Polvo de estrellas


Autor: Sviet97
Pareja: Shaka & Mu
Imagen:

"Estamos hechos de la misma fibra con la que se bordan las estrellas y las nebulosas en el infinito. También nosotros fuimos hechos para brillar, tocar el cielo y ser eternos..."

Sus ojos dolieron con la luz que tocó sus retinas apenas sus párpados se abrieron. Rodeado de sábanas blancas, cubrió con el ángulo interno de su brazo derecho la mitad de su rostro y clamó al día por cinco minutos más. El sol se los negó. Brillando intensamente al otro lado del cristal, se coló en la habitación y trepó por su cama hasta acariciarle la piel y hacerle sentir abochornado. Shaka suspiró con marcada resignación, despejó su faz y fijó en el techo pintado de un blanco impecable su mirada.

Hacía días que despertaba más tarde de la hora a la que antes solía hacerlo. Sin afán de excusarse, culpó a los desvelos que venía experimentando desde que por voluntad de Athena volvieron a vivir. Pasaba las noches tratando de desentrañar el porqué de su nueva existencia, revolviendo en su mente mil ideas que no hallaban forma y únicamente le provocaban frustración. Estaba cansado... harto de sentir que no tenía un propósito al cual responder.

—Tengo tantas preguntas... —el murmullo salió de sus labios como una súplica que el viento convirtió en silencio. Nadie le contestó— Maestro...

El príncipe Siddharta parecía ser un vestigio enterrado en su memoria. Desde que despertó, éste no había vuelto a hablarle ni a guiar sus pasos a través de las enseñanzas que aún siendo un niño recibió de él. Era como si se hubiese desvanecido en el tiempo, dejándole solo y a la deriva de un acantilado cuyo fondo no podía ver.

—No encuentro las señales.

Cerró de nueva cuenta los ojos, dispuesto a entregarse al hastío de esa existencia que creía carente de todo sentido.

—Shaka, ¿estás aquí? —la voz que le hablaba directamente a su cosmoenergía le hizo erguir el cuerpo y fijar su atención en la puerta de madera cuyo visitante estaba a punto de traspasar— Traje té.

—No recuerdo haberte pedido que lo hicieras, Mu —su intención no era sonar grosero, sin embargo, la parquedad de sus gestos y palabras solía jugarle en contra la mayoría de las veces.

—¿Desde cuándo es necesario que expreses abiertamente lo que quieres? Te conozco mejor de lo que crees, Shaka de Virgo.

El santo de Aries, lejos de tomarse a mal su comentario, lo bateó lejos con presteza y esa sonrisa encantadora que a él le hacía pensar, no había nada en el mundo que preocupara realmente a ese hombre de mirada profunda como las aguas del mar. Él, en más de una ocasión, se había descubierto nadando entre esos tonos selváticos que conformaban un mosaico de luz y misterio entremezclado.

Viendo que de nuevo lo estaba haciendo, terminó por recostarse como estaba previamente y cerró los ojos con toda intención de darle a entender al muviano que no deseaba conversar. Poco después, la orilla del colchón se hundió bajo el peso de otro cuerpo ajeno al suyo y una sonora exhalación se dejó escuchar.

Tras varios días, Mu estaba perdiendo oficialmente la paciencia.

—Las señales que buscas no las vas a encontrar entre estas cuatro paredes, Shaka —se animó a decir—. Llevas más de dos meses así, ¿cuánto más necesitas para darte cuenta de que si estás vivo otra vez, es para plantearte nuevos objetivos y disfrutar de aquello que antes no te fue permitido experimentar? Es bastante simple, me sorprende que alguien tan iluminado no lo pueda entender.

Shaka supo que pese a estar tranquilamente hablando, Mu en realidad le estaba abofeteando con esa aura densa que de pronto comenzó a emanar. No podía verlo, pero estaba seguro de que se aferraba a las mantas con fuerza a fin de no perder ante su propio deseo malsano de ver el mundo arder.

—Tú problema es que eres demasiado testarudo —Aries se puso de pie, todavía con las manos empuñadas—, y no estás dispuesto a ceder aún cuando sabes que tengo razón.

—Déjame solo, Mu —pidió por fin, queriendo evitar que la conversación tomara camino por una brecha pedregosa de la cual no habría retorno—. Que tengas un buen día.

