Pasaje II- Reenamoramiento.
Los acontecimientos siguientes fueron borrosos para ambos, y a la vez tan nítidos que era difícil de explicar. Habían pasado de estar parados en el parque a estar sentados en el restaurante familiar que Nakyum había sugerido, hablando tranquilamente sobre sus gustos y sus familias, olvidando por un instante que estaban allí por trabajo y no en una cita; pero era tan fácil para ambos dejarse llevar en la presencia del otro, que no fue extraño para Seungho verse de repente con conocimientos como que Heena no era hermana biológica de Nakyum, sino que lo había criado desde que era un bebé, que siempre le había gustado pintar y que había aprendido a leer muy tarde en la vida, pues sufría de dislexia.
Seungho había hablado de su padre y su mala relación con él, que había causado una distancia entre él y su hermano, le contó sobre Jihwa, su único amigo de la infancia y quien lo había acompañado en todas sus travesuras, tanto infantiles como maduras, sobre su deseo de ser fotógrafo para capturar con la lente de su cámara el mundo que lo rodeaba, la belleza que pocos veían, inmortalizarla de tal forma que nadie pudiera olvidarlo jamás, aun si lo olvidaban a él. Nakyum lo escuchó atentamente, explicando que algo similar hacía él con sus pinturas, aunque la belleza que él capturaba rozaba más el límite carnal, rompiendo con su explicitud todos los tabúes que abundaban en el mundo.
—Espera, ¿me estás diciendo que él, eres tú? —preguntó Seungho cuando Nakyum confesó su pseudónimo.
—Sí —admitió Nakyum con una sonrisa, escondiéndola detrás de la taza de café con chocolate que sostenía entre sus manos.
—Tengo uno de tus cuadros en la sala de mi casa —confesó Seungho, inclinándose hacia el frente con cierto misterio, haciendo que Nakyum imitara su acción —. Y otro en el dormitorio —admitió, devorando la belleza que era Baek Nakyum cuando se sonrojaba hasta las orejas.
—Bueno, pensé que hablaríamos de unas fotos —comentó, queriendo salir de la vergüenza que lo cubría, junto con aquella extraña felicidad embriagadora de saber su trabajo reconocido por ese elegante hombre que lo miraba como si quisiera desvestirlo y a la vez hacerle un altar, una mezcla extraña que Nakyum desconocía hasta ese momento.
—¿Revisaste el documento? —preguntó Seungho, viendo como Nakyum desviaba la mirada y se sonrojaba aún más, pero asentía quedamente —. ¿Estás de acuerdo con esas fotos? —inquirió, sabiendo que igualmente firmarían un contrato explícito que los libraría a los dos de inseguridades.
—Sí, lo pensé claramente y decidí que sí —afirmó Nakyum en voz baja, murmurando a través de sus labios pegados a la taza de café.
—Entonces solo debemos acordar un horario y preparar el escenario —aseguró Seungho, dándole otro sorbo a su café y observando atentamente a las reacciones de Nakyum.
—Mi estudio está apartado de la casa, es un local que mi Noona me compró cuando demostré verdadero talento en el arte, fue su forma de apoyarme. Tiene buena iluminación, si llevas las cosas hacia allí será más fácil que si mueves mis pinturas, quedaría más genuino —explicó Nakyum, recordando que Seungho quería capturarlo mientras pintaba, con sus cuadros, en su ambiente.
—Eso suena perfecto, ¿Cuándo podríamos empezar? —preguntó el pelinegro con una media sonrisa que erizó la piel de Nakyum.
—Si quieres podríamos empezar mañana después de que acomodes el sitio —propuso Nakyum, viendo como la mirada de aquellos ojos felinos se intensificaba.
—Suena perfecto —aseguró Seungho, dejando el dinero sobre la mesa mientras ambos se incorporaban y caminaban hacia la salida, llegando a la bifurcación donde tomaban direcciones diferentes hacia sus autos —. Nos vemos mañana, Nakyum —dijo Seungho con voz ronca, mirando al joven con cierta añoranza que nunca había sentido hasta ese instante.
