3. Lemu

Suspiro. La película en Netflix no me ha atrapado para nada. Triple frontera. Es la clase de película de acción en que la cámara se mueve de un lado para otro y no se entiende absolutamente nada. No me gustaban ese tipo de películas, pero a Héctor le fascinaban.

Después de la escuela habíamos venido a casa a pasar la tarde juntos. Sayen nos había cocinado calzones rotos y luego habíamos caminado a orillas del lago. Me sentía muy afortunada de vivir a unos metros de este.

Recostados en el sillón, apoyándome en su pecho, ahora veíamos la pantalla plana de la sala de estar, esperando a que Isabel se decida a bajar para irla a dejar. Había vuelto hacía una hora del trabajo de mamá, mis padres se habían marchado hace poco, pero la princesa aún no terminaba de arreglarse.

Héctor, que con su brazo izquierdo ha atrapado mi cintura, observa muy concentrado el televisor. Sus ojos cafés están decorados por sus grandes pestañas. Tiene la nariz aguileña y algo torcida, debido a una fractura que tuvo hace un par de años. Era casi imperceptible, a menos que lo miraras con detenimiento. Su tez clara contrastaba con su cabello castaño oscuro, que mantenía corto, aunque según su madre, no lo suficiente, ya que siempre lo regañaba por dejárselo más largo en la parte de atrás. Su boca era grande, y sus labios medianos. Tenía perforadas las dos orejas, y siempre llevaba pequeñas argollas plateadas en ellas. No se las quitaba ni siquiera para la escuela, solo cuando jugaba futbol.

Me siento derecha, deshaciéndome de su brazo, él coloca la película en pausa y me mira.

—¿Pasa algo? —pregunta. Le sonrío y niego con la cabeza.

—No. Iré a buscar algo de comer y le diré a Isabel que se apure —replico.

—¿Por qué tanta prisa? No tenemos nada que hacer hoy.

Porque me voy a escapar al bosque.

—Estoy cansada y tengo sueño. Además tengo mucho que estudiar, así que quiero despertar temprano —miento. Sus bazos rodean mi cintura y se inclina hacia mí.

—¿Cansada, eh? —Se acerca y besa la comisura de mis labios, me rio—. ¿Muy cansada como para darme besos?

—No tanto —replico, mientras él sigue repartiendo besos por mis mejillas.

Busco su boca y lo beso. Una de las cosas que más me gustaba de Héctor era lo bien que besaba. Su boca era cálida y suave, moviendo lentamente sus labios sobre los míos, su lengua jugueteaba con la mía.

Fue así que empezó todo. Hace casi dos años, el día de su cumpleaños (si, él es menor que yo por unos meses). Jugando a la botella en una de las pocas fiestas a las que voy, nos tocó estar "siete minutos en el cielo". Al principio simplemente bromeábamos, lanzamos cosas al suelo para que los demás creyeran que estábamos follando, pero luego, entre el alcohol y al estar solos, comenzamos a besarnos. No, nuestra historia no es como las películas de Netflix, pero eso me encantaba.

Me recuesto en el sillón con Héctor sobre mí, entre mis piernas. Una de sus manos baja de mi cintura hasta mi pierna, y comienza a levantarme la falda de la escuela. A pesar de estar con medias, siento un cosquilleo por donde su mano me toca. Mis manos recorrían su espalda, tocando la fina tela de su camisa blanca.

Héctor era quien había sacado en mí aquella parte desconocida, esa que podía ser tierna, que le gustaba acurrucarse y ver películas románticas. Solo con él podía ser así.

—Voy a bajar, dejen sus cochinadas —avisa la insoportable de mi hermana.

A regañadientes, nos sentamos. Arreglo mi falta mientras Héctor se acomoda el pantalón, al parecer se ha excitado.

Isabel baja las escaleras y llega a la sala, vestida con unos apretados pantalones de cuero rojo oscuro y un top negro ceñido, de manga corta con escote en V, con su ombligo al descubierto. Se ha delineado los ojos negros y se ha puesto un labial rojo. Su cabello cae ondulado sobre sus hombros.

—¿Me vas a regañar por cómo voy vestida? —pregunta borde. Este es su intento de niña rebelde. Ruedo los ojos y me levanto.

—Te va a dar frío —replico, ignorando su tono. Levanta su mano enseñándome una chaqueta de chiporro negra—. Vamos.

Cojo mi anorak y salgo de casa, con mis documentos y las llaves del coche. Héctor sale seguido de Isabel, que cierra con llave y me las entrega.

