6. Trukur

No puedo dormir. Ver a Héctor y su familia, a sus tíos, desesperados buscando a su hijo fue algo desgarrador. Quería ser útil, quería ayudar, pero no podía evitar sentir que, no importara lo que hiciera, Elías estaba muerto. Era un pensamiento de lo más pesimista, pero que no podía sacar de mi cabeza.

Estuvimos buscando hasta medianoche, bordeando la cascada. Había gente de la zona, amigos y familiares de Héctor, los policías con sus perros. Era un terreno muy grande para cubrir, y aun más difícil hacerlo de noche, pero no podían perder tiempo. Los amigos se habían demorado demasiado en avisar a la policía, ya que ellos habían estado buscándolo por cuenta propia.

Mañana volveríamos con la búsqueda, esperábamos que el día cooperara y no lloviese, aunque a juzgar por las nubes, no parece que vayan a ayudar mucho. El problema era que, incluso si mañana estaban las condiciones perfectas, podía ser muy tarde. La temperatura en la noche alcanzaba con facilidad los menos cinco grados, y según lo que los amigos de Elías habían dicho, había salido con pantalones de buzo, una camiseta y una sudadera de polar, no muy preparado para enfrentar aquellas condiciones adversas.

Las pisadas apresuradas de Sammy se escuchan subiendo las escaleras y me saca de mis cavilaciones. Enciendo la lámpara de mi mesita de noche y me siento en la cama. Sammy entra corriendo y de un salto llega a mi cama. Camina por sobre mis piernas, mirándome, con su lengua afuera.

—¿Quieres salir? —pregunto en voz baja. Él continúa mirándome, moviendo la cola. Resoplo.

Me destapo y Sammy sale presuroso por la puerta. Cojo mi teléfono y la linterna. Tal vez podría volver a adentrarme un poco en el bosque.

Bajo en silencio las escaleras, me coloco las botas y el impermeable, y salgo al jardín, con Sammy pisándome los talones. Corretea por el pasto, feliz. Me coloco la capucha, ya que la llovizna moja más de lo que parece.

Enciendo la linterna y comienzo a caminar en dirección a la cerca. Sammy me sigue. Me detengo junto a ella. Solo voy a avanzar unos cuantos pasos y ya. No me voy a arriesgar tanto como ayer. Cojo a Sammy y paso por sobre la reja. Sammy lloriquea, no le gusta la idea de volver a este lugar. Lo dejo en el suelo y avanzo, él me sigue de cerca.

Escucho como caen gotas al suelo. El agua se acumulaba en las hojas y luego caía de estas. Los animales estaban probablemente guarecidos del frío. Apunto con la linterna hacia las copas. Nada. Avanzo un poco más y giro, iluminando a mí alrededor, buscando aquel par de ojos terroríficos, o al chico pálido de cabello rubio.

Una sombra se cruza a mi lado, sobresaltándome. Escucho nuevamente aquel silbido extraño. Sammy ladra. Me vuelvo a verlo. Comienza a retroceder, ladrando, y luego escapa en dirección a casa.

—¡Sammy! —le llamo.

—No deberías estar en el bosque de noche —escucho una voz a mis espaldas.

Me quedo estática. Lentamente volteo y veo frente a mí al mismo chico rubio de ayer, con la misma expresión curiosa en su semblante, la misma ropa, el mismo tono calmado y formal de su voz.

—¿Quién eres? —pregunto en voz baja, aun perpleja por su apariencia inmutable.

El chico ladea la cabeza, sus ojos fijos en mí. Da un paso hacia mí, e instintivamente retrocedo. Da otro paso, esta vez hacia su derecha. Comienza a caminar rodeándome, giro a medida que él avanza. Me mira de arriba abajo, como examinándome.

—Tú eres Sofie ¿no? —pregunta de pronto. Aquello me sorprende. ¿Cómo sabe mi nombre?

—¿Quién eres? —vuelvo a preguntar. Él se detiene.

—Nikolaj —replica, con un claro acento alemán.

