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Estaba sumamente cabreada por el hecho de haber visto al Señor Rivelles en una de las mesas de la entrada trasera de La Ventana Rota.
¿Qué mierda hacía aquí? Se supone que este es mi lugar secreto, no puedo evitar sentir miedo ya que seguramente estaba frente a un acosador, aunque uno muy guapo pensé inevitablemente.
Lo había ignorado para estudiar un poco sus reacciones, el tipo solo se limitó a leer al Marques de Sade, vaya sujeto. Eso me dice mucho, seguro es un pervertido con aires de don perfecto.
Estaba platicando con los chicos que hoy iban a dar su primer toque, se llamaban el Par de abajo, un nombre con doble sentido que yo había ayudado a conocer, éramos viejos amigos, sobre todo Javier con su peculiar cabello teñido de azul en la punta.
— De Franco, ¿qué te pasa? — inquirió Abel, uno de los chicos.
— Nada, ¿por qué lo dicen? — respondí ante la mirada atenta del resto.
— Pareces más nerviosa que nosotros y ese tipo acosador te está viendo. Es lo único que ha hecho desde que llegaste — dijo Javier con la mayor simpleza del mundo.
Realmente el temor incrementó, un sudor frío y adrenalina desconocidos recorrieron mi cuerpo entre la línea del miedo y lo emocionante. Me preocupaba el hecho que hasta Javier lo hubiera notado, pasé estos últimos minutos tratando de convencerme a mi misma que solo eran ideas mías.
Había llegado el momento que los chicos subieran a la tarima, fueron recibidos entre calurosos aplausos dentro de los cuales los míos resonaban con la mayor fuerza.
Nadie puede imaginar el aprecio que siento hacia estos cuatro chicos, fuimos compañeros de la universidad y habían renunciado a los libros, al desvelo y a un título que no te garantiza un trabajo en este país para seguir sus sueños a través de la música.
— A continuación, cantaremos una canción espero sea de su agrado. Su nombre es Flor bohemia en penumbras y está dedicada a ti preciosa, Helena De Franco — anunció el peliazul y guiño un ojo.
La emoción recorría mi cuerpo y sentimientos dulces invadían mi corazón.
Los resonantes aplausos volvieron a resonar, el lugar estaba lleno a más no poder y el límite del bar era para cien personas. Hice una mirada panorámica al lugar y noté al Señor Rivelles que no estaba aplaudiendo, ni quisiera estaba poniendo atención a mis chicos, estaba sumergido en la excitación del Marques de Sade.
Estaba realmente molesta, no soportaba a los tipos descortéses. Si no vino a ver el toque, ¿a qué había venido?
Bien hijo de puta, quizás le gustaba torturar a sus alumnos fuera de clases pensé sonriendo para mi misma.
Sonará raro porque apenas lo conocí esta semana, pero sentía que merecía una explicación de su parte ya que él no era cliente frecuente del lugar, de hecho es la primera vez que lo veía ahí.
Con la intriga apoderada de mi, me abrí paso entre las personas que expectantes escuchaban la canción de mis chicos.
Llegué a su mesa, lo miré fijamente y no sé si en venganza, pero siguió con la vista atrapada en Justine y los Infortunios de la Juventud.
Me aclaré la garganta y me apresuré a hablar.
— Señor Rivelles, buenas noches — temía tanto su respuesta, maldito acosador.
— Señorita De Franco, ¡que sorpresa! — exclamó como si no hubiera visto, vaya hipócrita.
— Señor Rivelles, con el respeto que se merece me gustaría saber, ¿qué hace aquí? —
El corazón me latía a toda prisa y sentía la garganta seca, ni una palabra más me sentía capaz de pronunciar.
Por dentro clamaba que él me diera una respuesta convincente que fuera capáz de apaciguar los temores que me asaltaban hace unos momentos.
— Estaba esperando a alguien. ¿Acaso los profesores no podemos tener vida nocturna? No esperaba que usted fuera tan prejuiciosa — contestó dejando el libro sobre la mesa.
— ¿A su esposa me imagino? — había metido la pata — Disculpe, no quise entrometerme. Solo vine porque me molestó que usted no le prestara atención a mis chicos — pronuncié en un hilo de voz, él se había dado cuenta de mi nerviosismo.
— ¿Mis chicos? No veo a López aquí — frunció el ceño, perfectas cejas castañas.
