31. Pun

Pase lo poco que alcance de luz del día escribiendo las dudas que me surgían, ya que estaba despertándome pasado el mediodía y ya estaba oscuro alrededor de las cuatro de la tarde. Pensé que después de descubrir su secreto tendría menos dudas pero me equivoqué. No podía dejar de hacerme miles de preguntas.

Mi horario de sueño estaba completamente cambiado. Me solía dormir a las dos de la mañana y despertaba a las diez, pero debido a los últimos acontecimientos, me pasaba largo rato mirando por la ventana en dirección al bosque, hasta que los primeros rayos del sol asomaban. Recién ahí era capaz de dormirme, por lo que no despertaba antes de mediodía.

Estaba algo apática, comía poco, hablaba nada, y a excepción de cuando bajaba a comer, me la pasaba encerrada en mi pieza.

La única persona con la que hablaba era Melisa, que se sentía feliz porque había conocido a una chica extranjera trabajando en el centro de esquí. Trataba de mostrarme algo entusiasta con ella, no quería que sospechara algo. Ignoraba a Héctor totalmente, y Aukan apenas me hablaba, ya que tenía sus exámenes de finales de semestre y se encontraba bajo mucho estrés, normal si estudiaba medicina.

La noche acaeció, y mi ansiedad se acrecentaba. Me duché y cambié de ropa, ya que me sentía demasiado sucia y apagada, no como soy normalmente. Isabel fue la única que encontró poco creíble mi excusa, aunque claro, ella sabía que la otra noche algo me había pasado al verme empapada de pies a cabeza. La había escuchado llorar un par de veces entre sueños, pero como no estábamos en buenos términos, no me acerqué a consolarla, y tampoco es que me fuera a dejar.

Cuando mi reloj indicó que era medianoche, salí de mi habitación, vigilando que no hubiera nadie despierto. Me coloqué unos vaqueros, una camiseta roja de manga larga y cuello redondo. Encima un suéter de cuello alto color terracota, y unas botas con polar interior para el frío, de color café oscuro. Me coloco una cazadora de cuero café y bajo en puntillas las escaleras.

Salgo por la puerta, procurando hacer el menor ruido posible. No es necesario llevar linterna. Primero porque, últimamente, solíamos vernos a orillas del lago, donde la luz de la luna se reflejaba a la perfección, y segundo, porque la nieve, aunque se había derretido un poco, seguía presente, y hacia que el paisaje se viera muy luminoso para ser de noche.

Camino por el jardín, paso la cerca y me detengo a orillas del lago. Miro el cielo, hacia muchísimo frío, las nubes cubrían las estrellas, y según había escuchado decir a mi padre, nevaría por la noche.

Me sobresalto un poco cuando siento aquel frío gélido en mi espalda, pero solo por la sorpresa. La presencia de Nikolaj me aliviaba de sobremanera, y parte de mí se preocupa de que lo haga. Volteo lentamente y lo miro. Había sido algo vanidosa, encrespando mis pestañas, colocándome un poco de máscara, base para tapar una incipiente espinilla que comenzaba a salirme, y un bálsamo labial.

Observo su rostro pálido. Sigue teniendo la misma expresión de intriga, los mismos ojos azules, el mismo cabello de oro. Sigue siendo el mismo Nikolaj. Inconscientemente estiro mi brazo y coloco mi mano en su mejilla, sintiendo el frío electrizante de su mejilla en mi palma. Noto que se estremece, pero no se aleja ni aparta mi mano. Esboza una pequeña sonrisa, sus ojos se suavizan, el hielo se derrite.

—Voy a proponerte algo, y tú vas a responder que no, porque es una locura estar a solas con un vampiro —dice, su voz tan profunda y atrayente. No sé por qué pensé que todo sería diferente. Tal vez es que yo me siento diferente, pero todo alrededor sigue igual.

—¿Qué cosa? —pregunto, divertida ante sus palabras. Coge mi mano que está sobre su mejilla y juega con mis dedos, observándola. Me arrepiento de no haberme retocado el esmalte de uñas gris que tenía, porque ya ha comenzado a descascararse.

—Quiero llevarte al que era mi hogar —explica, sin apartar su vista de mi mano. Un agradable cosquilleo me recorre el brazo hasta llegar a mi espalda, esparciéndose por mi columna y mi cuello.

—De acuerdo —replico, si problemas. Deja de mover sus dedos y levanta la cabeza, mirándome.

—Debías decir que no —me recuerda. Me encojo de hombros.

