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🌊 «Guardianas de la isla» 🌊
Sin viento que meciera la nave, ni corriente que los arrastrara más allá del punto en que el Dragón del mar parecía haber quedado varado durante esos días, precisar el tiempo se había convertido en una tarea imposible para la tripulación y es que envueltos en una quietud de muerte, daba lo mismo que transcurriera un minuto o una hora. Ambos se sentían como una eternidad.
Lejos del tormento, ahora que Poseidón volvía a favorecerlos, el tiempo recuperó su valor y las primeras horas transcurrieron sin que nadie en el barco se preocupara por el aspecto de los cielos. No fue hasta que estuvieron seguros de que el viento no volvería a ausentarse, que el intendente ordenó a Luhan revisar su trayectoria.
Tendrían problemas si la calma los había desviado del camino que seguían. Las reservas en la bodega no alcanzarían para abastecerlos más que unas cuantas semanas, pero si bien los alimentos no representaban un problema (nadie había exigido más de una ración al día debido al calor sofocante) la falta de agua dulce o licor en los barriles, sí que lo sería.
Consciente de la importancia que tenía ubicar su posición y calcular la distancia que todavía les faltara recorrer, según las estimaciones de Irene y lo que la capitana había escuchado sobre la isla Andrómeda, el navegante subió a la cubierta de popa y, por primera vez en días, dedicó sus esfuerzos a leer los cielos y manipular los mapas sobre la mesa.
— Qué extraño — murmuró para sí.
Había desviado la mirada a las cartas náuticas tras ubicar a Polaris, la estrella guía y al devolverse al cielo para fijar su trayectoria... la densa cortina que formaba la niebla parecía haberse deslizado frente a sus ojos como un fantasma silencioso, helado y lóbrego. Luhan sintió las manos temblar del miedo que le provocó aquel fenómeno.
— Tranquilo — susurró Sehun, apareciendo a su lado, como el viento suave que se cuela entre las rendijas de una habitación.
— N-No entiendo...
— Dudo que alguno lo haga, pero está bien — convino el arquero, con suavidad — Supongo que estamos más cerca de Andrómeda de lo que pensamos.
— ¿Crees que aquel sitio tan calmo y ésta niebla de ultratumba tengan algo que ver con la isla? — preguntó Luhan.
— Ya apuesto que lo tienen — Chanyeol intervino, parecía intranquilo y no era para menos, pues como la niebla siguiera avanzando terminarían navegando a ciegas.
Irene llamó a todos a cubierta, ordenó que redujeran la velocidad y le pidió a Jaehyun que subiera al nido de cuervos. Sabían que sólo algo demasiado grande podría ser visto a tiempo entre tanto vapor, así que además del vigía, hubo otros que se encaramaron a las barandas, dispuestos a escudriñar entre la bruma para advertir cualquier clase de obstáculos en su camino.
El miedo y la incertidumbre que hubieran echado raíces en sus corazones desde el momento en que supieron a dónde se dirigían, cobró un nuevo sentido para el miembro más nuevo de la tripulación y es que, de frente al lugar que hubiera inspirado todos los relatos que sus amigos intercambiaban antes de irse a dormir, Luhan no podía estar menos que aterrado.
Recordaba las historias sobre mares ardientes como la lava, velos fantasmales que anunciaban la muerte, monstruos míticos custodiando la entrada a la isla, bestias salvajes deambulando en tierra.
No existía un solo cuento que alentara la esperanza, excepto las palabras que Sehun le hubiera susurrado mientras lo abrazaba, apretujados en su escondite cuando se suponía que debían estar durmiendo. «Tengo fe en mis camaradas y en mi capitana, así que sé que saldremos airosos de lo que sea que enfrentemos. Confía tú también, eso es lo que significa ser un pirata»
— ¡Rocas, al frente! — exclamó Jaehyun, desde el nido.
Irene se abalanzó contra la baranda, las órdenes escapando de sus labios tan fuerte y tan firme que daba la impresión de que el peligro que enfrentaban no bastaba para afectarla. Luhan no lo creía, lo que le hacía admirarla aún más porque incluso ante su situación, la capitana se esforzaba por inspirar confianza a su gente.
— La niebla es demasiado espesa — señaló Jongdae — Golpearemos alguna, por más lento que vayamos. ¿Por qué carajos hay tantas piedras?
— Eso mismo se preguntó Andrómeda cuando la encadenaron a una — repuso Luhan, aunque no estaban en posición de andarse con bromas. Irene se adelantó al escucharlo.
— Arrojen el ancla y bajen los botes, remaremos desde este punto. Si la leyenda es cierta, habrá una playa cerca.
