Cap. 10
Las innumerables opciones de la aplicación de encuentros que estoy hojeando son todas iguales. Nadie me llama la atención. Es como un menú de Netflix. Tal vez hay demasiado para elegir. O, mejor dicho, es como un buffet que sólo ofrece papas.
Me encantan las papas. Yay, carga de carbohidratos. Pero... no sólo quiero papas.
En serio, necesito salir de mi cabeza. No he tenido sexo desde que empezaron las vacaciones de verano, y estoy empezando a pensar que tengo una relación con mi mano. El problema es que tengo tanto miedo al compromiso que no quiero llegar al punto de tener que hacerlo para romper.
No es que esté de capa caída. Podría salir y ligar fácilmente. Estoy en un bajón de interés.
Sólo hay una boca que deseo desde que Anan me besó.
Ese imbécil desató algo con su lengua, y por mucho que quiera odiarlo... no puedo. No tengo idea de cómo lidiar con eso por dos razones. Una, me odia. Y dos, oh sí, es un tipo.
Pero sobre todo lo de odiar.
Seré el primero en admitir que en el instituto era uno de esos imbéciles ignorantes que decían cosas que ahora me harían avergonzarme. Recuerdo que, en nuestra graduación, nuestro director dijo en su discurso de despedida: "No tenía ni idea de que la palabra gay tuviera tantos significados". Nos hizo reír a todos, pero al recordarlo, mierda, qué montón de imbéciles.
No fue hasta mi primer año en la CU, donde conocí al gran dios del hockey Off Jumpol, que me di cuenta de cómo las palabras pueden afectar a la gente.
Él era un estudiante de segundo año y podía poner en fila a los de último año. Porque tenía el talento y la habilidad para respaldarlo en el hielo. Todos lo admiramos desde el principio.
Nunca ocultó su sexualidad, y no dejaba que ninguno de nosotros se saliera con la suya ni con nadie del equipo. No se lanzaron bombas de maricones en nuestro vestuario porque Jumpol adoptó una buena postura.
Y así es como debería ser.
Verlo ser abierto sobre lo que era me dio un nuevo aprecio por la noción de que cualquiera puede amar a cualquiera.
Una vez me dijo que la atracción no es una elección. Puede que no lo haya entendido exactamente hasta hace poco. Puede que Anan me odie, pero me encanta cuando se desahoga conmigo. ¿Y ese ceño fruncido? Al principio pensé que me gustaba porque soy una puta de la atención y no me importaba la forma en que se presente. Ahora me pregunto si me gusta porque lo hace parecer... guapo.
Gimoteo y me paso la mano por la cara.
Un ruido en el pasillo me llama la atención. Cuando abro la puerta, Pirapat está de pie con una gran sonrisa en la cara.
—No. No hay más desafíos. El último estuvo cerca —Voy a cerrarle la puerta en las narices cuando me agarra del brazo y tira de mí hacia el pasillo.
—¡Tú, nuevo capitán! —grita Pirapat y me levanta la mano.
¿Nuevo qué?
El resto del equipo y los campistas aplauden. Llenan el pasillo de charla emocionada, pero yo sigo muy confundido.
Miro a mi alrededor, buscando a Anan para que me explique, pero no está. Incluso miro detrás de mí para asegurarme de que están hablando con la persona correcta.
—Dime, ¿Y ahora qué? —Pregunto.
—¡Lo hiciste! —Pirapat me muestra la foto en la que destrozo el puma de bronce.
—Espera, ¿Cómo has...?
—Anan la envió anoche después de que ambos abandonaran el bar.
—Oh —¿La envió él? ¿Por qué? No es que haya tenido que terminar el trabajo.
—¡Fiesta de celebración! —Pirapat grita.
Justo cuando lo anuncia, las puertas del ascensor se abren en el pasillo y entran Leo y Anan con un barril.
—¿En los dormitorios? —¿Quieren que la seguridad del campus nos denuncie?
Me sacudo ese pensamiento. Mierda, he pasado demasiado tiempo con Anan.
Está claro. Todos me miran fijamente, esperando al War que siempre ven. Así que, pongo mi sonrisa arrogante.
—¿Alguien quiere un barril?
