22. Zumiñ
Mi teléfono no dejaba de vibrar con los mensajes que me llegaban de Héctor, pero aquello era la menor de mis preocupaciones. Me pasé más de cuarenta minutos buscando a aquel hombre en los alrededores de la plaza. Cuando mamá finalmente me encontró, tenía el cabello y mi ropa empapada, y por supuesto, me regañó.
Sentada junto a la estufa, ya me había colocado mi pijama, y mi cabello estaba prácticamente seco. Sammy estaba en mi regazo, mientras yo luchaba por concentrarme en lo que sea que hubiese en la televisión. Papá y mamá estaban en la cocina, bebiendo una taza de té. Isabel se había esfumado no bien llegamos, desapareciendo en su habitación.
Acariciaba el lomo de Sammy como si fuese mi terapia para manejar el estrés que la situación me causaba. El rostro de aquel hombre grabado con fuego en mi cabeza. ¿Quién era? ¿Qué quería? No creo haberme imaginado todo. ¿Por qué estaba en el funeral de Elías? ¿Y qué tenía que ver mi hermana en todo esto?
A mi lado, el sillón se hunde. Espabilo y volteo la cabeza a la izquierda. Isabel se sienta junto a mí, con aquel aire de arrogancia y cierto desprecio que siempre tiene conmigo. No me mira, sus ojos se concentran en la pantalla frente a nosotras.
—¿Puedes contestarle a tu novio? Me tiene algo aburrida con sus incesantes mensajes —dice de pronto. Frunzo el ceño.
—¿Te ha hablado? —pregunto. Por fin, se digna a mirarme.
—Yo no sé que ocurre entre ustedes dos, pero no me interesa. Así que, por favor, háblale para que así deje de molestarme —espeta molesta. Ruedo los ojos y vuelvo a mirar la televisión—. ¿De qué han peleado esta vez, por cierto? Porque pensé que habían arreglado las cosas pero...
—¿No se supone que no te interesaba lo que ocurría entre él y yo? —le interrumpo. Suelta un bufido.
—No me interesa en absoluto —replica, aunque suena poco convincente. Mi hermana es una chismosa.
Un trueno hace vibrar las ventanas. Sammy levanta la cabeza. Isabel voltea para mirarme, apoya su cabeza en su brazo.
—¿No vas a decirme por qué se pelearon ahora? —insiste.
—¿Vas a decirme quien era aquel hombre que hablaba contigo el otro día? —pregunto sin mirarla. Resopla.
—No hablaba con nadie, te imaginas cosas —dice, sacudiendo la cabeza. La miro.
—Por tu bien espero que sí. Si te vuelvo a ver con él, le diré a nuestros padres —le advierto. Entrecierra los ojos.
—Estás loca —sentencia, y acto seguido, se levanta, dejándome nuevamente sola en la sala.
La observo subir las escaleras enfurruñada. Vuelvo mi vista a la televisión. Había algo en aquel hombre que encendía mis alertas. No era solo sus ojos extrañamente familiares con un brillo siniestro, ni tampoco el hecho de que había desaparecido como de la nada. No, era algo más.
Algo en la forma en que miraba a Isabel, algo en su sonrisa del café. Algo...
Las patitas de Sammy en mi hombro me sobresaltan. Lo miro. Está inquieto, quiere salir. Muerdo mi labio. Mi ansiedad por ir afuera y encontrarme a Nikolaj no estaba presente hoy. Temía que no fuera a aparecer, y no sabía cómo sentirme al respecto.
Es cierto, su forma de actuar fue más que espeluznante, pero aun así no quería dejar de verlo. Supongo que el misterio que él representaba me era demasiado atrayente. Siempre me gustó el misterio, resolver cosas. Solía ver aquellos programas de asesinos seriales cuando era más pequeña, hasta que mamá me pilló y dijo que eran "demasiado crudos para una niña". A veces los veía a escondidas.
Apago el televisor. Sammy salta de mis brazos y se va corriendo hacia la puerta. Con paso inseguro me acerco a la percha donde está mi impermeable. Cierro la cremallera y me coloco la capucha. Cambio mis pantuflas por las botas de agua. Se supone que el viernes la lluvia cesaría, pero por ahora, el cielo no da tregua.
