20. Rüfdungun

—Entonces volvieron —sentencio. Melisa hace una mueca.

—No exactamente. No lo sé, es... complicado —replica.

—Suena como a un estado sentimental de Facebook —bromeo. Me mira con cara de pocos amigos.

—Muy graciosa —dice mordaz—. Por cierto ¿Qué era lo que tenías que hacer ayer?

Evite lo máximo posible hablar de mi tarde, pero sabía que era cosa de tiempo antes de que Melisa lo nombrara. Había planeado ya una respuesta, por supuesto, pero no era tan buena para mentir. Usualmente era lo suficientemente buena para que mis padres me creyeran, pero no Melisa. Ella me conocía demasiado bien.

—Tenía que hablar con Aukan, y como Héctor se puso celoso cuando iba a juntarme con él, preferí mentir para no causar más alboroto —miento, tal y como tenía planeado—. Por supuesto que al final todo salió peor, pero al menos lo intenté.

Melisa me queda mirando con los ojos entrecerrados. ¿Será que no me creyó? ¿Cómo hago para convencerla? No tengo más excusas, y de seguro la verdad no me iba a salvar.

—Sofi —susurra. Me mira como analizándome. Mierda, que hago—, ¿estás engañando a Héctor con Aukan?

—¿Qué? —pregunto, completamente descolocada con su pregunta.

—No se lo diré a nadie, sabes que puedes confiar en mí. Honestamente, me lo esperaba. Tú y Héctor no tienen química, pero Aukan es como un Dios guerrero mapuche, muy sexy. Y te lo digo yo, que ni siquiera me gustan los hombres —explica. Parpadeo, atónita por su comentario.

—Melisa, yo quiero a Héctor. Aukan es mi mejor amigo, mi hermano prácticamente —replico.

Su expresión cambia cuando se da cuenta de lo que ha dicho y que estoy siendo "sincera".

—Oh —musita.

—¿En serio crees que Héctor y yo no tenemos química? —pregunto preocupada. Melisa era una de las personas que más me conocía, desde luego que su opinión me importaba.

—Yo... —Melisa hace una mueca.

—Sofi —dice Héctor a mis espaldas. Me doy vuelta para mirarlo—, ¿podemos hablar?

Abro la boca, sin saber que decir. Miro a Melisa, coge su bandeja del almuerzo y se levanta sin decir más. Aprieto los labios. Claro que quiero hablar con mi novio, pero también me importaba escuchar lo que sea que Melisa quería decir.

Héctor se sienta en la silla contigua. El casino de la escuela está prácticamente vacío, no porque estuviesen afuera, ya que seguía lloviendo bastante, sino porque en el gimnasio se estaba realizando un partido de futbol entre los profesores.

—Quería hablarte sobre cómo te he tratado este último tiempo —dice. Hago una mueca.

—Lo entiendo, Héctor. Estás dolido y no sabes manejarlo. No me gusta que te desquites conmigo pero creo que simplemente no sabes cómo hacerlo. Y si para enfrentarlo tengo que ser tu saco de boxeo, lo seré.

Él niega con la cabeza.

—No quiero que lo seas. No es justo para ti. Ayer, estando solo, entendí todo. Me estaba desquitando contigo y no quiero que sea así. Te amo, Sofi, y no quiero dañarte ni tratarte mal. Simplemente intentas estar para todos, como lo estuviste para mí en el funeral. No debería enojarme contigo por ser una buena amiga —explica.

Aparto la mirada, ya que no paso por alto su "te amo". No sé cómo reaccionar a eso. ¿Lo amo yo a él?

—Lo siento, Sofi —dice finalmente, y toma mis manos entre las suyas, inclinándose a mí.

Levanto la cabeza lentamente y lo miro a sus ojos cafés. No puedo evitar pensar en los ojos de hielo. Aparto inmediatamente esa idea de mi cabeza y le sonrío a Héctor.

—Está bien, Héctor. No tienes de qué disculparte —replico, apretando su mano.

Sonríe y se inclina a besarme.

Por la tarde, Héctor nos va a dejar a mí y a Isabel a casa. Esta vez, no veo a ningún hombre rubio sospechoso. Cuando llegamos a casa, Isabel se baja de mala gana y entra a casa sin siquiera despedirse de Héctor.

Volteo a mirarlo y sonrío.

