17. Güneka

Resoplo. Paso mi mano por mi frente sudorosa. La profesora de educación física nos está estrujando. Hace sonar el silbato y levanta las manos.

—¡Descansen cinco minutos! —grita.

Me dejo caer al suelo, el frío de este me reconforta. El calentamiento ha sido duro, no sé cómo seremos capaces de jugar. El gimnasio está dividido a la mitad, en una las mujeres, en la otra los hombres, ya que afuera está lloviendo demasiado. Ellos estaban jugando basquetbol, nosotras, íbamos a jugar futbol, algo para lo que soy relativamente buena.

—Ya no tengo aire en mis pulmones —comenta Melisa a mi lado. Abro los ojos y la miro.

Tiene sus mejillas regordetas muy coloradas, y respira con dificultad.

—¿Y cómo sigues viva entonces? —pregunto bromeando. Pone los ojos en blanco y me mira, fulminándome con la mirada.

—Sabes que estoy hablando en el sentido figurado —replica. Me rio por lo bajo.

Melisa es mi mejor amiga desde los ocho años, cuando se mudó a Puerto Varas. Es por lejos la persona más simpática y amigable que he conocido, y me duele ver cómo ha sufrido por su peso, ya que solían molestarla mucho por ello.

Su piel es olivácea, su cabello castaño oscuro. Tiene una nariz pequeña y respingada, los labios muy gruesos, sus grandes ojos cafés están decorados por grandes pestañas. Desearía que pudiese ver lo hermosa que es.

—Por cierto, ¿Qué ocurre entre tú y Héctor? —pregunta de improviso. Me siento en el suelo y la miro, frunciendo el ceño.

—¿De qué hablas?

—Pues porque casi ni han cruzado palabra hoy —explica—. Míralo, con cara de cachorro perdido, buscándote.

Me inclino para verlo. Están haciendo lanzamientos al aro de basquetbol. Me mira de reojo, y luego el profesor lo regaña y vuelve a concentrarse en el balón. Miro a Melisa.

—Te juro que no pasa nada, simplemente... no sé. Ha sido extraño desde que murió Elías —replico. Hace una mueca.

—¿Por la pelea que tuvieron sobre tu sexy mejor amigo? —pregunta. Me rio a carcajadas.

—Sí. Y no le digas sexy a Aukan, es como si llamaras sexy a mi hermana —le digo. Rueda los ojos.

—¡Arriba! —grita la profesora.

Nos levantamos a regañadientes. La profesora nos pasa unos balones por pareja.

—Practicaremos pases ¡Vamos!

Melisa se aleja unos pasos, pateo el balón con desgana, ella lo detiene con su pie.

—Por cierto ¿Qué tal las cosas con Pamela? —pregunto. Me lanza el balón.

—No van las cosas —dice ella—. Creo que ya me voy a rendir simplemente. Seré asexual, te juro.

—Si claro —bufo. Me da una mirada asesina, haciéndome reír—. Vamos, sabes que no podrías serlo ni en un millón de años.

—Ya sé —replica, con tono cansino. Le lanzo el balón. Suspira—. Es solo que... cualquiera pensaría que entre lesbianas las cosas son menos complicadas, y no es así.

—Las relaciones son complicadas, punto.

—Amén —concuerda ella.

La profesora vuelve a tocar el silbato y nos ordena formar equipos para jugar un partido.

Agradezco con mi alma que esta sea la última clase del día, no porque estuviese cansada realmente, sino porque no podía dejar de pensar en lo que Nikolaj me mostraría esta tarde.

Cuando termino de colocarme el anorak del uniforme, cojo mi mochila y me dispongo a salir del gimnasio, pero una mano se posa en mi hombro, deteniéndome. Volteo a ver a Héctor. Lleva su mochila colgando al hombro, se ha colocado el anorak y una gorra de lana color negro.

—¿Podemos hablar? —pregunta.

—Claro. —Asiento con la cabeza.

Coge mi mano y nos aparta de los demás. Algunos curiosos nos quedan mirando. Melisa se despide con la mano y le imito.

—¿Está todo bien? —pregunta de pronto. Levanto las cejas sin entender.

—¿Por qué no habría de estarlo? —pregunto. Se encoge de hombros.

—No sé. Es solo que has estado algo distante conmigo. Pensé que habíamos arreglado las cosas el viernes.

—Lo hicimos —replico.

Aparta la mirada al suelo. Supongo que Melisa tenía razón, tal vez si me había estado comportando extraña últimamente.

