunciado corte sirena que dejaban sus piernas muy justas a la altura de las rodillas, y si, las dos amigas eran tontas y aplaudían todo, incluso el horroroso vestido de mangas a lo Bella Swan, pero yo —para bien o para mal— conocía a mi hermana, y antes de que compitiéramos por todo, nos habíamos contado sueños como dos niñas adorables que compartían habitación y se dormían juntas porque no sabían estar la una sin la otra.

—Porqué no pruebas otra cosa —le sugerí viéndola desde el reflejo que los espejos daban—. Menos glamour y más sencilla elegancia.

—Es mi boda, quiero resaltar —replicó aunque no supe si estaba diciéndomelo a mi o a ella.

—Hay cientos de vestidos, no pierdes nada —opinó mamá, que aún por encima del sentimiento de ver a su hija con un vestido blanco, conservaba algo de razón.

Fanny terminó por ceder y luego, ahí estaba ella con ese vestido de tela parecida al satín sin mas detalles que los bonitos pliegues en forma de costura a la altura del torso, la falda en un corte sirena no tan ceñido y el escote corazón con hombros caídos.

—Es perfecto —le dije, cuando su silencio frente al espejo hizo evidente que estaba sin palabras.

—Lo sé —me sonrió a través del espejo y fue como volver a ver a mi hermanita y no a quien había sido casi mi rival por los últimos diez años—. No quería usar algo así porque sabía que lo amaría, pero es que lo amo.

—Lo sé —convine viendo cómo le acomodaban uno de los velos y se giraba lentamente—. Esta eres tu, y si te vas a casar con Ryan, es así como estoy segura amará verte.

—¿Tu crees? —preguntó deslizando las manos por la falda y los ojos brillantes por las lagrimas.

Mamá me arrastró para hacer piña y abrazar a mi hermana embutida en un vestido de novia, y es que quiero dejar claro algo, ella no sabía y nunca supo de mi y mi tonto enamoramiento por Ryan así que no es como que me hubiera traicionado saliendo con él, porque para ser sinceros, Ryan y ella eran tal para cual y yo, era un alma demasiado artística para pasar por su radar, y me alegraba por ella, porque sabía que era feliz y más le valía a Ryan hacerla inmensamente feliz o no me limitaría a matar el personaje inspirado en él, sino a perseguirlo y hacerlo pagar por las lagrimas que le causara a mi hermana, pero entonces ¿qué era lo que colapsaba mi vida entonces? el vacío, la sensación de vacío.

La inmensa y no deseada frustración, porque cuando escribes mucho romance una parte de ti quiere y desea tener un algo romántico y cuando no lo tienes, la vida te sabe fatal.

Después de hacer los arreglos pertinentes para la compra del vestido y adquirir los accesorios necesarios salimos a recorrer algunas otras tiendas para que sus damitas encontraran algún vestido ideal para la ocasión. Debo admitir que prácticamente me moví entre vestidos y zapatillas en modo automático intentando vagamente comprender la sensación de fastidio y desesperación que me causaba estar mirando un sinnúmero de detalles que no consideraba ni cuando imaginaba la boda de alguna de mis protagonistas.

No respiré en paz hasta que volvimos a casa para una comida tardía, porque si había algo de lo que pensaba no privarme los días que estuvieran en la ciudad, era de la comida de mamá.

—De acuerdo, describe tu personalidad usando solo tres adjetivos —pidió la chica rubia jugando con un mechón de su pelo e inclinándose hacía adelante.

Bastian acomodó en los labios la mejor sonrisa de su arsenal y luego se reclinó en la mesa con gesto meditabundo, coqueteando abiertamente con la incauta amiga de mi hermana.

—Distante, tenaz e interesante —dijo.

—Interesante no lo dudo —convino la chica como hipnotizada—. ¿A qué te dedicas?

—¿No era mi turno? —replicó él con una sonrisa aún más brillante que la anterior.

—Ya estuvo bueno —Mamá le dio una palmada en el hombro y le miró con reprensión—. Qué te he dicho.

—Que me quiere mucho, claro —argumentó inocente.

