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🌊 «Una tormenta perfecta» 🌊
Observar los cielos siempre había uno de sus pasatiempos favoritos. Al principio porque las lecciones de astronomía requerían que sus ojos se familiarizaran con el firmamento y más tarde, por el simple placer de detenerse a contemplar toda la belleza que se escondía entre nubes esponjosas, estrellas titilantes y un sinfín de mágicos colores.
Una vez creyó que pasaría la vida mirando el cosmos desde la ventana de su habitación, entonces todo se limitaba a las murallas de la ciudad. Tal vez las circunstancias que lo llevaron a dejar atrás su hogar hubieran sido poco ortodoxas, pero le habían concedido la oportunidad de descubrir nuevos escenarios desde dónde mirar el cielo.
La cubierta de popa en la que pasaba la mayor parte del tiempo y desde donde ubicar las estrellas resultaba en una tarea mucho más sencilla. El nido de cuervos al que había subido sólo una vez, una noche en que Polaris se ocultó entre las nubes y al que juró jamás regresar, porque estar allá arriba daba un miedo terrible.
Y su sitio preferido, ese al que sólo Luhan podía acceder, porque además de servir como escenario para observar el amanecer, se trataba también del escondite de su arquero. La única desventaja que tenía apretujarse ahí para ver el sol ascender, era que Sehun pocas veces le permitía mantenerse concentrado.
— Harás que me lo pierda de nuevo — acusó el castaño, perdido en el mar de sensaciones que el otro se encargaba de provocarle.
Podía sentir las manos del pirata abrazándose a su cintura, el roce cálido de su aliento acariciándole el cuello, pero sobre todo, Luhan era consciente de la sensación de sus labios marcándole la piel. No seguían un rumbo fijo, cayendo ahí donde Sehun lo juzgara conveniente. El centro de su mejilla, al borde de la mandíbula o en el huequito de sus clavículas.
— No entorpezco el paisaje, eres tú quién cierra los ojos — se defendió el pirata, hablando entre beso y beso. Parecía divertido, algo que en otro momento habría hecho irritar a su chico.
Admitía que estaba haciendo trampa, pero como Luhan debía haber aprendido en el tiempo que llevaba navegando con ellos, los piratas nunca jugaban limpio. La satisfacción que sentía mientras lo distraía, aumentó de repente cuando el castaño se rindió a sus jugarretas y en lugar de sólo dejarle besar su piel, ladeó el rostro lo suficiente como para que encontrara sus labios.
Sehun se perdió en la caricia, tanto o más de lo que acostumbraba y es que no importaba cuanto besara a Luhan, su boca poseía el elíxir perfecto para hacerlo sentir embriagado, siempre ansioso por obtener un poco más.
Frente a ellos, las nubes se disiparon, el vapor que tapizaba el horizonte se deslizó igual que haría una cortina y los primeros rayos del sol reflejaron sobre el agua, alcanzando al Dragón del Mar y a la joven pareja que yacía escondida bajo el bauprés, demasiado encantados por la caricia que compartían como para desviar la mirada y contemplar el cielo.
— Si mañana vuelvo a perderme el arrebol, no dejaré que me beses hasta que hayamos encontrado la isla Andrómeda — le advirtió Luhan, al separarse y descubrir que el sol se encontraba ya en el horizonte, tan radiante que mirarlo por demasiado rato hacía doler los ojos.
— Dudo que pudieras resistirte. Te gusta besarme tanto como a mí me fascina distraerte — Sehun se mofó y recibió un golpe por ello.
— No tientes a tu suerte, privarme de los excesos es uno de los principios básicos de mi educación.
— Ya me parecía que eras algo más amargado cuando recién llegaste. Me alegra haberte ayudado con eso, malear chicos bonitos también es un principio básico de mi educación.
Luhan hizo amago de ir a pellizcarlo, pero Sehun lo detuvo antes de que lograra su cometido. Se arrepentía de haberle enseñado a anudar y es que aunque sus manos fueran pequeñas, no cabía duda que poseían más fuerza de la que aparentaban, lo que se traducía a que un golpe o un pellizco de su parte dolían igual que cuando su hermana le tiraba de la oreja.
Ninguno fue consciente del tiempo que pasaron jugueteando en su escondite, hasta que el ruido en cubierta superó al sonido de las olitas rompiendo contra el tajamar. Aquella era la señal para volver arriba y ocupar sus lugares, Luhan detrás del timonel bien pendiente de guiar su viaje y Sehun escabulléndose de un lado a otro en el barco, haciendo algo de esto y aquello.
