9. Pimienta y Canela
Horas después, Camilo despierta y va al baño para darse una ducha, Robin se le une y mientras se enjabona el pecho habla, pero Camilo se mantiene ocupado lavándose el cabello y no lo mira.
—Me gusta eso que hacés.
—¿Qué es eso que hago?
—Robar a los ricos, es honorable.
—Otros no dirían eso, soy un ladrón.
—Yo no pienso así. Ahora que lo pienso... ¿cómo supiste dónde vivía?
—Te investigué —dice Camilo.
—Estás loco... pero me siento halagado.
Camilo no responde, pero piensa: «Loco de remate está él, cualquier otro se asustaría de oír lo que le dije.»
Robin no toma a mal el silencio de Camilo, está motivado para seguir hablando. Juega con su buena suerte y la gasta toda, no entiende de límites y hace una pregunta innecesaria para el ambiente creado.
—¿Y? ¿Cómo salió el robo?
—¿Qué robo?
—El que estaban planeando...
—¿No es que no habías oído nada?
—Sí, oí —Camilo se le acerca por detrás y le aprieta la garganta. Lo marca con las yemas de los dedos—. Pa... pi, no le voy a decir a nadie, no te enojes.
Robin se mueve y le aparta la mano.
—Nene, sos una pimienta, pibe insoportable. No puedo hablar del robo. No soy solo yo, no robo solo.
—¿Y no podés contarme nada? ¿Cómo es que lo hacen y no son atrapados?
—No. ¿Qué, sos de la policía? ¿Así es cómo lo hacen ahora?
—¿Hacen qué?
—¿Así es como me quieren sacar información? ¡Ahh...! Ya sé. Así que usan el cerebro al fin...
—¿Qué decís?
—¿Desde dónde me están oyendo? —Camilo mira alrededor y busca una toalla al salir de la ducha.
—¡Qué paranoico te ponés! ¿Qué mierda decís? Viejo y además paranoico —Robin también sale de la ducha y lo enfrenta. Pone una mano en el pecho ajeno—. Dale, papi, calmate... Soy solo yo.
Camilo lo observa y lo estudia durante largos segundos. Casi un minuto en el que Robin sigue mirándolo casi sin pestañear, el agua corre por su piel mojada y por su cabello ondulado, quiere calmarlo y convencerlo de que no tiene nada que ver con la policía. Camilo lo mira profundamente a los ojos en busca de esa respuesta.
—¿Estoy paranoico?
—Sí, papi. ¿No decís que me investigaste?
—Sí, lo hice —dice Camilo.
—Sabías donde vivía. ¿Cómo descubriste mi dirección? —Robin pregunta para que Camilo hable de su habilidad como investigador, por no decir "acosador".
—La encontré por los delivery, su sistema es fácil de hackear.
—¿Entonces ese es tu secreto? ¿Sos un nerd que aparenta otra cosa?
Camilo bufa y exhala, se enfrenta de nuevo a la mirada de Robin.
—Soy un ingeniero en sistemas que se cansó de ver los millones que otros lavaban y decidió hacer algo.
—¡No puedo creer! ¿En serio? —Robin se ríe— ¿Sos una especie de Robin Hood del siglo veintiuno?
—No quisiera ser ningún Robin, ya hay uno acá ¿no? —dice Camilo apretándole la mejilla y sale del baño siendo seguido por Robin.
—Podemos ser dos Robin.
Camilo está caminando hasta la puerta de entrada buscando su ropa. Ya se puso el pantalón cuando pregunta: —¿Qué querés decir con eso?
—Que podemos robar juntos...
—No, no podemos, me tengo que ir ya.
—No quiero que te vayas.
—No puedo quedarme —Se pone la camisa y la chaqueta sin prender.
—¿Cuándo nos vemos de nuevo?
—No sé.
—No podés irte así.
—Lo que no puedo es quedarme.
—Como quieras, andate entonces... —dice Robin abriéndole la puerta muy en contra de lo que desea hacer. El papel de secuestrador en esa relación ya está tomado. Tiene que dejarlo ir. Así es como es la relación disfuncional que tienen. Camilo cruza el umbral sin mirarlo y Robin cierra la puerta con una patada furiosa. Un minuto después, Camilo espera el ascensor cuando la puerta se abre de nuevo y Robin le grita con ira: —¡No quiero verte más!
