~Capítulo 5~


Percibo su presencia a mi lado, estudia el mismo dibujo enorme que yo, son peces, pero a blanco y negro, realizado de esa manera extraña, que me lleva a esas costumbres de algún lugar en Hawái, o los tótems.

—¿Salió todo bien con tu hermana? —inquiere calmo.

—Para qué preguntas si debes saber que así fue, ¿no?

—Anda, wahine, te mostraré algo —anuncia como si no hubiese dicho nada y roza apenas mi cintura. Me quito por instinto, me observa incisivo pero satisfecho y baja la cabeza invitándome a andar. Su manera me enerva, en serio que sí. Salimos y nos subimos al ascensor de nuevo, ahora descendemos cuatro pisos. Le pide acceso para abrir las puertas, lo da colocando la mano y un sitio similar a donde laboro cada día en Toronto, aparece frente a mí. Abro los ojos, asombrada.

—Bienvenida, Elle, a mí laboratorio.

—¿Es en serio? —pregunto atónita.

—Muy en serio. —Los empleados que pasan a su lado, lo saludan, otros simplemente continúan con lo suyo. Ingresamos a una cámara de desinfección, nos ponemos gafas, batas, cubre bocas y mi sangre corre vertiginosa, solo veo sus ojos, pero luce sin duda expectante—. Aquí se gestan cosas que no imaginas, pero tú, Elle, estás cerca de descubrir algo que cambiará muchas cosas.

—El virus... —deduzco enseguida, asombrada. Asiente.

—Precisamente... Aquí tendrás un equipo de trabajo a tu cargo, y todo lo que necesites. Tus avances están a tu disposición y eres libre de pedir lo que necesites. ¿Qué dices? —pregunta, cauto. No quepo de la impresión.

—¿Por qué? —quiero saber.

—Porque hay muchos intereses en medio de esto y debo tomar precauciones —responde, es evidente que no dirá más. Me guía a través de pasillos y laboratorios. Es gigante. Con un gafete que lleva la mujer que nos dirige, una puerta se abre, luego otra e ingresamos.

—Equipo, aquí está Elle Phillips, es toda suya —me introduce él, mientras seis personas, tres hombres y tres mujeres, me saludan acercándose. No lo puedo creer, los aparatos son de última generación, las computadoras, todo, es simplemente impresionante—. Wen —llama a la mujer que nos acompañó. Ésta se acerca—. Ponla al tanto de todo, muéstrale su área de trabajo, que le den accesos, no la abrumen, aún no está del todo recuperada, pero me parece que es buen momento para comenzar y cualquier cosa me lo haces saber.

—Claro, señor Lancaster. —Cuando noto que está por irse, sin pensarlo lo detengo rozando su brazo por encima de su indumentaria necesaria en esos lugares. Me mira, la mujer se aparta—. ¿No llena tus expectativas, wahine?

—No entiendo, Dáran —admito contrariada nombrándolo por primera vez. Su expresión cambia, suavizando su gesto, o lo que se puede ver y me toma con suavidad por el brazo alejándome un poco.

—Tienes hasta la hora de la cena. Entonces podrás preguntar.

—¿Y responderás?

—Tendrás que averiguarlo, taku ataahua *(Mi bella)Elle —y sale de ahí, con esos movimientos felinos que me desconciertan. Un par de personas se acercan a él y entra a otra ala del lugar, enseguida.

—Nos pone felices que esté aquí al fin, señorita Phillips —capta mi atención Wen a mi lado, la miro recordando de golpe todo. Le sonrío a cambio. Este es un sueño que no imaginé lograr tan rápido, menos por aquello que recién descubrí casi por accidente, lo cierto es que la manera no la entiendo, bastaba con pedírmelo, habría dicho que sí. No comprendo.

—Háblame de tú, Wen, por favor.

—Claro, Elle, ¿quieres que te muestre todo y te ponga al corriente? —propone. Asiento aún perdida, muy perdida.

Paso la mañana en medio de aquello que amo, me pongo al día. Mis anotaciones y descubrimientos, incluso mis libretas, están ahí. Más de una vez me quedo perdida imaginando cómo dio con todo eso, hasta qué grado me investigó, hurgó en mis cosas. No avanzamos mucho, pero ellos ya han ido observando el comportamiento, tal como sugerí.

