•Hospital.
Wanda, 21.
Papá estaba comprando café para pasar la noche. Pietro logró encontrar a Natasha desplomándose en la mitad del camino a casa.
Tuvo una intoxicación, aparentemente comió algo que le ha caído mal, y ya tenía un virus, lo que ha complicado su estado de salud.
Por un momento cuando la vi caer al suelo mientras Pietro gritaba pidiendo ayuda, me espanté. Corrí hasta ellos y recuerdo bien la sensación desesperante que me recorrió el cuerpo entero al ver que no reaccionaba.
No he dejado de pensar en lo mucho que me afectó verla así, ahora está con suero y un par de medicamentos. Su padre está con papá, su madre está con la hermana pequeña de Natasha, ninguna ha dejado de verme. He insistido en venir con papá, incluso Alexei, el padre se Natasha, me ha visto de forma extraña.
No iba a dejar que la trajeran aquí sin saber si estaba bien, ahora tengo sueño, pero al menos sé que ella estará bien, y estoy aquí, estaré aquí hasta que le den el alta en un rato.
—Hola.—Saludó una voz sacándome de mis pensamientos. —¿Quién eres?—Preguntó la hermana de Natasha y se sentó frente a mí.—Soy Yelena, y mi hermana se llama Natalia.
Sonreí levemente. Su nariz y sonrisa son idénticas.
—Hola, Yelena. Soy Wanda, amiga de Natasha.
Yelena asintió y dejó un móvil en la mesa.
—Natasha lo ha dejado en casa.—Me lo entregó. —¿Eres tú la de la fotografía?—Preguntó y presioné la pantalla para encenderla. —Es que se parece a ti.
Observé la fotografía y sonreí. Sí, en efecto soy yo, Natasha solía tomarme fotografías diciendo que era "la cosa más bonita del mundo", no sé, era tierna.
—Sí, esa soy yo.—Sonreí. —Tu hermana me tomó esa fotografía.
—¿Son novias? ¿Verdad que sí?—Preguntó y negué.—Pero tiene tu fotografía, me puedes decir, yo guardo secretos.
Natasha en varias ocasiones me habló de Yelena, de la forma en la que el autismo en ella no funcionaba como en muchas personas, y es que también me comentó que la neurodivergencia, y el espectro autista es tan amplio. Yelena no es reacia al contacto humano como sucede en multiples ocasiones, pero si me ha dicho que es muy dispersa, y también temerosa de varias cosas, le aterran los ruidos insistentes, sin embargo no los ruidos fuertes, pues disfruta de ver la televisión alto. Su autismo es leve, pero tiene complicaciones de salud, eso ha generado que gasten demasiado en sus cuidados y que Natasha esté siempre alerta.
Y aunque Yelena ya es una adolescente, o pre adolescente, no sé bien la definición, sólo sé que no reacciona al mundo de la misma manera que los adolescentes actuales.
—No somos novias, cariño.—Murmuré y ella enarcó una ceja. Le señalé la dona.—¿Quieres?
Ella asintió y la tomó rápidamente para llevársela a la boca. Sonreí, es linda.
—¿Por qué no son novias?—Preguntó mientras masticaba con la boca abierta. Le entregué una servilleta y ella no entendió la consigna.
—Déjame ayudarte.—Murmuré acercando mi silla a ella. Acomodé una servilleta en su cuello y con otra limpié los bordes de su boca.—Y respondiendo a tu pregunta, la vida es así, pero... Somos amigas, o eso creo.
Yelena usó el borde de su camiseta para limpiar los restos de comida de su boca y observó mi café.
—Te compraré una gaseosa. ¿Te gustaría?—Pregunté y asintió.—Ve a preguntarle a tu madre si podemos ir a la cafetería.
Yelena bajó y fue hasta su madre corriendo, Melina me observó y caminó hasta mí.
—Lamento que te esté molestando, te daré el dinero...