Héctor se sube en el asiento de copiloto y yo coloco en marcha el coche. Salimos de casa, manejo más lento de lo normal solo para exasperar a Isabel. Ahora le ha bajado la prisa, cuando podría haber tardado menos en vestirse.

El camino de mi casa a Puerto Varas es sinuoso pero relativamente corto. La carretera va bordeando el lago, y de día, tiene vistas espectaculares.

Pronto notamos las luces de la ciudad. Cruzamos hasta el otro lado y comienzo a subir por una estrecha calle que lleva al condominio en que vive la amiga de Isabel. Me detengo frente a la casa, la música se escucha desde afuera. Isabel manda un mensaje desde su teléfono y a los pocos segundos un chico de tez olivácea, cabello negro a ras y ojos claro abre la puerta. Arqueo una ceja, dándome una mirada con Héctor, y luego ambos volteamos a ver a Isabel, quien sonríe coqueta y se baja del coche, sin despedirse.

Observo como saluda al chico, abrazándolo muy animada. Héctor y yo nos miramos.

—Tu hermana es, lo que yo llamo, una típica adolescente —comenta Héctor. Sonrío.

—Y que lo digas.

Arranco cuando veo que Isabel entra a la casa. Devolviéndome por el mismo camino, la casa de Héctor quedaba de camino, y aunque me gustaba pasar el rato con él, estaba ansiosa por ir a investigar.

El trayecto transcurre en silencio hasta que me detengo frente al portón de su casa. Volteo a mirar a Héctor, él coloca una mano en mi mejilla y la acaricia con su pulgar.

—Te quiero —dice en voz baja.

Sonrío. A pesar de que Héctor me hacía salir de mi zona de confort, aún me sentía extraña al expresar mis sentimientos tan directamente. Lo quería, claro. O eso creía. Tampoco tenía punto de comparación, pero estaba segura de que lo quería.

—Yo a ti —replico, desviando la mirada de sus ojos penetrantes.

Se acerca y me besa. La forma en sus labios capturan los míos, me hace estremecer. Tal vez no era mala idea posponer mi excursión, aunque no parecía buena idea irnos a casa juntos, ¿Cómo lo podría traer de vuelta y pasar desapercibida? Mis padres no habían dicho a qué hora volvían. Y los padres de Héctor estaban en casa.

Se separa cuando nota que el beso comienza a subir de intensidad. Él es como cualquier adolescente, por supuesto, pero me respeta mucho y sabe nuestros límites. Por ejemplo, jamás voy a follar en el carro, menos aún si es el coche de mi madre. Entonces, antes de que las cosas empeoren, siempre nos alejamos para calmarnos un poco.

—Te veo el domingo. —Sonríe, los hoyuelos de sus mejillas se marcan. Subo mi mano hasta su mejilla, pasando un dedo por esta.

—¿El domingo? —pregunto. Él asiente.

—El partido contra el Instituto Alemán de Frutillar —me recuerda.

—Ah, cierto. Lo olvidé —digo, y sonrío como disculpándome.

—¿Vas a ir a alentarme? —pregunta. Asiento.

—Claro.

Se inclina a darme un corto beso y coge su mochila. Abre la puerta del coche y me sonríe.

—Adiós.

—Hasta el domingo —me despido.

—Recuerda avisarme cuando llegues —me pide. Yo asiento.

Baja del coche y cierra la puerta. Lo observo abrir la puerta de su casa. Se despide con la mano y yo le imito. Cierra la puerta y arranco.

Avanzo por el sinuoso y oscuro camino de vuelta a casa. Doblo a la izquierda, en un pequeño camino de tierra que se oculta fácilmente entre los árboles. El terreno en que vivía tenía un camino común de las tres casas que nos encontrábamos allí. Aparco frente a mi casa y apago el motor. Puedo escuchar a Sammy ladrar desde dentro.

Había luna llena, y esta vez las nubes no cubrían el cielo en su totalidad. Bajo del coche decidida. Abro la puerta, Sammy se lanza a mis piernas. Acaricio su cabeza y me quito el anorak. Lo dejo en la percha. Subo corriendo hasta mi habitación, busco un pantalón grueso y una camiseta de manga larga. Me cambio rápidamente. Luego me coloco un suéter rojo llamativo, y finalmente, un gorro de lana gris. Me agacho y de mi armario saco una caja con mis posesiones más preciadas para acampar. Las solía usar con Aukan. Revuelvo entre las brújulas, navajas multiuso, el botiquín de primeros auxilios y pedernal para iniciar un fuego hasta encontrar una de mis linternas favoritas. Me aseguro de que las baterías funcionen y me levanto.

