25. Pewma
—¿Qué música sueles escuchar? —pregunto.
—No tengo un estilo definido. Me gusta desde Muse a Debussy —replica.
—¿Película favorita?
—No puedo elegir solo una.
—Entonces di tres —insisto. Nikolaj suspira y sonríe.
—La lista de Schindler, Amelie y Jurassic Park.
—¿Te gusta leer?
—Mucho —admite.
—¿Libro favorito?
Me había propuesto una menta para estas dos semanas: conocer a Nikolaj a fondo. Si tenía que descubrir que era lo que ocultaba, necesitaba saber de él lo más posible. Por eso es que durante los últimos tres días, después de la fiesta, había estado viniendo en la madrugada, cuando todos estaban durmiendo, a hablar con él por un par de horas.
—¿Quieres ser detective o algo? Porque tu interrogatorio es bastante exhaustivo —bromea.
—En alguien tengo que practicar ¿no? —digo, siguiéndole el juego. Su sonrisa se amplía.
—Un mundo feliz. Aunque también me gusta mucho Hamlet y Frankestein —responde finalmente.
—¿Estudiaste algo? ¿O quieres estudiar...?
—Suficientes preguntas por hoy ¿no crees? —me interrumpe. Frunzo el ceño.
—No sé nada de ti, Nikolaj. Creo que es justo que quiera conocerte —explico.
—Sabes mucho de mí. Sabes mi nombre...
—Pero no tu apellido —le interrumpo. Rueda los ojos.
—Sabes que vivo cerca —prosigue.
—Vagamente.
—Y que me gusta caminar por el bosque —finaliza.
—Algo que me pides que yo no haga. Y saber que te gusta caminar no es algo realmente profundo —replico.
—¿Y saber mi película favorita sí? —pregunta. Asiento.
—Tus gustos pueden decir mucho de ti —afirmo. Se inclina sobre la cerca, apoyando sus manos en esta.
—¿Cómo qué? —susurra—. ¿Qué has descubierto de mí, Sofie?
Trago saliva. Su mirada profunda y el tono de su voz me hacen estremecer. Me quedo encandilada. Él tiene aquel poder extraño en mí. Puede hacerme perder todo pensamiento lógico, dejar mi mente en blanco. Tardo unos segundos en responder, intentando hilar mis ideas para poder decirlas en forma clara.
—Te gusta la ciencia ficción. Que te guste Jurassic Park y Un mundo feliz significa que crees que la tecnología y la humanidad van en deterioro. También te gusta la historia, el pasado. Y que tengas opuestos en cuanto a gustos musicales significa que te dejas guiar por tus emociones —replico. Arquea una ceja, sorprendido.
—¿Ahora eres psicoanalista? —pregunta bromeando.
—Soy buena observando —replico. Su sonrisa se desvanece, su mirada se hace más intensa.
—Sí, me he dado cuenta —afirma.
Aquella aseveración suya cambia el ambiente. Es como que el aire se hiciera más pesado, el tono de sus palabras y el brillo en sus ojos revelan que aquel secreto, aquel misterio que guarda con tanto fervor puede revelarse, y tal vez este exagerando, pero creo que aquello no le agrada.
¿Le da temor que averigüe lo que es?
Hasta ahora me he mantenido bastante callada al respecto, no porque no le preste atención o no tenga teorías, más bien porque no quiero que se entere y se marche. Pero cada cosa que ocurre, cada información que me da, es estudiada cuidadosamente, analizada a fondo, con el fin de dar con una respuesta, corroborar una teoría, o descartas algunas.
Las vacaciones de invierno me darán tiempo más que suficiente para averiguarlo, o de eso tenía esperanza. Pero no podía evitar pensar en que, si lo averiguaba, ¿se lo diría? Si aquello significaba no verlo nunca más, creo que no me convenía. Me gustaba hablar con él. No era solo el misterio que suponía, era más que eso. Era el tono agradable de su voz, la forma en que decía mi nombre, sus ojos de hielo cambiantes, su sonrisa deslumbrante, todo él.
Porque la razón para continuar con aquellas visitas nocturnas ya no era por el simple enigma que representaba. Iba mucho más allá de eso. Mucho más allá de lo que me sentía preparada a admitir.
—Deberías entrar, está haciendo mucho frío —dice tras varios minutos mirándonos en silencio.
—¿Te veo mañana? —pregunto con más ansias de las que quería mostrar. Su expresión se relaja y esboza una dulce sonrisa.
—Siempre.
Comienzo a alejarme lentamente en dirección a la casa, mirándolo cada cierto tramo. Cuando llego a la puerta, volteo a verlo, pero ya se ha ido. Entro en la comodidad de mi hogar.
Esa era otra cosa que había notado. Puede desaparecer en un abrir y cerrar de ojos, como si se hiciera invisible, como si se hiciera humo. Junto con las otras "señales", como yo les llamaba, consolidaba ciertas teorías acerca de él.
