36. Kon antü
—¿Qué pasaría si te expusieras al sol? —pregunto.
—Me quemaría, mi piel se incendiaría y me haría cenizas —replica sin más. Me estremezco.
—Dijiste que no cualquier estaca los mata —continúo.
—Una estaca al corazón nos puede detener, pero solo el fuego nos mataría —afirma—. Excepto si es de canelo o laurel, eso nos mataría casi instantáneamente.
—¿Y si te pasas a llevar con una hoja de esos árboles?
—Quema. Es como si fuese ácido en nuestra piel. Como el ajo —explica.
—¿Y si alguien comió ajo y bebes su sangre? ¿Pasa algo? —pregunto. Se detiene y ríe a carcajadas. Frunzo el ceño.
—Has visto demasiada ficción, Sofie —dice sonriéndome. Suelto su mano y me cruzo de brazos.
—El ajo y las estacas son reales —replico. Nikolaj menea la cabeza.
—Sí, y tienen una explicación. Pero a la sangre no pasa la "esencia" del ajo, sino los nutrientes —explica. Ruedo los ojos.
—Tú y tus explicaciones científicas —bufo. Da un paso hacia mí, toma mis manos y las acerca a su rostro.
—La ventaja de tener tantos años —se excusa.
Coloca mis manos sobre sus frías mejillas y cierra los ojos. Inspira hondo, mi pulgar acaricia su piel. Cuando vuelve a abrir los ojos, ya no son de hielo, sino profundos como el mar. Inconscientemente me acerco a él y me coloco de puntillas. Lentamente, sin dejar de mirar sus hermosos ojos, me inclino y rozo sus labios. No quiero hacer movimientos bruscos. Cierro los ojos, sintiendo el cosquilleo del frío de su boca.
Lo beso con delicadeza. Sus manos bajan por mis brazos hasta mi espalda, acercándome más a él. Rodeo su cuello con mis brazos y profundizo el beso. Su boca se mueve suavemente sobre la mía, en un ritmo que, poco a poco, se va acelerando.
De pronto, el viento revolotea mis cabellos y siento el tronco de un árbol contra mi espalda. Su cuerpo se acopla al mío, el frío no ayuda a controlar el fuego que siento en mi interior. Su lengua se entrelaza con la mía, sus manos aprisionan mi cintura. El beso aumenta de intensidad rápidamente. Muerdo su labio y un gruñido escapa de su garganta.
Empuña sus manos y se aleja un poco de mí, con los ojos cerrados. Me quedo paralizada mirándolo, sin entender que hice mal. Su boca entreabierta me permite ver sus colmillos, que con cada respiración, comienzan a volver a su tamaño normal. Abre los ojos, estos pasan del escarlata al hielo.
—No me muerdas, Sofie —dice, levantando la cabeza. No está molesto, al contrario, tiene una sonrisa juguetona dibujada en sus labios. Parpadeo perpleja.
—¿Por qué? —pregunto curiosa. Ríe por lo bajo.
—Porque me dan ganas de morderte también, y eso no puede ocurrir —replica con calma.
Aquello debería causarme terror, sin embargo, me hace reír. Nikolaj sacude la cabeza y se endereza, dejando caer sus brazos a los costados. Mis mejillas se ruborizan. El bosque no se ve tan oscuro, a pesar de que el cielo está cubierto de nubes que amenazan con largarse a llover en cualquier momento. Ahora no solo adoraba la lluvia por el agua que entregaba y el olor a tierra mojada, sino también porque, de esa manera, Nikolaj podía salir sin problemas. Una idea cruza mi mente, y miro a Nikolaj entusiasmada.
—¿Podemos subir a la copa de un alerce? —pregunto. Nikolaj esboza una media sonrisa.
—Claro, solo hay que buscar uno —responde. Me tiende su mano.
La cojo, con un rápido movimiento me sube a su espalda. Me aferro a su cuello y él comienza a correr por el bosque. Los alerces eran árboles hermosos y grandes, con miles de años de antigüedad. Son uno de mis árboles favoritos, y lamentablemente, quedan pocos, ya que los pescadores solían usar su corteza para arreglar sus botes, pero al sacársela, mataban al árbol.
Nikolaj se detiene frente a uno, el bosque es tan espeso y grande que no me sorprende que haya uno entre tantos. Se acerca lentamente a este.
—No le dañes la corteza —le advierto. Nikolaj voltea la cabeza para mirarme.
—De acuerdo, Sophie von Preußen —sonríe, haciendo alusión a una princesa de Alemania.
Observa los árboles contiguos. Se decide por un raulí y salta, alcanzo inmediatamente varios metros de altura. Me afirmo a su cuello, él continua subiendo a una rapidez inhumana. Observo como nos vamos alejando más y más del suelo. Comienzo a ver las copas de los demás árboles, y pronto diviso el lago.