—Nos vemos mañana, mi señor —se despidió Nakyum, sonrojándose al notar como las pupilas de Seungho se dilataron con sus palabras y yéndose apresuradamente hacia su auto, recordándose que no debía de mirar hacia atrás, por más que sintiera la mirada penetrante de Seungho sobre él.
La tarde fue una tortura que Seungho pasó ejercitándose, necesitando gastar toda la energía que le corría por el cuerpo después de encontrarse con el pintor; pero cuando entró a su apartamento y le recibió la pintura de dos hombres desnudos, uno sentado encima del otro, mirando hacia él, mostrando la espalda arqueada del de cabello corto mientras que el de cabello largo afianzaba su agarre en sus nalgas hasta que sus uñas dejaron rastros rosados, Seungho gruñó.
Esa noche durmió en la habitación de invitados, siéndole imposible calmarse en su propia habitación, donde esos dos mismos modelos se encontraban en una posición más explícita, en el momento justo en que el muchacho de cabello corto se corría sobre su vientre, aferrándose a los cabellos del otro chico que llegaba a rozar su torso, pese a que este estaba incorporado sobre sus rodillas, penetrándolo.
Aun con todos los intentos, la imagen de Nakyum en esa posición mientras él lo consumía con cada embestida fue superior a sus propios instintos, y se vio a sí mismo tocándose entre pensamientos vulgares, aun cuando llevaba años sin recurrir a la masturbación.
El sol anunció el alba y Seungho se sentía extrañamente enérgico, pese a apenas haber descansado, pero no le dio importancia. Se dio una larga ducha de agua caliente y se vistió con unos pantalones grises, unos zapatos de vestir, un suéter negro de cuello alto y un abrigo negro y largo por encima, peinó con sus dedos su cabello y guardó todo su equipo en su auto. Repasó varias veces que no se le quedara nada, deteniéndose para desayunar rápidamente en un restaurante familiar y continuando hacia la dirección que Nakyum había enviado, junto con un mensaje de buenos días.
El estudio era un local casi a las afueras de la cuidad, en uno de los últimos pisos de un edificio; Seungho lo agradecía, significaba que podría usar la luz natural que entrase por las ventanas sin temer que alguien viera lo que hacían. Nakyum lo esperaba afuera del edificio, usando unos pantalones azules claros y un abrigo rosado tenue más ancho que el del día anterior, y cuando le sonrió abiertamente, con sus mejillas adoptando un sonrojo delicado, Seungho tragó en seco, sintiendo como si toda la calidez del mundo se concentrara en ese tierno joven en ese momento.
Ambos se saludaron y subieron los equipos de trabajo de Seungho mientras Nakyum se disculpaba de antemano por el reguero que habría en su estudio, considerando que nunca lo limpiaba, pues en su desorden estaba su orden. Cuando entraron, Seungho quedó completamente complacido con la imagen.
El sitio era amplio, pero estaba abarrotado de lienzos, caballetes, latas y distintos tipos de pintura, pinceles, telas, lienzos de prueba, bocetos a grafito y diferentes cuadros terminados. Las ventanas eran grandes y dejaban entrar en su totalidad los rayos del sol, dando una iluminación predilecta, pues recorrían dos de las cuatro paredes de la habitación, lo que significaba que el ocaso iluminaría todo desde la izquierda cuando llegase; además daba la facilidad de poder usar el panorama exterior como fondo en el ángulo correcto.
Nakyum observó el brillo en los ojos de Seungho a medida que analizaba el local, notando la forma en que se emocionaba; cuando el día anterior el hombre le contó sobre lo mucho que había ansiado poder hacer aquella sesión, Nakyum le había creído, pero solo lo entendió hasta ese momento.
—Podemos empezar cuando quieras —comentó Nakyum, ganando una confianza que no recordaba tener. Quería hacer esto, no tanto por la paga o la experiencia, sino por él, por extender tanto como fuera posible ese momento.
—Iré colocando las cosas, puedes prepararte donde te sientas más cómodo —respondió Seungho, asintiendo con la cabeza para dar a entender que empezarían ya.
