Capítulo 7
Jin suspiró al ver a Uta evitar nuevamente a Shinichiro. Desde hacía tres días la rubia, cada vez que salían y él las saludaba, ella simplemente lo ignoraba y seguía caminando. Su mejor amigo le había contado todo lo que había pasado, pero Jin seguía sin comprender por qué, después de lo que parecía ser un avance en su relación, ahora las cosas estaban así.
Esta vez, a diferencia de las demás, Jin no fue a consolar a Shinichiro. Se armó de valor para encarar al asunto y se dirigió corriendo hacia Uta. Cortó la distancia que había entre ellas y tuvo que mantener un ritmo de andar bastante veloz porque su amiga no se detenía por nada.
—¿Se puede saber que sucedió entre ustedes? —cuestionó la albina, frunciendo el ceño. Al ver que Uta esquivaba su mirada, no le quedó más remedio que detenerse y obligarla a ella a detenerse igual tomándola de la muñeca de su mano—. Uta.
Jin quería ser amiga de Uta a toda costa. Ella quería que Uta confiara en ella, era todo lo que había buscado desde el momento en que la conoció. Pero la amistad no existe solo para ayudarse con los exámenes, ir juntas a tomar un café y reírse. Amistad es compartir inseguridades y miedos, es armarse de valor para reprender.
La rubia se encogió de hombros. Agradeció estar lo suficientemente lejos de Shinichiro para poder dejar escapar todo el aire que estaba conteniendo desde que lo vio. Se sonrojó, agachó la mirada y se separó de Jin de forma lenta. Por último juntó ambas manos sobre su pecho.
—Solo dejo las cosas claras entre nosotros. No quiero que Shinichiro malinterprete mis intenciones ni se ilusione conmigo —respondió, todavía sin poder mirar a los ojos de Jin.
—¿Por qué? Shinichiro es plenamente consciente de que no lo correspondes y quiere hacer de todo para que así sea. Él está haciendo las cosas bajo su propio riesgo, todo está claro para él. Es muy descortés de tu parte evitarlo así.
—Yo... —susurró Uta, apretando sus manos. Recordó cómo en todas las ocasiones en las que todo parecía ir bien entre Shinichiro y ella sus inseguridades habían salido a flote y su afilada lengua lo había terminado hiriendo—. Solo le hago daño, y es de un modo que no puedo evitarlo. Lo mejor para él será que se olvide de mí.
Tras aquellas líneas, Uta recordó con un pesar inexplicable la hermosa sonrisa de Shinichiro. Ningún hombre la había tratado antes con tanta caballerosidad y amabilidad, la hacía sentirse espacial de mil maneras.
—¿Shinichiro te pidió que fueras tan condescendiente con él? —cuestionó Jin, frunciendo el ceño.
Uta levantó rápidamente su mirada, solo para ver por primera vez desde que había iniciado la charla a Jin. Abrió sus ojos de par en par al encontrarla sonriendo sincera.
—Estoy segura de que él no piensa nada lo que piensas tú y está dispuesto a demostrarte lo equivocada que estás —continuó la albina, colocando una mano sobre el hombro de Uta—. Pero si no me crees puedes preguntarle a él y deja de montarte películas tú sola.
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—Dale una oportunidad a Shinichiro y descubrirás que no hay hombre en la tierra más dulce que él.
Uta dejó escapar un suspiro mientras recordaba las palabras de Jin. Por alguna razón no podía quitarse de la cabeza la conversación. No necesitaba darle una oportunidad a su relación con el azabache porque ella ya sabía de buena mano lo maravilloso que podía ser.
Estaba tan distraída que terminó por dejar caer al suelo un vaso. El estruendo del cristal rompiéndose la devolvió a la realidad. Solo entonces se percató de que se encontraba en la pizzería, en horario de trabajo. Varios clientes se le quedaron mirando preocupados por lo que le acababa de pasar a Uta, pero ella solo les sonrió mientras se agachaba a recoger los desechos.
Arrodillada en el suelo, fue colocando sobre su delantal los pedazos grandes de vidrio, pero su cabeza seguía en el aire. Frente a ella se colocó el otro camarero del lugar, era un joven muy amable que asistía a preparatoria, así que trabajaba ahí a medio tiempo.
—¿Estás bien, Uta-san? —preguntó el menor, esbozando una sonrisa educada.
—Sí, es solo que ando distraída —sinceró la rubia, recogiendo lo último.
Ambos se pusieron en pie a la misma vez y se quedaron mirándose. Él extendió sus manos y colocó los cristales en el delantal de Uta, dónde estaban los demás, entonces se dispuso a irse para continuar su trabajo, pero la voz de su compañera se lo impidió.
—Oye, Tsukasa —llamó ella, sin saber muy bien qué estaba haciendo y por qué lo hacía.
—¿Si? —El chico volteó con la misma sonrisa.