Y es así como una vez más, Robin es dejado, Camilo entra al ascensor y desaparece de su vida durante dos meses.
En el correr de ese par de meses, Camilo se ve obligado a no contactarlo, llamarlo ni buscarlo. El robo que estaba planificando era uno de los mayores hasta el momento y cualquier distracción sería muy peligrosa.
Camilo Fuentes roba trescientos millones de pesos, los que hace desaparecer en diferentes negocios, lavándolo, donándolo, comprando propiedades y depositándolo en cuentas extranjeras de diferentes personas y organizaciones. Pero no todo sale como esperaba, alguien habla y comienza a decirle a la policía las casas seguras de la banda, sus colegas empiezan a caer. Camilo tiene que huir del país. Es entonces que una noche, al volver de trabajar, Robin es sorprendido con un intruso sentado en el banco de su cocina.
Robin abre la heladera fingiendo no verlo, está ofendido y resentido por el abandono, algo muy justificable para el maltrato de silencio que Camilo le ofreció. Además, en las noticias nunca se menciona el robo, por lo tanto, Robin no tiene idea de todo lo que Camilo hizo y pasó.
—¿Querés venirte conmigo?
—...
—Robin, te estoy hablando...
Robin cierra la heladera con un golpe y apoya la jarra de jugo en la mesada. Decide responderle para que se vaya cuanto antes de su apartamento y ya no verlo nunca más. Esa es la mentira que persiste en su mente.
—¿Venirme? ¿Del modo sexual o qué?
—Idiota. No, si querés escapar conmigo... Irnos de este país tercermundista...
—¿A dónde?
—A otro lado, no puedo decirlo, pero si no confiás en mí es entendible... El robo salió mal y tengo que huir, no te voy a poder ver más, quería venir, pero no podía, culpame de todo si querés, pero sé que lo nuestro fue diferente a todo lo anterior... Vámonos al otro lado del mundo, lejos de todo... No diría estas pavadas cursis si no fueran ciertas... me estoy arriesgando al venir a tu casa...
Camilo se para y le sostiene los brazos para que no se aleje. Robin duda, pero lo mira para responder.
—Si me voy contigo... ¿Cuáles son las condiciones? ¿Para qué me querés? ¿Dónde voy a vivir?, ¿voy a tener que trabajar?
Camilo se lame el labio mientras piensa en la respuesta, no puede equivocarse o Robin lo puede rechazar.
—Quiero que vengas conmigo...
Robin intenta zafarse, pero Camilo lo arrincona contra la heladera.
—No sé...
—No tenés que trabajar si no querés. Vas a vivir conmigo. Vas a estar conmigo, nene. Eso es lo que te ofrezco.
Robin finge pensarlo, mira sobre el hombro de Camilo mientras hace tiempo para impacientarlo y permite que le apriete los brazos, gime al tacto posesivo. Y finalmente se digna a responder.
—Obvio que no quiero...
—...
—No quiero trabajar.
—Dije que te pago todo... ¿Me vas a perdonar? —Camilo le roza la mejilla con el índice y llega al labio, que Robin entreabre para lamerle el dedo, mueve la lengua y chupa brevemente.
—No sé si tan rápido, ¿creés que estoy loco?
Camilo mete de nuevo el dedo en la boca de Robin y la sangre se le calienta, su pene se endurece cuando le chupa el dedo con mayor dedicación ahora.
—La verdad que sí, sé que estás algo loco...
Robin le sostiene la mano y le mira el pecho a través de la oscura camisa entreabierta, huele aquel perfume de hombre caro, enseguida inhala en la garganta de Camilo y dice:
—No quiero trabajar, pero quisiera abrir un negocio... si me dejas, papi —sonríe contra la piel canela.
—El que quieras, te abro lo que quieras... —Camilo lo dice con doble sentido, el cual Robin capta al instante y el acuerdo queda sellado con naturalidad cuando Camilo lo desnuda en la cocina y lo dobla en la mesada dándole el sexo que había estado deseando y necesitando por semanas.