Kyung Soo llamó a todos a desayunar antes de que el sol calentara demasiado, mencionando de paso que las provisiones de mariscos estaban próximas a escasear y que lo mejor sería tomarse un tiempo para pescar. La capitana había ordenado que conservaran las gallinas, la oveja y al cerdo que había abajo para no tener que alimentarse de pescados durante toda la travesía.
El intendente accedió a disminuir la velocidad y arrojar las redes al agua, pero al caer la tarde sólo unas cuantas carpas habían picado el anzuelo. A nadie pareció preocuparle la poca actividad de los peces, hasta que al día siguiente los hombres se quejaron de que ningún animal estaba cayendo en las trampas.
— Se acerca una tormenta — espetó Jongdae — Por eso las gallinas cacarearon antes de la puesta de sol y si los peces no pican... lo mejor será prepararnos para unos cuántos rayos.
Chanyeol movilizó a los hombres, una vida en el mar le había enseñado a confiar en las señales de la naturaleza y los años que llevaba navegando a su lado, le daban la certeza de que no había nadie mejor que Jongdae para interpretar los indicios. Irene permaneció donde estaba, pero Luhan se dio cuenta de que no estaba mirando a la tripulación.
En realidad, la atención de la capitana estaba puesta en su hermano, quien parecía haber palidecido ante la mención de una tormenta.
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Algunas horas más tarde, tal como el contramaestre auguró, grises nubarrones se amontonaron en el cielo y los truenos retumbaron en la lejanía, allá donde el Dragón del mar se dirigía. No había forma de que sortearan la tormenta, así que Irene ordenó que todos ocuparan sus lugares y se prepararan para hacer frente a una lucha contra la misma naturaleza.
Los otros podrían tener experiencia lidiando con aguas embravecidas y rayos que parecían caer cada vez más cerca del barco, pero en lo que respectaba a Luhan aquella era la primera vez en su vida que se encontraba en medio del mar cuando el cielo decidía venirse abajo y no le avergonzaba admitir lo aterrado que se sentía.
Pese al miedo que hacía temblar sus rodillas y la absoluta certeza de que Poseidón estaba decidido a hundirlos, el castaño obedeció a Jongdae cuando le ordenó que ayudara a sus amigos y que no dejara que los amarres se soltaran o perderían el mástil mayor, la única vela en esos momentos que les impedía volcarse y terminar naufragando.
Como en días anteriores, no había tierra a la vista y ya que la opción de refugiarse y esperar a que la tormenta pasara, no era posible en esos momentos, Chanyeol creía que lo único que les quedaba era resistir. Si tenían suerte, dejarían la tempestad atrás antes de terminar en el fondo y sin ella, pasarían las horas siguientes flotando en el agua, deseando que algún navío los rescatara.
— ¡Todo a babor! — exclamó la capitana, la única miembro de la tripulación que había permanecido en un mismo lugar desde que la tormenta arreció.
No era como que hubiera intentado escapar a la tarea de ayudar donde pudiera, pero todos a bordo sabían que Irene hacía más por ellos desde la cubierta de popa, justo al lado del timonel. La vista ahí era perfecta y la capitana podía observarlo todo, tomando decisiones en cuestión de segundos y movilizando a los hombres para mantenerlos con vida.
— Yo lo sostengo — Jongdae dijo, materializándose a su lado después de haber estado bajo cubierta, organizando a los demás para que aseguraran la artillería. Luhan negó con la cabeza.
— Está bien, creo que lo tenemos.
— No entendiste — se mofó el contramaestre — Deja que me encargue de esto, tú tienes que hacer otra cosa.
La confusión se reflejó en el rostro de Luhan y es que no se le ocurría alguna buena razón para dejar su puesto, justo en esos momentos.
— Supongo que no habrás notado que tu chico está desaparecido.
Esas simples palabras bastaron para que el castaño comprendiera a lo que se refería y es que, aunque la tormenta había absorbido la mayor parte de su atención, Luhan no ignoraba que su pirata brillaba por su ausencia. Estaba un poco acostumbrado, después de todo, Sehun iba y venía de un lado a otro, mimetizándose con las sombras.
— No hay tiempo para explicarlo — siguió Jongdae — Pero tienes que encontrarlo. Le teme a las tormentas y es probable que ande por ahí, escondido, sufriendo un ataque.
Luhan asintió, preocupado. Le costaba creer que un hombre como su pirata temiera a algo tan común como una tormenta, sobre todo porque Sehun se había criado en el mar y debería estar acostumbrado a lidiar con líos como esos. Tampoco lo pensó tanto y en vista de que la vela parecía mantenerse firme gracias a los demás, se apartó como pudo y fue a buscar al menor.