Almorzamos en un ala que cuenta con comida para los empleados. No se separa de mí el equipo, menos Wen, que luce emocionada con lo que hablamos por la mañana, en aquella junta que mantuvimos para saber en qué vamos y qué buscamos. Me siento más serena, debo aceptar, en mi elemento.

Comemos algo delicioso que se nos proporciona en ese elegante comedor cuando una mujer que desconozco se acerca con una hoja cuidadosamente doblada y un vasito con medicamentos. La observo intrigada.

—El señor Lancaster pidió que se lo entregáramos —me informa inspeccionándome con curiosidad, como la mitad de los que ahí comen. Asiento y lo tomo sonriendo desconcertada. La abro con cuidado.

"Son tus medicamentos, tómalos, wahine. Espero todo esté siendo de tu agrado. Si hay algo que desees, solo debes pedirlo, lo que sea salvo lo acordado.

DL."

Me paso las pastillas, doblo el papel irritada por su intrusión en ese momento en el que casi logro olvidarlo. Bestia. Lo meto en el bolsillo trasero del vaquero y alzo la vista. La emisaria que me tendió la nota y medicinas ya no está, y mis compañeros fingen no haber visto nada. No tengo idea de qué saben y qué no, pero prefiero no hablar sobre ello, no conozco los alcances de Dáran, aunque ya veo que pueden ser incalculables.

—¿Cuánto tiempo llevan aquí? —deseo saber, pinchando los camarones del espagueti blanco. Wen alza la vista y sonríe, es una mujer como de unos treinta años, de cabello castaño, delgada y pecosa, linda a mi parecer.

—¿Trabajando? —revira con calma. Asiento buscando saber más. Uno de los hombres, quizá de cuarenta años, calculo, reflexiona, tranquilo.

—Yo llevo laborando aquí 6 años —responde—. He estado en varios proyectos importantes del señor Lancaster.

—Sí, entramos casi igual, ¿no, Cass? —dice Wen, alegre, a otro de los chicos, más joven, quizá treinta también.

—La verdad es que es una oportunidad única, todos sabemos que cada compañía farmacéutica tiene sus laboratorios, pero al final siempre hay algunos ocultos que logran desarrollar lo que los demás apenas si sueñan. Para el señor Lancaster esto es vital, además sabe bastante.

—Bueno, es que con tantos estudios, no es para menos. No conozco a alguien tan preparado en estos temas, a pesar de su edad sabe mucho —señala otro de los hombres, también algunos años mayor que yo. Y es que la verdad es raro que una joven de 24 años ya esté involucrada en cosas como estas, suele faltar experiencia, práctica, investigación.

—¿Qué edad tiene? —pregunto como de paso. Se miran reflexivos entre ellos.

—Me parece que 34. No sabemos bien, la verdad. —Asiento, no me toma por sorpresa, es justo en donde lo ubicaba, aunque a veces lo puedo ver mayor con esa seriedad, con su manera de ser, pero en otras ocasiones, como cuando vio a los perros, luce más joven, aunque siempre peligroso.

—Eres su invitada, debes conocerlo más que nosotros —apunta otra de las chicas, se llama Chris. Sé que mi rostro se colorea, ingiero otro pedazo. Dios, más mentiras, pero aun no me fio como para decirles la realidad, eso sin contar que a leguas se ve que no me creerían, lo admiran, eso es evidente.

—Algo así —respondo con ambigüedad.

—La verdad es que no conocemos de él mucho, casi nadie, salvo lo que todos los que aquí trabajamos y que la verdad nos sentimos privilegiados.

—¿Les gusta estar aquí? —deduzco tomando de mi bebida.

—La verdad que sí, las prestaciones son asombrosas, el sueldo muy bueno, además, es interesante, siempre hay algo nuevo que investigar, que descubrir. Él suele ir en la punta en este rubro. Es financiado por gobiernos de diferentes países, cuando al fin damos con algo importante, seguro, cede la información al laboratorio que más convenga y que esté preparado para desarrollo y cuente con la precaución de las fases que se requieran, se vende lo descubierto bajo los nombres de esa marca ya que fueron probados por ellos, gana él, ganan los países. Así que la confidencialidad que firmaste en el contrato es la cláusula más importante para el señor Lancaster —concluye Cass, relajado, el cual pensé que era más serio, pero parece que eso es en cuanto al trabajo, afuera es más comunicativo.

