14. Pukem

Con el invierno oficialmente asentado, y sintiéndome feliz después de mucho tiempo, llegar a casa me trajo de vuelta a la realidad. Una realidad en la que Héctor estaba enojado. En que Elías había muerto. En que los exámenes de la próxima semana se avecinaban.

Ya era de noche, Isabel no estaba, probablemente porque se fue a alguna fiesta, y mamá debía estar en su habitación. Papá se encontraba en su sofá junto a la estufa, leyendo un libro. Me acerco, depositando mi bolso en la mesita de la entrada. Me siento muy cansada, aunque es algo bueno, ya que ha sido por lo entretenido que estuvo todo.

Papá levanta la cabeza y me sonríe. Se quita sus gafas que utiliza para leer y se levanta de su asiento. Su cabello castaño es entrecano, de tez clara pero colorada, los ojos miel que heredé de él. Siempre era más comprensivo que mamá, un intelectual. Le gustaba mi pasión por la cultura, aunque no la comprendía. En lo que rozábamos era en mi interés por la naturaleza, como cuando instaure los "días sin carne" en casa. Adoraba comer una buena carne a la parrilla, y no lo culpaba. Pero el consumo de carne debía disminuir. No le gusto ni un poco que me inmiscuyera con su alimentación.

—¿Cómo estuvo? —pregunta. Me acerco y le doy un corto abrazo—. Hueles a tierra húmeda.

—Estuve jugando con el hijo de Millaray, es muy revoltoso —replico, él ríe.

—Como tú y Aukan. No sabes cuantas veces tuve que salir persiguiéndolos —comenta. Me rio al recordarlo.

—No éramos tan terribles —me defiendo.

—Si claro —bufa—. Ya me gustaría verte a ti en mi posición.

Lo miro y sonrío.

—¿Tienes hambre?

—No, estoy cansada. Fue un largo día —afirmo. Él asiente.

—Vamos a acostarnos. Tal vez tu hermana quiera que la vaya a buscar, y me gustaría dormir un poco antes —dice.

Subimos las escaleras y nos despedimos. Al llegar a mi habitación, cierro la puerta y caigo rendida sobre mi cama. Me doy unos segundos antes de levantarme y cambiarme. Me quito mis vaqueros y busco mi pijama. Colocarme la tela calentita de polar era muy agradable.

Mi teléfono suena. Me agacho a sacarlo del bolsillo de mi pantalón. Es Héctor, suspiro. Él sabe que no debe molestarme hasta la noche el día del solsticio. Leo el mensaje sin ánimos.

«¿Podemos hablar?»

Hago una mueca. Estoy demasiado cansada para hablar con él ahora, sobre todo porque sé que va a ser denso. Miro al frente y me encuentro a la luna, algo cubierta por algunas nubes. Tal vez debería ser más comprensiva, aunque realmente no tengo ánimo.

«Mañana» escribo, y coloco en silencio el teléfono.

Los rasguños en mi puerta me sobresaltan. Me acerco con paso cansino y abro la puerta. Sammy entra corriendo y sube a mi cama para luego bajar. Mueve su cola desesperado. Quiere salir.

Volteo a mirar por la ventana nuevamente, esta vez hacia el bosque. No lo pienso más, me coloco mis pantuflas, cojo mi linterna, y bajo seguida de Sammy. Me pongo mi impermeable y mis botas. Salgo por la puerta y enciendo la linterna. Sammy se acerca inmediatamente a la cerca, el frío hace que salga vapor de mi nariz.

¿Estoy siendo hipócrita por no aceptar hablar con Héctor por estar cansada, pero venir aquí con la esperanza de hablar con Nikolaj?

Por un momento, sopeso la posibilidad de simplemente devolverme apenas Sammy haya terminado de hacer sus necesidades. Pero aquel pensamiento se esfuma en cuando veo que de entre los árboles aparece la figura misteriosa de Nikolaj, con la misma ropa de siempre, con sus ojos de hielo, su cabello rubio desordenado brillando bajo la luz de la luna.

Me observa desde el otro lado de la cerca. Automáticamente mis pies avanzan hasta quedar frente a él. Sammy gruñe por lo bajo. Nikolaj le da una mirada, y Sammy corre, ocultándose tras mis piernas.

—Tu perro no sabe modales —comenta.

—No le agradas —replico, con voz monocorde. Nikolaj sonríe.

—Así veo —murmura.

Nos quedamos en silencio mirándonos. Una pregunta ronda en mi cabeza, pero no me siento capaz de hacerla.

—¿Cuál es tu calor favorito? —pregunto de pronto. Nikolaj frunce el ceño y luego me mira perplejo.

—¿No te esmerabas tanto en saber quién era? —pregunta. Mantengo mi semblante impertérrito.

—Sí.

—Entonces ¿Qué? ¿Te has rendido?

—No. Pero ya que no me lo vas a decir, he decidido sonsacarte la verdad de otras formas —replico.

—¿Y mi color favorito te va a ayudar a eso? —pregunta, levantando las cejas y esbozando una sonrisa, como si le pareciera divertida mi nueva actitud.

—Tal vez —replico. Ríe por lo bajo.

—Rojo —responde finalmente.

—¿Estación favorita del año?

—Invierno.