—Siempre estás hablando de tu novia y según tengo entendido ya llevan casi tres años —comenzó, revolviéndose incómoda. Uta quería decirle a su lengua que se detuviera, quería frenar todo aquello, pero simplemente no podía. Estaba movida por algo más fuerte.
—Por supuesto, adoro a Akari. Espero pasar el resto de mi vida con ella —contestó el adolescente, con los ojos deslumbrantes a raíz de la imagen de su amada que se le vino a la mente.
—¿Cómo supiste que ella era la indicada? ¿Cómo supiste que no te haría daño? ¿Cómo supiste que no jugaría con tus sentimientos? ¿Qué te aseguró que-
Las constantes preguntas de Uta se vieron obligadas a detenerse cuando una divertida carcajada por parte de Tsukasa resonó por el lugar. Indignada, ella alzó la vista para verlo, buscando encontrar qué supuestamente era tan gracioso. Se sorprendió bastante al descubrirlo con las manos en sus bolsillos, mirando al techo de forma esperanzada, nostálgica e, incluso, Uta se atrevería a decir que mágica.
—Uta-san, uno nunca sabe esas cosas. Se trata de lanzarse al vacío, dar un salto de fe. —Tsukasa trató de entornar de forma educada su respuesta debido a que ya había sonado bastante descortés riéndose de ella—. Los seres humanos no podemos leer mentes, ni saber qué hay en los corazones de los demás. Somos frágiles y bastante fáciles de romper, pero si vivimos con miedo a que nos rompan nunca conoceremos todas esas emociones que nos hacen sentir vivos. Akari me ha hecho daño y yo también se lo he hecho a ella, pero eso no quiere decir que no nos amemos, es más, el hecho de que sepamos perdonarnos a pesar del daño solo reafirma nuestros sentimientos.
—Es muy difícil... —murmuró aturdida por tanta información Uta. Ella era como una bebé en temas relacionados al amor pese a haber tenido más relaciones que cualquiera a su edad.
—Lo sé, es todo un lío. Mi punto es que yo la amo, y como la amo estoy dispuesto a correr el riesgo de que me haga daño. Eso significa confiar en alguien.
—Pero, le estás dando poder para que te haga pedazos —siseó Uta, negando con su cabeza. Dio un paso al frente por pura inercia, todo mientras sostenía con fuerza el delantal para evitar que los vidrios cayeran al suelo.
—No me importa, quiero correr ese riesgo con ella —refutó Tsukasa, elevando sus hombros para restarle importancia—. Estamos en este mundo prestados, a comparación de la vida del océano, nosotros no somos nada. Si vivo mi vida pensando que todos me harán algún tipo de daño, terminaré solo por elección propia. Yo no quiero eso.
Uta cerró su boca y agachó la mirada. Esta vez si dejó a Tsukasa irse por completo. No tenía tiempo para pensar en lo que él le había dicho puesto que la campana de la puerta sonó indicando la llevada de otro cliente.
Su compañero se encontraba en la cocina, entregando un pedido, así que le tocaba a ella recibirlo. Lanzó rápidamente los cristales al cesto y trotó hasta llegar al recibidor. Iba a dibujar una sonrisa, pero ver Shinichiro la hizo detenerse en seco.
Él estaba serio, para variar.
Ella intentó decir algo, al menos una palabra. Le fue imposible, solo le salían balbuceos. Así estuvieron durante un minuto, pero el tiempo se hizo aún más largo en aquel silencio incómodo que se había formado entre ambos.
—Shinichiro... ¿qué haces aquí?
El aludido esbozó una pequeña sonrisa y sacó la mano de su bolsillo. Entre sus dedos traía el billete de descuento que Uta le había obsequiado el día en que había puesto a Zeno en su lugar.
—"Regresa siempre que quieras" —entonó al fin, contemplando lo absorta que estaba la rubia en sus recuerdos de aquel entonces. Le extendió el papel y cuando ella lo tomó, volvió a guardar su mano en el bolsillo—. Tú lo dijiste.
Uta sostuvo el ticket, sin dejar de mirarlo. Aquel día Shinichiro había sido más amable con ella que nadie en su vida. Se armó de valor para levantar su mentón y mirarlo a los ojos, a esos oscuros orbes que guardaban en su interior una galaxia de pequeños brillos.
Uta se giró sobre su propio eje y fue con dirección a Tsukasa, dejando a Shinichiro parado en la puerta, un poco desconcertado. Cuando llegó a dónde se encontraba su compañero, lo ayudó a colocar los vasos sobre la bandeja que llevaría a la siguiente mesa.
—¿Puedo pedirte un favor? —cuestionó, con un semblante decidido.
Tsukasa pestañeó sin comprender completamente. Cuando sus ojos se desplazaron a la entrada y encontraron a Shinichiro mirando en esa dirección y, luego vio nuevamente a Uta, doblando su rostro de forma suplicante, solo entonces, Tsukasa fue capaz de entender qué estaba sucediendo ahí. Al final elevó las comisuras de sus labios a su máximo explendor y tomó la bandeja con un brazo para así, ágilmente, llevarla hasta su destino.