Le di una mirada de burla y coloqué los platos pasando de las dos tontorronas amigas de mi hermana que miraban embelesadas a Bastian.

—Es una suerte que estuvieras en la tienda —Fanny salió de mi despacho con el teléfono aún en mano—. Acabo de hablar con Ryan y vendrá la siguiente semana a probarse el traje pero está casi seguro que tus medidas son las de él.

—Un placer ayudar —respondió Bastian—. Además el pago por hacerlo es comida de tu mamá, definitivamente lo vale.

—Adulador —mascullé.

—Es increíble cómo actúa el destino —opinó la otra amiga de mi hermana—. En circunstancias normales nunca habríamos conocido a un amigo de Tory —la que hablaba había sido vecina de casa por muchos años y me miró con algo parecido a pena conforme hablaba—. Nunca fue de muchos amigos.

—Yo tampoco —dijo Bastian y tomó una  de las piezas de pan que mamá ponía sobre la mesa—. Era el chico raro de la clase, supongo que tú estudiaste con Tory.

—Soy mayor, igual que Fanny pero me tocó verla en los pasillos —la chica se llevó una mano al pecho de forma dramática—. Son muy diferentes.

—Habría sido un problema que no lo fueran —volvió a decir Bas—. Como mamá le habría costado mucho tener dos hijas iguales, por no decir que la habría vuelto loca.

—Chico listo —mamá le dio una palmada en la cabeza.

—Espero que hayas hecho espacio en tu agenda para mi boda Bastian —intervino Fanny tomando asiento mientras dejaba la ensalada de papa sobre la mesa—. ¿O tengo que agendarlo?

—No sabía que estaba invitado —dijo encogiendo los hombros con un tono de sorpresa demasiado fingido.

—Bueno, ahora lo estás —Fanny se rio como si la burla no importara.

—Oh, ves lo que te digo —repitió la amiga de Fanny—. Destino.

—En realidad son buenos modales —mamá acercó el guiso y nos miró con desaprobación—. Si después de que este niño nos ayudara a comprar el traje de Ryan, Fanny no lo hubiese invitado, alguien iba a estar muy enojada.

Nos reímos y tomamos cada quien un sitio en la mesa. Como mamá había dicho, Bastian había estado en el sitio correcto en el momento indicado, y cuando Fanny me había visto saludarlo en una de las tantas tiendas a las que habíamos ido, le había pedido sin más que se midiera un traje porque compartía constitución con Ryan. Bastian que era por lo general alguien educado, había cedido a la mirada de por favor que mamá le había dedicado y solo yo había tenido que escuchar que ese favor me iba a salir caro. Aunque el favor no fuera ni para mi.

—¿Y cómo va todo para ti, Bastian? Algo vi en la tele —mamá le dio una mirada de aprecio.

—Estoy a nada de jubilarle y poder vivir con mi gato nada más —respondió tomando del pollo en estofado—. Aunque, no creo que a mi gato le agrade la idea de que nos expulse del mundo a ambos.

—Esa vida de artista ermitaño ¿no es agotadora? —preguntó Fanny con genuino interés—. Crecí con Tory, pero no es lo mismo, dame tu opinión neutral.

—Es que es cuestión de personalidad —señaló él, para mi sorpresa—. Yo prefiero vivir en una isla en medio de la nada, pero Tory es fanática de las tiendas de helado y los cines ¿te la imaginas viviendo en modo ermitaño?

—No, definitivamente ella necesita una Target —Fanny me dio una sonrisa.

La comida fue pasando entre comentarios divertidos de Bastian, quien tenía hilarantes anécdotas sobre sí mismo viviendo en la gran ciudad y aprendiendo a usar el metro, y prudentes mediaciones de mamá que detenía los coqueteos desmesurados de las amigas de mi hermana a la vez que nos detenía a nosotras de enzarzarnos en una pelea como cuando éramos adolescentes peleando por quién se gastaba toda agua caliente.

Por la noche, las acompañamos al hotel que Fanny había rentado para su visita, porque, según ella, mi departamento era muy pequeño para todas y sabiendo lo quisquillosa que era y lo mucho que amaba mi privacidad, no nos obligaría a hacernos un espacio. Le agradecía ese detalle.