Por espacio de unos segundos, todo cuanto se escuchó en la habitación fue su respiración pausada y un silencio aterrador al fondo. Después de un momento que no fue tan largo como se sintió, la puerta se deslizó en sus herrajes y la cosmoenergía del primer guardián de las doce casas se alejó de la sexta, dejándole una asfixiante sensación de angustia con la que, de nuevo, no supo cómo lidiar.

~º~º~º~º~
La mañana del viernes, el té frío sobre la mesita de noche le recordó que Mu no había ido en tres días. Intentó que aquello no le afectara, pero cada que cerraba los ojos y trataba de sumergirse en su miseria autoimpuesta, la mirada de Mu penetrando su barrera de divinidad para llegar a su corazón le hacía removerse ansioso y ocuparse en cualquier cosa con tal de no pensar en él.

Había algo en su pecho... una emoción con la que no estaba familiarizado y que, en consecuencia, le costaba nombrar.

¿Arrepentimiento? ¿Aflicción? ¿Necesidad? Posiblemente una mezcla de todas, además de otras más que no lograba discernir. Lo único que tenía claro era que en su calidad de Buda, sentir cualquiera de ellas no sería de mucha ayuda en su camino hacia la iluminación.

Su tan preciada iluminación...

Viendo que venía una nueva lluvia de preguntas sin respuestas –y con ella un dolor de cabeza asegurado–, se puso de pie, tomó una ducha y realizó las actividades diarias que daban forma a una rutina que se sentía bien. Ciertamente, asearse o meditar no era una agenda que el común definiría como divertida, pero para él, que no hacía mucho había vuelto a abrir los ojos en un mundo que le resultaba complejo y ruidoso, empezar de a poco era un avance que creyó grande al ver su habitación limpia y recogida.

La cama, hecha por fin, descansaría de su peso muerto siendo un constante fastidio.

Hambriento, tomó entre sus manos la tetera que aún se hallaba sobre el velador y caminó con ella a la cocina. Una vez ahí, pensó en desechar el líquido pero se detuvo apenas una gota cayó en la tarja y removió en su interior emociones que por horas había mantenido adormecidas. Inspiró profundo, tiró la infusión ya oxidada y lavó con esmero el delicado recipiente de cristal.

Una hora más tarde, vistiendo su cloth de Virgo y con la tetera bajo el brazo, descendió por las casas que precedían a la suya y llegó a la primera sin contratiempos. Se detuvo al ver a Kiki saltar en un pie mientras trataba de no pisar los patrones que decoraban con fineza el mosaico. Al verle, el chiquillo paró cualquier movimiento y se irguió muy firme, como un soldado que presenta su saludo a un superior.

—Buenas tardes, aprendiz de Mu —Shaka de Virgo no podía presumir de tenerle  paciencia a los niños. En su opinión, eran pequeñas creaturas inquietas que requerían de una excesiva cantidad de atención y tiempo; también, de una gran capacidad para no arrancarse las mechas cuando sus travesuras sobrepasaban los límites que por ser niños creían que podían transgredir—. ¿No deberías estar preparándote para ir a dormir? La noche está por caer.

—Mi maestro dice que no es bueno merendar e irse a la cama, así que estoy haciendo la digestión —Kiki respondió con una risita; la típica mueca desfachatada característica de los Aries.

—Tampoco es bueno ponerse a saltar después de comer. En vez de una buena digestión, lo que vas a conseguir es que tus tripas se anuden a causa de los movimientos tan bruscos, pero eso, desde luego, no es asunto mío —su sonrisa fue ligeramente maliciosa. No lo podía evitar—. Busco a tu maestro, ¿puedes decirme en dónde puedo encontrarlo?

Con un gesto de espanto pintado en el rostro, Kiki señaló el taller de herrería antes de volver su mirada de nuevo a él.

—Disculpe, señor Shaka... —balbuceó— ¿Qué pasa cuando se anudan las tripas?

—Hay que abrir y reparar el daño, por supuesto. Pero no te preocupes; por suerte contamos con Milo.

—¿El señor Milo es médico?

—No, pero su aguijón funciona también como escalpelo. Piénsalo... es él o Shura; tú decide en cuál de los dos quieres confiar.

Sin tener algo más que acotar al respecto de eso que al niño dejó intranquilo, dio media vuelta y se encaminó en dirección al portal que daba acceso al taller. De pie bajo el umbral, el aroma a carbón instaurado en los resquicios trajo a su mente memorias que creía olvidadas. Se vio a sí mismo yendo detrás de Mu, cuya risa brotaba fresca como el agua de un manantial que nace en las montañas y aplaca la sed de los viajeros.

