•Relájate, Romanoff.

Wanda, 21.

Corrí dentro de la habitación de Peter. Sus gritos se oían por todo el pasillo, Natasha subió las escaleras corriendo, pude distinguir su cabello pelirrojo.

—¡Peter!—Grité tratando de despertarlo. Lo sacudí y él se despertó. Estaba llorando, se aferró a mí. Jamás lo vi de esta forma.—Cariño, estoy aquí.

Natasha estaba respirando de forma agitada mientras nos veía desde la entrada.

Mi hermano tuvo una pesadilla, no lo culpo... De pequeño casi no soñaba, y cuando lo hacía terminaba orinado y disculpándose con mamá por ello.

—Tranquilo, estoy aquí. No me iré.—Susurré y pude sentir sus manos casi clavarse en mi piel. Él busca esconderse, lo noto en la forma en que no quiere salir del espacio entre mi cuello y hombro.

Natasha salió de la habitación y yo me mantuve cubriendo a mi hermano con un abrazo.

—Cariño, tranquilo.—Susurré y no pude evitar sentir culpa. Me olvidé por completo de preguntarle como va con su terapia, me olvidé de intentar actuar para apoyarlo, para ayudarlo.

Soy lo peor...

—Bebe esto, Peter.—Dijo Natasha entregándole un vaso de agua.—Te hará mejor.

Peter tomó el vaso y lo bebió por completo, se recostó en la cama y se mantuvo aferrado a mí.

—No te vayas.—Susurró.—Quédate.

—Me iré cuando estés dormido, pero vendré mañana temprano e iremos a la ciudad, ¿bien?

Él asintió pegando su rostro a mi pecho y escondiendo su rostro nuevamente.

—¿Quieres hablar de eso?

—No. Mañana.

Asentí y besé su cabello. Natasha se sentó en la cama y comenzó a acariciar la espalda de Peter en silencio.

Tomé su mano con la mía y ella pareció entender lo mal que me sentía con el hecho de no poder ayudarlo, amo a mi hermano, y no poder estar para él, me destruye.

Natasha apoyó su rostro en el costado de mi muslo y dejó un beso en aquella zona antes de levantarse. Peter la detuvo.

—Quédate. Por favor...

Natasha y yo nos observamos. Se sentó junto a ambos nuevamente y siguió acariciando la espalda del castaño. Peter cerró los ojos y besó mi mejilla antes de volver a acomodarse.

No quiero torturarme, sé que no había nada que podría haber hecho para detener lo que le ocurrió, Sersi me hizo entender que debo dejar de ser la madre de mis hermanos, porque no es un papel que me corresponda y tal vez cuidar más de mi misma para quizá pensar en hijos si era lo que quería, pero jamás he querido algo así, no me siento capacitada para cuidar de alguien, no tengo instinto de madre, no tengo nada que me asegure que seré una buena madre, y sin embargo en ocasiones... Me gustaría... Ser la madre que no tuve... Pero debo recorrer aún un largo camino, para sanarme a mí misma.

—Se durmió.—Murmuró Natasha.—Buena noche, fortachón.

Se levantó y yo también, lo arropamos. Peter se aferró a su almohada, dejé la luz de la lámpara encendida.

Salimos de su habitación y Natasha me observó en silencio.

—Ven aquí. —Extendió sus brazos para rodearme. Por primera vez no me rompí en ellos, simplemente disfruté el calor que me brindaba y me puse de puntillas para besar su mentón. Odio que sea tan alta.—¿Ahora si me gané un besito?—Preguntó y negué. Soltó un gruñido.—¿Quieres dormir conmigo?

Enarqué una ceja.

—¿Dormir?

—Dormir.

—¿Sólo eso?

—Lo juro.

—No te creo.

Volvió a quejarse, me hace sonreír que sea tan gruñona. Es la edad, seguramente.

—Te lo juro, sólo dormir. Quiero abrazarte.

Asentí lentamente y me aferré a Natasha.

—Llévame como en las películas. —Dije burlona.

Lo que esperaba era claramente una caminata romántica al estilo noche de bodas, no como un gorila tomaría a la chica rubia que ha secuestrado.

—¡Romanoff!—Me quejé y ella me pegó una nalgada.

—Ni te quejes, así te gusto.

—Eres una salvaje de mierda.

—¿En tu habitación, princesa?—Preguntó y suspiré.

—Queda cerca de Peter, podré oírlo si despierta.

Ella caminó dentro y me lanzó a la cama cual costal de harina. Se quitó la camiseta dejando ver su abdomen trabajado y su sujetador rojo. Me gusta el rojo en ella.

—Lindo encaje.

—Ya sé.—Murmuró y se recostó a mi lado. Nos cubrimos con la sábana y ella tomó mi cintura. Nos observamos a los ojos entre la oscuridad.—¿Tienes sueño?

—No mucho.

—Yo sí, estuve leyendo sobre ballenas y...—Comencé a reír.—¿De qué te ríes, tonta?

—¿Por qué leerías sobre ballenas?—Pregunté burlona.

—No hay mucho que leer en mi habitación, y Erik dijo que si volvía a verme fuera de allí, patearía mi trasero hasta Rusia.