Ayer habíamos hablado poco, estaba desfalleciendo del sueño. Por eso hoy mi "interrogatorio" como lo llama él, ha sido más extenuante. Tenía grandes planes para la semana. El clima estaría a nuestro favor, ya que se pronosticaba nieve, lo que podía hacer que aquella laguna a la que me llevo se congelara.
Había salido en pijama. Me quito mis botas y el impermeable. Apago las luces y subo las escaleras, trazando planes irreales, imaginando las teorías más locas que podrían explicar el misterio de Nikolaj. Cuando voy en el segundo escalón, escucho un quejido. Me detengo y aguzo el oído. Otro quejido, casi un sollozo.
—No —escucho desde la habitación de mi hermana.
Son casi las dos de la mañana, todos están dormidos (incluso Sammy). Por lo que subo corriendo preocupada, imaginándome de un psicópata asesino o hasta Freddy Kruger atormentando a mi hermana en sueños.
Entro sin reparos. Isabel está dormida, pero inquieta. Su frente está sudoroso, lagrimas corren por sus mejillas, y de su boca entreabierta escapan sollozos y palabras ininteligibles. Está teniendo una pesadilla, se nota.
Me acerco a ella y le sacudo con delicadeza el hombro.
—Isabel —susurro. Ella continúa sollozando —. Isabel.
La sacudo más fuerte y abre los ojos de golpe, asustada. Me empuja, como peleando contra mí y grita.
—¡No, no! —La cojo de las muñecas, intentando tranquilizarla.
—Isabel, soy yo, Sofía —le intento explicar. Sus manotazos se detienen y me mira, completamente alterada.
Respira agitada, pero en cuento se da cuenta de que soy yo, suspira aliviada y cierra los ojos. Me acerco y la abrazo. Ella se aferra a mis brazos. Siento como su corazón palpita. Debió de ser una horrible pesadilla. Solloza silenciosamente, le acaricio el cabello.
—Está bien, estoy aquí —le digo, una y otra vez, consolándola.
Cuando noto que se calma, me separo un poco y me siento a su lado. Limpio sus mejillas, quitando los cabellos que se le han pegado al rostro. Tirita aún, pero se ve está más recompuesta. Tomo sus manos y espero a que su respiración se normalice.
—¿Mejor? —pregunto, ella asiente—. Era solo un mal sueño, tranquila.
Se estremece.
—Lo sé, pero se sentía tan real —musita. Coloco su cabello detrás de sus orejas.
—¿Qué era? —pregunto. Ella sacude frenéticamente la cabeza.
—No... no quiero recordarlo —replica, estremeciéndose.
El tono que emplea da mucho a la imaginación, pero me parece que estaba genuinamente aterrada, como si temiera que decirlo en voz alta lo vaya a hacer realidad.
—¿Quieres que me quede aquí contigo? —pregunta. Me mira con ojos de cordero degollado.
—¿No te importa? —pregunta ella. Niego con la cabeza.
Se hace a un lado y me meto entre las sabanas. Solíamos dormir juntas cuando éramos más pequeñas y ella tenía una pesadilla. Era extraño ver como nuestra relación había cambiado tanto en cosa de unos años, y más aún ver que volvíamos a lo mismo.
Se acurruca entre mis brazos y cierro los ojos. Isabel se duerme a los pocos minutos, pero yo no. No sé si porque no tengo sueño o simplemente no puedo dejar de pensar en Nikolaj y nuestra conversación. Mis teorías disparatadas comienzan a hacer menos sentido ha medido me dejo sucumbir a los brazos de Morfeo.
Los parpados me pesan. Comienzo a cerrar los ojos, mirando en dirección a la ventana. Cierro los ojos. Siento algo frío. Los abro.
Nada.
Vuelvo a cerrar los ojos. Otra vez, como una gélida brisa en mi mejilla. Abro los ojos, y atisbo una sombra en una de las esquinas. Me siento de golpe, el corazón me late frenético. Miro alrededor. Nada.
Tal vez estén paranoica por lo de Isabel, o tal vez mis teorías acerca de Nikolaj han terminado por generarme alucinaciones. Me recuesto nuevamente y abrazo a mi hermana con gesto protector. Respiro hondo y vuelvo a fijar mi vista en la ventana. Me imagino a Nikolaj afuera, vigilando, o mirándome por la ventana, buscándome con aquellos ojos de hielo. Pronto el sueño comienza a invadirme y los parpados vuelven a pesarme. Lucho en vano intentando mantenerme despierta, esperanzada de verlo entre la cortina que tapa la ventana. Y antes de caer en la inconsciencia, a mi mente viene el rostro de aquel hombre rubio, con su sonrisa siniestra, con sus ojos maliciosos.
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