—¡El capitán primero! —Pirapat grita.
Mierda.
Como mi dormitorio está al final del pasillo y el de Pirapat está enfrente del mío, así que montamos el barril en su habitación. Tenemos a dos de los campistas al lado, así que ellos también abren sus habitaciones para que quepa todo el equipo en su lugar.
Anan va a una de las otras habitaciones, mientras los chicos preparan el barril. Una vez que está todo listo, dos de los chicos me ayudan a levantar y me tomo todo el peso de la cerveza.
Cuando mis pies tocan el suelo, espero a que la sala deje de dar vueltas antes de intentar escabullirme de la multitud. Todavía estoy muy confundido. Quiero llegar hasta Anan y preguntarle en qué demonios estaba pensando. Me dio el puesto sin ninguna razón. Y por mucho que quiera ser capitán, no quiero que pueda anunciar una falta técnica una vez que lo consiga.
De acuerdo, y quizás, sólo quizás, una parte de mí espera que lo haya hecho como una especie de gesto de que las cosas están cambiando entre nosotros. Como si pudiéramos ser amigos. O... más.
Sacudo la cabeza. No más que amigos.
Eso sería ridículo.
Los dos somos heterosexuales. Pero ese beso...
Compruebo las otras habitaciones abiertas, pero Anan ha desaparecido.
Alguien me pasa un vaso rojo lleno de algo —no tengo ni idea de qué— y me lo bebo sin pensarlo mucho. Vuelvo a entrar en la habitación de Pirapat y encuentro a uno de los campistas montando un barril.
No. No me ocupo de eso. Pirapat sonríe.
—Hola, capitán.
Oh, mierda. ¿Por qué carajo me creí lo suficientemente responsable como para controlar una lista de veinticinco jugadores de hockey inmaduros y llenos de testosterona?
Y lo que es más importante, ¿Por qué Anan me lo entregó cuando no tenía que hacerlo?
—Yo... ya vuelvo —Me tambaleo hacia la puerta.
—¿A dónde vas? —pregunta Pirapat.
—Uh, el equipo femenino de natación está aquí para el verano. Voy a ir a sus dormitorios a dejar algunas invitaciones.
Sí, eso no es lo que voy a hacer.
Ignoro su entusiasmo por la idea de que lleguen chicas y bajo un nivel hasta la habitación de Anan. La luz que entra por debajo de la puerta me hace saber que está ahí, pero cuando llamo, no responde.
—Sé que estás ahí, Topher —me burlo.
—Vuelve a tu fiesta... Capitán —Su voz es adorablemente pequeña y apagada.
—Abre, imbécil —Golpeo la puerta con más fuerza. Finalmente abre la puerta y frunce el ceño.
—¿Qué?
—¿Yo qué? Creo que debería preguntártelo yo —Me abro paso hacia adentro y él no me detiene.
—No tengo ni idea de lo que estás hablando. Me giro.
—Mentira. ¿Por qué me diste la victoria? Se cruza de brazos.
—No lo hice. Tú hiciste el reto. Tú ganas.
—Pero ambos sabemos que tú mereces ser capitán más que yo. Sus ojos brillan con sorpresa, pero se cubre rápidamente.
—Ahora mismo, están todos arriba emborrachándose. Dando cerveza a los menores de edad. Y todo lo que puedo pensar es, mierda, si soy capitán, es mi trabajo detener esto. No participar en ello.
Anan intenta no reírse.
—¿Qué, crees que vas a conseguir una C brillante en tu camiseta y que eso es el trabajo hecho?
¡Sí!
—Bueno, no. No exactamente. Este no es el punto.
—¿Cuál es el punto? ¿Por qué estás aquí abajo?
¿Por qué estoy realmente aquí abajo?
Mi mirada lo recorre, desde su amplio pecho hasta esa maldita vena que recorre su impresionante brazo.
Me sacudo y me acerco.
—Sabes por qué estoy aquí abajo —Para llamarle su atención. Ese es el motivo.
Nada más.
Los ojos de Anan se abren de par en par, pero no se mueve.
—Realmente no lo sé.
—Quiero saber la verdadera razón por la que enviaste la foto. Anan vacila, sus ojos delatan todo lo que quiero ver.