Nakyum desapareció detrás de una de las puertas que daba hacia el baño del estudio y Seungho se quitó el abrigo, remangando las mangas del suéter y colocando los reflectores de luz para que atraparan la misma luz natural que entraba por las ventanas, aprovecharía al sol tanto como pudiera. Nakyum regresó minutos después, vestido con un hanbok sencillo de dos piezas, la inferior blanca y la superior rosada, sujetándose el cabello con una cinta blanca para apartarlo de su frente. Había manchas de pintura de mucho tiempo en sus ropas, aunque se veían recién lavadas.
—Uso esta misma ropa para pintar siempre, me hace sentir cómodo y ayuda a mi inspiración —explicó Nakyum, como disculpa ante la atenta mirada de Seungho.
—Es perfecto —aseguró él mientras intentaba concentrarse, evitando pensar en la manera en que Nakyum le parecía tan cercano vestido con esas prendas —. Empezaremos entonces.
—Sí —afirmó Nakyum emocionado.
La luz fue su mejor amiga, la mañana le dio todo de sí misma mientras Seungho capturaba con su lente la figura fotogénica exquisita de Nakyum, un ángel en la tierra. Era un pensamiento cursi, pero la manera en que el chico se mordía el labio mientras pintaba, su ceño fruncido cuando alguna pintura se derramaba, la delicadeza con la que sostenía los pinceles, su cabello cayendo por su rostro, sus dedos manchados ensuciando de pintura sus mejillas o su cuello cuando este lo tocaba, no dejaba espacio a otra comparación.
Seungho le había pedido que pintara, que él se encargaría de todo, y Nakyum lo había hecho. Para cuando el sol alcanzó su cénit, Seungho había logrado la parte inicial de la colección y Nakyum había terminado dos de sus cuadros que estaban incompletos; era como si, con Seungho allí, la inspiración fluyera sola.
La parada para el almuerzo fue divertida, Seungho le mostró a Nakyum todas las fotos y fue admirando la manera en que el rostro del menor se iluminaba cuando Seungho lo alababa, tanto por lo bien que quedaba en todas las fotos, como por la forma en que era en sí mismo.
Nakyum le contó por qué había escogido sostener un pseudónimo, Seungho le explicó sus intenciones de hacer una exposición con esa colección, Nakyum estuvo de acuerdo con revelar quién era si aparecería de esa forma y ambos supieron que no era un sacrificio, simplemente era el momento adecuado.
La sesión de la tarde inició con planos cerrados de diferentes partes del cuerpo de Nakyum mientras pintaba en un lienzo de 195 x 130 cm; dos hombres estaban acostados juntos, el que estaba abajo se encontraba en una posición sobre sus rodillas y codos mientras él otro estaba detrás de él, penetrándolo y sosteniendo su peso en sus rodillas para no caer encima de su compañero.
Por alguna extraña razón, Seungho encontró familiaridad en la pintura, podía reconocer el paisaje detrás, era como una casa de la época Joseon y las ropas en el suelo, aunque todavía sin detalles, parecían similares a las que Nakyum traía, junto con un hanbok más elaborado de un color negro y azul oscuro, el sombrero de un lord en una esquina y los bocetos de los cuerpos, todavía sin detalles.
Decidió centrarse únicamente en su trabajo, obviando la familiaridad de la pintura y enfocando las manos de Nakyum, sus dedos cuando pintaba o mojaba el pincel, sus pies mientras estaba de pie, solo sus ojos, o su hombro, su espalda, a veces su cabello. Era como irlo dividiendo en diferentes fragmentos a través del lente; Seungho estaba encantado, parecía que no había parte del chico que no estuviera hecha para ser amada por el visor de la cámara, pero cuando el cielo celeste cambió a colores de tonos naranjas, el momento había llegado.
Nakyum no necesitó que Seungho se lo indicara, su mirada profunda le decía todo. Nunca lo habían visto antes, las parejas no habían sido jamás la prioridad de Nakyum, excepto por aquel enamoramiento adolescente que tuvo por uno de sus tutores que lo ayudó a entrar a la universidad, el resto del tiempo Nakyum se sentía ajeno a todo, pese a lo que pintaba.
