1. Llawfeñ
Música recomendada: Eyes on fire - Blue Foundation
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Me gusta el sur.
Me gusta el frío, el verde, la lluvia, la tranquilidad de las calles. Puerto Varas no es exactamente un lugar tranquilo, es verdad, pero sí lo era a las afueras, en el sector en que vivía.
A orillas del Lago Llanquihue, desde pequeña solía nadar en este, aunque fuese invierno, aunque lloviese, aunque fuese de noche. Mi papá siempre dice que soy bastante temeraria. Mi mamá, que soy valiente. Mi hermana, que estoy loca. La verdad es que creo que los tres tienen razón.
Pero a pesar de amar la aventura, no quiero marcharme de mi hermosa ciudad. Y eso era algo inevitable si quería continuar mis estudios.
A falta de universidades en la ciudad, los jóvenes estamos obligados a emigrar para poder formarnos como profesionales. Como siempre, la mayoría desea irse a Santiago, la capital. A "descubrir el mundo real" como dicen.
A mí me parece que era ir a meterse a un zoológico urbano, todo a un ritmo acelerado, encerrado entre edificios, contaminación y bullicio.
Otros pocos, como yo, deseamos estudiar en ciudades más cercanas, como Puerto Montt, Concepción o Valdivia. Yo prefería esta última. La Universidad Austral tenía su campus a orillas del río Cau-Cau y Calle-Calle, y sueño con estudiar allí Ingeniería en Conservación de Recursos Naturales, estar todo el día con mis bototos llenos de barro, sin poner un pie en una aburrida oficina.
Sayen, mi nana, la mujer que me crio, siempre me dice que yo soy una pewmafe, soñadora en mapudungun. No la contradigo, siempre viví pensando en las nubes. Recuerdo que de pequeña jugaba con su hijo, Aukan, a orillas del lago, buscando animales, adentrándonos en el bosque a escondidas, nadando en el frío lago, compitiendo por ver quien llegaba más lejos.
El sonido de cuatro patas sobre el piso de madera me espabila. Levanto la cabeza, alejándome de mi laptop, y observo como la puerta blanca de mi habitación se abre, dando paso a Sammy, mi pequeño perro que recogí hace un par de años. Sammy es mestizo, su pelaje es largo, blanco y esponjoso. Con una pequeña nariz negra y ojos cafés, es de lo más cómico cuando corre. De un salto sube a mi cama, colocando sus patas traseras en el teclado de mi laptop, marcando varias letras en el informe que estoy haciendo.
Cojo la laptop y la dejo en mi mesita de noche, Sammy da vueltas sobre mi cama y se sienta, mirándome agitado. Me quito las gafas que uso para el computador y me inclino hacia él.
—¿Qué quieres, Sammy? —pregunto, como si me fuera a responder.
Me sigue mirando, con aquella expresión cómica, sacando la lengua. Resoplo, ya sé lo que quiere. Me siento al borde de la cama, Sammy se baja de un salto y da vueltas emocionado. Me coloco mis pantuflas y cojo mi teléfono.
—Vamos a hacer pipí —le digo.
Sammy sale disparado escaleras abajo. Mientras camino, arrastrando los pies, veo mi teléfono. Es pasado medianoche, y yo no tengo ni una pizca de sueño. Supongo que mañana estaré quedándome dormida en clases. Al menos ya es viernes, por lo que el fin de semana aprovecharía de dormir hasta mediodía. Abro whatsapp, hay un mensaje de mi novio, Héctor, comentándome sobre su partido de futbol y dándome las buenas noches. Le respondo rápidamente mientras bajo al primer piso.
Junto a la puerta que da al jardín trasero hay una percha con mi impermeable. Me quito las pantuflas y me coloco unas botas viejas. Ese es mi atuendo para sacar a Sammy, pijama de polar con botas largas, impermeable rojo que me queda gigante, y mi cabello amarrado en un desordenado moño. Abro la puerta y Sammy pasa de mí para salir.
Afuera hace frío, pero no está lloviendo. La luna ilumina poco debido a la gran cantidad de nubes cubriendo el cielo. Han apagado las luces de afuera, por lo que enciendo la linterna de mi teléfono y camino tras Sammy.
Olfatea el pasto, camina con sus cortas patitas hasta el pequeño cerco que colocaron mis padres cuando era pequeña, para que no fuese al bosque. Un intento que, claramente, falló.
Extraño los días en que Aukan y yo explorábamos. Hace dos años se había ido a estudiar a Concepción, y aunque hablamos seguido, no es lo mismo. Necesitaba a mi compañero de aventuras, alguien que entendiera mi afán por la naturaleza.
Mi teléfono vibra, es un mensaje de Héctor. Me pregunta por mi tarde. Desbloqueo el teléfono, y cuando me dispongo a responder, los ladridos de Sammy me asustan y dejo caer el teléfono al pasto.
Me agacho y lo recojo, revisando que nada malo le haya pasado, y luego me acerco a Sammy. Mira fijamente hacia el espeso bosque. No me parece raro, siempre hace eso cuando pasa algún pájaro o pudú. Me quedo junto a él, ya que hay una pequeña posibilidad de que fuese un zorro, y con lo pequeño que es Sammy, este podía intentar comerlo.
—Vamos Sammy, has pipí, tengo frío —le insto, inútilmente ya que sé que no me entiende.
Pero no se mueve, mantiene sus ojos fijos allí, observando la espesura del bosque. El sonido de ramas crujiendo me hace apuntar con la luz hacia este. Si hay algo a lo que había que temer, era a los pumas. Era raro que bajaran tanto, sobre todo en esta época. Era más posible verlos en pleno invierno, no en junio. Pero aun así, si hay un puma allí, tengo que actuar con cautela. Después de todo, yo soy temeraria, pero no estúpida.
Otro crujido, un silbido agudo que nunca había escuchado se siente. Me acerco a Sammy y lo cojo con mi mano libre. Protesta un poco, pero no intenta escapar. Por mera precaución, comienzo a caminar de espaldas, ya que eso era lo indicado en caso de encontrarse cara a cara con el felino.
Una sombra capta mi atención. Me detengo en seco. No parecía ser la sombra de un animal salvaje. No, era demasiado alta para eso. Aquella parecía la sombra de un humano. Sammy comienza a removerse y lo deposito en el suelo. Se acerca corriendo a la cerca, exactamente frente al lugar donde creí ver la sombra, y comienza a ladrar.
Una persona normal se alejaría. Una persona normal entraría a la seguridad de su hogar, se encerraría. Una persona normal pensaría que si un humano está allí, ocultándose en la oscuridad, significa que no tiene buenas intenciones.
Pero yo no soy una persona normal.
Mi instinto me obliga a acercarme lentamente hasta la cerca. La linterna ilumina los troncos más cercanos, el vapor de mi aliento se deja ver. Entre los árboles hay alguien, lo sé. Ese alguien me observa, está atento a cada uno de mis movimientos.
Me quedo quieta unos minutos, buscando a esa persona. Puedo jurar que está igual de quieto que yo. Sammy deja de ladrar, se acerca a mi pierna y se apoya en sus patas traseras para rasguñarme levemente con las delanteras.
Quiero adentrarme en el bosque, pero sé que sería imprudente, con mi poco apropiada ropa y sin nada para defenderme.
A regañadientes, cojo a Sammy en brazos y decido volver a la casa. Doy media vuelta y camino con prisa hacia la puerta. La abro, dejando a Sammy en el suelo, y antes de entrar, volteo una vez más, para notar entre los árboles la sombra.
***
Pudú: ciervo pequeño nativo de Argentina y Chile
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