— ¿Quién se quedará a bordo? — preguntó el intendente, a sabiendas de que un grupo tendría que permanecer en el barco para asegurar su partida.
— Todos iremos a tierra. Desconozco lo que nos aguarde, pero si ha de encontrarnos, que sea estando juntos — Irene dijo, la desconfianza que esas aguas le provocaban quedando en evidencia.
Nadie rebatió su mandato, al final, creían demasiado en su buen juicio y les agradaba la idea de no ser parte del grupo que se quedara atrás cuando la incursión a la isla comenzara. Tiraron el ancla y detuvieron todo avance del Dragón del mar, entre todos arrojaron los botes y se prepararon para abandonar la nave, armados hasta el cuello.
A diferencia de las veces en que sólo huyó o siguió al resto sin saber lo que hacía, esta vez, Luhan se aseguró de llevar consigo la espada, aquella arma que Sehun le tendió varias semanas atrás y que en el transcurso de los días se hubiera empeñado en aprender a dominar. Solía entrenar con el contramaestre, incluso llegó a chocar aceros con Chanyeol.
Sabía que su habilidad no alcanzaría para merecerle el título de espadachín profesional, pero confiaba en la destreza adquirida y creía que podía llegar a ser útil para el resto en un momento de necesidad.
— ¿Estás bien? — le preguntó Sehun, una vez estuvieron en el bote.
Había llenado el carcaj con flechas suficientes para una emergencia, el arco colgando de su hombro en lugar de habérselo cruzado en la espalda, como si intuyera que en esa ocasión, no habría forma de que evitara recurrir a las armas. A pesar de las sospechas, su mirada era tierna y su voz dulce.
— Contigo, siempre.
Sehun sonrió, inclinándose para besarle la frente.
Una vez la tripulación se halló en los botes, Irene ordenó la incursión a tierra firme. La niebla era aún demasiado espesa como para distinguir algo entre ella y cada tanto podían escucharse ruidos extraños que hacían erizar el vello de la nuca. Pese a las condiciones del sitio, no hacía ni un poco de frío, como si el vapor fuese sólo una mera ilusión.
Remaron durante varios minutos, a ratos golpeando algunas piedras, pero siempre encontrando un camino por el cuál guiarse. Fue entonces que la vieron, oculta a la vista de los curiosos, tal como el pirata Han-goong habría deseado al ocultar el tesoro. La isla Andrómeda se alzaba ante sus ojos, imponente y misteriosa, como la bruma que la rodeaba.
— ¿Oyen eso? — Chanyeol preguntó, justo cuando la emoción de distinguir su destino amenazaba con estallar.
Los miembros que le acompañaban se volvieron a verlo sin comprender a qué se refería, pues además del sonido de las olitas al mecer el agua con los remos y el propio murmullo de sus respiraciones y murmullos, ninguno había escuchado nada que pudiera atraer la atención. Incluso así, aguzaron el oído y aguardaron.
A lo lejos, alguien cantaba. Tenía la voz de un ángel, suave, cálida y reconfortante, como el bálsamo a la herida. No podría decir que entendía lo que decía, las palabras distorsionadas a causa de la distancia que los separaba. Fuera lo que fuera, sin embargo, Sehun pensó que debía ser algo tan hermoso como el sonido que producía.
Quiso decírselo a los otros, confirmar a Chanyeol que también lo había escuchado, pero las palabras no acudieron a su boca. En cambio, la melodía del ángel se aguzó, los versos se tornaron claros y el eco disminuyó, como si la criatura que cantaba se hubiera acercado a ellos. Cuando se volvió, Sehun... perdió el aliento.
Frente a él, se hallaba una dama. Una mujer tan hermosa, que hacía parecer como si el adjetivo exacto para describirla todavía no hubiera sido inventado. Tenía el cabello dorado, la piel brillante y sedosa, y sus ojos... el verde esmeralda que resplandecía en ellos, competía sólo con el fulgor de los astros en el cielo.
Seguía tarareando, susurrando apenas la historia de una joven doncella, cuyo amor le había dejado y a quien continuaba esperando. «...y estaremos juntos, en la eternidad, así en los días soleados como en las noches de tormenta» decía ella. Debía estar muy sola, también muy triste.
— ¿Vendrás conmigo ahora, joven marino?
— L-Lo haré... — balbuceó Sehun, hipnotizado. Entonces se puso de pie y se inclinó sobre el borde del bote, la mano extendida y dispuesta a sujetar la que aquella bella dama le ofrecía.
A cada centímetro que él se acercaba, ella parecía alejarse, pero no la dejaría ir. Sin importar que no fuera el amor al que llevaba tanto tiempo esperando, Sehun se rehusaba a abandonarla una vez más. Fue en ese instante que sus dedos se rozaron, la piel fría y dura como roca, deslizándose alrededor de su muñeca. Tenía las uñas largas, igual que si fueran garras y entre los dedos...
