35. Txuyu

La tarde transcurre tranquila, excepto por mí y mi ansiedad. No podía evitar ver por la ventana como el sol iba ocultándose, dando toques anaranjados al cielo, reflejándose en las nubes que decoraban el cielo.

—¿Qué te ocurre? —me pregunta Aukan de pronto.

Estábamos en la sala jugando Catan con mi hermana. Isabel mira a Aukan y luego a mí. Sé que sabe lo que ha pasado en la tarde entre Héctor y yo, pero no dice anda al respecto. Me hago la desentendida y me encojo de hombros.

—Nada —replico. Aukan frunce el ceño.

—Iré por más calzones rotos —dice Isabel, y se levanta del suelo, llevándose el plato vacío lleno de migas. Suspiro, Aukan me mira serio.

—Sé que te ocurre algo —sentencia. Miro el tablero y aprieto los labios.

—Es por Héctor. Rompimos recién —me excuso. Aukan niega con la cabeza.

—No, no es por él —replica—. Es más, creo que ni siquiera te afecta el haber terminado con él.

Levanto la cabeza y lo miro. Sus ojos me observan con escrutinio. No puedo mentirle a él. Era más fácil con Melisa, porque estaba distraída pensando en esa otra chica, pero Aukan tenía toda su atención en mí, y solo le habían bastado unas cuantas horas para notar que algo pasaba.

¿Qué puedo decirle? De seguro no la verdad. Incluso si me llegara a creer, encontraría la manera de asegurarse que nunca más volviera a ver a Nikolaj. Y yo no podía permitir eso.

Isabel llega en mi rescate, y le agradezco internamente a mi hermana por ser tan inoportuna. Continuamos jugando, intento mostrarme más relajada, pero no puedo evitar mirar de soslayo la ventana, observando cómo va oscureciéndose y el bosque entra en aquella tenebrosa oscuridad. Me regaño mentalmente cuando me pillo haciéndolo.

Papá y mamá ya están en casa cuando el juego termina. Aukan gana, y no puedo decir que sea por mi distracción, realmente ha jugado muy bien sus cartas. Mis padres conversan con él mientras Isabel y yo ordenamos el juego y lo guardamos en su caja. Cuando terminamos, cerramos la caja y nos levantamos del suelo.

—Sofi —me llama mi hermana, volteo a mirarla.

—¿Si?

Mi hermana se muerde el labio y arruga el entrecejo.

—¿Estás bien? —pregunta, con genuina preocupación. Su actitud me sorprende.

—Sí, claro —afirmo—. ¿Por qué?

—Has roto con Héctor —replica. Hago una mueca. Debería mostrarme más afectada, soy una insensible—. Y... te he notado distinta. Pasas casi todo el día encerrada en tu habitación, y si no estás afuera. Sé que sales a hurtadillas por las noches.

Abro los ojos, asustada. Si le llega a decir a nuestros padres...

—No le digas a mamá y a papá, por favor —le suplico en voz baja. Ella niega con la cabeza.

—No lo haré. Solo... ten cuidado —me pide—. El bosque es peligroso.

Sin más que decir, Isabel se aleja y se acerca a Aukan para despedirse. La observo subir las escaleras y encerrarse en su cuarto. Conozco bien a mi hermana, algo oculta, pero no sé el qué. Su actitud me preocupa. Hago nota mental de averiguar que la tiene tan saltona e intranquila, ya que ahora tenía otras cosas en mi cabeza.

Guardo la caja del juego en la estantería y me acerco a Aukan. Mis padres le quieren mucho, como si fuera un hijo.

—Creo que ya es hora de irme —dice Aukan—. Pero muchas gracias por la invitación, vendré el sábado a probar ese kuchen de murta, Sussane.

—Buenas noches, Aukan. Aprovecha de descansar, te lo mereces —le dice mi padre.

—Buenas noches —les dice Aukan.