—Anda, vete. Yo me encargo por hoy.
Uta no podía estar más agradecida con su compañero. Le hizo una ligera reverencia y luego se dirigió nuevamente hacia la entrada, lugar donde se encontraba Shinichiro. Su emoción no le permitió ver cómo Tsukasa la miraba por encima del hombro, con una sonrisa de par en par.
La rubia se recogió un mechón detrás de la oreja y, completamente sonrojada, jaló de la playera blanca a Shinichiro.
—Llévame al parque.
El Sano no comprendía muy bien a qué se debía el cambio de parecer de Uta, pero tampoco lo cuestionaría. Estaba feliz de que, después de varios días sin hablarse, Uta regresara a ser la misma de antes.
No cuestionó nada al respecto, no se quejó ni puso peros. Shinichiro la llevó al parque, al mismo lugar que habían visitado con anterioridad y, aunque durante todo el trayecto en moto ella estuviera callada, se había aferrado a él como ninguna otra vez.
Se encontraban sentados sobre uno de los viejos bancos mientras admiraban el estanque lleno de patos y cisnes. Los separaban escasos centímetros. El silencio reinaba.
Shinichiro no se atrevía a decir una palabra para no incomodarla. Solo tenerla a su lado de ese modo era suficiente para él.
—He salido con veinte chicos distintos —confesó Uta de la nada. Cuando sintió la potente mirada de Shinichiro sobre ella, volteó su cuello y obligó a sus cobardes orbes otra vez a encarar los del azabache. Por un momento su voz tembló, al igual que sus labios. Las esmeraldas en sus ojos dejaron de relucir cómo joyas a medida que una serie de recuerdos la azotaban—. La verdad es que cuando vivía mi día a día con mis padres me juré a mí misma que no permitiría que mi idea del amor cambiara por ellos. Yo seguiría siendo una niña a la espera de su príncipe azul siempre, no iba a encerrar la idea de enamorarme. Así que cuando se me declaraban, yo emocionada siempre aceptaba, porque no importaba que pasara, yo siempre confiaría en el amor.
—Uta... —Shinichiro colocó su mano sobre la de Uta al verla apretar con fuerza las telas de su falda. Sonrió cuando la tensión de la piel de ella desapareció por completo y, en un acto de valentía, la misma joven había enrollado sus dedos.
—Pero no importaba cuanto hacía por ellos y por el amor, al final siempre terminaba herida. Nunca era suficiente. Entonces comencé a pensar que había algo malo en el mundo, pero sobre todo, pensé que había algo malo en mí —sinceró, con los ojos cristalizados. Intetó dibujar una sonrisa y no detenerse bajo ningún concepto. Todavía había tiempo de dar marcha atrás y detenerse ahí, pero Uta no quería—. Me han traicionado tanto que simplemente no puedo confiar en nadie aunque quiera. No puedo controlarlo, por eso termino haciéndote daño sin quererlo. Shinichiro tengo miedo a confiar en la gente, pero la verdad oculta detrás de eso es que, la persona en la que menos puedo confiar, es en mí misma.
Shinichiro abrió sus ojos como platos porque estaba seguro de que Uta acababa de confesarle su más oscuro secreto. La vio derramar una lágrima y eso le partió el corazón. Se inclinó a limpiar la mejilla de la chica y se quedó contemplándola, porque incluso llorando, ella se veía hermosa. Entonces, después de mucho pensarlo, encontró lo que quería decirle.
—Uta, no hay nada mal en tí —dijo, sonriéndole sincero—. Puedes hacerme todo el daño del mundo, no me importa.
Uta dejó escapar un risa nerviosa, se limpió bruscamente el rostro y lo miró con los labios temblorosos, a pesar de que quería verse burlona, no fue así.
—¿Acaso escuchas lo que digo?
—Uta, no me importa si confías o no confías en mí. Eso puede esperar, esperaré todo lo necesario. Por el momento... —Shinichiro colocó su dedo pulgar sobre el labio inferior de Uta y lo movió lenta y dulcemente a todo lo largo. Se perdió en su boca, e inconscientemente se fue acercando a ella, hasta el punto en que sus respiraciones chocaban. Entonces alzó sus ojos para clavarlos en los de Uta y, para su sorpresa y satisfacción, encontró un destello—. Solo quiero que confíes en tí misma. Eso es lo realmente importante.
—Eres una persona extraña, Shinichiro —confesó ella, inclinándose para estar aún más cerca de él—. ¿Me podrías esperar?
Shinichiro sonrió de medio lado y no dijo nada más. Él simplemente terminó por juntas sus labios con los de Uta en el beso que había querido darle desde la primera vez que la vio en aquella cafetería, tan sola pero fuerte.
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