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🌊 «El hogar es, donde está el corazón » 🌊

— ¡Timonel, a estribor! — exclamó Chanyeol, desde la cubierta de proa.

Hacía una semana que hubieran emprendido el viaje a la Isla Andrómeda, el destino final en su búsqueda del tesoro y un lugar de muerte que, según los piratas, ocultaba más peligros de los que nadie era capaz de imaginar. Los rumores sobre aguas indomables y criaturas míticas custodiando el sitio se contradecían unos a otros, pero todos infundían el mismo terror.

Nadie en la tripulación se habría atrevido a discutir el tema frente a la capitana, pero en los camarotes (cuando pensaban que los otros dormían) Luhan había escuchado el murmullo de sus relatos y el miedo que recubría las más honestas confesiones de sus amigos. Conciliar el sueño luego de esas historias se volvía casi imposible.

Y entonces, Sehun iba a buscarlo.

Cuando el arquero aparecía, las noches se volvían dulces, arropadas entre historias que distraían la mente y hacían volar su imaginación. Si eso no funcionaba, Sehun lo besaba. Tanto como fuera posible antes de separarse, recuperar el aliento y volver a unir sus labios.

Debía que admitirlo y es que si alguien le hubiera dicho tiempo atrás que se convertiría en navegante y dedicaría sus días a la búsqueda del tesoro que los piratas ocultaron, Luhan se habría reído y tildado de loco a quien hubiera imaginado una locura como esa.

Justo ahora, no podría arrepentirse por el curso que su vida había adoptado. Las aventuras y las personas que hubiera conocido, enseñándole el verdadero significado de la palabra «libertad». Honestamente, no se le ocurría nada que quisiera cambiar. Ni siquiera al intendente (y su oficial al mando), quien no perdía oportunidad para molestarlo.

— Malditos corales — masculló Jongdae, irritado.

El sentimiento era compartido, después de todo, disminuir la velocidad y desviar la dirección para sortear los arrecifes, una tarde en que el viento resultaba tan favorable, sólo podía equivaler a desperdiciar la bendición del dios de los mares y retrasar el momento en que arribaran a su destino. Algo que a nadie le emocionaba.

— Da gracias que los vimos a tiempo — repuso Chanyeol — ¡Aseguren los aparejos, todavía podemos aprovechar el viento!

La tripulación se movilizó, algunos habían interrumpido sus deberes al virar, pero ya volverían a ello cuando todo estuviera en su lugar. Luhan, quien había descendido de la toldilla para apoyar a los otros, seguía tirando de las sogas y sujetando los cabos, cuando el intendente pasó por detrás.

— ¿Qué diablos estás haciendo? — preguntó.

— Creo que es un nudo en ocho, señor — respondió Luhan, sin aflojar el agarre sobre las cuerdas. Chanyeol resopló.

— No sé quién te haya enseñado a anudar, pero eso ni de chiste parece un nudo lasca.

Jongdae echó un vistazo a la soga, no estaba nada mal. En realidad, se trataba de un nudo firme, hecho con destreza. Creía saber quién había instruido a Luhan, pero dudaba que fuera el momento correcto para mencionarlo.

— Sin ofender, pero no es la primera vez que hago esto — repuso Luhan, a la defensiva.

Varios hombres se volvieron a mirarlos. No les sorprendía, sin embargo, hacía rato que una discusión se venía venir y es que saltaba a la vista que Chanyeol no tragaba a Luhan, ni viceversa.

— Tampoco es como que lo hicieras bien las veces pasadas, ¿cierto? — se mofó el alto — Sólo hazte a un lado, renacuajo. Mucho ayuda el que no estorba.

— ¿Por eso usted jamás hace algo?

Las palabras escaparon de su boca, aunque no el idioma en que las había pensado. No era el primero que insultaba a su oficial al mando y justo como aquellos antes que él, Luhan también iría a recibir un castigo por faltarle el respeto a su autoridad.

