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🌊 «Fuerza de atracción» 🌊

No era la primera vez que tenía un mapa en sus manos. Aprendió a leerlos desde joven, cuando la geografía se introdujo a sus lecciones. Su padre le dijo una vez que conocer el mundo lo volvería sabio, le faltó aclarar que conocimiento y experiencia no siempre iban de la mano, así que su hijo tardó un poco en asimilar a lo que se refería.

Le habría gustado ser capaz de complacerlo, obligar a su corazón a conformarse con lo que habitaba en sus libros y olvidar la idea de que el mundo no podía ser tan pequeño, pero Luhan siempre quiso más.

— Dudo que alguien lo haya dicho aun — señaló el timonel, a sus espaldas.

El castaño giró sin comprender, sólo para encontrar el rostro conocido de quien fuese el responsable de que viajara con ellos, la primera vez. Incluso después de haberse acostumbrado a vivir entre piratas, Luhan seguía pensando que su apariencia era distinta a la del resto. Tal vez se debiera a sus ojos, gatunos y vivarachos.

— ¿Qué cosa? — preguntó, con un deje de timidez.

— Bienvenido a la nave, Luhan — sonrió el otro — Soy Minseok, por cierto. Me habría presentado antes, pero no sabía que entendías nuestro idioma.

— Lo siento — se disculpó. Minseok se encogió de hombros.

Por un momento, creyó que la conversación terminaría ahí. Debía ser difícil, teniendo que controlar un barco y asegurarse de no perder la ruta indicada, pero justo cuando se disponía a devolver su atención a los mapas desplegados sobre la mesa, el timonel dijo:

— Supongo que añoras tu hogar y no te culpo si estás asustado. Somos piratas, después de todo.

— Extraño mucho a papá — admitió Luhan — Hay mucho que quiero contarle, las cosas que he visto, lo que he aprendido...

— ¿Acaso no nos odias? Nosotros... te raptamos. Atacamos tu ciudad, te forzamos a trabajar, incluso quisimos botarte en una isla de muerte.

La sorpresa en su voz hizo sonreír al castaño, bien sabía que lo llamarían loco. Se había resignado a aceptar que le faltaba un tornillo, pero no estar bien de la cabeza no cambiaba nada y la verdad era que Luhan estaba disfrutando mucho de su improvisada aventura.

— Todavía no los perdono por eso — señaló, entonces — Pero agradezco que no lo hicieran, me habría costado mucho que otros piratas quisieran llevarme.

— ¡Pero tú sí que estás loco! — Minseok exclamó.

A pesar de la sorpresa, se lo veía divertido por la actitud de Luhan, quien ni siquiera se esforzó en defender el posible estado de sus facultades mentales. Ninguno reparó en las miradas que el resto de la tripulación les dirigía, algunos con más desdén que verdadero interés, hasta que pasadas unas horas, Jongdae subió para relevar a Minseok.

La presencia del contramaestre no afectó en lo más mínimo la recién forjada amistad entre ellos y es que como los otros, Jongdae también sentía curiosidad por el nombrado navegante. Cuando el cielo enrojeció y el viento amainó, las aguas reflejando luces naranjas, la capitana ordenó que disminuyeran la velocidad.

Cenarían mientras durare el atardecer y al caer la noche, buscarían Antares, la estrella más brillante de la constelación de Escorpio, el guardián que según el pergamino les revelaría donde se escondía la última pieza del rompecabezas.

A diferencia de otras veces, el cocinero preparó una sopa que repartió en pequeños cuencos, un manjar que tardarían en disfrutar de nuevo, pues las verduras en la bodega no aguantarían más que un par de día antes de comenzar a pudrirse y a nadie le agradaba cuando el caldo se tornaba espeso y amarillento.

La comida no fue lo único distinto y es que al igual que antes había ocurrido con el timonel y el contramaestre, esa noche fueron varios los hombres que se acercaron a conocer al nuevo miembro de la tripulación. Luhan podía reconocer a algunos, a Kyung Soo, Hyojong, Mino o Taehyun, pero Taeyong, Jaehyun y Wonho debieron repetirle sus nombres antes de que se los aprendiera.

Entre las excepciones a acercársele, hubo dos hombres que resaltaron entre los demás. Sehun, el primero y a quien el castaño no hubiera visto desde que dio lectura a la frase escrita en el pergamino y Chanyeol, el intendente de actitud desdeñosa, cuyos enormes ojos asemejaban puñales siempre que apuntaban en su dirección.