—¿Rusia?—Sonreí.—Eso es muy lejos, cariño...

—Y estaría muy lejos de mi detka.—Murmuró ella rozando su nariz con la mía.

—No intentes besarme, te sacaré a patadas.—Advertí.

—¿Por qué?

—Quiero encontrar el momento perfecto.—Admití.—Y tener un beso de película.

—¿Bajo la lluvia?

Me encogí de hombros y besé su mejilla con suavidad. Pegué mi rostro al suyo y ella atrapó con mayor fuerza mi abdomen.

—Lloré por ti, te extrañaba. —Admitió.—Y escuché canciones tristes para estar más triste...

—Natalia...

Besé nuevamente su mejilla.

—Te amo.—Murmuré.—Lamento haberte lastimado, pero te amo... Y eres muy especial para mí.

Ella sonrió.

—Yo también te amo, detka.

—¿Qué aprendiste sobre las ballenas?

—Muchas cosas. ¿Quieres saber?

[•••]

Natasha, 26.

—¿Estás mal?

Mamá giró los ojos, y me ignoró. ¡Pfff!

—Mamá, mañana se van, y te llevaré con especialistas, ¿bien? Te harán un chequeo entero y...

—Natasha, estoy bien. Es Yelena, escucha mal, sabes las enfermedades crónicas que tengo, no es más que eso.

Como siempre, Melina miente.

—Di la verdad, mamá.

—Te estoy...—Hice puchero. Ella se acercó hasta mí y tomó mi rostro.

Dios, estoy demasiado sensible. Llorar es cosa de cada día.

—Hija, te prometo que no hay nada de malo en mi salud. Me haré los estudios que desees, pero por favor, deja de sobrepensar. Ya tienes suficiente con tu padre, y si alguien debe hacerse exámenes, es él.

—¿Está mal?

De pronto sentía culpa. De joven sentía culpa por ser lesbiana, creyendo que eso mataría a papá de alguna forma.

—No, pero su salud es bastante difícil, lo sabes. —Asentí lentamente. —Me haré los exámenes que desees, sólo no te estreses. Estamos bien, y mejor que nunca...—Volvió a cortar las verduras.—Estamos contigo, y podemos verte. Te extrañé mucho todos estos años.

—Y yo a ustedes, mamá.—Admití.—Ha sido horrible no verlos... Mis cumpleaños y las fiestas...

—No hablemos de eso. Estamos aquí, estamos contigo.—Besó mi frente y volvió a lo suyo. Cercana pero lejana, madre rusa.—¿Qué pasa contigo y esa niña Maximoff?

Sonreí.

—Adolescente enamorada, reconozco esa cara.—Murmuró.

—Oh, vamos.—Giré los ojos.

—Cuéntame de ella. ¿La quieres?

Me senté en la banca frente a mamá.

—La amo.

—Creciste tan rápido. —Dijo fingiendo emoción. —¿Y qué más? ¿Ocupaciones? ¿Trabaja?

—¿Te importa el dinero?—Fingí estar ofendida y ella comenzó a reír. —Entra a la universidad este año, se han tardado un poco. Aún no sabe que estudiar, pero seguro pronto encuentra su camino.

—¿Quiere casarse y tener hijos?—Preguntó mamá y me atraganté con el pan que había llevado a mi boca. —¿Qué? ¿Tu no quieres?

—¡No!—Dije rápidamente. —Con el trabajo y la vida que tengo lo que menos deseo es poner en peligro a una criatura.

—Tiene abuelas.

—No.—Dije rápidamente. —En primer lugar, no hablamos de la madre de Wanda. Es territorio delicado. En segundo lugar, no es mi novia. En tercer lugar, soy joven, no quiero llevar nada en mi útero.

—Sería un bebé amado.

Giré los ojos. Esa es la Melina que recordaba.

—Nunca quisiste un bebé de Pepper.

—Era buena mujer, pero muy mayor y no era la indicada.

—¿Wanda si?—Dije burlona.

—Lo es, una madre jamás se equivoca. ¿Dónde está?

—Fue con su hermano a la ciudad, y estoy aburrida, además mi jefe no deja que trabaje.

—Te quiere bastante. Me lo ha dicho, y me ha dicho que cree que Wanda y tú serán una bonita pareja.

Mi papá suegrito. Lo quiero.

—Erik es increíble. Diría que es mi amigo, pero... No puedo definir así nuestra relación.

—¿Te molesta si hablo con Wanda?

—¿Para?

—Charlar.

—¿De?

—Ti.

—Oh.

Tragué saliva. Melina es terrorífica. No es mala, pero... Ella, Wanda y charlar... No me gusta esa idea.

—Me molesta.

—Lo haré de todas formas.

—Ya sabía.

Jo-der.

—Será divertido enseñarle tus fotos de bebé.

—Oh, no. No haz traído esa porquería.—Cubrí mi rostro con mis manos. Estoy avergonzada y ni siquiera han cruzado palabras.

—Oh, sí,  he traído esa porquería.

Un momento...

—¿Me llamaste porquería?

Mamá comenzó a reír pero no contestó. ¿Me ha llamado porquería?

Nota de autor:

¡Hey! ¿Cómo les fue? Tengan bonita noche.

-Codex.

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