46. Llallitu

Un golpe en mi ventana me despierta de improviso. Levanto la cabeza y miro hacia esta. Se encuentra cerrada. Suspiro aliviada. Me siento en la cama y restriego los ojos. Me siento extremadamente cansada, probablemente por la pérdida de sangre. Estiro el brazo y veo mi teléfono, son las cuatro de la mañana. En unas horas me despertaría y tendría que ir a la escuela como si nada.

Miro a Nikolaj, jamás lo había visto así. Aunque me advirtió que al entrar en una especie de trance parecía muerto, no pude evitar asustarme al verlo con los ojos cerrados, el rostro apacible y quieto como una estatua.

Lentamente coloco mi mano sobre su pecho. Me quedo ahí pacientemente, esperando a sentir el lento latido de su corazón. Me sorprende lo lento y suave que se siente, es como si no estuviera del todo vivo, pero tampoco del todo muerto.

Cierro los ojos al sentirlo. Su piel se siente fría, hace un par de horas revise sus vendajes. Las heridas ya estaban casi sanas, la piel con una tonalidad rosada. No sabía si le quedarían o no cicatrices.

De pronto, una mano fría se posa sobre la mía. Abro los ojos y lo miro. Él me observa en silencio. Su rostro apenas se nota en la oscuridad. Sus dedos rozan mi piel y suben por mi antebrazo, dejando un camino de cosquillas a su paso. Cuando llega a mi mejilla, cierro los ojos y disfruto del frío. Tenerlo aquí, junto a mí, parecía algo irreal, una fantasía.

—Debería irme —susurra—, antes de que amanezca.

—No —niego, él no detiene sus caricias.

—Sayen puede encontrarme —replica.

—Le diré que estoy cambiando unas cosas y que preferiría que no entrara. Cerraré con llave si es necesario —murmuro.

Sofie...

—No —le interrumpo. Abro los ojos y lo miro seriamente—. No dejaré que te vayas. Estás débil. Aquí estarás a salvo.

—Necesito alimentarme —dice, con tono severo.

—Te traeré... una paloma, no sé. —Él se ríe.

—¿Por qué no hacemos un trato?

—Si ese trato implica irte, no lo aceptaré —digo firmemente. Baja su mano hasta mi mentón y acaricia mi labio inferior.

—Déjame salir ahora para cazar y volveré antes del amanecer. Tampoco podía alejarme mucho en este estado, y mi escondite ya no es secreto. Estar acá... no me parece adecuado, pero al menos te tengo cerca y puedo cuidarte.

Lo observo en silencio, analizando sus palabras, buscando algo que me diga que está mintiendo. Parece ser sincero. Suspiro. Me gustaría poder ir yo, pero no me veo capaz de matar ni un ratón.

—De acuerdo —acepto. Sonríe.

Lo ayudo a levantarse. Miro la ventana, no creo que vaya a saltar en su estado. Abro la puerta de mi habitación y observo el pasillo. Todo está en silencio. Salgo de puntillas seguida de Nikolaj. Bajamos la escalera con sigilo. Al llegar a la puerta, procuro hacer el menor ruido posible al abrirla. Volteo a mirar a Nikolaj. Se acerca acuna mi rostro entre sus manos.

—¿Te espero? —pregunto en un hilo de voz. Niega con la cabeza.

—Deja tu ventana sin seguros, pero cerrada. No creo que Jochem se vaya a aparecer por aquí, pero por precaución, prefiero que no la abras.

—¿Podrás saltar? —pregunto. Sonríe.

—Sí, descuida.

Se inclina y deposita un suave beso en mis labios, para luego desaparecer en la oscuridad. Observo por unos segundos, pero sé que es inútil. Cierro la puerta y vuelvo a subir. Le hago caso y dejo la ventana sin seguros. Saco también las hojas de laurel que había colocado allí por precaución y vuelvo a la cama.

Por un momento, creo que no podré dormir, pero en el momento que mi cabeza toca la almohada, caigo en un profundo sueño.

Cuando despierto, ya ha amanecido. Nikolaj me tiene envuelta entre sus brazos. Su camisa hecha jirones apenas le cubría. Hice nota mental de pedirle algo a Aukan. Siento unos golpes en mi puerta. Miro asustada.

—Sofi —dice mi hermana. Resoplo con alivio.

—Pasa.

Mi hermana abre la puerta y rápidamente cierra tras de sí. Al verme con Nikolaj se sonroja y aparta la mirada. Me muevo con delicadeza para no despertarlo (¿se podría decir eso del estado en que está?). Me levanto en silencio y lo cubro.

—Son casi las siete. Vine a despertarte por si te quedabas dormida y a mamá o papá se les ocurriera entrar —me dice. Le sonrío.

—Gracias.

Ella asiente y se va. Me dirijo a mi armario y saco mi uniforme. Me ducho a toda prisa y me visto. No reparo en mi cabello ni mi rostro. Estoy alerta a que a mis padres no se les vaya ocurrir entrar a mi cuarto.