Bajo las escaleras seguida de Sammy. Me coloco el anorak y mis botas de lluvia. Con mi teléfono en el bolsillo y la linterna en mi mano, cojo las llaves de la casa y salgo al jardín. Sammy corretea. Las luces exteriores están encendidas.

Miro los árboles. Apenas se iluminan los troncos, son demasiado frondosos para que la luz de la luna logre iluminar, y están demasiado lejos como para que los faroles de la casa los alcancen.

Camino por el pasto y me detengo a medio camino. Enciendo la linterna. Volteo a mirar una vez más mi casa. Tal vez estoy siendo demasiado imprudente, tal vez me imagine cosas.

Por el rabillo del ojo capto que algo se mueve. Sammy se acerca corriendo a la reja y comienza a ladrar. No. No me lo he imaginado. Y algo me dice que tengo que ir.

Avanzo hasta la cerca, ilumino el bosque. Nada. Frunzo el ceño. Necesito saber.

Me agacho y cojo a Sammy. Agarrándolo firme con mi mano libre, levanto una pierna y la paso sobre la cerca. Hago lo mismo con la otra. Deposito a Sammy en el suelo, sé que se quedara a mi lado, es algo miedoso.

Ilumino. Hace frío, lo noto al ver que se nota el vapor cuando respiro por la nariz. Miro a Sammy, está quieto mirándome.

—Vamos —le digo.

Y comienzo a caminar.

Avanzo despacio, procurando hacer el menor ruido posible. El suelo está cubierto de hojas y ramas, por lo que es difícil pasar desapercibido. Cada dos pasos volteo para ver la casa. No voy a alejarme tanto, siempre debo mantener la vista en mi hogar. También me guio por el suave sonido del agua. El lago está cerca. Mientras me mantenga en ese camino, no voy a perderme.

Escucho pájaros, el aleteo de estos, polillas acercándose a la luz, pero nada de sombras.

No sé cuánto tiempo pasa, ni tampoco cuanto he avanzado. Mis pasos y mi respiración son lo único que escucho, las pisadas de Sammy son suaves, los pájaros ya no se escuchan. Es un silencio anormal. Así no se supone que debe sonar el bosque. Me detengo. Ilumino los árboles a mi alrededor, girando lentamente.

Mi linterna se apaga. Demonios. Le deben de haber quedado poca carga a las baterías, y la muy tonta no traje de repuesto. Echo la linterna al bolsillo y saco mi teléfono.

Crac.

Levanto la cabeza. Puedo jurar que sentí que algo paso muy cerca de mí. Aquel sonido ha sido de una rama quebrándose.

Crépitos. Alguien ha pisado hojas secas. El mismo silbido agudo de ayer.

Sammy ladra.

Volteo asustada en su dirección, mi teléfono se cae. Me agacho con rapidez y lo cojo. Enciendo la pantalla y coloco la linterna. Ilumino a Sammy, está ladrando hacia mi derecha. Levanto la cabeza e ilumino el tronco en aquella dirección. Nada.

Noto algo frio a mi izquierda. Giro la cabeza, el brillo de unos ojos mirándome tras un tronco me quita el aliento.

No lo pienso más, cojo a Sammy y salgo pitando en la dirección contraria, sin reparar en donde piso, en cuanto ruido hago, o en las luces de mi hogar que comienzan a perderse de vista. Algo me dice que me están siguiendo, y siento que mis piernas no corren con la suficiente rapidez.

Me detengo de golpe cuando noto que, de no ser por mi linterna, estoy sumida en una profunda oscuridad. Me he alejado demasiado de casa, no escucho el agua del lago, y no logro ver ni un atisbo de la luna con las frondosas copas de los árboles.

Mierda, mierda, mierda. He sido una completa estúpida. ¿En qué demonios estaba pensando?

Crac.

Una sombra pasa junto a mí, silbando. Dejo a Sammy en el suelo y saco las llaves de mi bolsillo. Debí haber traído una de mis navajas. Supongo que unas llaves tendrán que ayudarme a defenderme.

La sombra cruza nuevamente. Puedo sentir la presencia a mi lado. Me armo de valor, pensando rápidamente mis siguientes movimientos. Empuño mi mano con las llaves, usaré la linterna para encandilar a lo que sea que esté siguiéndome.

Me levanto rápidamente, ilumino directamente a la figura que esta junto a mí y levanto el brazo, preparada para atacar.

Me quedo de piedra cuando, junto a un tronco robusto, veo a un chico.

***
Calzones rotos: masa frita que se sirve con azúcar impalpable, clásico de Chile

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top