Por otro lado, yo no he firmado nada, aunque no tengo ni idea de si en unas horas eso buscará. ¿Me ha traído aquí para esto? ¿Entonces por qué me obliga a dormir a su lado? Más preguntas se atascan, al final terminamos de hablar y noto algunas miradas, pero entre nosotros somos tímidos, nadie se acercará, no aún, y yo por ahora prefiero afianzar lo poco que voy conociendo.

~*~

Estoy observando un portaobjetos a través del microscopio cuando Wen me toma por el hombro. La veo y entonces señala el auricular que sostiene.

—Es hora, Elle —me avisa. Asiento sin chistar. Necesito saber más y ahí no lo descubriré. Me despido, me cambio después de pasar por la misma cámara de hace un rato donde por medio de gas me limpian y salgo. Un escolta está ahí, lo reconozco, es el mismo que entró aquel día a la habitación. Me mira, serio, y baja la cabeza un segundo a manera de saludo.

—El señor Lancaster me pidió que la acompañe hasta la casa —me informa. No respondo porque en secreto también le guardo rencor, sabe lo que de verdad pasa y le importa muy poco porque ese es su trabajo. Asiento y avanzo sin esperarlo. Subimos al ascensor, continúo sin voltear y al salir a la intemperie, irritada, jadeo debido a lo gélido del clima. Giro y ya me tiende el abrigo que había olvidado en la oficina donde hablé con mi hermana. El frío cala en mi cuerpo de una forma absurda, como si se hubiese clavado en mí. Me regreso y entro de nuevo, aún hay personas trabajando, aunque no reparan en mí. Mis pulmones casi se queman por mi arrebato. Me lo pongo, luego me tiende un gorro y guantes, una bufanda—. El señor creyó que lo necesitaría —dice.

Indiferente se los quito y me los pongo, luego él hace lo mismo consigo. Nieva, pero no es fuerte, ya está oscuro. Estoy a punto de entrar al auto cuando los husky que conocí por la mañana llegan a toda prisa. Volteo y al hacerlo caigo sobre la nieve. Gimo aturdida, asustada también, pero me comienzan a lamer la cara, a mover la cola. Logro sentarme, aunque ya se humedeció mi cabeza y rio.

—Dios, lo lamento, señorita, no suelen ser así, salvo con el señor —se excusa el hombre, tomándolos por el collar, mientras otro me tiende la mano. Sonrío negando quitándole importancia, los acaricio sin pararme aún, ahí, sobre la nieve.

—Son arrebatados —les digo divertida, porque no cesan—. Sh... tranquilos, tranquilos —logro decir congelándome, sintiendo los copos humedecer lo que sale de mi cabello, el gorro y la cara, además de ellos, pero la verdad tampoco sufro, son como un par de niños. Me hinco como puedo les rasco el cuello, riendo—. Ya, deben irse, hace mucho frío —jugueteo con cariño, es irremediable, me caen bien.

—Kai, Kam —escucho, y más tardo en alzar los ojos cuando ambos salen disparados hasta él. Se elevan en dos patas, los rodea con sus brazos, riendo—. Basta, muchachos, está nevando, tengan piedad. Mañana los saco —pero no se rinden. Los observo desde mi posición al tiempo que me incorporo. Así él luce menos temible, aunque imponente porque los tres son enormes. Se los intenta quitar y uno de sus empleados, abrigado hasta los dientes, ayuda, pero se quejan. Dáran se agacha y coloca su frente sobre la de cada uno en un gesto que de entrada me desconcierta, cierra los ojos y ambos se relajan, es muy íntimo, casi dulce aunque en él esa palabra no encaja —. Mañana —promete y se pone de pie. Me ve y sé que estoy cubierta de nieve. Niega, serio, pero tranquilo, lo cierto es que cada segundo me desconcierta más.