— ¿Puedes ver algo? — preguntó Irene, al terminar la cena.

Miraba el cielo, los tonos violetas y azules de una noche despejada sobreponiéndose al tinte del ocaso. La capa de luces plateadas apenas empezaba a distinguirse, breves destellos decorando el manto cósmico sin que diera la impresión de que un inmenso mapa se escondía entre ellos. Luhan levantó la mirada e inició la búsqueda.

Ubicó Polaris, la estrella guía y partió desde ahí. Reconoció a Hércules, Ofiuco, Libra y finalmente, encontró al escorpión, cuyo corazón escarlata titilaba apenas entre los colores que dominaban el cielo a esa hora. Le enseñó a Irene a reconocerla y juntos indagaron el rumbo a seguir, descubriendo en el mapa que Antares descansaba sobre una pequeña isla.

🌊

— Aquí estabas — sonrió Luhan.

Pasó por debajo de uno de los amarres y se acercó cuanto pudo a la punta de la proa. Nunca había estado tan cerca de la bestia que daba nombre al navío, la enorme cabeza del dragón insignia que sobresalía por debajo del bauprés resultando dos veces más impresionante de lo que lo parecía desde la toldilla.

Faltaba poco para que aclarara, así que timonel y contramaestre – el chino esperaba no estar imaginando cosas entre Minseok y Jongdae – se habían retirado a descansar, luego de disminuir la velocidad. Querían arribar a la isla en menos de una semana, de modo que la tripulación reposaría por las mañanas y trabajaría del atardecer hasta poco antes del amanecer.

No podía esperar a tumbarse en su coy, después de todo, el castaño había pasado la noche con sus amigos, conversando y jugando mientras se aseguraban de seguir el curso. Le urgía cerrar los ojos y dedicarse a dormir, pero antes de eso, estaba decidido a encontrar a su pirata y reclamarle por haberlo despachado a la menor oportunidad.

El arquero, tumbado sobre una baranda, elevó la mirada al escuchar su voz. Luhan no comprendía cómo había llegado a ese lugar, el reducido espacio en la punta baja de la proa pareciendo un rincón inaccesible, al menos desde donde se encontraba. Sehun se divirtió con su incredulidad y no tardó en provocarlo, torciendo aquella cínica sonrisa.

— Ven aquí, ciervito — le dijo.

— No sé cómo bajar hasta allá.

— ¿Cómo si no? Tienes que saltar — Sehun señaló lo obvio, aunque debía estar bromeando.

Analizando su expresión, sin encontrar el más mínimo rastro de mentira, Luhan no pudo hacer más que comenzar a negar, la idea de volver a su cama sin hablar con el arquero antojándosele mejor que permanecer ahí y arriesgar su vida en un salto a mar abierto. Sehun rio bajito, fascinado por la reacción del chico.

— Dale pues, sujétate a esa soga y apoya los pies en el bauprés — explicó, señalando el amarre que sobresalía al centro de la proa. Luhan volvió a dudar.

— Sigue siendo demasiado alto, me caeré.

— No lo harás, pero si llegara a pasar, yo estaré aquí y te sostendré — Sehun aseguró, la firmeza de su voz tentando al otro a cometer (otra) locura.

No supo en qué momento pasó por encima de las sogas que cercaban la orilla, sólo fue consciente de sus pies tambaleantes mientras se aferraba al amarre del bauprés, mismo que tembló bajo su peso cuando lo usó de soporte. Estaba dispuesto a volver arriba y olvidarse de esa tontería, cuando unas manos firmes le tomaron por la cintura.

Sehun lo sujetó todo el rato que tardó en decidir soltarse y dejarse caer, e incluso abajo, permaneció rodeándolo con ambos brazos, hasta que Luhan se hubo serenado.

— ¿Estás bien? — preguntó el arquero.

— Más vale que bromes — le advirtió el castaño — ¡Otra vez quisiste matarme!

— Ya vuelves con eso, eres un ciervito demasiado llorón.

Antes de que el mayor pudiera responderle, Sehun apresó su cuerpo una vez más y lo hizo girar de un solo movimiento, la vista que se abría paso frente a sus ojos resultando tan hipnótica, que más pronto que tarde, Luhan se olvidó de la molestia inicial.