— Emmanuel no está aquí, ellos son mis amigos nada más. No piense mal por favor — aclaré rápidamente.
La canción terminaba de sonar, los chicos anunciaron otra a la cuál no presté atención al título.
¿Por qué? Estaba idiotizada en los ojos del Señor Rivelles, marrones con un toque eléctrico capaces de infundir respeto hasta al más duro delincuente y para mi fortuna o desgracia, esos mismos me estudiaban de pies a cabeza, yo era su presa.
— Ah, pero tome asiento Señorita, no sea descortés. Predique con el ejemplo — regañó bebiendo un sorbo de una cerveza extranjera que había pedido.
Hice lo que me dijo, al menos sentada podía ocultar mi tic nervioso en la pierna derecha, desde que lo conocí había empeorado.
— Al parecer su cita ya no vino — me atreví a decir.
— Eso es lo que usted cree. Hoy es una noche muy especial para mi, ¿quiere saber por qué? — arqueó una ceja.
— Porque mañana no hay clase de finanzas, eso a mi me hace muy felíz. Sin ofender, pero odio los putos números —
Así es, mi caja de lustre había salido a la luz.
— Es usted toda una caja de sorpresas, su vocabulario me sorprende, es tan refinado — dijo sarcástico — Y hoy es especial porque hay luna llena —
— No me diga que es un hombre lobo. ¿Debo llamarlo Remus Lupin? — solté una carcajada.
La música del Par de Abajo seguía sonando, una mezcla de rock y blues que me resultaba cálida y excitante, el toque bohemio que poseía el bar era perfecto, aunque el castaño frente a mi y yo tuviéramos que elevar la voz para escucharnos mutuamente.
— Lo averiguará pronto. En todo caso, usted sería Caperucita Roja — río en un tono que me dejó un poco helada, ¿quería matarme?
— Entonces, ¿usted me comería? —
Empecé a morder mis uñas sin darme cuenta, otro de mis malos hábitos que a Emmanuel le resultaba tierno.
— Por supuesto, no lo dude — afirmó sonriendo y terminando su cerveza.
— Hipotéticamente sería un asesino entonces —
— Ya lo dijo, hipotéticamente. ¿Qué edad tiene De Franco? — esa pregunta me había tomado por sorpresa, ¿qué rayos le importa?
No respondí, deje que el silencio hablara por mi para hacerle saber que esa pregunta me incomodaba, no porque mi edad me molestará, sino por el hecho que un profesor quisiera saberlo sentado en un bar con su alumna a las 10 de la noche.
— Hagamos un trato, adivinemos nuestras edades y yo le prometo darle 3 respuestas del próximo corto de finanzas. ¿Acepta? — preguntó con aire de triunfo en sus palabras.
Esto se estaba saliendo de control, ¿acaso estaba atrapada en una novela cliché de wattpad donde el profesor y la alumna se besan en el quinto capítulo y en el díez ya hay sexo desenfrenado?
— Está bien — contesté enojada y de brazos cruzados mientras el tipo me miraba divertido.
— ¿27?—
Me sentí ofendida, me veía tres años mayor de lo que era, sin duda lo detestaba más en este momento. Tipo desagradable, maldito, perro y descortés.
— No. ¿50? — contesté vengandome, la verdad es que estaba casi segura que no pasaba de 30.
Una carcajada diabólica salió de él y se acarició el mentón, sabía que había herido mi orgullo.
— Tengo 35 y usted 24. Fin del juego y como no dijimos que ganaría yo, tendrá que contestarme díez preguntas que yo quiera —
— No sé a que está jugando, pero no voy a decirle nada — advertí, quien sabe que obscenidades me preguntaría este tipo.
No era una santa, de hecho siempre soñé con un encuentro fortuito con un hombre mayor que me excitara a tal punto de volverme loca para saciar todas las fantasías que tengo pendientes y que con Emmanuel no puedo cumplir, es solo que ahora que vivía algo similar, no sabía como actuar y sabía que no era ético.
Doble moral, mis pensamientos te dan la bienvenida otra vez.
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Quiero disculparme porque el capítulo está muy corto, pero he estado enferma y se me dificultaba un poco.
Espero sus votos y comentarios y les agradezco que se tomen el tiempo para hacerlo ya que sin ustedes esta historia no sería nada ❤
También pedirles que lean las aventuras y lemon de una estudiante con un sacerdote suculento escrita por mi amiga >>> AnnStein5
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