26. Ragi pun
Cierro la puerta despacio. Enciendo la linterna y camino hacia la cerca. Miro el bosque, eso es extraño. Él suele estar siempre aquí. Apunto con la linterna, iluminando el bosque. Diviso su figura a orillas del lago, dándome la espalda.
La rutina en mi vida había cambiado casi por completo. Solía estar ansiosa por las tardes, esperando la medianoche. Cuando hablaba con Nikolaj, el tiempo pasaba volando. Ya no era solo hablaba con él para conocerlo, sino para conversar. Sobre mis sueños, sobre lo que opinamos del mundo, sobre las estrellas. Sentía que con él podía decir cualquier cosa, con él podía ser quien soy de verdad, sin cuidar que mis palabras le ofendan, o que mis creencias le hagan creer que estoy loca. Siempre me sentí juzgada por mi amor hacia la cosmovisión mapuche, pero con él, no era así en absoluto. Él me escuchaba con paciencia, atento, opinaba sobre el tema, a veces acordaba conmigo, otras, no tanto. Pero fuera cual fuera el asunto del que habláramos, siempre era entretenido y agradable.
Paso por sobre la cerca y camino hacia él. El agua suena al formarse las pequeñas olas en la orilla. Me detengo tras él, nerviosa. Siempre me sentía así cuando estaba cerca de él. Su espalda tensa se relaja. Voltea lentamente. Al verme, esboza una cálida sonrisa.
—¿Cómo estás, Sofie? —pregunta. Sonrío, encandilada con el tono atrayente de su voz.
—Bien —susurro.
—¿Sigues durmiendo con Isabel?
Mi hermana no había dejado de tener pesadillas, por lo que había optado por acompañarla durante las noches y calmarla cuando comenzara a inquietarse. No sé de qué se trataban, ella simplemente no lo quería decir, pero debían de ser horribles, ya que cada día estaba más saltona ante el más mínimo ruido, apenas se peinaba, y las ojeras se iban notando más y más.
—Sí, sus pesadillas continúan —replico, haciendo una mueca.
—Eres una buena hermana, Sofie —dice, me sonrojo y desvío la mirada.
—Cualquiera haría lo mismo —comento, restándole importancia.
—No, no lo harían —me contradice, el tono de su voz cambia, haciéndose más frío. Levanto la cabeza para mirarlo. ¿Lo dirá por experiencia?
—¿Por qué estás junto al lago? —pregunto, cambiando de tema.
—Me gusta ver como el cielo se refleja en el —explica.
Sonrío y miro el lago. Se ve hermoso, como si uno pudiese bañarse en el cielo, entre las estrellas. Me acerco hasta la orilla, el agua moja mis botas pero no importa. La luna menguante suspendida en el cielo, iluminando con aquel brillo plateado.
Nikolaj se detiene a mi lado, sus nudillos rozan el dorso de mi mano derecha. Mi corazón se acelera. Lo miro. Él observa con gran atención el agua. Siguiendo un impulso, estiro mi mano y acaricio suavemente la suya. Sus dedos se mueven, reaccionando ante el tacto. Su baja temperatura ya no me afecta, me he acostumbrado a ella, hasta podría decirse que me reconforta un poco. Acaricio su dorso con las yemas de mis dedos, y subo por su antebrazo. Su piel, tersa y fría, parece como de cristal.
Con su mano libre, levanta mi barbilla y me obliga a mirarlo. Una fuerza inexplicable me atrae hacia él. Coloca un mechón de mi cabello tras mi oreja, me observa con detenimiento. Y entonces, retrocede unos pasos, alejándose de mí. Sonríe con amargura, mientras yo me siento como una completa estúpida.
—¿Qué hay de Héctor? ¿Has hablado con él? —pregunta. Su voz suena algo tosca.
Suspiro. Esta especie de pausa, o como sea que él le llamaba, no podía importarme menos. A pesar de que él dijo que sería bueno distanciarnos un poco, y que habláramos lo más mínimo, quien me busca todos los días y me invita a salir es él. Por suerte, no tengo que inventar excusas. Simplemente repito sus palabras y ya. Pero no puedo evitar pensar en la poca atención que le doy, y lo bien que me siento sin él. Analizar mis sentimientos nunca me ha gustado, pero no tengo que pensarlo mucho para darme cuenta de algo que sabía hace mucho, probablemente hace varios meses.
—Poco —confieso. Nikolaj me observa, su semblante imposible de descifrar.