Negué y la detuve.
—No, por favor. No se moleste, la compañía de Yelena es agradable y...
—Ya ves, mami. Soy agradable.—Dijo en un acento marcado. Sonreí.
—Hablas tal y como tu hermana.—Murmuró Melina acariciando su cabello. Mordí mi labio inferior, imaginar a una pequeña pelirroja pronunciando mal las palabras debido a su acento, es adorable.—¿Estás segura?—Preguntó observándome y asentí.—Muchas gracias, en serio.
—Ven, Yele...—Ni siquiera alcancé a terminar y ella estaba tomando mi mano. Melina la miró extrañada y me sonrió.—Ya te la traigo.
Comencé a alejarme mientras Yelena iba caminando en silencio a mi lado. Pasamos por el ascensor y ella se detuvo en su lugar.
—¿Qué pasa?—Pregunté y observó con recelo aquél sitio.
—Suena feo, no me gusta.
—Iremos por las escaleras.—Murmuré y no quiso avanzar. —¿Sabías que la cafetería vende increíbles sandwiches? Te compraré uno.—Insistí, pero ella no quiso avanzar. Se dio media vuelta y observó la pared en silencio, realmente le disgusta el sonido de las puertas.—Bien, espero que no me saquen a patadas.
Corrí hasta el ascensor y verifiqué que estuviese vacío, el medidor indicaba que nadie se encontraba usándolos, presioné el botón de color rojo para detenerlo, el sonido cesó y ella pareció notarlo.
—Ven aquí, rubia.—Dije y ella comenzó a correr hasta mí. Pasamos por el lado y llegamos a la cafetería unos metros más allá. —Busca un asiento.
Yelena corrió hasta una mesa y segundos más tarde volvió.
—¿Tienes el móvil de Nat?—Preguntó y recordé que lo había metido en mis jeans.—Gracias.—Dijo cuando lo había tomado para alejarse.
—Dame una gaseosa, un café, dos donas y un sandwich.
La dependienta asintió y me giré para ver a Yelena. Ella está viendo algo en el móvil de Natasha.
Cuando me entregaron las cosas caminé hasta ella y me enseñó otra fotografía.
—Que esa también eres tú, no diré que son novias.—Insistió. —Pero ya cuéntame.
Se cruzó de brazos.
Es tierna.
—No somos novias, anda come tu sandwich. —Observé la hora. Tres de la mañana.—Es tarde, deberías estar durmiendo en casa.
—Ya pero a Natasha le duele la pancita.—Se encogió de hombros.—Ella se quedaba cuidando de mi cuando me dolía la pancita.
—¿Cuidaba de ti?
—Ajá, pero era muy mucho más pequeñísima.—Murmuró.—Ella me ponía las caricaturas y me daba de comer cuando nuestros padres trabajaban.
Asentí.
—¿Te gusta mi hermana?—Preguntó Yelena antes de morder ampliamente su sandwich.—Que es muy bonita, que yo entiendo si te gusta.
Sonreí algo sonrojada. Es muy directa. Incluso si no hacemos contacto visual, es muy directa y siento que hasta podría llegar a leer mi mente.
—Me gusta tu hermana.—Admití.—Y sí, es muy bonita.
—Yo sé que le gustas, tiene más fotos, mira.
Me sonrojé. Ella realmente no tiene ganas de no exponer a Natasha.
—Okay, bueno, me ha tomado bastantes fotografías.—Murmuré.
—¿Eso es tu espalda?—Preguntó y le arrebaté el móvil. En esa fotografía una sábana blanca cubría mi trasero... Y nada más. Mierda.
—Suficiente de eso. Se lo daré a Natasha cuando la vea.
—¿Le darás un besito para que se ponga bien?—Preguntó. —Le gustan los besitos esquimales, a mi no, porque me dan ganas de estornudar, pero no le digas que te he dicho o se pondrá tristísima.