—Señorita, pase. —Oigo a mis espaldas, giro saliendo del trance y asiento, fría hasta la médula. Dáran entra del otro lado y cierra rápido.

—Deberás darte un baño, wahine.

—¿Quién eres? —logro decir, entumida, aturdida. Me mira intensamente, pero serio, reflexivo.

—Esa es una pregunta a la que espero que tú le des respuesta, Elle —murmura. De pronto comprendo que sigo en un estado de aturdimiento, sacudo la cabeza, el frío lo tengo en los huesos.

—¿Me trajiste aquí por eso, por lo que descubrí? —deseo saber, frotando mis manos. Los guantes, aunque son de cuero, no son suficientes. La calefacción no es tan alta. Me observa, sereno.

—Espero que no enfermes de nuevo, debiste entrar al auto en cuanto saliste –gruñe un tanto frustrado.

—Los perros aparecieron —replico esperando que sus palabras no sean profecía, no quiero pasar el día ahí, de nuevo. Sonríe con orgullo.

—Son muy inquietos, están molestos porque no los paseé hoy. Una disculpa por su ímpetu —rumorea, rascando su barba, sin culpabilidad.

—Creí que no tendrías tiempo para esas cosas...

—Siempre tengo tiempo para ellos —asegura un tanto divertido por mi comentario.

—Responde mis preguntas.

—No aquí —sentencia ahora en tono autoritario. Gruño, Llegamos a su casa casi enseguida, no veo muy bien por la nieve cayendo, la noche, pero adivino que no es tan grande la isla.

—¿Cómo hacen todos los que trabajan aquí para desplazarse?

—Hay una embarcación que los trae y lleva a Mahone Bay. La mayoría vive ahí, o cerca, pero no en Kahulback, aquí solo nosotros, y mi equipo allegado —explica en el ascensor, después de que algunos empleados lo saludaran y él les devolviera el gesto.

Se sabe sus nombres, incluso bromea un poco. Es raro, definitivamente, pero a la vez es tan serio, como lejano. De repente, al llegar a aquel lugar que detesto, la realidad me golpea. "Es un loco, no lo olvides. Una bestia." Me regaño con fuerza porque por un momento, encandilada por todo esto, bajé un poco la guardia, pero descubrir cosas de él no le quita lo que es en realidad; un tipo sin escrúpulos que me sacó de mi vida sin consultarme. Jamás puedo olvidarlo, jamás.

Entro y ya me encuentro de nuevo irritada.

—Date un baño, pediré la cena —dice con su habitual tono imperturbable. No le respondo pero me dirijo hasta ahí. Me ducho dejando que el agua caliente haga su trabajo en mi trémulo cuerpo, la garganta está picando de nuevo. Cierro los ojos bufando. Sé que recaí y me dan ganas de llorar porque eso implica quedarme ahí y no poder olvidar un poco esta realidad que no aceptaré el tiempo que dure.

Busco algún piyama de dos piezas, abrigador, saco todo y no encuentro nada, ni uno, solo camisones. Gruño y los aviento furiosa, terminan en un montón sobre el piso. Envuelta en una bata roja, porque ahora mi color es el "rojo", bastardo, salgo, con esta necesidad de gritar, otra vez. Lo encuentro hablando por teléfono al lado de la cama. Me importa poco y le quito el teléfono aventándolo al colchón, rabiosa. Me observa contenido.

—Era una llamada importante —gruñe. Sé que está furibundo aunque busca mantener su carácter contenido, toma el aparato y cuelga, por supuesto que no le pasó nada al jodido teléfono. Lo deja sobre la mesa de noche, me escruta y se cruza de brazos.

—Solo hay camisones para dormir, ¿es en serio? —rujo envuelta en furia. Alza las cejas, no me sigue.

—Si me dijeras qué es lo que esperabas...

—¡Eres un maldito bestia, un animal! Si querías que fuese parte de ese proyecto solo debías decirme, ¡no había necesidad de esto! —y me señalo. Mi cabello escurre, la bata, yo con la garganta de nuevo doliendo. Quiero llorar pero me obligo a no hacerlo.

—Ponte lo que te plazca para dormir, los berrinches, te repito, no van conmigo —revira alejándose, pretende retomar su llamada, comprendo.