"¡Ven aquí, Shaka!"

"Está muy oscuro. No puedo ver nada."

"No tengas miedo, yo te cuido."

Las siluetas de un par de niños pasaron a su lado tomados de la mano. Inevitablemente sonrió, y estuvo a punto de reír al recordar la cara que puso Shion cuando, más tarde ese día, les encontró jugando en ese mismo sitio y con las caritas llenas de hollín. Haciendo uso de su telequinesia, les había hecho flotar directo a la tina de baño de la alcoba principal del templo de Aries, acto que eventualmente lamentaría cuando encontró el piso todo salpicado de agua y burbujas de jabón flotando por doquier.

Le habían sacado las canas verdes, por eso ahora tenía el cabello así.

—¿Se puede?

Un poco más adelante, aprovechando los últimos rayos de luz, Mu de Aries se hallaba sentado sobre un tapete hecho de fibras naturales y martillaba suavemente una armadura, apenas para afinar.

—Ya estás aquí —respondió sin alzar la mirada, intentando concentrarse en lo que hacía.

—Vine a traerte esto —Shaka percibió el estado molesto de Mu, pero eso no le impidió devolver la tetera y acercarse dos pasos más—. Y a ofrecerte una disculpa por mi actitud del otro día. Yo... no quería que malinterpretaras mis palabras.

—Está bien, no te preocupes.

La respuesta que recibió le hizo fruncir el ceño, cruzar los brazos y darse cuenta de que el muviano fingía estar más interesado en el pedazo de bronce que tenía enfrente que en lo que él tuviera que decir. Se sostuvo el puente de la nariz, debatiéndose entre dar la vuelta e irse o intentarlo una vez más.

Razones, después de todo, Aries sí tenía para estar enfadado con él.

—Bueno, ya que la oveja orgullosa a la que todos llaman Mu no quiere hablarme, me gustaría dirigirme entonces al maestro herrero de este recinto.

El aludido dejó escapar el aire en un suspiro mientras bajaba la herramienta celeste que traía en la diestra; sin borrar su semblante serio, fijó en él su mirada y dio a entender con ello que tenía su atención.

Shaka sonrió, retiró de su cuerpo el peto de la sagrada armadura y le mostró la superficie.

—Tiene unos rayones aquí, cerca del hombro izquierdo.

Mu sostuvo la elegante pieza de oro, la palpó con sus dedos por dentro y por fuera, observó de cerca y no vio daño alguno que comprometiera la resistencia del metal durante una batalla.

—No tiene nada, Shaka. Las líneas son parte del decorado —concluyó sin esforzarse siquiera en seguirle el juego. No obstante, al alzar la vista hacia el rubio, Aries no pudo evitar notar que su amigo de toda la vida había quedado con el torso desnudo frente a él; que su piel era blanca y cremosa y le instaba a comprobar su suavidad. Un cosquilleo se asentó en su abdomen—. Si no tienes algo más que...

—El casco —se lo extendió—. Me aprieta un poco. No sé si se encogió o mi cabeza creció.

El muviano entreabrió los labios y evidenció incredulidad; casi enseguida, una sonrisa repentina se adueñó de su boca y le hizo negar con la cabeza mientras se ponía de pie. Era tonto obligarse a estar molesto cuando claramente no deseaba estarlo.

—La armadura se ajusta al cuerpo de su portador —tomó el casco que Shaka mantenía entre sus manos y lo acomodó en su cabeza coronada con largas hebras rubias; éste encajó perfectamente en su dueño—. Pero eso ya lo sabes y aún así te haces el loco. Ven... se ha hecho tarde y no me ha dado tiempo de cenar.

Bastó una orden mental de Shaka para que la cloth de la virgen le cubriera de nuevo. Lado al lado, caminaron hasta abandonar el taller y alcanzar las estancias privadas de la primera casa. El silencio les recibió, lo cual hizo evidente que Kiki ya se había ido a dormir.

—¿Comiste algo antes de venir? —Mu cuestionó, a lo cual Virgo respondió con una negativa distraída y sus ojos abriéndose al entorno que ansiaba descifrar— ¿Comiste algo siquiera en estos tres días?