Sonreí.
—No le diré, lo juro.
—Dale uno por mí.
Tragué saliva.
—Lo haré.
Estuve charlando con Sersi, y hemos dejado lo que sea que yo había comenzado, ella ya no será mi terapeuta, ya que además le han ofrecido empleo fuera de la ciudad.
Estuvimos hablando bastante, me ha dicho que entiende mis heridas sobre las mentiras, pero que si no me siento lista para tener algo con Natasha al menos la deje explicarme y vaya viendo que cosas se dan, y me aseguro que si la dejara ir por completo me arrepentiría.
Le contesté a Sersi que lo pensaría, luego en casa... Natasha... Bueno, pasó todo ésto, y pensé que iba a morir, nunca tuve tanto miedo, y creo que eso sirvió para tal vez darme cuenta de que quiero... Entenderla.
Papá. Tu novia despertó, sería bueno que vengas a verla, los Romanoff se irán con Steve a casa, trae a la pequeña.
Observé a Yelena quien estaba comiendo las donas.
Wanda. Ya voy.
—Ha despertado, te llevaré donde tus padres, te vas a dormir.
[•••]
—Adiós, Yelena.
La pequeña señaló su nariz y la miré extrañada.
—¡Recuerda darle mi mensaje a Nat!—Dijo emocionada y se alejó. Alexei la miró extrañada y salió tras ella.
—Tu cuñada te ama.—Bromeó papá y lo observé molesta.—Que humor. La habitación está del otro lado del pasillo.
Me di media vuelta y lo oí quejarse.
—Mi beso. —Señaló su mejilla. Giré los ojos y me acerqué a besar su mejilla.—Si fuese Natasha no girarías los ojos.
—Si fueses ella no te besaría.—Dije y se burló.—Hablo en serio.
—Y yo no soy gay.
Lo ignoré y comencé a caminar hasta la habitación de Natasha. Abrí la puerta lentamente y la vi saliendo del baño con una bata de dinosaurios.
—Oh, hola.—Saludó caminando hasta su cama. —Ignora que la bata está abierta y se me ve el culo.
Bajé mi mirada. Oh, es verdad. Lindo.
—No pude ignorarlo.—Admití y ella sonrió burlona.—¿Cómo te sientes?
Se recostó acomodando el suero y se encogió de hombros.
—Casi me muero de una intoxicación. ¿Puedes creerlo? Soy muy astuta para muchas cosas, pero no para comer.
—¿Te han dado una lista con lo que no puedes comer?—Pregunté y ella me la entregó. Leí un poco.—Bien, ya he pensado en un menú.
—¿Le dirás a Balbina? —Preguntó y negué.
—Lo de Balbina empeoró, se está haciendo exámenes. —Dejó ir un suspiro.—Yo me encargaré de tu comida, papá me ha escrito que tendrás que reposar.
—¿Para?
—Mejorarte.
Ella giró los ojos.
—No necesito eso, debo volver al trabajo cuanto antes, además no pueden tenerme allí de gratis, y debo tener dinero para enviar a mi familia hasta mi casa en el otro extremo de la ciudad, y claramente no me van a pagar si no muevo el culo por alguno de mis jefes.
Se quedó callada.
—¿Fury no te está pagando?—Pregunté y se encogió de hombros.
—No toco esos fondos hasta que acabo la misión, son cuentas nuevas que se abren en cuanto se cierran los casos, en ese momento debo retirar mi dinero e ir traspasandolo de forma lenta.
Asentí.
—No te preocupes, por alguna razón que desconozco, papá te adora y definitivamente te ayudará en eso, ya está averiguando, te irás a casa, y a dormir, tu cuarto está abajo ahora, ya no dormirás con los demás.—Me senté en una silla frente a ella.—Recontrataron a Stephen.
—¿Strange? ¿No se había mudado?
—Creí que estaba muerto. —Me encogí de hombros y ella giró los ojos.
