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El reloj marcaba las tres de la madrugada y ahí estaba yo, tan anormal dando vueltas en la cama, perdida en el simple tic tac del gran reloj que colgaba en mi pared, una herencia de mi bisabuela que había pertenecido a la burguesía.

Mis pensamientos eran similares a un colador, todavía no alcanzaba a comprender que era exactamente lo que no me dejaba descansar, mi cerebro era algo parecido a una coladera el maldito. Sentía la cama tan incomoda, aquellas sábanas blancas que siempre me habían acogido, precisamente esta noche solo me causaban aversión y lo peor es que seguramente en la mañana las encontraré como las más plácidas del mundo. ¡Puta vida!

De repente la sed asaltó mi cuerpo, me levanté con solo la camisa larga que usaba para dormir, mi favorita porque en el medio tenía a unos de mis crush, el Principe Saiyajin de Dragon ball z, llámenme inmadura, pero tengo más amores platónicos que cualquiera.

Salí al pasillo que me provocaba miedo de noche, ni siquiera la luz de la luna se había apiadado de la oscuridad que emanaba, se veía más largo de lo habitual con esos malditos cuadros de familiares fallecidos de la época de matusalén que me recordaban los gritos que había soltado cuando era niña. Siempre me sentí observada por ellos.

Pasé la sala corriendo sin mirar el televisor que se centraba frente a los dos sillones negros, soy una cobarde de lo peor. Entré a la cocina y bebí el líquido que mi cuerpo reclamaba, fue un alivio ya que empecé a sentir el tan anhelado sueño, así que tenía que volver a mi cama.

Cuando entré a mi habitación, noté que mi celular vibraba sobre la mesita junto a mi cama, eran mensajes de Emmanuel.


A veces Emmanuel era tan jodidamente empalagoso que me daban ganas de darle muchos golpes en el pito, pero a la vez era tan tierno en todos los sentidos, hasta en el sexual donde me gustaría que fuera más salvaje porque en estos seis años que nos hemos acostado millones de veces, jamás he tenido un orgasmo y tengo muchísima pena de decírselo, ya que siempre hay algo que me lo impide.

Ya acostada en la cama, dejé el celular a un lado, cerré los ojos y como si impedir que yo durmiera fuera la misión, mis pensamientos invocaron a un profesor castaño, casi de treinta y a sus seductoras palabras que provocaban un estremecimiento de lo más delicioso, una corriente eléctrica indescriptible que me recorría de pies a cabeza, mi piel estaba eriza y no era por el frío, su autor tenía nombre y apellido. Envuelta en esas ideas, finalmente me quedé dormida.

La alarma nuevamente me despertó como de costumbre a las cinco de la mañana, me sentía como en una especie de trance y era obvio, solo había dormido dos horas o menos.

En la ducha seguí pensando en el profesor mientras me mordía el labio al estilo Anastacia Steele, aunque era obvio que nunca podría tener nada con él porque en primer lugar yo no lo permitiría y en segunda, jamás me atrevería a lastimar así a Emmanuel, él era demasiado bueno y yo una zorra que lo había engañado mentalmente más de una vez.

Seguí mi rutina habitual ensimismada en mis pensamientos eróticos hasta llegar a la universidad donde me encontré con mi duo favorito, Aly y Angelique.

- Hola chicas. Aly, ¿hiciste las partidas? -

- Eh, no porque salí con mi esposo a un restaurante muy bonito que les contaré después. Le pedí disculpas y funcionó - dijo como si la felicidad del mundo dependiera de ello.

- Aw, mira que felicidad - contesté sarcástica, me molestaba en sobre manera que fuera tan tonta, su marido le hacía daño y era ella quien se disculpaba.

- No empieces, ya que por lo visto tú si las hiciste, haremos lo siguiente. Tú se las entregarás al final de la clase y yo me mezclaré entre la multitud -

- Eso es tan estúpido, pero podría funcionar. Yo te ayudo - intervino Angelique tan solidaria como siempre.

- Está bien, pero si algo sale mal, solo espero que ustedes me ayuden a cumplir con el castigo - advertí ceñuda.

Caminamos hasta el segundo piso del edificio C, para sorpresa mía Federico ya estaba ahí en su escritorio con la mirada fija en la computadora, un saco azul marino que contrastaba excitantemente con su piel adornada de vello castaño.

- Señorita De Franco, acérquese por favor - me alertó con su tono de voz tradicionalmente grave, pero tranquilo y con la vista aún fijada en su computadora.

Caminé hacia su escritorio, pude notar que varios estudiantes ya habían entrado y por supuesto que no pude escapar de las miradas inquisidoras de mis amigas, eran tan curiosas las desgraciadas.

- Dígame Licenciado, ¿en que le puedo ayudar? - pregunté parada frente a él, con mi habitual tono amable.

Despegó la vista de la computadora, no sé si fue mi imaginación o él me vió las piernas de reojo y ese estremecimiento volvió a apoderarse de mi cuerpo otra vez. Justamente hoy llevé falda, no era corta pero tampoco una de monja.

Le sostuve la mirada un momento, era algo que siempre me había costado, el contacto visual era mi peor travesía.

- Me encanta su disposición a ayudar, pero le dije que viniera porque quería saber si cumplió con mi castigo. Solo dígame si o no, ya que no quiero perder mi tiempo con excusas baratas. Así que váyase ahorrando el "se me olvidó", "un perro se comió se comió mi tarea" - dijo con una sonrisa un tanto socarrona.