—Gracias —susurro. Coge mi mano y se acerca a mí.

—Cuando quieras —replica.

Con su otra mano toma mi mejilla, se inclina y captura mis labios con su boca. Me besa con suavidad, su lengua roza la mía. Entierra su mano en mi cabello, acercándome más a él. Enrollo mis brazos en su cuello, su otra mano sube por mi brazo hasta mi espalda.

Tirito, pero no por él. Si no por el recuerdo de cierto rubio tocándome también, mientras estábamos en una cascada escondida en el bosque.

Me separo, intento alejar los recuerdos. Héctor continúa repartiendo besos en mi cuello. Vuelvo a cerrar los ojos, concentrándome en él. Baja su mano por mi nuca hasta mi hombro. El recuerdo de las gélidas manos de Nikolaj apartándome vuelve a cegarme.

Abro los ojos. Empuño mis manos en el pecho de Héctor. ¿Qué demonios me está pasando? Su mano continúa bajando hasta mi pecho. Aprieta ligeramente. No me siento cómoda, pero no sé cómo frenarlo. Cierro los ojos e intento concentrarme en sus besos.

Mas al cerrarlos, veo un par de ojos de hielo mirarme. Me alejo de improviso. Héctor me mira sin entender, con la respiración agitada.

—¿Estás bien? —pregunta. Resoplo y sacudo la cabeza.

—Si —replico. Sonrío y me inclino para besarlo.

Me agarra de la cintura y me acerca a él. Cuela sus manos por debajo de mi camiseta y roza mi espalda. La sonrisa de Nikolaj vuelve a aparecer en mi mente.

Bajo mis manos por el pecho de Héctor, el recuerdo de Nikolaj sin su camisa me quita el aliento. Aparto la cabeza y abro los ojos, sintiendo como si traicionara a Héctor. No debería estar pensando en otra persona mientras lo beso.

Deja un camino de húmedos besos en mi cuello. Levanto la cabeza y observo a través del vidrio empañado el bosque. Bajo la lluvia, una figura alta y delgada se encuentra. Héctor entierra sus dedos en mi espalda. La figura misteriosa parece estar mirando en nuestra dirección.

Aparto a Héctor de improviso. Tiene los labios enrojecidos. Acomodo mi uniforme y suspiro.

—Sayen está dentro, no quiero que piense que algo me paso y venga a buscarme —me excuso. Héctor asiente.

—Claro, lo siento. Me dejé llevar —dice avergonzado. Esbozo un amago de sonrisa.

—¿Te veo mañana?

—Sí. —Sonríe y se inclina, esta vez, para depositar un tierno beso en mis labios—. Te amo.

Sonrío lo mejor que puedo.

—Hasta mañana.

Bajo casi corriendo de la camioneta, sin siquiera colocarme el anorak. Corro hacia la casa para no mojarme, y entro apresurada.

Tonta, tonta, tonta. ¿Cómo le respondo eso cuando me dice te amo? ¡Demonios! Soy lo peor.

—Hola Sofía —me saluda Sayen—. ¿Quieres un poco de sopa? Hice cazuela.

—Hola Sayen —le saludo, fingiendo mi mejor sonrisa—, no gracias. Estoy algo cansada.

—Voy a guardarte un poco por si quieres servirte más tarde —dice, con tono amable. Asiento y me doy vuelta.

Subo las escaleras desanimada y me lanzo a mi cama boca abajo. Ahogo un grito contra la almohada. ¿En qué demonios estaba pensando? ¿Qué le ocurre a mi estúpido cerebro?

Levanto la cabeza y resoplo frustrada. Las palabras de Melisa rondan por mi mente. Tal vez era eso. Estaba dejando que me afectaran demasiado, y no tenía por qué. Digo, Melisa sabe lo que opino de Pamela, y aun así sigue con ella.

Me levanto y miro por la ventana, para ver si Nikolaj sigue allí. Tal vez me lo imagine. He estado pensando en él demasiado, y mi cerebro hizo un cortocircuito y creí verlo.

Pero ahí estaba, mirándome, junto a un árbol a orillas del lago. Suspiro. No estaba bien lo que ocurrió. Si yo supiera que él piensa en otra chica cuando lo beso, estaría hecha una furia, sintiendo como si me hubiese engañado.

Nikolaj sonríe y se esconde tras el árbol. Frunzo el ceño. ¿A dónde coño se metió?