—¿Cuál es la diferencia entre estar solos acá y donde sea que era tu casa? —pregunto. Baja su mano, pero manteniendo nuestros dedos entrelazados. Su mirada es severa.

—Que si acá gritas, pueden escucharte. Allá no hay absolutamente nada, ni nadie, que pudiese detenerme si quisiera matarte —responde con tono serio. Ruedo los ojos.

—Si me quisieras muerta, hace rato lo habrías hecho —replico, restándole importancia. Frunce el ceño. Puedo notar lo mucho que mi actitud le molesta.

—Siempre podría cambiar de opinión —dice con voz críptica, en un intento por asustarme. Sonrío.

—¿Vas a llevarme a tu casa, o nos quedaremos aquí toda la noche? —pregunto. Sé que lo exaspera la confianza que deposito en él, pero está siendo ridículo.

—Iremos —replica luego de un rato. Se voltea ligeramente, enseñándome su espalda—. Sube.

—¿A tu espalda? —pregunto sin entender. Él ríe.

—Obviamente.

—¿Estás seguro de que puedes cargarme? —pregunto. No tengo sobrepeso, pero tampoco soy una flacucha. Una carcajada de lo más relajada escapa de sus labios.

—Confías en que no te drenaré la sangre de tus venas, ¿pero no que pueda cargarte sin problemas? —pregunta, entre incrédulo y divertido por mi actitud.

—Sí, eso es justamente lo que pienso —admito. Voltea para enfrentarme.

—Si quisiera, podría destruir tu casa con una patada, Sofie —dice en voz baja. Frunzo el ceño.

—¿Por qué no vamos caminando? —pregunto. Él sonríe.

—Porque llegaríamos después del amanecer, y como has dilucidado correctamente, el sol y yo no somos buenos amigos —replica. Abro la boca para preguntar por ello pero coloca un dedo sobre mis labios, haciendo que mi corazón se acelere—. Confía en mí en esto, Sofie. Nos demoraremos unos minutos y ya.

Trago saliva. Aparto mis dudas y asiento. Vuelve a darse vuelta y me afirmo de sus hombros. Doy un salto y él rápidamente atrapa mis piernas con sus brazos. Enrollo mis brazos alrededor de su cuello y con mis piernas rodeo su cintura. Apoyo mi cabeza en mi brazo, quedando cerca de su oído.

Su temperatura corporal no me afecta en absoluto, hasta me agrada. Es un frío eléctrico, que deja en mi piel una sensación agradable de cosquilleo. Olfateo disimuladamente su cabello, su aroma es aún más potente que cuando lo abrazo.

—¿Lista?

—¿Para qué? —pregunto sin entender. Voltea a mirarme, y una sonrisa traviesa se dibuja en sus labios.

Como si se tratara de una montaña rusa, comienza a correr de improviso a una velocidad sobrehumana al interior del bosque. No alcanzo a captar detalles, todo se ve borroso, el viento golpea mi cara y alborota mis cabellos. Me aferro a él con más fuerza. Por un momento temo que vayamos a chocar con algo o alguien. Atisbo algunos montículos blancos, debe ser nieve. El resto es pura oscuridad, aunque estoy segura de que, de haber luz, tampoco notaria mucho. El bosque a nuestra izquierda desaparece y noto el lago, es cuando noto que parece que nos movemos tan rápido como un tren.

No sé cuánto tiempo pasa, pero de pronto nos detenemos. Las manchas que veía se transforman en árboles, y el lago se vislumbra entre los troncos de estos. Me mantengo tensa, aferrada a Nikolaj. Observo el lugar. Es una especia de claro, con menos árboles, y algo se ve a la derecha, pero no logro distinguir qué.

—Ya puedes bajarte —me dice.

Parpadeo avergonzada, sintiendo mis mejillas teñirse de rojo. Libero su cintura y él suelta mis piernas. Cuando con las puntillas toco el suelo, deshago el agarre que tenían mis brazos y él se endereza. Siento algo agarrotadas mis extremidades, por la extrema fuerza que hice al afirmarme de él. Nikolaj voltea a mirarme. Mientras sigo estirándome, él toma mi rostro entre sus manos, dejándome de piedra. Ordena mi cabello, que debe ser una masa de rizos desordenados. Me sonríe con ternura, y mi corazón late frenético.

—¿Qué te pareció? ¿Muy terrible? —pregunta.

—¿El trayecto? —pregunto, él asiente. Sonrío—. Ha sido un subidón de adrenalina —admito. Su sonrisa se amplía.

—Ven. —Coge mi mano y me guía hacia lo que sea que hay a la derecha del claro.