—Ganaste limpiamente.
—No terminé el desafío.
Desvía la mirada.
—La has destrozado lo suficiente. Tú ganas.
Me acerco de nuevo, y esta vez se aparta un poco. Le tiembla la mano, y puede que esté achispado, pero sé que le tiembla por mi culpa. Porque estoy aquí y me acerco a su rostro.
Lo que no sé es si quiere alcanzarme o golpearme.
Tal vez ambas cosas.
En cualquier caso, me hace sentir una sacudida de esa adrenalina que ansío. Me arriesgo y espero que sea lo primero.
—¿Por qué me entregaste lo que tanto deseas, aunque no tenías que hacerlo? Sus pies siguen retrocediendo, pero no me rindo.
—¿Por qué, Anan?
Su espalda choca con la puerta y mi mano sale volando para apoyarse junto a su cabeza, de modo que lo arrincono.
Su nuez de Adán rebota.
—¿Qué estás haciendo?
—Responde —Mi pecho se aprieta contra el suyo.
—Yo... —Se retuerce y trata de zafarse de mí, pero lo agarro por la cintura, manteniéndolo en su sitio.
—Dime —susurro.
Se estremece cuando mi aliento se posa en su mejilla.
—No puedo.
Cuando vuelve a moverse, puedo sentirlo. Está duro. Tengo que obligarme a no mirar hacia abajo. Estoy hipnotizado por la idea de que está duro para mí.
—A la mierda con esto —Cierro la brecha y rozo mis labios con los suyos.
Al igual que el beso forzado en el vestuario, empieza lento, pero en el momento en que mi lengua entra en su boca, se abre para mí y empuja hacia atrás.
No, espera, en realidad está retrocediendo. Me empuja lejos de él.
—¿Qué demonios estás haciendo? —Parpadeo. ¿Qué estoy haciendo?
Por mi cabeza pasan tantas cosas que podría decir.
Me pareció una buena idea.
Me gustó besarte y quería volver a hacerlo.
Lo que sale no es tan claro. O racional.
—No eres una papa.
¿No eres una papa? ¿Qué carajo?
—¿Qué?
—Nada.
—Me odias —Anan se limpia la boca, y yo sólo me siento ligeramente ofendido.
—Uh, no. Tú me odias. No tengo nada contra ti. Aunque, todo lo que tengo está en contra tuyo, así que ahí está eso.
A Anan no le hace tanta gracia como a mí.
—¿Cuál es tu problema? En serio. Me vuelves loco. Te gusta cuando me enfado. Me molestas a propósito para hacerme enojar. ¿Y luego me besas?
—Me gusta cuando me frunces el ceño. Es... un poco caliente.
—Y ahora te burlas de mí. Vete a la mierda.
—Hmm, bueno, tentador, pero ni siquiera me dejas besarte... Gruñe de frustración.
—Te odio.
—Mmm, habla sucio conmigo.
Anan me mira fijamente, con los ojos muy abiertos y sin pestañear.
—Me gustó besarte, ¡Ok! Fue caliente, y me puso duro, y te juro que me he masturbado tanto al pensarlo que me preocupaba que se me cayera la polla. Quería ver si era una casualidad.
Anan interrumpe su mirada y echa un vistazo a su habitación. Me arriesgo a dar otro paso más.
—A ti también te gustó. Lo mismo ocurre cuando te he acorralado hace un momento. Quieres luchar, pero no puedes —De repente, volvemos a estar en el momento en el que estábamos antes, sólo que esta vez, él no está tratando de escapar—. Y, para que lo sepas, no tengo que gustarte para devolver el beso. No se lo diré a nadie.
Dejo que mis labios se acerquen a los suyos. Si quiere aceptar esto, tiene que hacerlo él mismo. No quiero que mañana se despierte y le diga a la gente que todo esto fue obra mía.
Que lo besé. Que lo acorralé.
—Anan, yo...
—Cállate, War —Su boca golpea contra la mía, y tropiezo hacia atrás, pero no llego lejos.
Porque sus grandes manos están ahí para sujetarme y tirar de mí contra él, y rezo a Dios para que no me suelte.
🔥 𝕭𝖑-𝖋𝖎𝖈𝖘
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