Mis padres le sonríen y suben a su habitación. Aukan y yo nos acercamos a la puerta. Me quedo en el marco, apoyándome en este. Aukan se detiene y gira a mirarme.

—¿Me vas a decir lo que ocurre? —pregunta, cruzándose de brazos. Trago saliva y aparto la mirada. No soy capaz de mentirle mirándole a la cara.

—No pasa nada, Aukan.

Se acerca y me toma de los hombros. Lo miro asustada, con las palabras atragantadas en mi garganta. Sus ojos me miran, estudiándome. Me cuesta sostenerle la mirada.

—Jamás nos hemos tenido secretos, Sofi —susurra—. ¿Qué estás ocultando?

Muerdo mi labio. Por un momento, siento que voy a vomitar todo, que voy a decirle de Nikolaj, quien es, todo. Estoy a punto de hacerlo. Pero al ver sus ojos cafés, recuerdo lo que dijo Nikolaj sobre su hermano Jochem. No puedo exponer a Aukan también. Me sacudo, deshaciéndome de sus manos, y retrocedo un paso.

—Es tarde —digo, mirando el suelo.

—Sofi —susurra con súplica. Lo miro. Me duele verlo así, que sienta que estoy traicionando su confianza.

—No puedo decírtelo, Aukan. Es por tu bien —me sincero. Quiero que me entienda, que sepa que lo protejo. Frunce el ceño.

—¿Qué cosa puede ser tan grave como para que no puedas decírmelo? —pregunta, frunciendo el ceño—. ¿Estás en peligro?

—No...

—¿Alguien te ha amenazado? —insiste.

—Aukan —le llamo.

—Puedo ayudarte, Sofi, te lo prometo.

—No es nada de lo que te imaginas. —Ni de cerca.

—¿Entonces qué, Sofi? ¿Qué es lo que ocurre? —pregunta. Suspiro. Voy a ser lo más sincera posible.

—Yo... conocí a alguien —comienzo a explicar. Aukan me mira sin entender—. Me gusta. Mucho. Pero no podemos estar juntos.

—¿Qué? ¿Acaso esto es Romeo y Julieta? —pregunta, medio bromeando, medio en serio.

—Algo así —replico. Aukan frunce aún más el ceño—. Por favor Aukan, confía en mí. Es por tu propio bien.

Me queda mirando por largo rato en silencio, sopesándolo. Finalmente suspira y menea la cabeza, sé que no le agrada la idea.

—De acuerdo —dice. Levanta la cabeza y me mira—. Solo... cuídate, Sofi. Y estaré aquí si lo necesitas.

Le sonrío y asiento. Se me acerca y lo abrazo con fuerza, cierro los ojos y respiro profundo. Me siento algo aliviada, como si me hubiese sacado un gran peso de encima. Aukan me da un beso en la mejilla y se sube a su camioneta. Me despido con la mano y lo observo alejarse por el camino de tierra.

Volteo y miro hacia arriba. Ni mis padres ni Isabel se ven a la vista. Me acerco a la percha, saco mi abrigo y salgo al exterior. Camino por la tierra pedregosa hasta la arena de la playa, a orillas del lago. La luna se ve grande, en todo su esplendor. Con paso decidido me voy acercando a orillas del bosque.

De entre las sombras, aparece Nikolaj, como si se hubiese materializado en el mismo aire. Su semblante es serio, como siempre. Acelero el paso para acercarme. Lo abrazo con fuerza, él me responde, rodeando mi cintura con sus brazos. Puedo sentirlo olfatear mi cuello.

Se aleja y sonríe. Toma uno de mis rizos y lo coloca tras mi oreja. Sin embargo, este es rebelde y vuelve a colocarse sobre mi mejilla. Nikolaj vuelve a posicionarlo con delicadeza. Observo aquellos ojos de mar, sus labios rosados, su piel pálida.