—¿Qué haces aquí? —pregunto algo borde. Su expresión no varía.

—Este bosque es de todos, ¿Por qué no podría estar aquí?

Me quedo en silencio. Su voz es imperturbable, carente de emoción. Claro que puede estar aquí, pero él sabe que mi pregunta no iba a eso. Está siendo evasivo. ¿Quién es?

—No deberías estar aquí de noche, Sofie. El bosque es un lugar peligroso —dice de pronto.

—Sofía —replico.

—¿Qué? —pregunta, frunciendo el ceño.

—Mi nombre. Es Sofía, no Sofie —explico—. Y tú tampoco deberías estar aquí.

Nikolaj esboza una sonrisa, y nuevamente siento mi corazón batir desesperado dentro de mi pecho. Da un paso hacia mí, esta vez no me muevo. Algo en sus ojos me hipnotizaba.

—Ve a casa, Sofie —susurra, su voz no suena como amenaza, sino más bien como una advertencia—. Y no vuelvas al bosque de noche.

Quiero preguntar por qué. Quiero entender que hace en medio del bosque con solo una camisa y pantalón. Pero algo en su tono, o tal vez en sus ojos, me dice que debo hacerle caso.

Me doy vuelta y comienzo a caminar hacia la casa sin rechistar. Vuelvo la cabeza a los pocos pasos y veo que se ha esfumado de nuevo, como de la nada. Me apresuro hasta la cerca, donde Sammy me espera. Lo cojo en brazos y vuelvo al jardín.

Entro a casa, me quito las botas y el impermeable y subo a mi habitación. Pero en vez de acostarme, me siento al borde de mi cama, analizando las palabras de Nikolaj.

Nikolaj...

Aquel nombre era escandinavo. Algo extraño, quizás, aunque Puerto Varas tenía gran cantidad de descendientes alemanes debido a las colonias que hubo hace muchos años. No era tan extraño de encontrar a gente con nombres y apellidos extranjeros. El apellido de mi madre era Müller.

Mi teléfono vibra. Lo veo, es un mensaje de Aukan.

«Supe lo de Elías ¿Cómo estás?»

Le respondo de inmediato.

«Bien, algo preocupada por Héctor»

A los pocos segundos me llega otro mensaje de él.

«Estoy seguro de que lo encontrarán»

Quiero decirle que no, que está muerto. Pero suena como si estuviera loca, por lo que decido cambiar de tema.

«¿Vendrás al We Tripantu

El We Tripantu, o solsticio de invierno, se celebrará dentro de cinco días, el veintiuno de junio. Para los mapuches es su año nuevo, y suelen celebrarlo por tres días. Hacen una hermosa ceremonia, tocando sus instrumentos y cantando, rindiéndole honores al sol.

Sayen siempre me invita para que celebre con ella y su familia. Por supuesto que cuando era niña, me la pasaba jugando con Aukan, pero con el pasar de los años fui entendiendo el significado de la ceremonia. El año pasado no pudo asistir debido a sus exámenes en la universidad, pero tenía esperanzas de que este año pudiese.

Mi teléfono vuelve a vibrar.

«Claro. Este año te ganaré en el awar kuden»

Me rio y respondo de inmediato.

«Ya quisieras»

El awar kuden es un juego mapuche en donde se apuesta, generalmente prendas. Es un juego de niños, pero para nosotros es tradición hacerlo. Aukan me responde.

«Me iré a dormir. Pewkayall Sofi»

«Pewkayall may, Aukan»

Dejo el teléfono en la colcha y suspiro. Mi cabeza era una maraña de pensamientos. Entre lo ocurrido con Elías, y la sensación que ello me generaba, y las palabras de Nikolaj, sentía que iba a explotar.

Me levanto y camino hacia mi ventana, observando la oscuridad del bosque.

Y no vuelvas.

Esas fueron sus palabras.

Debería tomarlas en consideración ¿no? Pero me era imposible. Quiero saber qué hace en el bosque, quiero saber que esconde, como sabe mi nombre.

Quiero saber quién es.

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