Nikolaj se detiene, hemos llegado lo más arriba posible. Nikolaj se afirma de las ramas, dobla las rodillas y se impulsa, saltando sobre el alerce. Quiero cerrar los ojos pero no soy capaz. Aterrizamos contra una de las ramas del árbol, no es lo más alto de este pero es más que suficiente para observar el lago en todo su esplendor. Nikolaj me toma entre sus brazos con agilidad y me deposita en la rama, dejándome pegada al tronco. Se coloca tras de mí y rodea mi cintura con uno de sus brazos, como protegiéndome.
Me siento algo mareada por lo impresionante que es la vista. Observo unas gotas caer y pronto comienza a llover suavemente. Nikolaj apoya su mentón en mi hombro. Me apoyo contra él, sintiéndome cómoda entre sus brazos.
Hacía mucho tiempo no me sentía así de feliz. No solo era lo maravilloso que era estar allí, sino el estar con él, que nada, ninguna cosa nos separara. Sabía sus secretos, como él los míos (aunque no son comparables). Había visto lo que él llamaba "la bestia" de su interior, y permanecía aquí, junto a él. No había forma de que yo me fuera. Le quería, de una forma en que no había querido a nadie, una forma abrasadora. Era como si mi piel no pudiese soportar no sentirle, como si todo en él me atrajera hacia su persona. Quería fundirme en sus brazos, entre besos y caricias. Le amaba, y en vez de asustarme tal intensidad, la dejaba consumirme.
—Tengo otra pregunta —murmullo, temiendo interrumpir el hermoso sonido de la naturaleza. Besa mi mejilla.
—Dime. —Volteo a mirar sus hermosos ojos de hielo.
—¿Ustedes duermen? —pregunto. Él sonríe. Se inclina, su nariz roza la mía.
—Sí y no. —Su aliento choca contra mi rostro, cierro los ojos. Todo en él me atrae—. Técnicamente no dormimos. Es más como un trance, si quieres llamarlo de alguna forma. Nuestros cuerpos se apagan, parecemos cadáveres.
Abro los ojos preocupada. No quiero imaginar a Nikolaj como un cadáver. Me sonríe con ternura.
—No estoy muerto, Sofie —me aclara.
Nos quedamos mirándonos en silencio. Se inclina, sus labios rozan los míos, y cuando solo milímetros nos separan, el canto de una bandada de queltehues nos interrumpe. Me sobre salto y doy un brinco, Nikolaj me sujeta impidiendo que pierda el equilibrio. Observo los pájaros, que vuelan lejos. Los queltehues en el campo son usados como perros guardianes que advierten peligros, pero son más comúnmente conocidos porque anuncian la lluvia.
Volteo a mirar a Nikolaj, y enseguida noto que algo anda mal. Con el entrecejo arrugado, observa fijamente a un punto en el suelo. Frunzo el ceño preocupada. Tal vez los queltehues no habían escapado por nada.
—¿Nikolaj? —Posa su dedo frío sobre mis labios.
Sin previo aviso, me echa sobre su espalda y salta al árbol más cercano. Cierro los ojos, esta vez algo anda mal, y siento como se mueve más rápido, salvaje. La lluvia moja mi cabello, las hojas me rozan. El sonido de las ramas moviéndose es lo único que escucho.
Sé que avanzamos entre los árboles, lo noto por el sonido de las hojas y el hecho de que el agua empapa mi cabello. Da varios saltos más, hasta que siento que caemos en la tierra. Abro los ojos, estamos en el bosque junto a mi jardín. Nikolaj me deposita en el suelo, me toma de la mano y se dirige al cerco.
—Corre y entra a casa —me ordena. No digo nada, intento seguirle el paso.
De pronto, un gruñido. Voltea de cara al bosque y me oculta tras su cuerpo, protegiéndome. Mi corazón late frenético, me aferro a Nikolaj. Miro a los lados, tratando de notar lo que sea que hay ahí fuera.
De la copa de un árbol, salta un hombre joven, no mucho más mayor que Nikolaj, con su misma agilidad. Tiene el cabello castaño claro rizado, y los ojos muy azules, casi grises. Su mandíbula cuadrada, los labios finos formando una línea y la nariz ganchuda algo torcida. Sus ojos reparan en mí y los entrecierre. Vuelve a mirar a Nikolaj.
—Nikolaj —le llama, con un claro acento alemán.
—Thorsten —dice Nikolaj a secas. El hombre sonríe.
—Veo que sigues protegiendo a la humana.
Algo en su voz me atemoriza ligeramente. Este es el hombre que estaba cazando la noche que conocí a Nikolaj, la noche que me salvó. Su espalda se tensa, me oculta tras él, tratando de que Thorsten no me vea.
—No le haré daño —le dice Thorsten—. Solo vine porque capte su aroma, y el tuyo. Sabes lo que significa eso.
Nikolaj levanta el mentón y asiente.
—Jochem —susurra.
Me estremezco.
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