Shaka de nuevo negó, entretenido con una figurilla en forma de carnero que adornaba una repisa. A sus espaldas, Aries exhaló con fuerza y se lamentó por no haber pensado en que, con su ausencia, el hindú corría el riesgo a morir de hambre.

Tanto así podía descuidar de su ser físico cuando en su mente no había claridad.

—Por Athena, Shaka... —murmuró— Espera aquí.

Menos de cinco minutos le tomó al tibetano preparar un bowl de frutos rojos con nueces, yogurt griego vegano, chía y amaranto. De vuelta en la estancia, le entregó el recipiente al rubio santo y anunció que se iría a bañar pues había estado casi todo el día trabajando en el taller y ansiaba refrescarse; le pidió también, atento a sus movimientos todavía curiosos por el lugar, que le esperara ahí y, si Kiki despertaba, le dijera que apenas saliera de la ducha iría a verlo.

—Descuida —Shaka lo miró, logrando con ello y sin darse cuenta, que Mu sintiera su interior removerse con la belleza de sus iris azules. Tan hermosos... tan puros—. Kiki ya es un niño grande y no necesita tanto de ti como crees. No te preocupes por él.

Mu sonrió, dando la media vuelta.

—No es mi discípulo quien me preocupa.

El hombre más cercano a dios se permitió un instante para reflexionar en lo dicho por el joven herrero. De forma literal, aquello podía significar que su persona era una preocupación para su querido amigo, cosa que no deseaba ser. Es decir, ¿no había sido él quien dijo que Kiki era ya lo suficientemente grande como para que Mu estuviese tan al pendiente de él?

Repentinamente angustiado y quizá un poco herido en su orgullo, siguió los pasos del muviano hasta dar con la puerta que, sabía, pertenecía al santo guardián del templo. Ésta estaba entreabierta, lo cual, como cuando eran niños, tomó como una invitación para entrar sin necesidad de pedir permiso.

—Mu, necesito hablarte —apenas había traspasado el marco cuando su nariz chocó con algo suave y color lila como el algodón de azúcar que los niños comen enrollado en un palito de madera. Tras el inevitable parpadeo, echó hacia atrás la cabeza y pudo ver que era el cabello del santo de Aries—. Lo siento, quizás debí tocar antes de entrar.

Lo confirmó al bajar apenas un poco la mirada y ver que su compañero de armas ya no vestía prenda alguna en el torso. Tanto la túnica como la estola descansaban en el respaldo de la silla frente al escritorio de estudio, dejando al descubierto una hermosa piel lozana y los músculos tonificados de sus brazos y abdomen. Algo digno de admirar; sin embargo, lo que más llamó la atención del semidios no fue la parcial desnudez de su amigo, sino los destellos que desprendía sutilmente su piel. Tentado por ese brillo, Shaka alzó la mano y rozó con las puntas de los dedos uno de los pectorales de Mu, quien en un acto reflejo se estremeció al sentir la calidez que emanaba de las yemas que le acariciaban.

—Es polvo de estrellas —su voz salió como un hilo propenso a romperse con el viento; internamente se reprochó por el pecado de estar sintiendo excitación a causa de alguien que no sólo era su amigo, sino que –y peor aún– era considerado un ser sagrado entre los mortales—. Al martillar las armaduras éste se esparce por todos lados y... —el calor subía por su cuerpo, haciéndole sentir azorado— ¿De qué querías hablarme?

Queriendo ponerse a salvo de las electrizantes sensaciones que Shaka le provocaba, tomó con suavidad su muñeca y le separó de él. El rubio parpadeó, ligeramente confundido por el actuar del tibetano.

Tan poco conectado con el mundo terrenal y sus placeres mundanos, Virgo no supo identificar que aquello que había causado en su amigo con el toque de sus dedos, había sido una mera reacción física difícil de controlar. Mu, todavía inquieto por su cercanía, estaba viendo en él no al avatar de Buda, sino al hombre sumamente bello en el que se había convertido.

Su piel ardía, la respiración se le agitaba y el cosquilleo se hacía mayor.
Fue entonces que lo supo... ansiaba besarlo y profanar la pureza de su cuerpo que olía a incienso y a flores de loto.

"Déjame tocarte..."

—¿Te causo molestias?

—¿Eh?

—Dijiste que no es Kiki quien te preocupa.

—Me preocupo por ti, eso no significa que seas una molestia.

—¿Por qué?

—¿Por qué, qué?

—¿Por qué te preocupas por mí?