El sonido de nuestras pisadas sobre la nieve y la tierra son prácticamente lo único que se escucha, junto con los cantos de algunas aves nocturnas.

Pronto logro adaptar mi vista a la leve oscuridad y noto que lo que veía era piedra ennegrecida, probablemente quemada. Parece que en algún momento aquello fue una construcción, pero de eso había pasado bastante tiempo.

—¿Qué había aquí? —pregunto, levantando la cabeza para mirarlo. Él sonríe amargamente.

—Te dije que te traería al que había sido mi hogar —replica. Abro los ojos, sorprendida. Suelta mi mano y comienza a caminar alrededor, mirando las piedras—. Mi familia y yo llegamos a Chile en 1853, desde lo que ahora se conoce como Alemania. Probablemente no lo sepas, pero hubo una revolución que intento unificar los distintos poblamos. Por supuesto, falló, y mis padres creyeron que irnos sería una buena idea, comenzar de cero, lejos de los problemas. —Se detiene y levanta la cabeza para mirarme—. Por supuesto, aquí había otros problemas —dice con amargura. Vuelve a mirar el suelo se acerca a las piedras, moviéndolas con el pie.

»Fue duro. Mi padre, mis hermanos y yo nos la pasábamos trabajando, construyendo, dejando a mi madre y hermanas solas en los barracones, junto a otras mujeres y niños. Pero después nos dieron está tierra, formamos una comunidad junto a otros que construyeron sus casas por aquí. —Levanta la cabeza y mira hacia su derecha—. Y construimos nuestra casa. Comenzamos a trabajar la tierra, a convivir con nuestros vecinos. Mi hermano mayor, Jochem, se casó con Hilde, una de las chicas más hermosas que había —recuerda sonriente—. Les construimos una casa, y no tardo en quedar embarazada. Mi familia estaba feliz. Sufrimos mucho para venir acá ¿sabes? Mi hermana, Chlodhilde murió cuando veníamos para acá, y mi hermano menor estuvo muy enfermo, pero creímos que por fin estábamos recuperando nuestra suerte —explica. Su sonrisa desaparece, su entrecejo se arruga.

»Estábamos equivocados, claro. Era principios de invierno, a unos meses de mi cumpleaños, o eso recuerdo. Comenzamos a tener problemas con el ganado, las ovejas estaban desnutridas a pesar de que las alimentábamos bien. Por aquel entonces, los huilliches habitaban la zona. Solíamos hacer trueques con ellos, comerciar ciertas cosas. Ellos nos advirtieron del piuchén, una criatura alada que drenaba la sangre de los animales para alimentarse. Nos recomendaron hacer una cataplasma con ajo y otras hierbas, pasarlas por el lomo de las ovejas y de esa manera ahuyentaríamos al animal.

Se queda en silencio, mirando hacia el lago.

—No funciono —adivino. Él niega con la cabeza.

—Si funciono —replica, sus ojos se fijan en los míos—, pero eso le hizo enojar.

Frunzo el ceño sin comprender. Camina hasta detenerse frente a mí. Lo miro atenta, escuchando cada una de sus palabras.

—Estábamos cortando madera cuando escuchamos gritos. Jochem y yo corrimos hasta la casa para ver lo que ocurría. Entonces lo vimos, el piuchén en su forma humanoide. Su piel era verdosa, sin ningún cabello, su rostro anguloso, los ojos rojos brillantes. De su boca asomaban grandes colmillos, y en la espalda tenía escamas y cuernos ganchosos. Era repugnante. —Hace una pausa, observando mi reacción. Me mantengo inmóvil—. Su cuerpo estaba cubierto de tierra, hojas y sangre. Y a sus pies, estaba Hilde muerta, con su vientre abombado.

»Jochem no lo pensó. Se abalanzó contra la bestia e intento herirlo con el hacha. Pero la criatura era rápida. Lo esquivo sin ningún problema e hinco sus colmillos en el cuello de mi hermano. Lo ataqué, enterrándole el hacha en su espalda, pero no se inmutó. Dejo caer a Jochem y con sus brazos me lanzo lejos. Se abalanzó sobre mí, intentando morderme. Me protegí con los brazos pero logro morderme la muñeca. Recuerdo que sentí un dolor horrible, que nunca había sentido en mi vida. —Levanta la cabeza y mira nuevamente a la derecha—. Nuestros vecinos vinieron ante los gritos. El piuchén comenzó a atacarlos. Sabíamos, por los huilliches, que debíamos colocarle una manta encima y quemarlo. Pero era demasiado rápido, demasiado fuerte. Hombres, mujeres y niños intentamos detenerlo. Fue una masacre. —Niega con la cabeza y vuelve a mirarme.

