capítulo 4: La verdad que quema
El despacho de Efraín no tiene ventanas. Solo paredes de madera oscura, una lámpara que nunca parpadea y una silla de cuero que huele a poder.
Betty respiró hondo y tocó dos veces la puerta del despacho. Esperó solo un segundo antes de escuchar la voz seca de Efraín desde dentro:
—Pasa.
Al entrar, lo encontró sentado, hojeando despreocupadamente una revista de fútbol. Ni la miró. Fingía calma… o tal vez indiferencia.
Pero cuando escuchó su voz, esa voz que tanto deseaba y tanto odiaba, bajó la revista lentamente. Sus ojos recorrieron las líneas del cuerpo que, aún bajo ropa formal, seguía encendiendo en él deseos prohibidos.
—No te esperaba tan pronto —dijo, levantándose para recibirla con un beso.
Pero Betty dio un paso atrás, firme.
—No estoy aquí para saludos, Efraín. Vengo a decirte que esto… se terminó.
Él se congeló.
—¿Qué dijiste?
—Que ya no puedo seguir con esto. Ni con tus amenazas, ni con tu control. Estoy cansada.
La sonrisa desapareció. El rostro de Efraín se torció en una expresión oscura. Se acercó y la tomó del brazo con fuerza, girándola bruscamente hacia él.
—¿Quién es, maldita sea? —bramó—. ¿Quién te robó el corazón?
—No voy a hablar contigo si estás así. Suéltame, me estás lastimando —dijo ella, manteniendo la voz serena.
Pero él no escuchó. La rabia lo nublaba.
—Después de todo lo que hice por ti… ¿así me pagas?
Y le propinó una bofetada que resonó en la habitación.
Betty lo miró con lágrimas temblando en los ojos, pero sin retroceder.
—¿Por qué no me matas, si tanto me odias?
Efraín dio un paso atrás. Su respiración era agitada. Se apoyó en el escritorio, arrepentido, quizás, o tal vez solo derrotado.
—No puedo… porque aún te amo.
—Entonces escúchame. Voy a casarme.
Él levantó la cabeza.
—¿Qué?
—Con tu hijo. Con Daniel.
La habitación se sumió en un silencio brutal. Efraín retrocedió dos pasos, llevándose las manos a la cabeza como si acabara de recibir un disparo.
—¿Qué estás diciendo?
—Es la verdad. Y mereces saberla.
—¿Desde cuándo? —preguntó, la voz rota.
—Desde que él tenía quince años.
—¿Por qué nunca me lo dijiste?
—Porque sabía que serías capaz de golpearlo. Sabía que lo harías pagar por algo que jamás fue tu decisión.
Efraín permaneció en silencio. El odio, la humillación y el deseo lo consumían por dentro. Pero entonces, su rostro cambió.
—Muy bien. Puedes irte con él. Con una condición.
Betty se tensó. Su instinto le advirtió del peligro.
—¿Qué condición?
Él la miró con ojos fríos.
—Que esta vez… te entregues a mí. Por última vez.
—¿Estás enfermo? —susurró ella, horrorizada—. ¡Me voy a casar con tu hijo!
—Tú decides, Betty. Si no lo haces… tu madre pagará el precio.
Betty temblaba. Sabía que no era una amenaza vacía. Era capaz de cualquier cosa.
—Si lo hago… ¿nos dejarás en paz?
—Te doy mi palabra.
Betty cerró los ojos. Recordó el rostro de Daniel. Su sonrisa. El anillo. Y luego, borró todo. Se convirtió en una máscara vacía.
—Está bien —susurró—. Haz lo que quieras.
…
En otro extremo de la casa, Daniel llegaba y era recibido por Camila, la ama de llaves.
—Buenos días, joven Daniel.
—Buenos días, Camila. ¿Dónde está mi padre?
—En su despacho.
—Perfecto. No es necesario que lo anuncies.
Pero cuando llegó a la puerta… escuchó un sonido. Un quejido. Uno que le heló la sangre. Un sonido demasiado conocido. Demasiado íntimo.
Abrió la puerta sin pensarlo.
Y lo vio todo.
—No… no puede ser —murmuró, paralizado.
Efraín retrocedió. Betty, pálida, intentó cubrirse. Daniel no podía respirar.
—Daniel… déjame explicarte.
—No hay nada que explicar. Lo vi todo —dijo Daniel, con voz quebrada—. Lo nuestro termina aquí, Betty. Para siempre.
Y cerró la puerta de un portazo, dejándolos a ambos congelados en la culpa.
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Capítulo: La última curva
Daniel salió de la casa como un huracán. Su madre, Martha, lo vio subir al auto y partir sin decir palabra.
Efraín salió detrás de él, desesperado.
—¡Daniel, por favor, escúchame!
—¿Qué demonios pasa, Efraín? —gritó Martha.
—No puedo explicarlo ahora. Solo necesito las llaves de tu coche. ¡Ahora!
Martha, sin entender, se las dio. Y Efraín salió disparado.
Minutos después, Efraín logró emparejar su coche al de Daniel. Le marcó por teléfono.
—¡Hijo, por favor! ¡Déjame hablar contigo!
Daniel contestó con la voz rota.
—¿Cómo pudiste, papá? ¿Cómo te atreviste a tocarla? ¿A manipularla cuando su madre estaba enferma, cuando más vulnerable era?
—Yo... yo la amaba, Daniel. Era lo único que tenía.
—¡Tú la compraste! ¡La chantajeaste! ¿Y ahora dices que era amor?
—¡Daniel!
—Preferiría verte muerto antes que seguir llamándote padre…
Fue entonces que el destino actuó.
Un auto borracho cruzó la línea en la curva. Daniel quedó paralizado al ver que venía directo hacia él.
Efraín, sin pensarlo dos veces, giró bruscamente el volante hacia el otro carril. El impacto fue seco, como el rugido de una bestia rompiendo el silencio.
El choque fue brutal. Metal contra metal. Cristales volando. El coche de Efraín dio al menos tres vueltas en el aire antes de estrellarse contra el asfalto con un sonido sordo y definitivo. Quedó hecho trizas. Humo. Chispas. Silencio.
Daniel frenó en seco. El corazón se le quiso salir del pecho.
—¡Papá…!
Saltó de su auto, tropezó con sus propios pies, cayó de rodillas, se levantó con las manos temblorosas y corrió hacia el amasijo de fierros que antes fue el coche de su padre.
—¡PAPÁ! —gritó con la voz quebrada, rompiéndose por dentro.
Lo encontró medio afuera del vehículo, el cinturón roto, la cabeza ladeada, el rostro cubierto de sangre, los ojos entreabiertos, como si aún intentara verlo por última vez.
Daniel se arrodilló a su lado, lo tomó entre sus brazos temblorosos. La sangre caliente empapaba su camisa.
—¡Papá! No, no, no… ¡Papá, por favor! —sollozó, apretándolo contra su pecho—. ¡Mírame! ¡Estoy aquí! ¡Todo va a estar bien! ¡Vamos a salir de esta…!
Pero Efraín ya no respondía. No parpadeaba. No respiraba.
Solo quedaba el silencio. Un silencio atroz que se clavaba como cuchillos en el alma.
Daniel gritó. Un grito desgarrador, salvaje, inhumano. Un grito que parecía salirle desde lo más profundo del corazón.
Efraín había pagado el precio más alto.
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¿Qué sigue?
Este final abre muchas puertas:
¿Betty intentará recuperar el amor de Daniel?
¿Daniel podrá perdonar alguna vez lo sucedido?
¿La muerte de Efraín cambiará el curso de sus vidas… o solo abrirá nuevas heridas?
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