13. Wün
Mientras continúan con los epew, mis ojos se desvían al kimche, el sabio a quien todos le piden consejos. Rayen era una anciana de tez olivácea, ojos claros y cabello negro entrecano. Aún recuerdo cuando cantaba a los más pequeños con su melodiosa voz.
Aukan parece concentrado en los cuentos, pero yo quiero ir a ver a Rayen. En silencio, me levanto y me alejo de la fogata. Rayen está sentada en una silla, mientras que los demás se encuentran sentados en el suelo, con las piernas cruzadas, escuchándola atentos.
—Es nuestro deber perpetuar nuestros conocimientos y la memoria de nuestros antepasados. Un pueblo sin memoria, está condenado a repetir la historia. Los huincas no valoran a la Ñuke Mapu, pero nosotros sabemos que es ella quien nos provee, es por eso que debemos agradecerle en el We Tripantu —dice Rayen.
Procuro hacer el menos ruido y me siento más atrás, para no interrumpir. Rayen posa sus ojos en mí por unos segundos, y luego observa a los demás. Se me hace un tanto incómoda su mirada, es una mujer realmente intimidante. Es como si ella viera más allá de ti, como si supiera lo que escondes.
—Muchas veces creemos que el peligro está allí afuera, esperando para tomarnos desprevenidos. —Su voz se torna más severa, como advirtiéndonos—. Pero el mayor peligro está en nosotros mismos. Recuerden que vivimos en un equilibrio. No hay luz sin oscuridad, no hay bien sin mal.
Al decir su última frase, posa sus ojos nuevamente en mí. Aquello me sobrecoge. Rayen vuelve a mirar al cielo y comienza a hablar del balance que los pillán mantenían en la tierra, pero sus palabras calan hondo en mí.
¿Estaba diciéndome que yo estaba en peligro? ¿De qué?
Y entonces las palabras de Nikolaj resuenan en mi cabeza: es peligroso. No era un secreto que los bosques podían ser letales para el más experimentado, pero ¿Por qué de pronto era importante? El equilibrio del que habla Rayen ¿acaso se ha quebrado?
Pero el mayor peligro está en nosotros. ¿Lo he quebrado yo? Tal vez se refería a mi instinto curioso. Como dice el dicho "la curiosidad mató al gato", puede que mi irresponsabilidad sea demasiado grande y me esté arriesgando de sobremanera.
Pero ¿y si es otra cosa la que esté alterando el equilibrio? Como por ejemplo, la llegada de un desconocido.
No me digo a mi misma. Me niego a creer que Nikolaj pueda ser malo. Misterioso, sí. Pero ¿malvado? Lo dudo.
—Psst —escucho a mi lado. Volteo a ver a Aukan, que está agachado junto a mí—. Tengo hambre, vamos a comer.
Asiento me levanto con cuidado. No quiero pensar en esas cosas ahora. Se supone que debería estar preparando mis oraciones y agradecimientos, no pensando en Nikolaj y el misterio que lo rodea.
Sin embargo, hay cosas que simplemente no puedo dejar pasar.
—¿Qué sabes del piuchén? —le pregunto mientras caminamos en dirección a la casona. El frío a la intemperie me tiene casi tiritando.
—Lo que Nahuel dijo, nada más. ¿Por qué? —pregunta. Me encojo de hombros, restándole importancia.
—Nada, solo que creo que nunca antes lo había escuchado —replico. Aukan se ríe.
—Claro que la escuchábamos. ¿No recuerdas cuando mi mamá nos regañaba por ir al bosque? Nos amenazaba con que el piuchén nos encontraría y nos dejaría secos —dice. Frunzo el ceño.
—¿Se refería al piuchén? No recordaba su nombre —comento. Él rueda los ojos
—Vamos, antes de que se acaben todas las sopaipillas. —Pasa su brazo por sobre mis hombros y apuramos el paso.
La noche transcurre entre conversaciones y la deliciosa comida. Nunca me siento más a gusto que en estas ocasiones. Cuando está por amanecer, salimos todos al frío exterior con nuestros abrigos y toallas. El cielo está cubierto por algunas nubes, pero aun así podemos ver las estrellas, el cielo de un tinte azuloso, los rayos del iluminando ligeramente el cielo tras las montañas.
Caminamos hasta las orillas del río, los más pequeños son los primeros en meterse al agua, junto con sus padres. Me quito mis zapatos, mis calcetas, mi suéter y vaqueros, quedando con unas calzas cortas y mi camiseta blanca. El frío cala los huesos, pero pronto se me pasará. Aukan se queda en bóxer y me tiende la mano.
Descalzos, caminamos con cuidado sobre las piedras húmedas hasta llegar a orillas del río. El agua está casi congelada.
—A la cuenta de tres —dice, yo tirito—. Uno... dos...
—¡Küla! —grito, y nos lanzamos al agua.
El agua se siente como afilados cuchillos en mi piel. Suelto la mano de Aukan y saco la cabeza del agua, respirando agitada. Procuro mantenerme cerca de la orilla, donde la corriente no pueda atraparme. Miro a mi alrededor. Aukan sacude su cabeza, las gotitas de agua que quedan en su barba brillan.