»Liane, una de nuestras vecinas, logro lanzarle una manta mientras este la mordía. Jochem le prendió fuego y la criatura comenzó a revolcarse, intentando apagar el fuego, pero entre todos le lanzamos piedras y ramas para que se quemara.

Se queda en silencio, sus ojos fijos en mí, pero sin mirarme realmente.

—¿Lo mataron? —pregunto, con un hilo de voz. Nikolaj vuelve en sí y me mira.

—Si —afirma, apartando los ojos—. Lo matamos. Pero el daño ya estaba hecho. Hicimos un funeral para todos los que perdimos. Tanto Hilde como mis padres y hermanos murieron. A veces pienso que tal vez debí también morir.

—No digas eso —le regaño, él sonríe con amargura.

—Debería estar muerto, Sofie. Hace muchos años. Y en cambio estoy aquí, contigo, exponiéndote a un peligro innecesario.

Coloco mis manos en su rostro y me pongo de puntillas, para intentar alcanzar un poco su altura.

—Estaría en peligro con o sin ti. Si tú no estuvieras, créeme que habría encontrado la forma de ponerme en peligro. Soy buena en eso —le replico. Él sonríe.

—Lo he notado —afirma.

Toma mis manos entre las suyas y besa mis nudillos. Desvío la mirada, sonrojada, él voltea y mira las rocas.

—No lo sabíamos en ese entonces, pero aquella criatura nos había condenado. Ninguno de nosotros volvió a ser la misma persona. Nuestra comunidad se aisló, los demás nos veían como si estuviésemos malditos. Debes recordar que en aquel entonces las supersticiones eran más fuertes que ahora —explica—. Con los días comenzamos a notar ciertos cambios. Lo primero fue el sol. Cuando a la mañana siguiente quisimos salir a nuestras labores, nos dimos cuenta de que nos quemaba. La comida ya no se nos apetecía, éramos más ágiles, más fuertes y rápidos. Nuestros sentidos se agudizaron, el frío ya no nos molestaba. Los seis que habíamos sobrevivido al ataque, los seis que habíamos sido mordidos, presentábamos las mismas cosas. No sabíamos que nos estaba pasando, pero si sabíamos que, cualquiera fuera la razón, debíamos mantenerlo en secreto. Comenzamos a alimentarnos de la sangre de nuestro ganado, el estar aislados de los demás nos fue de gran ventaja. Comerciábamos y salíamos al pueblo durante los días nublados. Los huilliches no tardaron en darse cuenta de que algo pasaba, por lo que se alejaron del poblado. Poco a poco, la gente olvido lo ocurrido, y simplemente nos mantuvimos como una comunidad cerrada.

»Pasaron varios años, hasta que en 1868, el esposo de Liane la descubrió bebiendo sangre y la acusó de bruja. Los poblados aledaños llegaron durante la noche con antorchas, acusándonos de tener un acuerdo con el diablo, de ser demonios. —Casi puedo imaginarme a la multitud enardecida en busca de cabezas que cortar—. Quemaron nuestras cosas. Esto es lo que quedo de la mía —dice, pateando una piedra—. Escapamos, por supuesto. Los demás pensaron que nuestros cuerpos se calcinaron, hicieron tumbas vacías con nuestros nombres, y volvieron a vivir en paz, como si nada.

Me acerco a él con cuidado, intentando sonar lo más calmada posible.

—¿Dónde viven ahora? —pregunto en voz baja.

—Yo vivo solo en medio del bosque, en una pequeña casa que me construí hace años —replica. Se da vuelta a mirarme—. Los demás viven en medio del cerro, asilados de los humanos. Ellos... han generado cierto odio hacia ustedes después de lo ocurrido.

Trago saliva.

—¿Por qué tú no? —pregunto. Se gira y me mira.

—¿Por qué lo haría? Fue hace muchos años —replica.

Se acerca a mí y levanta mi mentón con sus dedos. Acaricia mi mejilla, un cosquilleo recorre mi rostro. Se inclina ligeramente, su mirada profunda me hipnotiza. Algo helado cae en mi frente. Ambos miramos el cielo. La nieve ha comenzado a caer.

—Será mejor que volvamos —comenta.

—Pero tengo preguntas —digo, recordando el papel en mis vaqueros con la lista de cosas que quería preguntar. Nikolaj baja la cabeza y me mira sonriente.

—Tenemos tiempo, Sofie. Tengo toda la eternidad.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top