Cojo mi mochila y mi teléfono. Por un momento, sopeso la posibilidad de mentir y quedarme, pero si me excuso con que estoy enferma, de seguro entrarán. Me acerco a Nikolaj, deposito un beso en su frente y salgo, cerrando con llave.

El día se me pasa rápido, pero no lo suficiente. Sayen creyó mi excusa de remodelación sin ningún problema, eso al menos me calmaba. No atendí absolutamente a ninguna clase, quería simplemente salir pitando. Y justo tenía que ir al centro a esperar a mamá, que me había pedido que la ayudara a transportar una mercadería.

Isabel se fue a casa de María. Parecía extraño que hiciéramos nuestra vida normal luego de lo ocurrido ayer, pero no teníamos más opción. Aukan me pasó a buscar, como siempre, y manejo en silencio hasta el centro. Debía esperar a mamá hasta las cinco, por lo que me quedaría una hora en el café esperándola.

Caían unas pocas gotas sobre el parabrisas. Hacía muchísimo frío, pero no pareciera que fuera a nevar. Aukan estaciona y me dispongo a bajar, pero me toma del brazo, deteniéndome.

—¿Cómo... está? —pregunta. Sé que se refiere a Nikolaj, y sé que pregunta por mí, no porque él realmente le agrade.

—Está bien —afirmo. Voltea a mirarme.

—¿Y tú? —pregunta, sus ojos se desvían a mi muñeca.

—Estoy bien, Aukan. Él no me hará daño. En la madrugada incluso salió a cazar —replico. Frunce el ceño.

—¿A cazar?

—Algún animal —explico. Aukan asiente.

—Ten cuidado, Sofi. Tenerlo durmiendo bajo el mismo techo que tú y tu familia...

—Él no es como Jochem —le aclaro, con mayor brusquedad que la que pretendía—. Sé que no lo conoces, pero yo sí, y te aseguro que no se parece en nada a su hermano.

Aukan me mira en silencio, estudiándome con sus ojos. Sé lo que piensa. Sé que cree que es un vampiro y punto. Pero Nikolaj es mucho más que eso.

Finalmente Aukan vuelve su vista al frente y suspira.

—¿Te veo más rato? —pregunto, colocando mi mano en la puerta del coche.

—Claro —responde, sin mirarme.

Bajo del auto y camino hasta la vereda. Me detengo frente a él y veo como arranca. No sé lo que está pasando por su cabeza. Supongo que toda esta situación es demasiado para él. Para cualquiera, en realidad.

Entro al café y me acerco a la caja para pedir un café y un trozo de kuchen de murta. Pago y me acerco a la barra, a esperar mi comida. Observo por las grandes ventanas como las gotas locas mojan la vereda.

—Aquí tienes —me entrega una chica.

—Gracias.

Cojo mi taza y el plato y me doy vuelta para ir a una mesa.

—Sofía —escucho a mis espaldas.

Volteo. Es Melisa, y junto a ella, una chica alta, pálida, de ojos azules casi grises. Su cabello castaño es liso, lo lleva suelto, en un corte recto que le llega a los hombros. Sus labios pintados rojos, su nariz respingada. Es muy hermosa. Me observa con curiosidad y algo más, pero no sé identificar el qué. Vuelvo mi vista a Melisa, quien sonríe avergonzada.

—Esta es Liane —me presenta ella—. Liane, ella es Sofía, mi mejor amiga.

Liane me tiene su mano, lleva unos guantes de cuero café, de aspecto elegante.

—Hola, Sofía —saluda en español, con un fuerte acento alemán. Estrecho su mano y le sonrío.

—Hola, Liane. He escuchado mucho de ti. Me alegra poder conocerte al fin —digo, Melisa se sonroja.

Liane suelta mi mano y sonríe ligeramente.

—Iremos al lago, ¿quieres venir? —pregunta Melisa, hago una mueca.

—Me encantaría, pero debo esperar a mi madre. Tengo que ayudarla con una mercancía —replico.

—Oh, bueno, tal vez la próxima. —Melisa sonríe.

—Seguro.

—Un placer conocerte, Sofía —dice Liane, con una media sonrisa. Su semblante me hace recordar a alguien, pero no sé quién.

—Igualmente —digo, esbozando mi mejor sonrisa.

Camino hasta una mesa junto a la ventana y me siento. Observo a Melisa y Liane esperar junto a la barra. Mientras echo azúcar en mi café, no puedo evitar mirar a Liane. Algo en ella se me hace familiar, y no de la buena manera.

—¿Me puedo sentar acá? —pregunta una voz masculina.

Una voz que me pone los pelos de punta. Siniestra, fría. La voz de un psicópata. Levanto la cabeza lentamente para encontrarme con sus ojos azules. Vestido con un traje negro impecable, guantes de cuero negro y una corbata roja oscura.

Jochem sonríe, mostrando sus perfectos dientes blancos. Unos dientes que, hace unos días, intentaron morderme.

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