—Es increíblemente mandona —me dijo Bastian cuando caminábamos a la estación más próxima—. ¿Cómo de malo fue crecer con ella?

—Ni tanto —respondí luego de pensar en ello y entrando al anden—. Me hizo fuerte, sin ella no habría sobrevivido a ningún crítico; cuando se lo permitía, ella solía leer mis historias cuando éramos niñas, me marcaba los errores de ortografía y me decía qué tan mala era —le di una sonrisa—. Gracias por ayudarla.

—Si no lo hacía, seguramente me habría ahorcado con esas trenzas o algo —hizo un gesto y se rio—. Te cobraré el favor después.

—Oye, soy pobre, no te excedas —me quejé viendo el vagón entrar a la estación—. Vivo de mi arte, y gano poco.

—Si, cómo no —refunfuñó echándole una mirada a su reloj.

Subimos al vagón y buscamos un lugar alejado de los pocos viajeros.

—No te ves tan feliz con la boda, ¿es que el novio no te agrada? —preguntó.

—¿Ryan? —moví la cabeza—. No, él es lindo, es un tipo agradable, listo y de buen corazón en realidad, Fanny y él se complementan.

—Muchos adjetivos positivos para tu cuñado —ladeó la cabeza y me miró con sus intensos ojos azules—. Suena a que te memorizaste la respuesta, ¿porqué será?

—¿Ahora eres mi terapeuta?

—Soy escritor, me gusta la información y más la información que no me dan a la primera —sonrió y chocó su hombro con el mío—. ¿Él te gustaba?

—¿Por qué dices eso? —inquirí y gracias al Cielo no salió como un grito de pánico.

—Porque por lo que oí de tontorrona uno y tontorrona dos —señaló levantando los dedos—. Ryan es vecino suyo y él y Fanny han estado juntos desde el primer año de universidad —continuó—. Y tu mamá dijo que él siempre fue parte de su círculo, incluso Fanny admitió que era buen amigo tuyo y que le daría gusto verte la siguiente semana que venga por el traje que me probé.

—Eres un metiche —me quejé mirando el avance del tren marcado en el croquis con un foquito rojo—. Ryan y yo solo somos amigos.

—No dije que no lo sean ahora, solo pregunté si te gustaba.

—¿Y eso qué importa?

—Un montón —se inclinó en el asiento, buscando mirarme de frente—. Porque yo puedo ayudar.

—¿Y cómo? —enarqué una ceja y me reí.

Bastian soltó un resoplido y se paró tomando el tubo en medio de vagón.

—¿Realmente eres escritora? —preguntó de forma retórica—.¿No sabes que nunca salen bien las cosas cuando te gusta o gustó el que ahora es prometido de tu hermana? Estoy segura de que es un cliché popular en tu género.

—Pero esto no es un libro, es la vida real —rebatí haciendo un ademan.

—Y eso solo lo hace peor, porque aquí no hay giros inesperados donde todo sale bien al menos que tu no tomes el atajo para hacerlo salir bien —me explicó.

—Vamos, Bastian ¿es que hay algo de mi vida que salga bien? —indagué de forma burlona—. No pasa nada, lo que sentí, hace tiempo está enterrado.

—¡Ah! así que tenía razón —se regodeó y volvió a sentarse.

Esperé en silencio hasta que volvió a hablar.

—Dime que no hiciste lo imperdonable y lo mataste en un libro a modo de venganza.

—No, no, nada de eso —dije, y lo vi relajar los hombros—. Hice algo peor —admití, solo para ver cómo se llevaba las manos a la cara en un gesto de pesar—. ¿Tu no lo hiciste nunca?

—¿Escribir un final feliz que me habría gustado tener? —respondió porque claro, él no tardó en adivinar lo que había hecho—. Escribo novelas graficas de ciencia ficción y suspense, —refunfuño—: No, no lo hago. No va.

—Bah, aburrido —me burlé.

Bastian echó la cabeza hacia atrás y se quedó mirando al techo.

—¿John Roberts?—preguntó segundos más tarde y yo hice un sonido de aprobación—. No puede ser tan guapo —fue su comentario.

—Pff, ¿quieres apostar?

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