—No te entiendo —dice finalmente. Frunzo el ceño.
—¿Cómo? —pregunto sin entender.
—Es tu novio, y sin embargo, no eres capaz de decir que lo amas —explica.
—Yo... —me callo. No sé qué decir. Nikolaj se acerca, mirándome fijamente a los ojos.
—¿Qué sientes por él? —pregunta. Su cercanía me descoloca, el brillo curioso en sus ojos me hace estremecer—. ¿Qué sientes por él? —repite.
—Yo... —Mi voz se apaga.
—¿Qué sientes por él, Sofie? —insiste.
—No lo sé —admito finalmente.
Nikolaj me mira en silencio unos segundos antes de alejarse. Agacha la cabeza y niega.
—No deberíamos seguir viéndonos —susurra. Abro los ojos sorprendida.
—¿De qué estás hablando?
—Es lo mejor para los dos —explica. Levanta la cabeza—. Adiós Sofie.
—Nikolaj —le llamo, y desaparece, como esfumándose en el aire—. ¿Nikolaj?
Nada. Solo se escucha el agua.
—¡Nikolaj!
Una lágrima escapa de mis ojos. ¿Cómo puede hacerme esto?
—Dijiste que siempre estarías aquí —grito hacia el bosque.
Y como si se materializara, aparece frente a mí. Su cabello está algo despeinado, pero sus ojos siguen siendo de hielo. Noto algo de culpa en sus ojos.
—Sofie... —comienza a decir, pero antes de que continúe, me lanzo a abrazarlo.
Está vez, en vez de apartarme, me devuelve el abrazo. Apoyo mi cabeza en su pecho de hielo, e inspiro, inundando mis fosas nasales con aquel aroma a bosque y algo más. Se apoya en mi coronilla, abrazándome con fuerza, como si temiera que yo fuera a desaparecer. La que debería temer soy yo.
Cuando finalmente nos despedimos y entro a casa, no puedo dejar de darle vueltas a lo rápido que se marchó y luego volvió. Era rápido, lo sabía, pero parece que sobrenaturalmente rápido.
Subo a mi cuarto, Isabel duerme en mi cama abrazada a un peluche de ballena que tengo. Cojo mi computadora y me siento junto a ella. Se remueve un poco y voltea a mirarme. Abre los ojos somnolienta.
—¿Dónde estabas? —murmura.
—Fui a servirme un poco de agua —responde—. Duerme.
No me discute y vuelve a cerrar los ojos.
Abro mi computadora, espero a que encienda y abro una pestaña de google. Como la señal de internet es débil, debo esperar que cargue. Abro un pequeño archivo donde tengo anotada todas las cosas que he notado de Nikolaj: piel fría, aparentemente no le molesta el clima frío, sus ojos cambian de color, solo sale de noche o cuando está nublado, sus ropas se ven desgastadas y anticuadas. Anoto justo abajo "es rápido".
Abro en google la página sobre leyendas mapuches, específicamente del piuchén. Sé que algo tenía que ver aquella criatura, no me imagine aquel silbido, lo sé. Y no pasaba por alto el hecho de que pudiese cambiar de forma y parecer incluso humano. Sin embargo, me costaba trabajo creer que Nikolaj fuera aquello. Por lo descrito, aquellos seres eran escurridizos y malvados. Y él no podía serlo, era imposible.
Miro por la ventana. Tal vez no deba investigar sobre leyendas mapuches, sino alemanas. Abro otra pestaña y escribo rápidamente "leyendas alemanas". Se despliegan una serie de enlaces, ninguno que inspire demasiada confianza.
A medida que leo y leo sobre leyendas, mis ojos comienzan a pesarme y cabeceo constantemente. Rendida, cierro la computadora y la dejo en el suelo. Me acuesto junto a mi hermana y le miro. Su frente está sudorosa, y algo susurra entre sueños.
—Isabel —intento despertarla.
—J...
—Isabel —repito, la sacudo con suavidad.
—J... o... em... —Frunzo el ceño—. J...
—Isabel —la llamo. Abre los ojos y me mira asustada.
—Sofi —murmura aliviada.
—¿Qué estabas diciendo? —pregunto. Aparta la mirada y voltea, abrazando el peluche.
—No lo sé—replica, pero sé que miente.
Cierro los ojos, algo escéptica ante el comportamiento de mi hermana. ¿Qué es lo que está ocultando?
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