—Lo siento si no te he dado el apoyo suficiente. No sé muy bien cómo actuar en esta situación —explico, refiriéndome a lo ocurrido con Elías. Vuelve a mirarme y esboza una sonrisa sin ánimos.

—Ni yo —confiesa.

Nos miramos en silencio, su mano aun entrelazada con la mía. Me sentía tan insensible, porque no podía dejar de pensar en Nikolaj. Quería largarme lo más pronto posible.

—¿Por qué no vienes a casa un rato? Mis padres no están y mi hermana ha vuelto a Chillán —propone. Acaricia mi mejilla con su mano. Sonrío incomoda—. Tal vez podríamos ver Netflix.

Claramente aquello es una insinuación, una forma clave de decirme "ven a casa y follemos".

—Hoy no puedo —replico. Él frunce el ceño.

—¿Por qué?

—Yo... —Mierda. Mi mente comienza a maquinar alguna excusa plausible—. Melisa ha terminado con su novia. Quede de ir con ella a casa, ya sabes, para animarla.

Melisa nuevamente salvándome. Sin embargo, Héctor no parece conforme con mi respuesta. Deja caer su mano y suela nuestros dedos entrelazados. Parece molesto.

—Entonces tienes tiempo para consolar a tu amiga, pero ¿no tenías tiempo para estar conmigo, tu novio, cuando mi primo murió?

Demonios.

—Héctor...

—No me des más excusas, Sofía. Parece que cualquiera es más importante para ti que yo, tu propio novio. Primero me dejas por Aukan y ahora Melisa. ¿Crees que no sigo sufriendo por lo ocurrido? Realmente no te reconozco. Es como si en esta última semana hubieses cambiado completamente.

—No seas injusto. Sabes que lo de Aukan no fue por él, sino por el solsticio. Y estuve contigo en el velorio y el funeral, incluso el viernes, aunque estaba reventada. Me quede contigo toda la noche hasta el sábado por la mañana —replico molesta. Está siendo completamente irracional.

—Y sin embargo, ahora, que aún te necesito, te vas a largar con Melisa —espeta.

—¿Necesitarme? Por favor, tú lo que quieres es que vayamos a follar.

—¿Acaso no puedo querer acostarme con mi novia? —pregunta.

—Claro que sí, pero en este momento mi amiga me necesita.

—¡Yo te necesito! Siempre estás para los demás y nunca para mí —me recrimina.

—Estás siendo irracional, Héctor. Siempre he estado aquí para ti. Pero no puedes esperar que mi vida gire en torno a lo que tú quieras.

—No, pero sería agradable que, alguna vez, mi novia si tuviese tiempo para mí.

Muerdo mi lengua, conteniéndome toda la sarta de cosas que quiero decirle. Porque he estado para él más veces de las que puedo contar, pero él simplemente lo da por descontado. Como si aquello fuese mi deber, y no algo que hago por cariño.

—Sé que estás dolido por lo de Elías y por eso estás actuando así, pero no des por sentado que yo voy a estar siempre a tu disposición —digo, con tono pausado, controlando mi rabia.

—Está más que claro que nunca lo estás —escupe con rencor. Da media vuelta y se aleja a paso rápido. Lo pierdo de vista cuando sale del gimnasio.

Suspiro. No estoy triste, estoy molesta. De acuerdo, todo comenzó por una mentira, pero la forma en que se ha comportado es, a lo menos, indignante.

—Eso parecía intenso —dice Melisa, acercándose. Por supuesto que se quedó espiando. La miro con cara de pocos amigos—. No fue mi intención, simplemente me quede hablando con Elena y los escuchamos. Por cierto, está más que claro que te cubro, pero debes decirme por qué debo hacerlo.

—Honestamente, no estoy de humor ahora Melisa. En cualquier minuto puedo explotar —le advierto. Se encoge de hombros.

—Da igual. Ya me dirás mañana.

Sacudo la cabeza.

—No estaba siendo ilógica ¿verdad? —pregunto temerosa. Melisa niega con la cabeza.

—No, Sofi. Él está claramente afectado por lo de su primo y está desquitándose contigo.

—Gracias —le digo, con toda sinceridad. Me guiña un ojo.

—De nada, cariño. Ahora vayámonos, tengo que fingir tristeza —dice, melodramáticamente. Me rio a carcajadas.

—Eres una burra —bromeo. Paso mi brazo sobre sus hombros y caminamos hacia la salida.

—Y también tu salvavidas. Solo quiero saber si estás mintiendo por algo que vale la pena —dice ella, mirándome con escrutinio. Le sonrío.

—Lo vale —afirmo, pensando en los ojos de hielo de Nikolaj—. Definitivamente.

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