capítulo 2: La propuesta


Diez años desde aquella noche en que el deseo lo transformó todo.

Ahora, convertido en un hombre, Daniel sabe que no se trata solo de una pasión del pasado. Lo que siente por ella ha crecido con los años. Y esta noche, en uno de los restaurantes más elegantes de la ciudad, está decidido a decírselo.

Betty viste un vestido negro ceñido que deja al descubierto una de sus largas piernas. Camina con seguridad, pero sus ojos no ocultan cierto nerviosismo.

—Estás preciosa —le dice Daniel, mirándola fijo, sonriendo con una dulzura que desarma.

—Tú también —responde ella, jugueteando con la copa de vino entre sus dedos—. Aunque pareces más nervioso que yo.

—No lo estoy… —hace una pausa, respirando hondo—. Bueno, tal vez un poco. Esta noche no es como las demás.

Daniel toma un sorbo de vino, y luego deja la copa a un lado. Sus ojos no se apartan de Betty.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —dice, con voz baja.

—Claro —responde ella, inclinándose apenas hacia él.

—¿Alguna vez... pensaste que llegaríamos hasta aquí? Tú y yo, quiero decir. Después de todo lo que pasó.

Betty sonríe con suavidad, pero su mirada se torna más seria.

—No. O quizás sí, pero no me atrevía a imaginarlo en serio. Siempre sentí algo, Daniel... desde el principio. Pero tú eras tan joven. Tan... inalcanzable.

—Y tú tan misteriosa —dice él, entrecerrando los ojos, casi en tono de broma, pero con una verdad que pesa.

—No era misterio. Era miedo. —Betty baja la mirada—. Miedo a lo que podías significar en mi vida. A que me dieras algo que nunca antes había sentido... y luego me lo quitaras.

Daniel extiende la mano sobre la mesa, buscándola. Ella duda un segundo, pero luego la toma con suavidad.

—No quiero quitarte nada, Betty. Lo que siento por ti no es algo pasajero. No lo ha sido nunca. —La mira, directo a los ojos—. ¿Y tú? ¿Qué sientes realmente?

Ella traga saliva. El vino le da valor, pero es la sinceridad de Daniel lo que la impulsa.

—Siento que, a veces, me asusta lo mucho que te quiero. Que cada vez que me miras así… me convenzo de que tal vez, después de todo, merezco esto. A ti. Nosotros.

Él sonríe, con ternura.

—Mereces mucho más. Pero si me dejas, quiero ser parte de eso.

Un silencio los envuelve por un momento. No incómodo. Sino profundo.

—¿Y tú? —pregunta ella, acariciando su mano con el pulgar—. ¿Qué es lo que más temes?

Daniel se queda pensativo. Luego dice, con una honestidad desarmante:

—Temo que algún día te vayas. Que todo esto haya sido un sueño. Y que despierte demasiado tarde.

Betty se inclina hacia él, y sus labios rozan suavemente los de Daniel.

—Entonces no te duermas —susurra.

La cena transcurre entre risas, recuerdos y miradas cargadas de electricidad. Cuando el reloj marca la medianoche y el año nuevo estalla en fuegos artificiales, Daniel toma su mano.

—Betty… —susurra, acercándose con intensidad—. No puedo seguir fingiendo que lo nuestro fue solo un error o una aventura. Han pasado años, y lo que siento por ti no ha hecho más que crecer.

Ella lo mira en silencio, sus ojos brillando con algo que va entre la sorpresa y el miedo.

Daniel saca una pequeña caja del bolsillo de su saco. La abre lentamente.

—¿Te casarías conmigo?

Por un momento, Betty se queda sin palabras. Luego sonríe con ternura, como si todo su cuerpo soltara una tensión contenida por años.

—Sí, Daniel… —dice al borde de las lágrimas—. Sí, quiero.

Se besan, como si todo el restaurante desapareciera a su alrededor.

Más tarde, en la habitación del hotel, la atmósfera cambia. El silencio entre ellos está cargado de lo no dicho. No es solo deseo lo que se respira. Es historia. Es deuda. Es amor contenido.

Betty se sienta sobre la cama, con el vestido deslizándose lentamente por su cuerpo. Daniel la contempla con una mezcla de reverencia y deseo. Se acerca, la toca con suavidad.

—No eres la misma chica de hace diez años —dice él, con la voz entrecortada—. Y yo ya no soy ese muchacho confundido. Pero esta noche quiero hacer el amor contigo como si fuera la primera vez.

Betty lo acaricia lentamente, recorriendo su rostro.

—Hazlo —susurra—. Hazme olvidar el pasado… y que esta noche marque el comienzo de todo.

Lo que sigue no es solo pasión. Es entrega. Es redención. Son caricias lentas, besos que sanan, respiraciones entrecortadas, y un deseo que va más allá del cuerpo.

Esa noche, no solo sus cuerpos se encuentran. Se encuentran también las culpas, las promesas y todo lo que alguna vez se callaron.

Y cuando el amanecer los encuentra, envueltos en la misma sábana, Daniel sabe con certeza que ya no hay marcha atrás.

Betty le volvió a responder, se había abierto como una flor en la cama, para que la lascivia de Daniel jugueteara con ella.

Entonces posicioné mi espalda contra la pared y guíe su cuerpo desnudo cuidadosamente hacia mi pene, desplegando ella sus piernas hacia adelante.

La lubricación ejercida de su parte íntima, hacía que todo aquello se resbalara y se aprofundizara sin ninguna dificultad. haciendo más llamativo el apetito sexual que transcurría por nuestras mentes.

Apoyándose ella con sus manos y con sus pantorrillas en la cama, ascendía y descendía una y otra vez haciéndomelo.

La penetración era tan profunda que en las demás posiciones realizadas por detrás.

Prolongadamente acariciaba sus senos y además de su clítoris, besando determinada mente su espalda.

Mientras que el sudor que se arrastraba suavemente por su rostro, hidrataba la sequedad que había en sus labios.

Y al no poder contener esa sed que habitaba en su interior, buscó desesperadamente mi boca, como si tuviera un instinto de canibalismo, mordiendome los labios al final de cada beso.

Fue en ese momento cuando un líquido viscoso comenzó a circular detenidamente en sus labios vaginales, llegandose ha derramar por encima de mis testículos.

Ella se volteó y se agachó haciéndome una felación, mientras le sostenía el cabello por detrás de su oreja, para que no se llenara de lo que había en sus labios.

Luego que terminara de hacer lo suyo, ella me miró hacia los ojos y se desplazó sobre encima de mi cuerpo lentamente, desplegando sus piernas acada lado de mis hombros.

Puso sus dedos sobre mi boca diciéndome lo siguiente: abre la boca y saca esa lengua que tienes para mí, por que mi vagina quiere ser toda tuya.

Posicionando de esta manera su vagina en el centro de mi boca, para que yo me pudiera deleitar con sus fluidos, además de su clítoris.

Sintiendo en cuestión de segundos la dilatación de sus paredes vaginales derramandose alrededor de mi boca, mientras se le debilitaban las piernas.

Al cabo que terminó por sujetar tan fuerte el respaldo que se encontraba detrás de nosotros, mordiscando su labio inferior, al sentir que contraía un orgasmo.

Entonces cerró los ojos seguido de un gemido casi pausado, tras haberse corrido.

Reposando de esta manera todo su cuerpo encima de mi pecho, tras permanecer en un estado de hiperventilación.

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