Rápidamente me quito el uniforme y cojo unas calzas de polar y un suéter largo. Me coloco una bufanda y bajo corriendo las escaleras.

—¿A dónde vas? —me pregunta Sayen. Me coloco mi impermeable y las botas de agua.

—A... —Miro a mi alrededor, buscando mi excusa. Sammy está en el sofá de papá dormitando—. A sacar a Sammy, quiere ir al baño.

Gracias Sammy.

—Límpiale las patas cuando vuelvan, no quiero nada de barro en el piso —me advierto. Con cuidado me acerco a la sala y cojo a Sammy en brazos.

—De acuerdo —le digo a Sayen. Sammy entreabre los ojos, sin entender nada—. Lo siento, debo sacarte —susurro.

Salgo al jardín, donde llueve sin parar. Me coloco la capucha para no mojarme y cubro con mi cuerpo a Sammy. El pasto está resbaloso, y se han formado algunas pozas en donde los conejos han escarbado. Camino hacia la cerca sin vacilar.

Me las arreglo como puedo para pasar sobre esta. Sammy se remueve, por lo que me cuesta mantener el equilibrio.

—Sammy —le regaño.

Volteo para dirigirme al bosque pero choco con el frío torso de Nikolaj. Trastabillo hacia atrás, pero los brazos de él me atajan antes de caer. Trago saliva, tenerlo nuevamente a centímetros de mí me descoloca.

Sammy se remueve y salta de mis brazos al suelo. Se aleja en dirección a un árbol y observa desde allí a Nikolaj, con recelo.

—Lo siento —se disculpa Nikolaj. Suelta mis brazos y da un paso hacia atrás.

—Descuida —musito, aun sin recuperarme del todo. Nikolaj ladea la cabeza y me mira con curiosidad.

—¿Ese era tu novio, Héctor? —pregunta. Parpadeo perpleja.

—Sí —tartamudeo—, es mi novio.

Nikolaj asiente y voltea a ver el lago. Comienza a caminar hacia este, dándome la espalda. Como de manera automática, le sigo. Me detengo tras él. Por alguna razón, no me atrevo a mirarlo a los ojos.

—¿Lo amas? —pregunta de pronto. Frunzo el ceño. ¿Qué clase de pregunta es esa?

—¿Qué?

—Es una simple pregunta, Sofie. Es tu novio, ¿lo amas? —vuelve a preguntar.

Me quedo sin palabras. No sé que responder. O tal vez si sé, y soy demasiado cobarde como para admitirlo.

—¿Por qué quieres saber eso? —pregunto. Podría jurar que sonríe.

—¿Quién está siendo evasiva con sus respuestas ahora? —No digo nada. Su espalda está tensa. Ha vuelto a usar la misma camisa blanca de siempre—. Él dijo que te amaba pero tú no respondiste ¿eso significa que no lo amas?

—¿Cómo sabes lo que dijo? —pregunto en un susurro. Entre la lluvia, la distancia, y el hecho de que estábamos dentro de su camioneta, era imposible que nos hubiese escuchado.

¿Qué eres?

Nikolaj se voltea para enfrentarme. Su semblante tenso y su mirada intensa me sobrecogen. Da unos pasos hacia mí. Me siento clavada al suelo. La lluvia cae por su rostro, mi corazón late desbocado.

—¿Lo amas? —repite, con voz profunda, erizando la piel de mi nuca.

—No lo sé —confieso. Su expresión se relaja.

Sin pensarlo, mi mano se estira y limpio una gota de agua de su mejilla. Nikolaj cierra los ojos. No aparto mi mano, al contrario. Mi mano acuna su mejilla, el frío de su piel me es agradable. Su piel es tersa y suave. Nikolaj presiona su mano sobre la mía, como queriendo sentirla aún más. Entreabro la boca. Como si un cable invisible tirara de mí, acorto la distancia entre nosotros.

Nikolaj abre los ojos, pero en vez de encontrarme con el azul que solía tener, estos son negros, con un brillo escarlata en ellos.

En un abrir y cerrar de ojos Nikolaj se aleja más de tres metros. Me estremezco. ¿Cómo es posible que se haya alejado tanto en menos de un segundo?

—Tengo que irme —dice con voz ronca y sofocada.

—¡Espera! —le pido, pero en vano. Él ya ha desaparecido.

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