Observando el horizonte, la línea donde el sol comenzaba a asomarse, la mezcla de colores que daba vida a un fenómeno increíble. Percibiendo el sonido del agua rompiendo contra el tajamar, el beso helado de las gotas que a esa altura alcanzaban a salpicarle el rostro y Sehun...

— Valió la pena saltar, ¿no es así? — murmuró el pirata.

— Si querías abrazarme, no tenías que casi arrojarme por la borda — respondió, divertido.

El arquero acompañó su risa, la combinación de ambos sonidos creando una melodía que no sólo los animó, también los cobijó. Como lo haría el calor de una fogata en una noche de invierno. Ninguno agregó nada, tampoco cambiaron de posición. Sehun lo mantuvo abrazado por la cintura y Luhan permaneció recargado contra su pecho.

— ¿Me has estado buscando todo este rato? — preguntó el pelinegro, al cabo de un rato.

— Temí que me hicieras a un lado. No he hecho más que darte problemas, debes estar cansado de lidiar conmigo — admitió Lu, en un susurro avergonzado.

Sehun frunció el ceño, extrañado porque aquella idea hubiera florecido en la cabeza de su chico.

— Disfruto mucho estar contigo — aseguró — No quería acapararte, eso es todo. Los otros también merecen la oportunidad de conocerte y descubrir lo agradable que eres.

— Son divertidos, al principio me puse nervioso, pero creo que voy mejorando. Tampoco soy bueno relacionándome con los demás. Creo que los altero demasiado, conmigo los aprietos están a la orden del día.

Sehun sabía que casi nadie toleraba cuando alguien aparecía y atentaba contra la tranquilidad que regía sus vidas, pero si él – o cualquiera de los que viajaban en el barco – fuera igual de cobarde y huyera siempre que el caos tocaba a su puerta, simplemente, no sería un verdadero pirata.

— ¿Quién quiere una vida aburrida? Los líos, el misterio, la aventura y también el riesgo, hacen que todo sea más interesante — declaró.

Una vez más, sus palabras consiguieron calentar el pecho de Luhan. Se preguntaba cómo lo hacía, cómo sabía lo que debía decir y si acaso advertía lo mucho que afectaba su corazón. Entonces reparó en algo que el menor acababa de mencionar y sin poder contenerse, preguntó:

— ¿Qué clase de tesoro están buscando?

Sehun sonrió a sus espaldas. Dudaba que el tema de la búsqueda fuera a escapar por mucho tiempo a la curiosidad del ciervo, así que no le sorprendía estar escuchando sobre ello. Rompió el abrazo sin dejarlo libre del todo y tirando de su mano, invitó a Luhan a tomar asiento en aquel reducido espacio.

Hacía años que hubiera descubierto lo increíble de tener un sitio para él solo, un lugar donde huir del resto y refugiarse en la vista que su ubicación le concedía. Siempre pensó que compartir su escondite lo haría sentir incómodo, pero entonces no conocía a Luhan y su peculiar don para despertar emociones que Sehun no creía que existieran.

Tumbados uno junto al otro, sus manos todavía unidas reposando entre ellos, el arquero no tardó en comenzar a narrar la leyenda que fuera la responsable de su actual travesía. No creía que tuviera algo de malo compartirla con Luhan, después de todo, el ciervo formaba parte de la tripulación y como su navegante, merecía saber a dónde y por qué se dirigían a ese lugar.

— Dicen que cuando los reinos se aliaron para perseguirnos, los piratas de aquella época decidieron esconder sus riquezas en un solo lugar. Han-goong fue elegido para ocultar el botín, al que llamaron el último tesoro pirata. Navegó cien días y cien noches y dividió el mapa en tres partes.

— Si sólo les falta una pieza para completar el rompecabezas, el que leí debió ser el segundo de tres pergaminos, ¿no? — preguntó el castaño, Sehun asintió con la cabeza.

Le habló de los rumores que pusieron a Irene en la dirección de la primera pista, del pergamino que encontraron en un pueblo de Japón y del acertijo que los condujo a la ciudad de Sanya. Luhan lo habría golpeado por reírse cuando dijo que «Tú no eras parte del plan», pero el sueño comenzaba a vencerlo y sus ojos apenas se mantenían abiertos.

— ¿Debería llevarte a tu coy? — Sehun le propuso, al advertir que cabeceaba.