—¿Día o noche?

—Sabes que prefiero la noche.

—¿Bosque o playa?

—Bosque.

—¿Comida favorita?

—No la conoces.

Lo miro en silencio. Hasta ese momento no me había dado cuenta de que ambos nos habíamos acercado más y más a la cerca. Nikolaj también parece notarlo, porque retrocede un paso y eleva el mentón.

—¿Has terminado? —pregunta. Lo miro fijamente a sus ojos de hielo.

—Ni de cerca —replico, entrecerrando los ojos.

—¿Por qué te empecinas en saber sobre mí?

—Porque parece que tú sabes todo de mí, y yo nada de ti. Es lo justo que reveles algo ¿no crees?

Nikolaj vuelve a acercarse, dejando una corta distancia entre nosotros. Se inclina ligeramente, mirándome fijo a los ojos. El hielo ha desaparecido en los suyos, condensándose.

—Francamente, no —susurra.

No puedo despegar mis ojos de los suyos. El misterio que oculta en ellos solo me incita a seguir. Pálido, con aquel brillo plateado que le otorga la luna, no puedo dejar de elaborar teorías disparatadas.

¿Qué eres?

Nikolaj me sostiene la mirada. De pronto, levanta la cabeza y mira en dirección a la casa, con gesto preocupado. Volteo a mirar, no hay nada.

—¿Qué ocurre? —pregunto, volviendo a mirarlo.

Nikolaj mantiene su vista en la casa, con el entrecejo arrugado y los labios ligeramente fruncidos. Entonces escucho un coche. Sigo la dirección de su mirada y veo las luces de un coche aparcando fuera de mi casa. Frunzo el ceño.

—Debería irme —dice con voz seca. Volteo a mirarlo. Sus ojos se han convertido en hielo nuevamente.

—¿Te veré mañana? —pregunto, fallando en ocultar la súplica en mi voz. Su expresión se suaviza.

—Si eso es lo que quieres...

—Si —afirmo. Él asiente.

Da media vuelta y se pierde en la oscuridad del bosque. Me quedo unos segundos observando el lugar por el que se fue, tentada a seguirlo. Sacudo la cabeza y vuelvo a mirar a la casa.

Camino hasta la cerca de enfrente y abro la pequeña puerta de madera que da al jardín delantero. Sammy me sigue de cerca. Por un momento creo que es Isabel que ha vuelto temprano de la fiesta, pero apenas veo el coche, me doy cuenta de que es Héctor.

Me acerco molesta hasta su coche. Lo escucho cerrar la puerta de este y me mira. Me detengo y cruzo mis brazos. Héctor tiene sus manos en los bolsillos de su chaqueta. Se acerca y se detiene frente a mí, apoyándose en su coche. Sammy mueve la cola y se le acerca a olfatearle los pies.

—¿Qué haces acá? —pregunto, sin ocultar mi molestia.

—Quería hablar contigo —replica. Sus ojos están enrojecidos, su cabello está desordenado.

—Te dije que mañana. Ahora estoy cansada —digo, y acto seguido, doy media vuelta y camino en dirección a la casa.

—Sofi, espera —me suplica. Agarra mi brazo. Doy una sacudida, deshaciéndome de su mano, y volteo a enfrentarlo.

—¿Qué es lo que quieres?

—Lo siento. Lamento haberte tratado mal, desquite mi rabia contigo, cuando en realidad estoy enojado conmigo mismo —se disculpa. Descruzo mis brazos y frunzo el ceño.

—¿Por qué ibas a estar molesto contigo mismo? —pregunto sin entender. Héctor suspira y agacha la cabeza, mirando el suelo.

—Elías me pidió que fuera con él, pero como tenía el estúpido partido de futbol le dije que no. Tal vez si yo hubiese estado allí... —Su voz se apaga y un suave sollozo escapa de su garganta.

Tomo su rostro entre mis manos y lo miro. Sus ojos están llenos de lágrimas, su labio inferior tirita. Aquello disipa todo rastro de molestia que podía sentir.

—No es tu culpa, Héctor. Que tú hubieses estado allí no hubiese cambiado nada —le digo. Aprieta los labios y niega con la cabeza.

—No lo sabes —susurra. Con mis pulgares limpio las lágrimas que se han escapado de sus ojos.

—Es cierto, no lo sé. Pero tú tampoco sabes si eso hubiese cambiado algo. Lo que pasó con Elías ha sido un accidente desafortunado, pero no puedes martirizarte por ello. No es tu culpa —le consuelo.

Cierra los ojos, dejando salir sus lágrimas. Lo abrazo, oculta su rostro en mi hombro y se aferra a mí, mientras solloza. Acaricio su cabello, no me importa cuánto tiempo lo necesite, me quedaré allí abrazándolo hasta que amanezca, de ser necesario.

Por el rabillo del ojo, capto una sombra entre los árboles. Mis ojos se desvían hasta el bosque junto a mi casa. Nikolaj me observa desde lejos con expresión tensa. En el momento en que sus ojos se topan con los míos, vuelve a desaparecer en el bosque.

Porque incluso allí, consolando a mi novio, no puedo dejar de pensar en lo que Nikolaj oculta. Y lo averiguaré, tarde lo que tarde, cueste lo que cueste.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top