No creía que fuera a encontrarlo ahí arriba, después de todo, si le aterraban los tormentas lo más seguro sería que buscara refugio donde creyera que el agua y los rayos jamás podrían alcanzarlo. Probó suerte bajo cubierta, desde los camarotes y la bodega, hasta la cocina y el polvorín. Sehun no estaba por ningún lado.
«Debe estar en algún lugar que le haga sentir seguro» pensó, mientras subía a la cubierta. No avanzó un paso antes de levantar la mirada y encontrar a la capitana en la toldilla, empapada y agotada como todos sus hombres, pero todavía fuerte e inquebrantable como se suponía que el líder de los piratas debía actuar en situaciones de peligro.
Pensar en Irene de esa forma le dio una idea de dónde podría encontrar a su hermanito, echando a correr al camarote de la capitana sin importar que para llegar ahí tuviera que ir en contra de la fuerza con que la tormenta sacudía el navío, los tropiezos acompañando su carrera hasta el último segundo.
— ¿Sehun? — llamó al pirata. No se le había ocurrido que aquel era un sitio al que no debía ingresar, hasta que todo en el lugar le recordó a quién pertenecía aquella cámara.
Tragándose el miedo que le provocaba imaginar lo que Irene diría de descubrirlo ahí metido, Luhan avanzó por la habitación buscando por aquí y por allá a su pirata. Comenzaba a arrepentirse por invadir los aposentos de la capitana, cuando una figura oculta entre dos muebles llamó su atención. Se trataba de Sehun.
Apretujado en aquel pequeño espacio, con las rodillas pegadas al pecho y ambas manos cubriendo sus oídos, incluso llevando la capucha puesta, Sehun se mecía tan frenéticamente como el barco en esos momentos y murmuraba una retahíla de cosas de las que su pareja pudo captar apenas algunas palabras.
— Oye, mírame — pidió Luhan, arrodillándose frente al chico, sus manos buscando el rosto contrario por debajo de la tela que escondía su cabeza.
Sehun negó, demasiado aterrado como para huir de su refugio por voluntad propia. No estaba seguro de que supiera que se trataba de él, pero tanto si lo reconocía como si no, al castaño no le importaba. En esos momentos, lo único que le interesaba era atraer su atención, hacer tranquilizar sus nervios y convencerlo de que estaba a salvo.
— Está bien, cariño. No hay razón para tener miedo — murmuró — Los chicos tienen todo bajo control y tu hermana sabe bien como sacarnos de esto. Una tormenta no es rival para la tripulación del temible Dragón del Mar.
Sabía que era algo hipócrita de su parte intentar tranquilizar a su chico cuando él mismo había estado temblando de miedo mientras ayudaba en cubierta, no obstante, se dio cuenta de lo mucho que creía en lo que decía y es que sin importar lo violenta que fuera la tormenta, Luhan confiaba – más que nada – en las personas que viajaban a su lado.
Dudaba que alguien allá afuera conociera lo que era rendirse, así fuera ante la misma naturaleza. No sólo Irene y su espíritu indomable. Chanyeol con su mal humor, Jongdae con sus bromas y risas escandalosas, Minseok tan calculador y Kyung Soo siempre imperturbable. Cada hombre que viajaba a bordo de la nave y se hacía llamar pirata poseía el coraje de un huracán, la fuerza de un tifón.
Y eso incluía a Sehun.
Acariciando sus mejillas, el taco húmedo de sus dedos haciéndole erizar, Luhan se concentró en conseguir que el pelinegro liberara sus oídos y abriera los ojos. Que lo mirara a la cara y encontrara ahí todo el valor y la seguridad que su mera presencia era capaz de conferir en el castaño. Más importante aún, que distinguiera el cariño que le profesaba, en ese momento más que en ningún otro.
— ¿Te he dicho ya lo mucho que te quiero?
Un trueno resonó a la distancia, un relámpago iluminó los cielos. La capitana ordenó girar el timón a estribor, dispuesta a traspasar la tormenta por entre las olas que, por una fracción de segundo, le habían permitido entrever un cielo iluminado al otro lado de la tempestad. En el camarote, sin embargo, nada de aquello importaba.
Sobrecogido por lo que acababa de escuchar, mucho más impresionado por el significado de aquellas palabras que por el pánico y la ansiedad que la tormenta le provocaba, Sehun creyó perder el aliento y ser capaz sólo de escuchar el latido de su corazón, fusionándose en su cabeza con el eco de lo que Luhan acababa de preguntarle.
— N-No lo has dicho. Pero yo... también te quiero, ciervito.
🌊 Continuará... 🌊
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