Lidiando consigo mismo y el alud de sensaciones que hervían dentro de él, Mu obedeció al impulso que el fuego regente en su constelación le mandaba y redujo de nueva cuenta la distancia entre los dos. Shaka quedó acorralado entre la puerta y la maravillosa fisionomía del herrero. Sus estaturas estaban a la par, pero los siete kilos más que Mu tenía en musculatura resaltaban junto a su físico más bien esbelto. Así y todo, Virgo no se sintió intimidado; sí sorprendido por el movimiento brusco y esa chispa de algo que no sabía definir y que brillaba intensamente en los ojos verdes de Mu.

Pasión.

—Porque me importas, Shaka —el latido acelerado en el pecho se hizo insoportable. Movido por esa urgencia cuyo origen comenzaba a entender, Mu atrapó con la palma de su mano una de las mejillas contrarias. Lo observó directo a los ojos, hallando en esos cielos despejados el verano de su vida—. Y quiero verte feliz. Quiero...

Tan cerca del paraíso de curvas sinuosas que ansiaba probar, la puerta se abrió a espaldas de Shaka y éste se fue encima de él. Fue un golpe seco e inesperado, y el aturdimiento que trajo consigo hizo a Mu parpadear varias veces seguidas antes de darse cuenta de que estaba tirado en el piso y con Virgo desparramado sobre su piel desnuda.

—¡Mu~sama! —Kiki había empujado la puerta con la fuerza de su telequinesia, tomando completamente desprevenidos a los dos santos que, al otro lado, estaban siendo arrastrados por el encanto propio de un momento de intimidad— ¡Me duele el estómago! Es porque estuve saltando y mis tripas se anudaron, ¿voy a morir? ¡Mu... sa... ma! Oh... —el pequeño se cubrió rápidamente los ojos con las manos al ver a su maestro en una posición comprometedora con el santo de Virgo, el cual, habiendo sido golpeado en la parte posterior de la cabeza con la madera, apenas parecía reaccionar— Lo siento... No sabía que estaba acompañado.

—Shaka, ¿estás bien? —Aries hizo al rubio erguirse. De frente a él, le revisó la frente y notó enseguida una hinchazón por encima del bindi que portaba entre los ojos.

—Confirmo eso de que los carneros tienen la cabeza muy dura.

En cuanto la claridad volvió a sus pensamientos, Virgo se palpó la frente y en sus labios una mueca de insatisfacción se dibujó al percatarse de que el chiquillo le había empujado de cara contra Mu. A juzgar por la sonrisa apenada de su amigo tibetano, el daño se veía peor de lo que con los dedos podía asumir.

—Disculpa a Kiki. No lo hizo a propósito.

—Quédate tranquilo —se puso de pie y giró apenas lo necesario para ver de soslayo al aprendiz de cabello rojizo—. Lo tomaré como que fue el karma que vino a por mí. Es tarde, será mejor que me vaya.

Mu empuñó brevemente las manos, tentado a pedirle que se quedara un momento más; acostaría a Kiki, se aseguraría de que estuviese bien y volvería.

—Gracias por todo, Mu.

Los movimientos del hindú fueron más rápidos que la decisión tardía del muviano. Dejando tras de sí una sonrisa, Shaka dio media vuelta y se fue.

~º~º~º~º~
—Polvo de estrellas...

Mientras subía por la escalinata en dirección a su casa, los ojos azules del guardián de Virgo volvieron a perderse en el brillo de aquellas motas etéreas que se habían pegado a sus dedos cuando tocó la piel de Mu. Retrajo la diestra, queriendo guardarse para sí esas partículas luminosas que de pronto le habían infundido las ganas de ver llegar un día más.

Quería verlo... Y que Mu le mirara también y le hiciera sentir que valía la pena estar vivo porque lo tenía a él.

—Quizá es la señal que buscaba —dedujo al cobijo de la noche y sus cantos silentes; cómplices del amor— Quizá él es la luz.

Estaba seguro: Mu de Aries era polvo de estrellas concentrado en un ser que había logrado despertar su fascinación.

Quién lo diría...
Tantas apuestas en contra y una sola a favor.

A su mente regresó la analogía del viajero y el agua que aplaca la sed. Tenía dudas, muchas, pero también tenía la certeza de que esta vez no buscaría las respuestas en su espiritualidad. Lo haría junto a él, en el plano terrenal, siendo ambos la respuesta al uno más uno que nunca suma dos.

—Fin—

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top