No tuvo tiempo para sentirse impresionado, porque algo mucho más increíble que una mujer con manos como aletas, cruzó frente a sus ojos igual que un vendaval, arrojándolo lejos al ocupar su lugar.
— ¡Largo de aquí, pecesucha! — exclamó Luhan, enfadado —Este pirata ya tiene dueño.
Todo ocurrió muy rápido, a partir de ese momento. De una forma en que nadie lograría explicar, los únicos que no parecían haber sido afectados por el canto de la sirena, habían sido Irene y Luhan, quienes aprovechando la poca atención que la criatura les dedicaba, recuperaron uno de los remos para usarlo como lanza contra la dama mitad pescado.
Sus acciones, impulsivas y agresivas, no agradaron de nada a la sirena, quien al verse enfrentada finalmente reaccionó, revelando su verdadera naturaleza. Con los ojos brillantes, las pupilas apenas presentes, las escamas se remarcaban en sus hermosas facciones y a diferencia de un minuto atrás, de su boca no manaban dulces canciones.
No dejándose intimidar por la hilera de filosos colmillos que la criatura les reveló, Luhan arrojó contra ella el remo que había estado blandiendo para hacerla apartar del bote y escuchó el siseo vengativo con que lo advirtió, al mismo tiempo que caía en la cuenta de que la niebla por fin se había disipado.
La isla Andrómeda se hallaba a menos distancia de la que creyeron y en realidad, no se habían apartado demasiado del Dragón del mar. El único problema era que avanzar o retroceder, ninguna de las dos opciones resultaba posible, pues en medio de ambos tramos, rodeando los botes que flotaban sobre sus aguas, las sirenas los tenían acorralados.
Un disparo cortó el aire, un grito horrible lo siguió y la sangre comenzó a derramarse del costado de la sirena, ahí dónde la capitana acababa de atravesarle una bala.
— ¡Piratas, a las armas!
Todos reaccionaron a la orden, la magia que antes los aletargó dejando de surtir efecto con los monstruos interpretando sus verdaderos papeles. Los aceros de las espadas resplandecieron bajo la luz de la luna, el sonido de los disparos provocó nubes de humo entre los botes y las flechas decoraron el aire como aves asesinas.
Gritos de hombres y bestias se fundieron en la noche, las segundas cegadas por el hambre y los instintos y los primeros luchando por sobrevivir y llegar a la costa, donde apostaban que estarían a salvo. A pesar de sus esfuerzos, Irene advirtió pronto que ni ella ni sus hombres saldrían vivos de ahí y es que las sirenas les superaban en número y ferocidad.
— Si no podemos matarlas, hagamos lo posible por ahuyentarlas — espetó Luhan, agotado.
Había blandido la espada y vencido a un par de aquellas arpías, pero no importando cuántas enfrentara, parecía haber tantas de ellas como estrellas resplandecían en el cielo.
— ¡Sehun! — exclamó Chanyeol, a orillas del bote — ¡Las farolas!
Antes de que la niebla se disipara, distinguir las luces encendidas del Dragón del mar, no había sido posible. Nadie había apagado las llamas que crepitaban dentro de las linternas, quizás por el apuro con que desembarcaron. En cualquier caso, resultaba conveniente que la luz permaneciera pues bastaría con avivar el fuego para...
— Un pequeño estallido no las asustará — aseguró el arquero, refiriéndose a la idea de ahuyentar a las sirenas provocando pequeñísimas explosiones al reventar las farolas.
— No, pero si apuntas al lugar correcto, podrías conseguir que el fuego pescara lo que tuviera más cerca — siguió el intendente.
— ¿Qué tonterías es esa? ¿Acaso quieres que incendie nuestra nave?
Irene reaccionó al escuchar aquello, el fantasma de la locura resplandeciendo en sus bonitos ojos negros. Parecía estar a punto de gritar algo a sus hombres, fuera su hermano o al intendente, cuando una de las bestias que los atacaban surgió entre la oscuridad de la noche y se lanzó sobre ella, casi flotando por encima del bote.
Luhan, el más cercano a la capitana, alcanzó a empujarla para evitar que la sirena le alcanzara, pero no corrió con tanta suerte pues antes de poder liberarse el también, las filosas garras del monstruo se enterraron en su piel y con la fuerza que poseía, tiró de su cuerpo hacia las profundidades del mar.
Lo último que distinguió, fue la mirada aterrada y herida que Sehun le dedicó al saber que lo perdería.
🌊 Continuará... 🌊
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