Viendo la diversión resplandecer en los ojos de Chanyeol, el castaño pensó que ese era el momento para echar a correr. Lo haría seguirle hasta agotarlo o se escabulliría a la despensa y pasaría el resto del viaje fingiendo ser una patata. Tal vez un feucho espárrago.

Antes de que pudiera hacer algo, un cuerpo más parecido a un escudo se interpuso entre ellos. Luhan ni siquiera lo dudó al abrazarse a su cintura, haciendo sonreír a Sehun aunque ese no fuera el momento para derretirse ante la ternura del mayor.

— Quítate de en medio, Sehun. Voy a darle una lección, ya podrás consolarlo cuando termine con él — advirtió Chanyeol.

— Venga, hombre. Míralo, se romperá antes de que el látigo alcance su piel.

— Eso debió pensarlo antes. Retar a un superior va contra la cadena de mando.

— Tampoco es correcto reñir a alguien que no ha hecho nada malo. Se llama abuso de poder — se defendió Luhan, todavía oculto tras su pirata.

Sehun rio por lo bajo.

— Tiene razón. Ya sabes, lo has molestado por el nudo, pero yo lo veo bastante bien — le dijo al intendente — Además, sigue estando bajo mi cuidado. Oye, sólo no lo azotes.

Chanyeol pareció considerarlo. Admitía que era su culpa, después de todo, había provocado al ciervo sólo por saber si se defendería. No era un pirata, ni siquiera un marino. Sin importar que ahora viajara con ellos, Luhan siempre sería el hijo del gobernador. Un hombre de la tierra.

Todo lo que a él le habría gustado ser.

Sehun lo sabía, conocía la historia tan bien como él. Había estado ahí la noche que el Dragón del mar tocó puerto y Chanyeol les rogó porque lo dejaran unírseles. Quería encontrar a su padre, quien se hubiera perdido en el mar, dejándolos a su madre y a él. La vida nunca fue igual luego de unirse a la tripulación.

Regresó a la isla sólo una vez, pocos años después. Su madre estaba demasiado enferma y sin importar los esfuerzos, no había rastro de su padre. No había motivo para quedarse, así que Chanyeol se embarcó una vez más. El mar era su refugio, pero jamás se sintió como su hogar.

«Para ti es diferente. Tienes un sitio al cual regresar, pero no parece que quieras hacerlo» pensó, mirando a la cabecita castaña que se asomaba por encima del hombro del arquero.

— Sólo por esta ocasión — concedió, entonces.

Al frente, Sehun asintió con la cabeza. El agradecimiento brillaba en sus ojos y es que era obvio que al muy tonto le gustaba el renacuajo. Luhan también suspiró aliviado, aunque no por saberse libre de un castigo se atrevió a salir de su lugar seguro.

El intendente desapareció, rugiendo órdenes a diestra y siniestra. Jongdae aguardó hasta que estuvo bien lejos para decir que:

— Si hubieras dejado que yo le enseñara, no habría podido quejarse. No hay suficiente tensión en tus nudos, por eso la última vez dejó las sogas hechas un lío.

— Cierra la boca, Dae — gruñó Sehun — Mis amarres son perfectos.

— ¿Si sabes que la capitana dice eso sólo porque eres su hermano, no? — se mofó Jongdae — Como sea, los nudos no son lo único que le estás enseñando mal.

— No me digas...

— Un verdadero pirata no teme a encarar el peligro. Los problemas son nuestro pan de cada día, la adrenalina que nos embriaga mejor que cualquier botella de ron.

Sehun podría tacharlo de loco e ignorar lo que decía, pero el jovencito a su lado era otra historia. Antes de que el arquero pudiera sacarlos de cubierta y devolverles a la toldilla, donde los mapas esperaban a Luhan, el castaño se giró en dirección a Jongdae y con los ojos radiantes de emoción, preguntó:

— ¿Me enseñarías, Dae? ¿Me enseñarías a ser un verdadero pirata?

🌊

El viento había aminorado. Tal como se esperaba, el Dragón del mar no recuperó la velocidad que antes de los arrecifes había alcanzado, pero a nadie le importó tanto como entonces porque cuando el sol se ocultó, lo único en lo que todos pensaban era en la comida que Kyung Soo había preparado.