***
Es así, que una semana después, la pareja está instalada en una playa paradisíaca ubicada en una isla de aguas traslúcidas. El clima es inmejorable, cálido pero no sofocante, soleado pero no abrasador. Hay abrazos, pero no son los del sol, hay besos, pero no son los de las olas en la arena. Robin y Camilo despiertan al mediodía y tienen sexo, al acostarse también lo hacen, ¿y por qué mentir?, mientras se bañan en el mar no dejan de tocarse... o golpearse y castigarse el uno al otro como lo es usual entre ellos.
Bajo la sombra de una palmera, ellos están sentados lado a lado en dos cómodas reposeras tomando un trago tropical. El agua de la orilla moja sus pies y se mueve en calmas ondas. Se supone que el bungaló que están alquilando es privado. No deberían estar viendo lo que ven en el agua. Un quilómetro mar adentro, hay una lancha buscando algo, de repente, unos niños irrumpen preguntando por otro niño.
Robin se dispone a dejar su trago y correr hacia el agua cuando avista a los hombres de la lancha socorriendo a un niño. Los otros niños corren hacia el muelle para esperar al perdido.
Robin se para y avista al niño ser socorrido por los guardavidas, se alivia cuando ve que está vivo y bien. Mira a un lado y habla con Camilo, que lo observa a él.
—¿Qué tenés, nene? ¿Tanto te preocupa un desconocido?
—No. Es que me hizo acordar a algo...
Robin vuelve a sentarse y se toma el resto del trago que le restaba, enseguida hace una seña para pedir otro.
—Estás tomando mucho.
—Están buenos estos tragos...
—Vas a fundir tu propio negocio si te los tomás todos.
—No, papi, pagalos vos, ¿querés?
—...
—¿Sabés por qué puedo aguantar bajo el agua sin respirar?
—No.
—Porque fui salvavidas.
—¿Y qué pasó?
—Me echaron, se ahogó un viejo cuando debería vigilar.
—Se puede decir que lo mataste... indirectamente.
—Indirectamente. ¡Sí! Eso pensé cuando pasó. Pero no fue mi culpa. Necesitaba ir al baño y justo pasaba un compañero, le pedí que vigilara por mí. Fueron cinco minutos.
—¿Y no podías hacer atrás de un árbol?
—No había, era en un club deportivo, no en la playa.
De repente, pasan otros niños gritando y jugando y a Camilo se le dificulta oírlo.
—No te oigo —Camilo se señala el oído.
—Estás viejo, ¡ja, ja! Viejo y sordo...
—Vení acá más cerca para hablar...
Robin ignora al resto y se acerca para sentarse a horcajadas sobre Camilo. Piensa: «Que le den a esos niños, si sus padres son tan irresponsables como para dejarlos sueltos, que se atengan a las consecuencias de ver una pareja de hombres dándose amor.»
—¿En serio no oías?
—En serio.
—No sé si creerte. No te deseo tanto como para querer frotarme contigo así —Robin lo dice y lo demuestra moviéndose sobre Camilo haciendo que sus cuerpos se rocen. Se detiene cuando le acercan el daikiri que pidió. Pero Camilo no deja de hablar, incluso permitiendo que el mesero, el cual es el empleado de Robin, oiga.
—Sé que querías sentarte encima de mí desde hace horas, desde anoche te quedaste deseándolo...
—Es cierto, pero hay algo que no podés saber...
—¿Qué?
—El porqué acepté tu propuesta en el bar.
—Por la casa, obviamen...
—Idiota, no fue por eso.
—¿Por mí?
—No, no sé.
—Fue por mí —Camilo le besa la oreja y le habla—. Dejame correrme adentro otra vez.
—Correte adentro sí, haceme un hijo así después me puedo quedar con todo lo que es tuyo.
—Cien te voy a hacer. Dejá de hablar idioteces, ¿querés?
—Imposible, soportame así como soy, viejo...
—Puedo soportarte si pagás bien —Camilo tira del cabello de Robin— ¿Te vas a portar bien hoy?
—Sí, papi, siempre me porto bien, rompeme todo... —La boca de Robin es silenciada por los labios de Camilo en un beso que es un martirio.
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