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🌊 «Cuentos de terror» 🌊
La biblioteca estaba en silencio. Cualquiera podría suponer que el lugar se hallaba vacío y es que además del pasar de las páginas, nadie en su sano juicio se atrevería a perturbar la calma impuesta por el señor Guan, el viejo profesor que dedicaba sus días a cultivar la joven e inexperta mente de su único pupilo.
Si tan sólo sus enseñanzas incluyeran el manejo de la espada y no textos que conocía de memoria, Luhan acudiría gustoso a las lecciones que su padre se empecinaba en que recibiera. No lo entendía, después de todo, tocar el xiao o recitar poesía no le ayudarían a dejar de ser el hazmerreír entre los otros chicos.
Tampoco era que les faltaran motivos para burlarse, siendo tan torpe y con tendencia a los accidentes. La mayor parte del tiempo solía fingir que no le importaba, pero eso no significaba que gozara de ser la comidilla. Bastante tenía con ser el tonto hijo del gobernador o con pasar las tardes a merced de un anciano gruñón.
— Es todo por hoy — anunció el profesor, desde su mesilla.
Solía ocupar hasta el último minuto de sus sesiones, así que el castaño no pudo evitar mirarle extrañado, la hora y media que aún les restaba antojándosele como un loco invento de su cabeza. «Tantas ganas tengo de irme que ya hasta alucino» pensó. Guan debió notar su sorpresa, porque agregó, como quien no quiere la cosa:
— Hay un evento esta tarde. El gobernador quiere que estés presente, así que dejaremos el resto de las lecturas para mañana.
Aquello resultó peor. Podía imaginar la clase de evento a la que le harían acudir y no concebía algo más aburrido que las sesiones con el Concejo. Tan sólo pensar en las horas que pasaría escuchando los monólogos de los ancianos, le hacía sentir una desesperada necesidad por tirarse a llorar.
Guardándose las protestas que se le amontonaban en la punta de la lengua, el castaño cerró los libros y ordenó su mesita, siguiendo luego al profesor por el largo pasillo que llevaba al salón. Grande fue su sorpresa al comprender que no permanecerían en el siheyuan, los pasos de Guan conduciéndole a la entrada principal.
Un par de guardias los esperaban a las afueras, dos caballos ensillados listos para recorrer el casco de la ciudad hasta la plaza donde la gente ya había comenzado a amontarse en torno al imponente patíbulo.
Diez años atrás, el abuelo de Luhan había ordenado su construcción, atendiendo a las leyes que exigían que todas las ciudades costeras tuvieran un sitio donde los piratas - vulgares ladrones marinos - fuesen juzgados. El propósito de una sentencia pública era simple: enviar un mensaje sobre el destino que le aguardaba a todo aquel que se dijera pirata.
«Son sólo cuentos de terror» le había dicho su aya, la primera vez que el chico preguntó por los piratas. Ni su padre, ni su profesor, vieron con buenos ojos que la mujer mintiera sobre la existencia de los criminales, pues creían que ocultar sus actos ilegales, era igual a deshonrar a todos los buenos marineros que habían sido sus víctimas.
Pese a su educación anti-piratas, el gobernador jamás le permitió a Luhan estar presente en alguna de las ejecuciones. Al principio porque creía innecesario traumatizar a su hijo haciéndole ver un espectáculo tan crudo y más tarde, porque los esfuerzos de la guardia del rey surtieron efecto y la actividad pirata decayó, hasta casi desaparecer.
— Ojalá lo hubieran hecho — murmuró el chico, cuando sus ojos advirtieron a los tres hombres que se dirigían a la horca.
— ¿Dijiste algo, hijo? — preguntó su padre, junto a él.
Luhan negó con la cabeza, esforzándose por ocultar la incomodad que el nudo formándose en su estómago le estaba provocando.
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El eco lejano de las olas rompiendo en la costa, pareció actuar como un bálsamo para su agitado corazón, igual que si se tratara de las nanas con que la aya solía arrullarle cuando niño. Hacía mucho desde la última pesadilla y todavía más desde la última canción de cuna, pero no debía ser extraño, teniendo en cuenta el espectáculo de esa tarde.
Supo desde el momento en que la cuerda se tensó y los cuerpos de los piratas se sacudieron de la agonía, que aquella noche el dios de los sueños no iría a buscarlo. O quizás fuera mejor decir, que esa velada sería Luhan quien escapara al poder de una ilusión que de ninguna forma le resultaría agradable.
¿Cómo podría irse a dormir teniendo en mente nada más que el recuerdo de los tres a los que había visto siendo ejecutados? Se daba cuenta de lo cobarde que era, temiendo a fantasmas de ladrones marinos, cuando los otros chicos de su edad debían estar durmiendo plácidamente.
Pensó en Wang Ziyi, el hijo el capitán. Todos en el pueblo sabían que aspiraba a convertirse en un miembro de la armada del rey y dedicar su vida a la captura de lo que llamaban la peste del mar. Nadie dudaba de que lo fuera a lograr, tenía el carácter, la fuerza y también el espíritu que se necesitaba para enfrentarse a los piratas.