—Bueno, no debes preocuparte de mi alimentación. Sé cuidarme y...
—Y yo te prepararé la comida, no está en discusión, Natalia.
Se quedó callada. Sus dedos rozaron los míos con suavidad y entrelacé nuestras manos. Sentí como los nervios me recorrían a flor de piel, sentí el temor en ella, nuestros ojos conectaron.
—Tu hermana es linda. Me ha pedido que te de algo.—Murmuré y ella asintió extrañamente nerviosa. Es difícil que Natasha esté nerviosa. Me acerqué a ella, pegué mi frente a la suya y pude sentir un suspiro de ella chocando contra mis labios.
La vi cerrar los ojos y sentí su respiración ralentizarse. Rocé suavemente mi nariz con la suya.
—¿Por qué no me besas?—Preguntó molesta y yo solté una risita.—Acabo de casi morir, mínimo deberías besarme diez veces.
Giré los ojos y dejé un beso en su mejilla, seguí por la otra mejilla, su mentón, su nariz, su frente... Le di nueve besos en diferentes partes del rostro.
—Diez.—Señaló sus labios.—Depositelo aquí.
—Debemos hablar.—Murmuré.—Además te estás aprovechando, Yelena sólo pagó por un beso esquimal, y tu me estás cobrando muchos más.
—¿Hablaste con Yelena?—Preguntó y asentí.—¿Por qué?
—Es linda, fuimos a la cafetería.
—¿Con mamá?
—Sólo las dos.
—Hay un elevador, es imposible que pasara por ahí. Odia ese ruido y el de las escaleras mecánicas.
—Lo detuve...—Mierda.—Y olvidé ponerlo en marcha.
Natasha comenzó a reír y sostuvo su abdomen con una mueca de dolor.
—¿Crees que tenga que descansar muchos días?—Preguntó y asentí.—¿Me darás el beso número diez al menos?
—Debemos hablar. No más besos.
—Aguafiestas.—Se quejó. —¿Erik está contigo?—Asentí. —¿Papá y mamá?
—Ya se los llevaron, estaban cansados.
Asintió.
—¿Debemos charlar ahora? Estoy cansada.—Negué.—¿Cuándo?
—Mañana tal vez, veremos que tal estás. —Acaricié su mejilla.—Te darán el alta en unas horas. Papá y yo estaremos en...—Dije levantándome pero su mano me detuvo.
—No te vayas.—Suplicó.
Volví a sentarme.
—¿Quieres ver una película en mi móvil?—Pregunté y ella asintió. Saqué su móvil de mi bolsillo y luego el mío. —Oh y por cierto, Yelena descubrió nuestras fotos... No sé hasta que punto, ponle contraseña.
—Ya lo tiene.—Se quejó. —Yelena es algo hacker cuando quiere, y extrañamente siempre ha podido desbloquear mis dispositivos con su dedo pulgar.
Sonreí.
Es algo que esperaría de Yelena.
—¿Cuales vio?—Preguntó y tomé su móvil para enseñarle. Natasha se sonrojó.
—Es lindo ser tu fondo de pantalla.
Escondió su rostro entre sus manos y le enseñé el fondo de nuestra conversación en WhatsApp. Allí estaba su espalda, sus lunares y un pequeño tatuaje que cubría una cicatriz que me dijo, se hizo de pequeña en una riña de la escuela.
—Oh, bueno... Ya no es tan vergonzoso.
—No podía quitarla, tu espalda es una obra de arte.—Me sinceré.
Y no miento. La foto es realmente linda.
—Tú eres mi mayor obra de arte. —Susurró ella y fue mi turno de sonrojarme.—Punto para la casi tiesa.
Giré los ojos pero ambas comenzamos a reír.
Es una idiota.
Nota de autor:
¡Hey! ¿Cómo estuvo su día? Lamento la tardanza. ¿Ya cenaron?
-Codex.
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