- Si lo hice. Pero, ¿por qué me pregunta solo a mi? Aly también fue castigada - me sentí una perra, mala amiga después de haber pronunciado esas palabras.

- La que me interesa es usted, me refiero a que tiene potencial. Revisé su expediente académico el otro día, la felicito - respondió complacido.

Simplemente no pude decir nada, me quedé parada ahí como estúpida frente a el, mientras que él volvio a concentrarse en la computadora. Mis pies me reclamaban que corriera lejos de ese tipo, pero mis instintos femeninos se retorcían por aquellos placeres ocultos dentro de mi.

Volví a mi asiento y me límite a abrir mi cuaderno fingiendo estar interesada en repasar la clase anterior.

- Cuenta cuenta, ¿qué te dijo ese papi? - inquirió Angelique, quien hoy únicamente llevaba un suéter negro que resaltaba sus ojos y un jeans de lo más sencillo.

- Nada, solo preguntó por las partidas - contesté seca.

- ¡Ay no! ¿Qué voy a hacer? - se atormentó Aly.

- No te preocupes, le dije que no podías traerlas y dijo que estaba bien -mentí, pero me creyeron porque las preguntas incómodas cesaron.

Observé el salón de punta a punta, eramos cerca de setenta estudiantes y en ningún lugar vi a mi novio, ¿qué le habrá pasado? La verdad no era algo para preocuparse, ya que él faltaba muy a menudo a clases.

La clase empezó dejándonos visualizar la presentación que había preparado nuestro castaño profesor.

¿Qué es contabilidad financiera y para qué sirve? leía el profesor, a lo que no tuvo respuesta, por lo que prosiguió explicando y en ocasiones podía sentir su mirada posada sobre mi, sutilmente, como todo él.

La hora cuarenta minutos volvió a pasar a la velocidad de la luz, así que me despedí de mis amigas que habían salido corriendo del aula como si hubieran visto al diablo y me dirigí al escritorio del profesor.

- Aquí tiene las partidas - dije abriendo mi cuaderno.

En ese momento iba a cerrar mi cartera, cuando unos cuantos estudiantes desquiciados pasaron y me botaron algunas cosas. Estaba rabiosa porque ninguno me ayudó a recogerlas, malditos descorteses.

- Señorita, ¿quiere que sea un buen profesor o que sea honesto? - inquirió con una ceja arqueada y la vista fijada en mi cuaderno.

- Sea honesto, creo que eso es bueno - dije con un hilo de voz y preparada para una grosería.

- Esto es basura, al menos hubiera buscado tutoriales en youtube, ¿sabe que existen verdad? -

Me estaba tratando como una tonta, eso no lo podía permitir.

- Al parecer profesor, confundió honestidad con descortesía. Se las traeré correctas a la próxima clase, con permiso - respondí enojada y me di la vuelta.

- Su expediente académico no me advirtió de su insolencia - se defendió en un tono sarcástico, mientras me veía fijamente con sus ojos chocolate.

- Si me hubiera contestado como buen profesor, ¿que diría? - pregunté curiosa.

- Que no se rinda y mejore porque esos ejercicios tienen arreglo - sonrió.

Salí del salón, baje rápidamente las escaleras hasta llegar al campus principal, tan verde como siempre y con una fuente de estilo colonial en el medio.

De repente, unas manos suaves y grandes cubrieron mis ojos, en ese momento supe que era él, Emmanuel.

- Amor, dejame ver ya -

- Esta bien - me dió un beso en la cabeza y descubrió mis ojos.

Emmanuel me había llevado un oso polar gigante de peluche que sostenía una tarjeta grande que resaltaba en letras rojas "Perdóname".

Grité de la emoción literal y lo abracé, nos besamos por largos minutos frente a la mirada de muchos que aún seguían en el campus. Me sentí cursi e incluso avergonzada después, pero no podía ser grosera con él, no lo merecía.

- ¿Te llevó a tu casa amor? - me preguntó.

- No, verás hoy quiero estar sola. Sabes que iré a ya sabes donde hoy en la noche. ¡Estoy tan emocionada! -

- Ah claro, nunca me dejas acompañarte y no sé la razón. Me gustaría saber -

- No hay nada que necesites saber, simplemente ese es mi espacio personal y quiero que así siga siendo así, mío y de nadie más - respondí decidida, otra vez mi novio me había sacado de mis casillas.

Asintió y me dió un beso en la frente, ahora me arrepentía de haber rechazado su oferta de llevarme a casa, iba por la calle ridículamente cargando semejante oso y ni siquiera pude subirme al autobús, tampoco tenía para un taxi.

Cuando finalmente llegué a casa, subí al oso casi arrastrándolo hasta mi habitación y lo dejé sobre la cama.

Tenía que pensar cómo iba a ir vestida esta noche tan especial, si algo me emocionaba de los jueves, era ir precisamente ahí, a ese lugar donde era simplemente yo, sin ataduras.

Pensé mientras una sonrisa se avecinaba inevitablemente en mi rostro frente al espejo.

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Muchas gracias a todos por leer, votar y comentar.

Seguimos en el ranking, puesto #288 y no saben lo emocionada que me siento, jamás pensé que esta historia fuera a tener tanta aceptación.

Nuevamente gracias, ya que sin ustedes esta historia no sería nada ❤❤❤

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