—¡Pero secuestrarme sí! —Se detiene, tenso—. ¿Qué quieres de mí? —grito exasperada—. ¡Dime! —y camina hasta donde estoy, poniéndose enfrente—. Creíste que llevándome a ese laboratorio olvidaría todo y sería puras sonrisas. No te creo idiota. Pero por mucho que intento entender... no me cabe en la cabeza para qué me haces vivir a tu lado, para qué quieres que comparta tu cama. ¡Maldita sea! Consíguete una mujer que quiera estar contigo, y a mí déjame en paz. Esto es absurdo —sollozo. Se acerca más y queda a pocos centímetros de mí, percibo su calor pese a la bata—. Déjame ir, por favor —suplico sintiendo como las lágrimas caen por mis mejillas, hasta mi cuello. Sigue su camino, apretando la quijada, sus ojos son fuego.

—No, mujer, este es tu lugar, no te marcharás —sentencia, serio, atravesándome con sus ojos leoninos. Gimo.

—¿Qué quieres de mí? —pregunto de nuevo con voz apagada, vencida. La furia baja de intensidad y en su lugar experimento un cansancio generalizado, mental.

—Lo estoy averiguando, Elle —admite en susurros.

—No quiero esos camisones —lloriqueo cambiando el tema—. Dios, no soy libre ni para comprar un dulce que desee, algo tan absurdo y no puedo.

—Solo debes decirme lo que quieres y lo tendrás —repone, cauto. Sé que se siente incómodo con mi llanto, pero también que eso no lo hará cambiar de opinión.

Twizzlers —murmuro desafiándolo, pero deseando salir de ahí.

—Bien.

—Púdrete, en serio púdrete. Podrías ser alguien que admirara, que respetara, pero simplemente estás haciendo todo mal y no logro ver en ti nada salvo una bestia que toma lo que desea sin pensar en los demás.

—Si no quieres los camisones, no los uses, seguro encuentras algo mejor por ahí que cumpla tus expectativas y necesidades, pero te aseguro algo, wahine —y se acerca más, amenazante—. Usarás cada uno de ellos, y no será porque te obligue.

—No sueñes —reviro decidida. Sonríe mostrando una dentadura perfecta. Huele tan bien pese a las horas de trabajo que me arrepiento de no rodearlo y alejarme.

—Ese color de piel tuyo que te delata, creo que me haré aficionado a él —revira, sonriendo apenas, disfrutando. Lo empujo y entonces sus manos sujetan mis muñecas—. Si me tocas entonces es porque yo también puedo hacerlo, no lo olvides, wahine —me advierte mientras trato de quitármelo de encima.

—No era esa la condición.

—Dijiste que no te tocara, sin tu permiso, cuando tú lo haces, das por ende permiso para ello —señala alzando su ceja que tiene esa cicatriz.

—No te tocaré más.

—Por mí no te detengas, dulce Elle —admite divertido. Me suelta y me alejo, furiosa.

La garganta duele más. Regreso al vestidor y busco algo cómodo entre la ropa deportiva. Encuentro una malla, una camiseta y una sudadera amplia, unos calcetines y tengo frío aún, tomo otra cosa para cubrirme. Salgo, me asomo y noto que la cena ya está sobre el comedor, cubierta. Escucho sus pasos, volteo con odio, pero pestañeo cuando pasa a mi lado, tan solo en toalla, se duchó, su cabello estila y su musculatura está expuesta. Había escuchado el agua correr pero pensé que estaría vestido.

Paso saliva y finjo que me da igual, lo cierto es que mi sangre se calienta, aun así, siento mucho frío. Toma su celular que no para de sonar y regresa al vestidor. El televisor está prendido abajo, noto, y pienso por un momento cenar importándome poco si él no lo ha hecho, pero me siento repentinamente agotada. Bajo y me acomodo sobre un sofá y me adormezco, ahí acurrucada.

Percibo algo frío sobre la frente. Abro los ojos, despacio, pero haciéndome a un lado. Es él, está hincado frente a mí.

—¿Qué? —digo agotada, harta de pelear.