—Pensé que te sería más difícil venir ahora que entraste a clases —comenta. Las palabras se precipitan en mis labios, y antes de que pueda pensarlo mucho, hablo.

—Te extrañé.

Su mano se detiene. Su espalda se tensa. Lentamente, sus ojos encuentran los míos. Trago saliva. Frunce el ceño preocupado, deja caer su mano y retrocede un paso, alejándose de mí. Mi cuerpo reclama, añoro sentir el frío de su piel. Nikolaj mira hacia el lago, frunciendo los labios.

—No puedo hacer esto, Sofie. No podemos —murmura. Por sus ojos cruza el dolor.

—¿Vas a fingir que no sientes nada? —le increpo. Cierra los ojos y toma una gran bocanada de aire. Cuando vuelve a abrirlos, se queda mirando el suelo.

—No se trata de eso, Sofie. Se trata de lo que es correcto. Y esto no lo es —sentencia.

—Nikolaj —le llamo. Él me observa con aquellos hermosos ojos de hielo. Humedezco mis labios, eligiendo cuidadosamente mis palabras—. Cuando estoy contigo... siento que puedo ser yo. ¿Cómo algo que se siente tan bien puede ser malo?

Nikolaj niega con la cabeza.

—No se trata solo de nosotros, Sofie.

—¿Y de quién más? —pregunto exasperada. Nikolaj frunce el ceño.

—Tu familia. Jochem, el clan, Aukan... Héctor. —Desvía la mirada al bosque—. Nosotros... no existe, Sofie. Nunca existió.

Siento mi corazón palpitar dolorosamente en mi pecho. Nikolaj no me mira, voltea y comienza a caminar hacia el bosque. Cada vez se aleja más, y por cada metro que nos separa, siento como el dolor en mi pecho se expande más y más hacia el resto de mi cuerpo. Mis ojos se humedecen. ¿Cómo puede decir eso? ¿Cómo puede fingir que no pasa nada?

—Termine con Héctor —digo casi gritando, las lágrimas amenazando con salir.

Nikolaj se detiene, endereza su espalda y voltea a verme. Noto su cuerpo vacilante. Trago saliva.

—Termine con él porque me he estado mintiendo a mí misma, por mucho tiempo —prosigo. Doy un paso hacia él—. No lo quiero, Nikolaj. No como debería. No de la forma en que te quiero a ti.

Mi confesión me libera. Me siento avergonzada de decírselo casi a los gritos, pero necesitaba expresarlo. Necesitaba que lo escuchara. Nikolaj entreabre la boca. Siento que se irá, y nunca más volverá.

Su mandíbula se tensa, toma una gran bocanada de aire. Su cuerpo recobra el movimiento. Da grandes zancadas hacia mí y toma mi rostro entre sus manos, sus ojos de mar me observan unos segundos. Se inclina y estampa sus labios sobre los míos.

Se me corta la respiración. Cierro los ojos. Su boca es tersa, fría. Apoyo mis manos en su pecho. Nikolaj me besa con gentileza, puedo sentirlo contenerse. Su boca se entreabre y sigo su movimiento. Me siento envuelta en su cuerpo frío, mientras el ritmo aumenta. Mi piel arde, la desesperación dejándose entre ver en nuestro apasionado beso.

Siento como comienzo a marearme por la falta de aire y debo separarme. Respiro agitada. Abro los ojos, él acaricia mis mejillas, esparciendo aquel agradable cosquilleo por mi cuerpo.

Ich liebe dich, Sofie.

Sus labios vuelven a capturar mi boca y me besa, liberando todo aquello que antes nos conteníamos. Rompiendo las ataduras que nos separaban.

Entendía a la perfección el alemán como para saber lo que esas tres palabras significaban. Y en ese momento supe que estábamos condenados desde el momento en que nos conocimos. Él sentía lo mismo que yo por él. Y nada podía romper el lazo que nos unía. Nada, ni nadie.

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