Como otras noches, la cubierta se convirtió en el comedor por el que desfilaban cuencos repletos de lo que fuera que el cocinero hubiera inventado y botellas de alcohol que iban de una mano a la otra. Luhan no creía exagerar cuando decía que en el barco había más alcohol que pólvora.

Pronto el aire se vicio con el murmullo de las conversaciones, los temas podían empezar a surgir entre un grupo pequeño, pero incluso entre pares, siempre existía la posibilidad de que alguien escuchara y decidiera intervenir. Entonces las respuestas flotaban de un lado a otro, igual que si fuera una cadena.

—...muchos dirán que fui un idiota — Jongdae dijo, con una sonrisa dibujada en los labios.

— Lo seguimos diciendo — se mofó Kyung Soo, desde su rincón, sobre unas cajas de materiales. Chen lo ignoró y siguió con su relato.

— Pero hice lo que todo buen pirata debía hacer. Sin importar que fuera dos veces mi tamaño, levanté mi espada y luché con ese idiota.

Minseok dijo algo como que el contramaestre habría perdido de no ser porque él saltó para ayudarlo, pero Luhan no le estaba prestando atención. Se había quedado atrapado en las palabras de Jongdae, el orgullo con que mencionó que blandió su espada antojándosele como un gesto heroico y atrevido.

— Jamás podría hacer algo así — suspiró.

— ¡Yah! — Jongdae exclamó, haciéndole sobresaltar — Esa no es una actitud muy pirata de tu parte, mocoso.

Luhan se ruborizó de vergüenza. Las miradas de sus amigos confirmaban que lo que el contramaestre decía era cierto, excepto claro los ojos oscuros de Sehun. Al arquero no le importaba si él era un verdadero pirata o no, pero todavía no encontraba el momento para decírselo y hacerlo entender.

— No es que no quisiera hacerlo, en serio. Pero aunque me atreviera a levantar una espada... no sabría cómo usarla.

— Sí, claro — se mofó Mino — Eres parte de la realeza, debiste tener un maestro de esgrima que te enseñara a luchar.

— Tuve un profesor — admitió Luhan — Pero nunca recibí lecciones de eso. Sólo aprendí de música y poesía.

Sus declaraciones debieron tomar por sorpresa a los otros y es que parecía imposible que en pleno siglo XVI existiera un joven varón al que jamás se le hubiera adiestrado en el arte del manejo de espada. Sobre todo a uno proveniente de Sanya, una de las islas orientales con la mayor fuerza anti-pirata.

— ¿Hablas en serio, Lu? — preguntó Minseok — ¿Realmente no te enseñaron a luchar con espada?

— Papá era muy estricto al respecto. Supongo que siempre he sido demasiado torpe y le daba miedo que pudiera lastimarme o matarme por accidente — repuso, sin atreverse a mirarlos.

Sehun no iba a negar que estuviera tan sorprendido como el resto de sus amigos y, sin embargo, no veía una razón por la que su Luhan debiera sentirse avergonzado. ¿Y qué si no sabía luchar? ¿Y qué si necesitaba que otros lo protegieran?

Había aprendido en ese tiempo que el castaño podía ser todo lo torpe y distraído que decía, pero atraer los accidentes no era sinónimo de que fuera tonto o un inútil. Simplemente, tenía otras habilidades. Era un excelente navegante, también poseía el ojo de un buen marino y lo que era más importante, no se negaba a aprender.

— Yo nos cuidaré a ambos — declaró, entonces, sin importarle que los otros pudieran escucharlo.

Luhan levantó la mirada, atraído por el sonido de su voz y cuando sus ojos se encontraron, fue como si nada más pudiera existir para ellos. Sehun se dejó perder en la tierra cálida que eran sus orbes y Luhan casi perdió el aliento, atrapado en aquellas noches sin luna.

— Me gusta que me cuides y te agradezco que evites que mi torpeza y mi lengua floja casi me maten, pero yo... — murmuró el castaño, al cabo de un momento.

— ¿Si?