La idea de bañarse antes del amanecer es quitar todo lo malo del año pasado. Vuelvo a hundirme, el agua ya no se siente tan helada. Salgo a la superficie y limpio mi rostro con el agua. Suspiro. Abro los ojos y levanto la mirada al cielo, los primeros rayos del sol comienzan a iluminar. Mis ojos recaen en el bosque que se encuentra en la otra orilla. Me quedo quieta contemplando los árboles.
Y entonces lo veo, una sombra escondida entre los troncos y las ramas. Frunzo el ceño y entrecierro los ojos, intentando ver lo que sea que hay allí. Doy un paso al frente. ¿Qué se esconde en la oscuridad?
—Sofía, vamos. Está amaneciendo —me llama Aukan.
Volteo a mirarlo y asiento. Vuelvo mi vista una vez más al bosque, y luego camino de vuelta a la orilla.
Con la toalla seco mi cabello y mi cuerpo. Me visto apresuradamente y volvemos a la pradera, donde las fogatas nos seducen ofreciéndonos calor.
La salida del sol da paso a otra ceremonia de los mapuches: el llellipún.
Nos acercamos al rewe, una especia de altar para los mapuches, que consta de un tronco de canelo con siete escalones, los cuales representan los poderes de la vida. En la parte de arriba, tiene tallada una cabeza humana, que representa lo primordial, el che, es decir, la gente. Está ligeramente inclinado y siempre apunta al este, desde donde sale el sol.
Libertad, justicia, trabajo, tradición, sabiduría y petición. Asemeja una escalera, ya que a través de ella, los dioses descienden a la tierra y los humanos subimos al cielo.
A los costados, grandes ramas de canelo lo decoran, junto con una bandera mapuche. Es un lugar sagrado, en que se conectan el cielo y la tierra.
La Machi Mailen se encuentra a los pies del rewe, mientras que los demás nos quedamos de pie cerca, mirando las montañas. La ceremonia, dirigida por la Machi, comienza. Los ruegos por la familia, los animales y la tierra, los agradecimientos por lo que nos han provisto.
—¡Akuy we tripantu! —gritamos cuando la ceremonia termina.
Los hombres se acercan al rewe y los demás nos alejamos. Con hojas de canelo en la cabeza, y un manto cubriéndolos, la música comienza y el choyke pürun inicia. Moviéndose en círculos alrededor del altar, con el kultrung sonando, los movimientos de baile asemejan a los de un ñandú. Luego es el turno de las mujeres, con el tregüll pürun.
La ceremonia del lakutun, que consiste en bautizar a los niños con los nombres de sus abuelos, inicia. Luego, el katan pilun, ceremonia en que las adolescentes pasan a ser mujeres al perforarle las orejas y entregarles sus primeros chaguay, los aretes.
El año nuevo es celebrado durante todo el día. La comida abunda, también el muday. Todo con el único fin de fortalecer el espíritu y la amistad dentro de la comunidad.
Mientras me divierto escuchando la música, comiendo y conversando con Aukan, la Machi Mailen se nos acerca al grupo. Su presencia me pone algo nerviosa, ella es una de las máximas autoridades de la cultura mapuche.
Lincoyan y otros hombres hablan de lo bien que le va a Aukan en la universidad. Millaray le revuelve el cabello, molestándolo.
—Ya sabía yo que esta cabecita no estaba tan hueca —bromea ella, haciéndonos reír.
—No por nada soy el presidente del centro de estudiantes —le espeta él.
—No me digas que ahora eres político —comenta Sayen, con terror.
—Un mapuche que alce la voz, eso es lo que más odian los huincas —dice un hombre entre dientes.
—¿Cómo te tratan los huincas? —pregunta una de las ancianas.
—Generalmente no hay problema. Ya sabes que la policía es el principal problema. Hemos tenido algunos encuentros durante algunas manifestaciones, pero nada de violencia, al menos no por mi parte —replica él.
La Machi mira a Aukan y se le acerca. Los demás se quedan en silencio. Ella coge su mano y le sonríe.
—Tu padre estaría muy orgulloso de ti —le dice ella. Aukan sonríe con nostalgia.
—Chaltumay —dice él, agachando la cabeza.
—Aukan significa guerrero. Recuérdalo. —La Machi voltea a mirarme. Con su mano, y sin soltar a Aukan, coge la mía.
—Kallfü Rayen —susurra.
Suelta nuestras manos y comienza a hablar del conflicto que actualmente existe entre el estado y los mapuches. Ella es una de las portavoces de la comunidad, por lo que muchos comienzan a hacerle preguntas al respecto.
—Aukan —murmuro—, ¿qué significa lo que dijo?
—Flor azul —responde—. El azul simboliza la espiritualidad. Tal vez se refiere a que eres muy espiritual, conectada a la naturaleza.
Y mientras dejo que mi mente divague sobre lo que la Machi ha dicho, no puedo evitar acordarme de los ojos azules de cierto rubio misterioso.
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