Al abrir la puerta, Sammy sale disparado a corretear. Enciendo la linterna de mi teléfono. Me quedo mirando al bosque, indecisa y temerosa. ¿Y si Nikolaj no aparecía? ¿Y si aparecía? ¿Debería acercarme?
Un trueno.
Busco a Sammy. No está. Frunzo el ceño e ilumino los árboles en los cuales suele ocultarse cuando llueve. Nada. ¿Dónde se ha metido? Comienzo a preocuparme.
Otro trueno.
Las luces de la casa titilan. Camino hacia la cerca que da al algo.
—Sammy —le llamo.
Relámpago. Trueno.
—¡Sammy! —grito.
Un trueno ensordecedor me hace dar un brinco. Las luces de la casa se apagan, al igual que las de los vecinos.
Escucho la lluvia caer sobre mi impermeable. Giro, buscando a Sammy. Un ladrido llama mi atención. Junto a la cerca que da al bosque, una bola de pelos blanco y mojado. Suspiro aliviada. Camino hacia él. Ya se ha ensuciado con algo de barro.
—Sammy, no puedes arrancarte así —le regaño, agachándome para recogerlo.
Entonces lo escucho, un silbido agudo. Levanto la cabeza, apuntando con la linterna el bosque. En la oscuridad, siento que algo se esconde. Sammy se inquieta, otro trueno resuena.
—Vámonos —susurro.
Volteo. Otro silbido, una sombra. Me quedo quieta mirando el bosque. Y entonces lo veo: una mancha de sangre en uno de los troncos. Probablemente Sammy se acercó atraído por el olor.
No me quedaré a averiguar qué es lo que hay ahí afuera.
Camino con prisa a casa, afirmando a Sammy con mi brazo, ya que está demasiado inquieto. Miro de reojo al bosque. Creo ver un brillo escarlata oculto entre los árboles. Apresuro el paso, pero Sammy logra saltar y comienza a correr en dirección a la cerca, ladrando.
—¡Sammy!
Salgo tras él asustada. Resbalo en el pasto mojado pero logro mantenerme en pie. Logro agarrarlo. Lucha contra mis brazos mientras intento tomarlo para salir de allí cuanto antes.
—Sofía —escucho un susurro. Me quedo de piedra, sintiendo un escalofrío recorrerme la columna.
Levanto lentamente la cabeza. Mi labio inferior tirita, mis piernas tiemblan. Aquella voz es siniestra y desconocida. De la oscuridad, un par de ojos rojos brillan.
Un grito queda atrapado en mi garganta. Me doy vuelta dispuesta a correr por mi vida cuando choco contra una figura fría. Me echo hacia atrás, abro la boca para gritar. Unas manos frías sujetan mis brazos.
—Sofie —dice Nikolaj.
Resoplo, botando todo el aire de mis pulmones, sintiendo como el terror en mi interior se disipa.
—¿Estás bien? —pregunta preocupado. Asiento con la cabeza.
—Sí, es solo que... —¿Qué le voy a decir? ¿Creía que una criatura mitológica estaba allí fuera? Definitivamente no—. Creí haber visto algo en el bosque.
Nikolaj sonríe. Sus manos siguen sujetándome. Miro sus ojos de hielo con escrutinio. Nuevamente deja que la lluvia lo moje por completo.
Se da cuenta de nuestra cercanía y deja caer los brazos. Da un paso hacia atrás, su sonrisa se desvanece y aparta la mirada. Agacho la cabeza. No sé como sentirme al respecto. Me alegra verlo, sí. Pero quiero explicaciones. Necesito explicaciones. Y él no me las dará, de ninguna manera.
—Pensé... —Mi voz se apaga, miro hacia el lago, incapaz de continuar la oración.
—¿Si? —Nikolaj vuelve a mirarme, buscando mis ojos. Pero yo no me atrevo a mirarlo.
—Pensé que no vendrías —susurro.
De manera inesperada, su mano se posa bajo mi barbilla y me obliga a mirarlo. Me estremezco ligeramente ante el frío tacto de sus dedos, pero él no parece notarlo, o tal vez lo ignora.
—Te prometí que vendría, Sofie —replica con voz grave. Parpadeo, algo aturdida por su comportamiento.
—¿Siempre? —musito. Él sonríe.
—Siempre.
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