— Estoy bien — aseguró el castaño, haciendo un esfuerzo por espabilar — Me gusta estar aquí...

— Más bien te gusto yo — se jactó.

Luhan no se atrevió a responder, al fin y al cabo, tampoco era necesario. Nada ganaba ocultándole la verdad al otro y mucho menos a sí mismo. Porque le gustaba Sehun, lo suficiente como para sentirse atraído, lo necesario para desear conocer más de él. Sólo esperaba, alguna vez, que el pirata llegara a gustar de él.

No imaginaba, que tal cuál su corazón se agitaba, así también se calentaba el pecho de Sehun.

🌊

El viento parecía estar a su favor, así que el resto de la semana el Dragón del Mar elevó sus velas y recorrió las aguas, sin que algún tipo de inconveniente entorpeciera su travesía. Cada noche, apenas el cielo se oscurecía y las estrellas surgían titilantes sobre sus cabezas, Luhan buscaba al escorpión y se aseguraba de tener el curso correcto.

Nadie sabía lo que les esperaría al ubicar la isla donde Antares tocaba la tierra, pero tres días más tarde a su estimación original, Jaehyun, apostado en el nido de cuervo, divisó su destino entre una espesa y tétrica bruma, capaz incluso de helar los huesos al más valiente y escéptico del grupo.

— La niebla es demasiado espesa, encallaremos si nos acercamos — señaló Chanyeol, desde estribor. Irene sopesó sus posibilidades, aunque llegar tan lejos para rendirse no era una opción.

— Bajen los botes, remaremos hasta la costa — anunció.

La tripulación se puso en movimientos, algunos hombres ayudaron a desatar los botes y arrojarlos al agua, otros comenzaron a alistarse para acompañar a su capitana. Sehun fue de los primeros en prepararse, pero incluso si era consciente de que su presencia resultaría molesta e innecesaria, Luhan de todas formas se acercó, dispuesto a seguirlo.

— ¿Seguro que quieres venir? — preguntó el arquero, al advertir sus intenciones.

— Iré donde tú vayas — aseguró, sin ápice de duda o temor.

Sabía que al intendente no le agradó que los siguiera, pero en los últimos días había llegado a acostumbrarse al desdén que Chanyeol le profesaba. Todavía ansiaba conocer el motivo detrás de esa actitud, pero no era como si ignorara la sensación de no ser querido por alguien.

Abordaron los botes, un grupo de cinco en cada barcaza, diez hombres en total que no tenían idea de lo que les esperaría al penetrar en la bruma. Mino y Wonho sujetaron los remos, adentrándose en el tenebroso paisaje (menos mal que comenzaba a aclarar), pronto dejaron atrás el Dragón del mar y divisaron lo que parecía ser una pequeñísima playa.

— ¡Capitán, el bote no puede avanzar! — exclamó Wonho.

— ¡Es como si algo los retuviera en este punto! — le secundó Mino, todavía luchando con mover su remo.

La atención se concentró en el agua que rodeaba los botes, la fuerza invisible que aquellos dos mencionaron, actuando como cadenas que les impedían seguir adelante.

— Supongo que no hay de otra, tendremos que nadar — suspiró Irene, con pesadez — ¡Todos al agua!

Uno a uno, los hombres que conformaban la unidad de exploración se pusieron de pie y se lanzaron al agua. Sehun amarró las flechas en su carcaj y procuró que la correa de esta se hallara firme alrededor de su pecho, un segundo antes de volverse y reparar en que Luhan no estaba alistándose para saltar. De hecho, parecía haber echado raíces en su asiento.

— Venga, ciervito, dijiste que irías a donde yo fuera — lo provocó.

— C-Cambié de opinión.

Sehun torció una sonrisa, inclinándose para tomarle por los hombros y hacerlo levantar. El ciervo evitaba a toda costa mirar hacia el agua, paralizado ante el temor que le provocaba la idea de sumergirse y no saber si encontraría un pedacito de océano o un mundo completo. Misterioso, siniestro y seguramente peligroso.

— Dime algo, Luhan — habló Sehun, para atraer su atención — ¿Confías en mí?

— Y-Yo... sí, por supuesto que sí.

— Entonces confía en que nos sacaré vivos de esta.

Y sin darle tiempo a reaccionar, Sehun tiró de su cuerpo, la fuerza de ambas masas empujándolos al agua.

🌊 Continuará... 🌊

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