— Quiero aprender también, ser capaz de cuidarme a mí mismo y proteger a los que amo.

Dicen que el mar es salvaje y misterioso. Para alguien como él, que había crecido navegando en sus aguas, la afirmación no era menos cierta que para los que sólo apreciaban las olas desde la costa. Porque el océano exige al marino confianza, lealtad, pero sobre todo, admiración.

Aquellos que se embarcan en sus aguas, quienes confían en el ir y venir de las olas y son fieles al azul salado que mueve sus barcos, esos que admiran el mar y no buscan contenerlo... Sólo ellos conocen lo maravilloso que puede llegar a ser adorar el océano. Amarlo, justo como Sehun creía que no volvería a hacerlo.

No era como que pudiera olvidar el cariño que le profesaba al lugar en el que creció, pero tras conocer a Luhan, ahora sabía que todavía quedaba espacio en su corazón. Uno grande, tal vez no tanto, pero sí lo suficientemente espacioso como para que alguien como su chico se instalara ahí.

¿Habría caído enamorado, si Luhan no fuera tan parecido al mar que tanto adoraba? Igual de salvaje y misterioso, tan incontenible como alucinante...

Mientras pensaba en ello, alguien se adelantó a lo que el castaño había dicho hacía un momento y con la misma sutileza de un huracán, atrajo la atención de todos en cubierta al saltar entre ellos, la espada en su mano apuntando en dirección a Luhan.

— ¿Qué estás esperando, hombre? — lo retó Jongdae — ¡Lucha conmigo!

— P-Pero... te acabo de decir-

— Hay cosas que no se enseñan en los libros y la esgrima es una de ellas — interrumpió el contramaestre — Venga, toma la espada de Minseok e intenta atacarme.

Luhan se movió, todavía dudando sobre si pedirle su arma al timonel o comenzar a arrepentirse por haberse sincerado frente a sus amigos. No llegó a hacer ninguna de las dos y es que apenas estuvo en pie, al hombre a su lado también se levantó.

Desenfundó la espada que colgaba de su espalda, aquella que cargaba junto al carcaj, sólo porque se suponía que tuviera algo para defenderse si el arco y las flechas llegaban a fallar. Jamás lo habían hecho, Sehun confiaba demasiado en sus armas como para desperdiciar su potencial, pero esto también significaba que no respetaba lo suficiente a su espada.

— Creo que estará mejor contigo — le dijo a Luhan, al tenderle el arma.

El silencio se había apoderado de la cubierta, todos los ojos pendientes de lo que en ese extremo de la proa estaba sucediendo.

Luhan se adelantó, empuñaba la espada según la posición básica de la esgrima. Tenía una buena postura, aunque eso no iba a bastarle para hacer frente a su oponente. Jongdae lo corrigió tanto como pudo, primero pidiéndole que abriera un poco más los brazos para que el peso no fuera a ganarle y luego, diciendo que como no dejara de buscar a Sehun con la mirada iba a rebanarle un par de dedos.

El arquero casi gruñó al escuchar su amenaza, pero Minseok le impidió levantarse y arruinar la primera lección de su ciervo.

Fue cuando el duelo comenzó. Jongdae le advirtió cómo y por dónde iría a atacarlo y Luhan fue capaz de detenerlo, aunque sólo porque el contramaestre redujo su velocidad. Volvió a arremeter en su contra, esta vez más rápido y sin advertirlo. Poco a poco, Luhan fue entendiendo cómo era el juego, qué cosas debía hacer y cuáles debía evitar.

Los otros le animaban, algunos gritaban consejos que Luhan pescaba de vez en vez y otros más sólo se quejaban cuando fallaba. No supo que le agradó más, si estar aprendiendo a luchar o pensar en que ahí, entre esa gente y en medio del océano... era realmente feliz.

🌊 Continuará... 🌊

Pido disculpas por las tardanzas, han sido unas semanas ocupadas, pero estamos de vuelta. Les aviso que ya estamos cerca del final, tan sólo un par de capítulos. ✨ 🥺¿Les está gustando hasta ahora? 

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