Sin embargo, allí en su estudio, mientras los rayos rojizos del sol bañaban su cuerpo y sus manos iban retirando la tela lentamente, Nakyum se sentía pletórico. El deseo líquido corría por sus venas, la vergüenza se presentaba inconstante, siendo aplastada por la embriagadora sensación de los ojos de Seungho sobre su cuerpo desnudo.
La sesión continuó, aunque Seungho no pudo volver a hablar, sentía que estaba viviendo un deja vú y a la vez era un evento tan inusualmente etéreo que no podía haberlo vivido antes. Las luces y sombras adornaban el cuerpo de Nakyum, donde esa sedosa piel era mostrada como el lienzo, mientras sus propios cuadros daban el fondo contrastante perfecto que resaltaba la inocencia de sus rasgos contra lo tentador de su cuerpo. Era una invitación para lo prohibido y Seungho no era falto a pecar, sin embargo, parecía absolutamente perdido en la necesidad de inmortalizar todo primero.
Su lente enfocó el ángulo en que se arqueaba su espalda, la esbeltez de sus piernas, la suavidad de sus brazos, el contraste de sus ojos mirando avergonzados y lujuriosos hacia Seungho cuando se paró encima de él, mientras Nakyum yacía en el suelo entre pinturas y telas. La manera en que sus sonrojos se volvían más intensos, la fluidez de su cuerpo mientras se subía al asiento, abierto de piernas, y el lienzo de dos hombres devorándose mutuamente hacía de fondo; o la mirada inocentemente provocadora cuando se sentó en el banco de madera, de frente a las ventanas y al sol que desaparecía, las piernas flexionadas y abiertas, sus manos apoyadas al frente, su rostro girando y mirando directo al lente por encima del hombro, el sol bañándolo en su totalidad, volviéndolo solo una sombra definida, absorbiéndolo todo.
Seungho respiró pesadamente cuando el sol desapareció, la cámara siendo un peso muerto entre sus dedos mientras veía a Nakyum tomar la parte superior de su hanbok y pasarlo por sus brazos sin cerrarlo, apenas reteniéndolo vagamente con sus manos. El aire se sentía tenso, como si cientos de cosas no dichas estuvieran flotando allí entre ellos, pero se habían conocido el día anterior, nada de aquello tenía sentido, y sin embargo, todo parecía encajar tan perfectamente que era aterrador.
—¿Obtuviste todo lo que querías? —preguntó Nakyum, su voz un susurro suave que perturbaba el silencio como la brisa al pasar por entre los árboles y dejar un eco suave de sonidos.
—No todo —admitió Seungho con una sinceridad que le era desconocida, vulnerable ante alguien por primera vez desde que recordaba, y a la vez, con la comodidad de alguien que lo hecho decenas de veces antes.
Nakyum lo miró a los ojos, viendo la tormenta que se desataba en esa mirada de un hombre sufrido, que había sobrevivido a las crueldades de la vida y se había mantenido estable y fiel a sí mismo, de alguna manera. Su pecho dolía, porque su cuerpo y alma gritaban por una sola cosa. Nakyum no dudaría más, sin pensarlo siquiera, avanzó, acortando la distancia entre ellos de forma parsimoniosa, dándole el tiempo a Seungho de decidir irse si eso quería; Seungho no se movió.
—Pues toma todo lo que quieras, mi señor —dijo y el aire desapareció del lugar.
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¿Alguien logró imaginarse la sesión de fotos?
Tomé referencia de las fotos de @Shunsusekos un perfil de ig, fb y patreon que hace fotos cosplay normales y eróticas. Pueden buscarlos, están impresionantes.
En fin, se viene lo bueno y advierto que esto es un área nueva para mi, estoy acostumbrada a escribir escenas sexuales más vulgares, pero la que viene a continuación es erotismo puro llevado a un plano más sentimental, sentí que nada vulgar que pudiera escribir haría honor a las secuencias de Mamá Pato, entonces preferí adentrarme en una experiencia desconocida.
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