A su lado, Luhan aparentaba ser sólo un ciervo asustadizo, demasiado ridículo como para compararse con el tigre que habitaba en Ziyi.
Suspiró, el vaho que brotó de sus labios se deshizo al instante en la brisa que soplaba. Era una noche fría y sin luna, tampoco había estrellas, como si los astros confabularan para acompañarlo en su tristeza. Justo acababa de tener esa idea cuando un destello demasiado bajo para tratarse de una estrella, llamó su atención.
No era extraño que la gente del pueblo celebrara cuando un pirata era ejecutado, pero hacía horas que la ciudad se sumiera en la tranquilidad de una noche ordinaria, así que de ningún modo podía tratarse de ellos montando espectáculos para demostrar su algarabía. Y el destello se repitió, ahora acompañado por un fuerte sonido.
«Cañones» pensó Luhan, al mismo tiempo que en el pueblo, las personas despertaban presas del pánico y la desesperación.
Sin detenerse a meditar sobre cómo los guardias en las torres de vigilancia podrían haber pasado por alto el barco y a la tripulación pirata que los atacaba, el castaño abandonó la habitación con la idea de encontrar a su padre y huir juntos del siheyuan. No tardarían en recibir ayuda, siendo el gobernador y su familia, así que sólo debían procurar situarse en un lugar seguro.
— ¡Padre! — lo llamó, ni bien cruzar las puertas de su habitación.
Pero el gobernador no se encontraba ahí. Tampoco estuvo en el comedor, ni en el salón, ni en el patio principal, donde guardias y sirvientes se movilizaban para encontrar refugio y proteger a la familia. No importando las protestas que su actitud generó, Luhan se negó a seguir a nadie hasta haber encontrado a su padre.
Fue entonces que le halló, en el salón de las reliquias, aquella habitación polvosa donde se apilaban las joyas, armas, retratos y otros viejos cacharros que hubieran pertenecido a los Lu.
— ¿Qué estás haciendo? — preguntó Luhan — ¡Nos están atacando! Tenemos que salir de aquí.
— No podemos, todavía no — respondió el señor Lu, sin volverse a mirarlo.
Rebuscaba en los cajones y cofres que ahí se amontonaban, como si entre toda esa basura pudiera haber algo que valiera más que su vida. O la de su hijo.
— Pero, papá... los piratas, ellos...
— Han venido a buscarlo — aseveró — Si no fuera por eso, jamás habrían tocado puerto. No puedo dejar que lo encuentren.
Luhan no entendía nada de lo que decía, pero creyó que lo haría, cuando su padre extrajo una vieja caja del fondo de una estantería y al abrirla, encontró lo que tanto quería. Un pedazo de tela, casi tan roído como los retratos de sus antepasados. Realmente, ¿aquello valía lo suficiente como para no escapar y buscar refugio mientras pudieron hacerlo?
Antes de que el chico pudiera decir algo, las puertas del salón se abrieron con estrépito y al volverse, padre e hijo contemplaron con horror a los cinco piratas que les cerraban el paso. Uno de ellos, el que parecía ser el líder del pequeño grupito, se adelantó lo suficiente como para que Luhan distinguiera del todo sus facciones.
Poco más bajo que él, tenía una melena rizada que le caía en bucles sobre la frente y sus facciones marcadas, no hacían más de resaltar la curva socarrona dibujada en sus labios. Había hecho uso de su espada para llegar hasta ahí, pero de pie frente al gobernador y su hijo, no parecía que la creyera necesaria puesto que no tardó en bajarla.
— Hagamos esto por las buenas, ¿quieren? — les preguntó.
Bastante malo era que un montón de sucios delincuentes irrumpiera y destrozara su ciudad, pero que además de todo se tratara de una tripulación piratas extranjera... rebasaba la paciencia que el gobernador poseía.
— Atacar Sanya ha sido la peor decisión que pudieron tomar — advirtió el señor Lu.
Era un hombre maduro, rondaba los cincuenta con una actitud y apariencia diligentes, tendía a dar largos sermones cuando las personas buscaban respuestas cortas. Hasta antes de la lesión que atrofió su pierna izquierda, había sido un increíble espadachín, razón la cual era una vergüenza que su hijo fuese tan poco diestro con las armas.
Teniendo aquella realidad presente, Luhan se preguntó de qué manera conseguirían escapar de la habitación. No podá dejar que su padre lo arriesgara todo estando herido, pero tampoco era lo suficientemente bueno como para defenderlos él a ambos. «Serás idiota, ni siquiera has tomado la espada antes de salir corriendo de tu cuarto» se regañó a sí mismo.
Mientras meditaba la posibilidad de distraer a los piratas lo suficiente como para que los guardias les encontraran, los hombres que les acechaban habían conseguido dispersarse para bloquear cualquier espacio que pudiera servirles como escape. Su líder se mantenía al centro, la actitud desgarbada y casi divertida haciendo irritar al castaño frente a él.