—Tienes fiebre, maldición —gruñe en susurros. Bajo mis piernas con el cansancio al límite, llevándome una mano a la cara.

—Sí, creo que sí. Me duele la garganta de nuevo —le informo frustrada. Sonríe negando, culpable.

—Debí esperar un par de días para llevarte al laboratorio.

—¿Es cierto que te financian gobiernos de algunos países? —pregunto, poniéndome de pie, él hace lo mismo. Me dirijo a la mesa, despacio.

—¿No prefieres descansar? —quiere saber, su tono deja ver un poco de agobio.

—No, quiero saber —refuto sentándome frente a mi plato. Se acomoda donde suele, sacude la cabeza sonriendo. No lleva camiseta, solo ese pantaloncillo que usa para dormir. Paso saliva y desvío la mirada. Ese hombre parece un guerrero de tribus antiguas, a eso me lleva.

—Sí, ellos financian una parte, los laboratorios otra. Existen muchos intereses tras cada una de las investigaciones, a veces de índole gubernamental, otros, farmacéuticas... iniciativa privada.

—Lo que encontré... ¿En qué te beneficia? —pregunto pinchando mi pasta. Alza las cejas y deja salir un suspiro.

—Bueno, en mucho, seremos los que demos con la verdadera estructura molecular de virus y que ha afectado a muchas personas, entender de dónde viene, cómo se contagia, todo eso es información que va y viene, pero tú ya descubriste la parte medular, por ende, algo... que se busca ocultar.

—Cuando se lo mostré a mis jefes inmediatos, no pensé que fuese tan importante, digo, no le han dado el realce que pienso que tiene. Es algo delicado que esté así, parece mutada, ¿sabes? —reflexiono pensativa—. La manipularon, Dáran —determino alzando los ojos. Su mirada me atrapa, es férrea y dura, pero tiene una mota de satisfacción.

—Elle, es delicado lo que sabes...

—¿Por qué? —pregunto genuinamente interesada.

—¿Podrías explicarme tal cual lo que piensas, lo que encontraste? —revira a cambio. Asiento, intrigada. Se levanta y regresa con un libro, lápiz y hojas. Me los tiende—. Soy todo oídos —concede, sereno.

Tomo las cosas, un poco nerviosa, y empiezo a trazar con dibujos lo que encontré, con nomenclaturas que me sé de memoria. Me observa y luego se acerca recargando sus codos sobre la mesa cuando empiezo a hablar con pasión sobre el tema. Me escucha con suma atención, formula preguntas mostrando lo mucho que sabe y al final alza las cejas y se recarga en el respaldo llevándose las manos a la nuca exponiendo así más de su increíble musculatura.

—Eres un arma poderosa, Elle. Me alegra que no sepas hasta qué punto —expresa escrutándome. Acerco mi pasta y la verdad es que la garganta duele cada vez más y eso ocupa de pronto toda mi mente, no esas palabras que después espero tener cabeza para desenmarañar—. ¿No tienes hambre? —pregunta enseguida, estudiándome ahora con otros ojos, unos de preocupación.

—La verdad es que me duele bastante la garganta —me quejo agobiada, frotándome la frente, para qué mentir—. No me dejes aquí de nuevo mañana —le suplico con la barbilla temblando gracias a las ganas de llorar. Me observa sonriendo apenas, es como si de ver a alguien que lo asombra, pasara a verme como a una niña pequeña.

—Permite que te revisen de nuevo. Sigue las instrucciones y yo haré que no pases mañana el día aburrida, ¿qué dices?

—No debí presentarme aún enferma en el laboratorio.

—Cumple con todas las normas, no pasa nada. Aunque no regresarás hasta que las defensas suban, Elle, sabes que es lo correcto —apunta, conciliador. Asiento cabizbaja. Toma el celular y escribe algo, mal lo deja en la mesa y suena de vuelta. Lo lee—.Viene a revisarte. ¿OK? —me informa con suavidad.

—¿Por qué me tienes a tu lado? —quiero saber agotada. Suspira rascándose la barba de su barbilla.

—Entre varias cosas, por tu seguridad.

—¿Mi seguridad? —repito desconcertada.

—Y ahora porque así lo deseo, wahine —murmura contemplándome. 

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