— No me digas, hombre — se mofó el pirata — Por como yo lo veo, ha sido algo de lo más sencillo. Tienes una de las peores guardias que haya visto, la mayoría dormía cuando nuestro barco tocó puerto.
El gobernador apretó los labios, maldiciendo en su fuero interno a los inútiles holgazanes que esa noche hubieran estado en las torres.
— Honestamente, no queríamos montar un alboroto. Pensamos en hacer una incursión sigilosa, tomar lo que nos pertenece y largarnos en silencio, pero... ah, fue difícil contenerse cuando vimos a los tres que exhiben en la playa, igual que si se tratara de salmones en venta.
Luhan miró a su padre, intentando comprender a lo que se refería el tipo ese. ¿A quiénes se refería?
— Dígame algo, gobernador Lu — dijo, su voz adquiriendo un matiz amenazante que antes no estaba ahí — ¿Está seguro que eran piratas?
— Por supuesto que sí, la guardia...
— Si confía en su palabra, tanto como en su vigilia, entenderá porque esta noche estamos aquí, charlando a la luz del fuego de nuestros cañones — se mofó — Da igual ahora, como dije... hemos venido por lo que nos pertenece.
— ¡No encontrarán nada aquí! — bramó el señor Lu.
— ¿Ah, no?
Luhan se tensó, justo cuando el líder del grupo daba un paso más cerca de ellos.
— ¿Y qué es lo que ocultas en tu espalda?
El gobernador palideció, presa del miedo que le provocaba saber que los piratas habían descubierto el objeto que intentaba proteger. Se preguntó cuánto tardarían en arrebatárselo, si acaso tendría oportunidad de defenderse o si la responsabilidad que había puesto sobre sus hombros terminaría convirtiéndose en su mayor fracaso.
Si tan solo su hijo no se encontrara en la habitación... pensar en que debía proteger a Luhan, el pergamino y de paso a sí mismo, era demasiado como para imaginar que lograría salir airoso del salón de las reliquias, pero a pesar de todo, Lu Qinghe se negaba a rendirse y mucho a menos a hacerlo sin siquiera haber dado batalla.
Antes de que él o los piratas pudieran tomar una decisión, el castaño a su lado obedeció a sus impulsos y tomando por sorpresa a su padre, le arrebató el pedazo de tela que parecía ser tan importante, ocultándolo entre las telas de su túnica interior.
— Corre, ve por ayuda.
No esperó a observar la reacción del mayor y, simplemente, saltó por la ventana que había a su derecha. Era demasiado pequeña como para que alguien grueso y fornido la atravesara, pero por primera vez en su vida, Luhan se alegraba de ser lo que sus compañeros llamaban un fideo humano.
Pudo escuchar el alboroto que se desataba en el interior al comprender los piratas lo que había sucedido, pero no podía darse el lujo festejarse a sí mismo la proeza. Conocía el siheyuan mejor de lo que los intrusos lo hacían, así que aprovechando su ventaja, echó a correr pasillo arriba, por el camino que conducía al lago. Con suerte perdería a quienes les siguieran y sin ella, al menos alcanzaría a esconderse.
Olvidaba que, en realidad, ni la suerte ni la habilidad solían estar de su lado.
Sólo un par de metros más allá de donde se hallaba el salón de las reliquias, el pirata del cabello rizado logró escapar de la habitación y no tardó en distinguir la pequeña figura que se alejaba, saltando igual que un cervatillo en medio de un prado. Ni siquiera lo dudó al ir a por él y habría conseguido alcanzarlo incluso si Luhan no hubiera resbalado.
En el instante en que los pies se le enredaron y las rodillas le flaquearon, todo terminó para él. Su cuerpo decoró el camino y su sangre tiñó la tierra cuando se golpeó la cabeza, pero todavía así Luhan se negó a soltar la tela que mantenía oculta entre sus ropas.
— ¿Con que eso quieres, eh? — farfulló el pirata, al cansarse de forcejar para robarle el pedazo de pergamino — Bien, me llevaré esa cosa incluso si es contigo pegado a ella.
Y antes de que Luhan pudiera replicar, lo cargó en brazos igual que si se tratara de un costal de papas y lo hecho sobre su hombro.
🌊 Continuará... 🌊
¡Ta-tan! Hace poco mencioné en twitter que tenía que escribir una historia con temática de piratas y qué mejor que traerla como mi fanfic anual por el mes HunHan 💕
Vale, pues no sé que tan bien salga esto (es la primera vez que escribo algo igual), pero haré mi mayor esfuerzo porque sea algo digno de ustedes. Como siempre, no será una aventura larga, pero tendrá cursilería, a un Lulu adorable y un Sehun pirata igual al de la peli, pero con más líneas 😂 ¡Espero lo disfruten y millones de gracias por seguir aquí!
🌱 Maceto-san 🌱
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